La crónica cósmica. La novela que tengo ahora entre las manos (y no otra cosa…)

ABSTINENCIA Y DIETÉTICA. Esta semana he hecho la limpieza general que ya me prometiera al partir del Nepal, donde mis amorosos amigos no dejaban de tentarme con toda clase de invitaciones a las que era difícil negarse, y, aparte de que lo de fumar maría ya se quedara junto al Himalaya debido a que hasta ahora no me he cruzado con el tipo que me la pasara anteriormente (ni quiero ir por ahí preguntando), durante siete días he sido abstemio y vegetariano, ceremonia que mi cuerpo ha agradecido en gran manera.

A pesar de que Tailandia sea el reino del arroz y la pasta (de arroz…), limitar mi alimentación a las verduras ha resultado bastante difícil porque, igual que en mi pueblo, hay muy pocos platos que no incluyan carne, embutidos, pescado o marisco; para daros solamente un ejemplo, hay una ensalada que no contiene absolutamente nada que sea vegetal. Mi plato favorito es la ensalada de papaya verde con tomate, chili y cacahuetes (la prefiero a la que lleva cangrejitos o pescaditos secos), que acompaño con “arroz pegajoso”. He saciado un poco la nostalgia gastronómica con aceitunas, lechuga y gambas, que no había saboreado desde el verano anterior.

Al comer en los sencillos restaurantes que van los tailandeses, la alimentación me sale bastante barata, entre treinta y cuarenta bahts (o sea más o menos un euro). Curiosamente, al final del día termino gastando lo mismo en bebida, pues me cobran veinte bahts por un simple té y treinta por los zumos de fruta (que sólo toman los turistas). Igual que en la India y el Nepal, la cerveza es un lujo que no baja de los setenta bahts.

Sigo en Kanchanaburi, y de mañanita cruzo por el que debe ser el puente más famoso del mundo (y también el más feo), donde el tren ha de circular muy despacio y tocando el claxon debido a las multitudes de turistas que lo visitan durante el día. La ciudad tiene tres partes completamente distintas: la moderna, con sus avenidas, grandes edificios y centros comerciales; la turística, con la calle del Río Kwai, en la que hay docenas de bares, restaurantes, y tiendas de souvenirs y masajes de una sola planta; y después las tranquilas y silenciosas callejuelas “cul de sac” que llevan al río y a las mejores pensiones; la “Sugar Cane” está en la calle Pakistán.

Yo comparo al Kwai, limpio y verde, y al Chao Phraya (el río de Bangkok), sucio y con más tráfico que una autopista, con el Narmada y el Ganges de la India (caso parecido al del Tapajós y el Amazonas de Brasil).

Me gusta observar la reacción admirada y sonriente de los turistas que llegan desde Bangkok y se encuentran con esta paz. Algunos de ellos son insoportables, como una checa parlanchina a la que tuve por vecina y no parecía dormir nunca; no exagero, pues ya estaba paliqueando de mañanita (y despertaba al valenciano, quien, como buen ibérico, se acuesta y levanta tarde), y seguía igual cuando yo me iba a dormir; pero además se pasaba la noche armando barullo en la cama con el amante de turno: ¡Juventud, divino tesoro!

Otra chica salió corriendo de su cabaña, histérica y con la mochila a cuestas, quejándose de que había visto una rata: ¡Ja, me pregunto cómo habría reaccionado de encontrarse con una serpiente! En la mía hay un ratoncito muy simpático que vive en el interior de la desportillada puerta del baño y me recuerda al de Sauraha, que me robaba los caramelos de menta y demostraba su gran inteligencia rompiendo el envoltorio (uno de esos que parecen haber sido diseñados para que te sea imposible abrirlos).

Continúo acostándome como las gallinas (cena a las siete, película a las ocho, y a las diez ya estoy roncando), así que no soy testigo de la marcha nocturna de la calle del Río Kwai, que de día está completamente desértica y parece Lloret de Mar en invierno. Pero sí veo a los lamas que reciben la comida de los devotos y reparten rezos a las seis de la mañana, cuando me dirijo a la orilla contraria del río para darle los buenos días al Sol y asustar a los pájaros con mis horrorosos cantos mientras paseo junto a los maizales, arrozales y jardines de bambú.

Entre la fauna que hay por aquí, y aparte de las grandes ardillas pardas y equilibristas que corren por los cables de teléfono, hay unos lagartos monitor, verdes, esbeltos, de cuello fino y larga cola, parecidos a las lagartijas, que llegan a medir más de dos metros, a los que veo nadar delicadamente por el río. En todas las casas tienen perros, grandotes y sanos, a los que dejan vagar libremente, y gatos a los que ponen un cascabel en el cuello y miman como si fuesen sagrados. Uno de mis entretenimientos es contemplar los peces que sacan continuamente la cabeza del río, de los que hay a montones. Por cierto, ¿visteis a Venus y Júpiter de la mano y mirando a la Luna llena?

