EL TIEMPO (ATMOSFÉRICO) – Kumaon, Uttarakhand, India. Los meteorólogos pronosticaron que los monzones de este año serían generosos. Cuando estaba en Malasia y planeé venir a la India, también pensé que sería así.
Por el momento lo que ha sucedido es que los monzones han llegado a Kerala con un par de semanas de antelación y, mientras van ascendiendo hacia el norte, ya han provocado inundaciones en Bengaluru y Mumbai.
También las ha habido en el estado oriental de Assam, pero éstas, que han dejado más de treinta muertos, han sido debidas a las lluvias premonzónicas.
Aquí, en las colinas Kumaon, las condiciones atmosféricas durante las semanas anteriores no han sido las habituales, pues casi a diario ha caído algún que otro chubasco, ocasionando que las temperaturas, en vez de ser muy calurosas, fueran agradablemente frescas.
Por la noche me cubro con una manta y no he conectado el ventilador ni una sola vez. Pero lo primordial ha sido que la naturaleza luce sus mejores galas y que no hayan habido los deprimentes incendios forestales que todos los años asolan los bosques en esta época.
Esas lluvias premonzónicas también han influido positivamente en mi alimentación vegetariana, pues mis anfitriones han podido recolectar verduras y otras plantas silvestres que, además de ser sanas, son muy sabrosas.
En cuanto al emparrado de maracuyá y kiwi, que cubre gran parte del jardín de esta casa, se encuentra colmado de frutos. ¡Qué ricos están al comerlos inmediatamente tras ser recolectados! También tenemos un joven aguacate que aun no da frutos.
Nunca deja de asombrarme la rapidez con que crece el bambú: lo he comprobado de nuevo al ver como rebrotaba a ojos vista el fino bambú de jardín de esta casa tras ser podado.
EL INCREIBLE INDOSTÁN – La policía de Pilibhit arrestó a ocho tipos que habían raptado una vaquilla con el fin de convertirla en hamburguesas: hubo disparos y un herido, pero la vaquilla salió ilesa.
En otra ciudad india hubo un incidente parecido, pero de distinta índole. Una patrulla de los fanáticos denominados “Vigilantes de las Vacas” asaltaron una camioneta en la que se transportaba carne y, creyendo que era carne de vaca, apalearon al chofer. Pero en realidad era de búfalo, y los agresores terminaron entre rejas.
En Agra, ciudad en el estado de Uttar Pradesh, a orillas del río Yamuna, encarcelaron a una mujer de cuarenta años que se había fugado con el joven que estaba a punto de casarse con su hija, apropiándose de las joyas y el dinero de la dote.
En Shamli, también en el estado de Uttar Pradesh, hubo un incidente similar: en una boda concertada en la que, como es habitual, el futuro esposo no vería a la joven novia de veintidós años hasta que ya se hubiese convertido en su esposa, el pobre novio se llevó una desagradable sorpresa al levantar el velo y descubrir que lo habían casado con la suegra: una viuda de cuarenta y cinco años.
En el aeropuerto de Mumbai (Bombay) detuvieron a un indio realmente estúpido que, para evitar que su familia supiese que había pasado unos días de juerga en Bangkok, había arrancado la página del pasaporte en que estaba el sello de las aduanas tailandesas.
Un musulmán de Kolkata se divorció pronunciando el ritual “Talaq, talaq, talaq”, porque su mujer parió una niña en vez del niño que él deseaba.
En Varanasi, durante uno de los frecuentes cortes del servicio eléctrico, cuatro mujeres parieron teniendo como toda iluminación la luz de dos teléfonos móviles. Definitivamente, estos teléfonos sirven para casi todo, sólo les faltaría preparar café.
Otra ventaja tecnológica: vi un video en el que un mendigo de Delhi se acercó al coche de una mujer mientras estaba parada en un semáforo y, cuando ella alegó que no tenía dinero en efectivo, el mendigo sacó uno de esos utensilios electrónicos que le permitiría pagarle con una tarjeta de crédito. ¡Ja!
PASO A PASO – Lima, Perú, otoño de 1988. Continúa de la crónica anterior. Lima nos ofreció lo mejor durante sus noches. En una ocasión en que el británico Simon y yo dábamos un paseo después de cenar, al pasar frente un local, vimos un cartel pintado a mano que anunciaba: Peña Folclórica Machu Pichu. Atraídos por la música y el sarao que oíamos, decidimos echar una mirada.
La atmósfera era de lo más auténtico, sin nada que ver con los números montados para los turistas. La decoración era cutre y simple. La limitada iluminación auspiciaba una penumbra que armonizaba con el humo de los cigarrillos y las telarañas que colgaban por doquier.
La música en vivo corría a cargo de un dulce marica, de rostro incaico, cuyas tristes canciones sonaban todas igual. La concurrencia no se asustó ante nuestra intrusión y nos recibió con sonrisas de bienvenida, animándonos a tomar asiento y pedir unos piscos.
Le comenté a Simon: “Yo viajo para llegar a lugares como este, que son parecidos a los que existieron siglos antes y que nacieron por puro romanticismo. Rizando el rizo, tales antros generalmente no son del agrado de los turistas”.
Y Simon añadió: “Yo diría que estos lugares asustan a los turistas, quienes, además, están poco interesados en profundizar acerca de las tierras que visitan”.
Otra noche, cuando cenábamos en nuestro habitual restaurante Machu Pichu, se nos enrollaron dos atractivas jóvenes limeñas que se encontraban en la mesa de al lado y, usando el incomparable arte seductor de las sudamericanas, lograron que las invitásemos a bailar en un local que ellas conocían.
“Tocan muy buenas orquestas y seguro que os gustará”, afirmaron guiándonos hacia la Plaza San Martín.
El local, al que entramos después de pagar unos pocos intis por unos tiques que incluían una bebida, era amplio, estaba profusamente iluminado, y resultó ser de lo más clásico; nada parecido a las discotecas modernas.
En el escenario, una orquesta de quince músicos interpretaba música latina, acompañando su actuación con bailes tan delicados como los de las hábiles parejas que ocupaban la extensa pista que se hallaba separada de las mesas por una barandilla.
A las chicas, que no se les cobraba entrada, las invitamos a compartir nuestras cervezas. Pero al llegar el momento del baile, ellas salieron decepcionadas porque nos excusamos diciendo: “Pertenecemos a la generación del rocanrol y no tenemos ni idea de cómo bailar este tipo de música sudamericana. Pero, por favor, id a bailar y no os preocupéis por nosotros”.
No tuvimos que decírselo dos veces, ellas se dirigieron a dos hombres, que por la edad podrían haber sido sus padres y, sin ninguna vergüenza, les pidieron si querían bailar.
Con la cerveza en la mano, al mismo tiempo que gozábamos del muy logrado espectáculo de la orquesta y de las dos docenas de parejas que bailaban de maravilla, Simon comentó: “A estas encantadoras muchachas les deberíamos pagar un sueldo como guías turísticas. De no haber sido por ellas no habríamos aterrizado aquí, y no nos lo estaríamos pasando bomba viendo esta muestra del arte musical y de la danza”.
“Muestra que en nuestros países desapareció hace tiempo”. “En Inglaterra, cualquiera de estas parejas cobraría por bailar en un escenario”.
En aquel momento, la orquesta terminó con una pieza y se despidió. Pero las parejas de danzarines no abandonaron la pista porque, unos pocos instantes más tarde, la primera orquesta fue substituida por otra con el mismo número de miembros y la música reemprendió su reinado.
Pasada ya la medianoche, y después de acompañar a las chicas hasta su domicilio, regresábamos hacia el Hotel España por las oscuras y solitarias calles limeñas charlando, sin apercibirnos que nuestros pasos eran los únicos que resonaban entre los muros.
“Ha estado de puta madre”, dije. Y Simon añadió: “Sí, pero mañana vamos a intentar salir de Lima, de la forma que sea”.“¿Te has fijado en lo distintos que pueden ser dos países a pesar de ser vecinos?˝, le pregunté. ˝Me refiero al ambiente y al desmadre brasileño, y a una alegría de vivir, que aquí no existe.
El Perú parece más triste, más oscuro, más… católico. Se diría que los descendientes de los incas siguen amargados por la invasión castellana, a pesar de los siglos que han transcurrido desde entonces.”
Olvidándonos por el momento del Perú, centramos la conversación en el Brasil. A Simón le sorprendió que yo no estuviese vacunado contra la fiebre amarilla, y me dijo:
“Pues has estado de suerte porque, aparte de ser frecuente, ya que esa enfermedad mata a bastante gente todos los años, el problema está en la policía fluvial, a la que es raro que no hayas encontrado durante las semanas que pasaste por el Amazonas, pues, al no poder aportar el certificado de vacunación, te la habrían inyectado inmediatamente y lo habrían hecho con una jeringuilla usada”.
Continuará.
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Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