Lo de los monzones se ha quedado en nada, y el país está sufriendo una sequía que podría arruinarles la cosecha de arroz. Esta semana solamente cayó un chaparrón, pero fue muy aparatoso y se acompañó de unos vientos huracanados que lograron meter el agua en todos lados. Yo estuve gozando tranquilamente del espectáculo en el amplio porche que hace las veces de restaurante de la pensión, pegando saltos cada vez que caía alguna rama sobre el tejado (son de un árbol sagrado que murió hace tiempo y un día terminará viniéndose abajo), hasta que recordé al valenciano advirtiéndome que tales tormentas podían provocar goteras en las cabañas. ¡Ah! Me metí bajo el diluvio y llegué a la mía justo a tiempo para salvar a mi querido ordenador del chorro de agua que empezaba a recibir.

Una de las ventajas de hallarme en un sitio turístico está en los libros que la gente deja a su paso, y aquí me he podido dar el gusto de leer por primera vez en castellano desde el pasado octubre. A pesar de que la novela que tengo ahora entre las manos (y no otra cosa…) es exageradamente erótica (estilo que no hubiese escogido de haber diferentes opciones), no logra calentarme en manera alguna; me pregunto si se deberá a que está escrita por una mujer y, así, con una psicología femenina.

SOÑANDO. Uno de los efectos secundarios que acompaña a la abstinencia de alcohol y narcóticos es que yo recuerde mucho más los sueños (o que simplemente los recuerde, pues de la otra manera, ni, ni, ni), y la otra noche tuve uno que llegó a ser realmente complicado. Para empezar con el lío, llegaba el amigo occitano trayendo a mi querida esposa en su motocicleta, a la que no he visto desde hace cinco años y solamente me mostraba la espalda. Siempre dentro del sueño, yo pensaba, “¡Rediós, qué sueños más claros tengo al no ir “colocado!””, y recordaba un cómic de Hugo Pratt en el que unos chavales se fumaban un porro, y él decía, “Están fumando sus sueños”. En ese momento yo descubría que no lograba acordarme del nombre de ese autor veneciano, y me prometía hacerlo al despertar. Pero entonces, así de pronto, quien aparecía en escena era el mismísimo Hugo, gordinflón y campechano, diciéndome cual era su nombre, y nos sentábamos a tomar cervezas: Bebemos para olvidar… los sueños.

PALIQUE VIRTUAL. “La semana pasada me olvidé de preguntarte un par de cosas más”, “Suelta”. “¿Te consideras un buen escritor?”, “¡Ja!, ¿acaso me tomas por imbécil y piensas que soy incapaz de comparar lo que escribo con los autores con mayúsculas que leo?”. “¿Crees realmente que tus amigos no te conocen?”, “En realidad no se conocen ni a sí mismos; por otro lado, y sólo por darte un ejemplo, tengo amigos que fuman porros a escondidas de sus hijos, quiénes por supuesto hacen lo mismo sin que sus padres lo sepan, o que tiene amantes secretos de toda la vida, o que con su pareja se aburren a morir desde hace mil años, o están enamorados del vecino o la vecina. En fin, que si ellos no se conocen a pesar de convivir juntos, ¿cómo me van a conocer a mí que durante los últimos treinta años me han visto en contadas ocasiones?”.

MIRA LO QUE PIENSO. Aunque, como ya hemos comprobado, actualmente los asesinos religiosos hijos de una cerda sarnosa se encuentran en todos lados de forma parecida a una pandemia que se hubiese extendido hasta los confines más alejados del mundo, considero que quienes se van de vacaciones a ciertos países, son unos necios. Tras compararlo a una enfermedad, supongo que en los tiempos de la lepra ellos habrían escogido pasar unas semanas en Molokai, ¿no? De lo que no hay la menor duda es que los líderes de esta cruzada moderna usan la psicología para seleccionar a una colección de retrasados mentales, pues ninguna persona con dos dedos de frente se dejaría comer el coco hasta ser incapaz de diferenciar entre el bien y el mal: “Anda chico, vete a las cruzadas, y no te preocupes porque cuando te peguen un tiro en la rodilla o te saquen las tripas, no duele. Además, tu madre reirá encantada al ver por la tele que has matado a una docena de niños y has vendido a sus hermanas a un burdel, o que le has cortado la cabeza al hombre que te creía su amigo”. Lo único que tiene de bueno esta carnicería es que el malo de la película muere prácticamente siempre. Un kamikaze muerto, un imbécil menos: ¡Viva la selección natural! El Infierno y sus llamas eternas se inventaron para estos cerdos (con perdón de los cerdos, que son muy inteligentes). ¡Hua, qué a gusto me he quedado!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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