La crónica cósmica. Levanté la mirada hacia el cosmos

En las próximas crónicas os voy a seguir contando mis viajes de los años ochenta como lo hice durante las últimas semanas, pero en esta me centraré de nuevo en la actualidad y en el sitio en que he residido desde el pasado mes de julio, en la región del Ardéche, que se halla al sudeste de Francia.

Como ya sabéis, vine para acompañar al amigo occitano en sus últimos meses de vida. Tras su fallecimiento, levanté la mirada hacia el cosmos preguntándome qué debería hacer a continuación, y la respuesta fue tajante: deseaba permanecer aquí una temporada más.

Se lo propuse a la mujer que en el pasado denominé normalmente en estas crónicas “la novia del amigo occitano”, y que a partir de ahora le daré el seudónimo “la amiga parisina”, pues ella nació en la capital, y aunque después vivió dos años en Portugal, concretamente en El Algarbe, posteriormente se convirtió en hija adoptiva de esta abrupta y poco habitada parte de Francia. A ella le pareció bien que me quedase más tiempo en esta casa que compartimos amigablemente, igual que lo hacemos con las tareas domésticas o los gastos del mercado.

Aunque una de las razones que me animaron a permanecer más tiempo en Le Teil fue completar la ceremonia de despedida de mi buen amigo, también se halló de por medio mi gran egoísmo y que, sé sincera sinceridad, me siento de maravilla en esta casa desde la que, a través de sus ventanas, contemplo el cielo, que viste de azul la mayoría de los días, el verdor de los árboles que cubren los jardines y las colinas de los alrededores, perfecto ecosistema para los muchos pájaros que los habitan.

Por las ventanas también entran durante todo el día los rayos de un sol que, y a pesar de hallarnos en invierno, y al contrario de lo que sucede en el centro de Europa, calienta de verdad. También ha pesado en mi decisión que, tal como mencionaba en la última crónica, por el momento no siento la menor ansia viajera que altere mi perenne paz mental, como podría suceder, pongamos por caso, si el paladar y el estómago no estuviesen satisfechos.

Pero resulta que, entre otras cualidades, la amiga parisina es una buena cocinera que, además, no anda corta de imaginación y sigue una dieta sana. Sirva como ejemplo que, aparte de que bebemos el agua que traemos de un manantial cercano, ella adquiere la verdura, las legumbres y la fruta en la Ferme Chapus, una granja biológica que se adelantó a su tiempo al empezar ese tipo de cultivo en el año 1975.

Valoro hacer las compras allí porque, al revés de lo que sucede en los supermercados, el trato es personal y, digámoslo todo, lento, pues parece más una visita social en la que se conversa plácidamente acerca de distintos temas, sin que cuenten para nada las manecillas del reloj. Otra peculiaridad de ese comercio es su negativa a aceptar tarjetas de crédito porque los propietarios son unos rebeldes que no sienten simpatía por los bancos.

Una de las pocas cosas que mi paladar echaba en falta en Asia eran las aceitunas, de las que ya me dejó plenamente satisfecho el amigo valenciano hace un año, con las que él sazonaba y preparaba personalmente, y actualmente me deleito con unas de Marruecos que llevan ajo y chili verde.

Os recomiendo la receta que la amiga parisina prepara para aliñar la ensalada (¡en Asia tampoco había lechugas!): pasta de almendras, balsámico de sidra alemán (mejor de la marca Beutelsbacher), un poco de mostaza, unas gotas de agua para diluirla y aceite de oliva virgen. Ya que menciono la mostaza, ¿habéis probado la mostaza con albahaca y el limón japonés Yuzu? ¡Pura delicia! Y lo mismo opino del sirope de paja.

Otras recetas deliciosas de la amiga parisina: crema de calabaza con leche de coco y cúrcuma; endivias o lechugas cocinadas con queso y trigo sarraceno.

Una buena comida francesa se termina siempre (¡cuando ya no crees que puedas comer ni un poco más!), con una tabla de quesos, que los bretones acompañan con la ensalada. Otra enseñanza que me transmitió “mi” cocinera cuando me hice un corte (mi piel es parecida al papel) con un tenedor muy afilado (era de plata, o sea letal para un vampiro como yo): la herida dejó inmediatamente de sangrar cuando ella me aplicó aceite esencial de Hélichryse italiano.

Terminaré con esta sección dietética dándoos la receta de un cóctel finísimo que me preparó el hermano de la amiga parisina: un poco de jengibre machacado, piel de lima rayada, ¼ de ron con piña y ¾ de ron Havana Club.

La amiga parisina, que me cuida maternalmente como hacen conmigo casi todas las mujeres (pobrecito…), también se preocupa de sacarme de vez en cuando de casa porque teme que me aburra. En una de las excursiones que me organizó fuimos al pueblo de Pradons y al Cirque du Gents, en las gorjas del Ardéche. No olvidéis que “clickando” sobre los nombres que aparecen en color naranja se os abrirá un portal con información acerca de esos sitios.

Estuvimos andando varias horas (unos nueve kilómetros) por los senderos diminutos de unos bosques bajos cuyo suelo rocoso estaba cubierto de musgo y hojas secas. Hallamos las ruinas de un par de casas que habían sido construidas con grandes bloques de roca, que habrían sido tan difíciles de cincelar como de transportar.

En otra excursión más corta trepamos varios kilómetros por caminos forestales hasta hallarnos por encima de Le Teil, teniendo unas espectaculares vistas por los cuatro puntos cardinales, con los Alpes nevados y el monte Ventoux al este, y paseamos entre campos de lavanda, plantas que conservaban su perfume a pesar de estar peladas, y plantaciones de encinas que podríamos denominar truferas, que estaban valladas para evitar que los jabalíes acudiesen a comer las trufas que brotaban junto a ellas.

Igual que en el resto del Ardéche, el entorno estaba lleno de muros de roca que, igual que en las ruinas de Pradons, me hicieron pensar en unos antiguos habitantes muy musculosos.

Una excursión más cercana, y sin vernos obligados a trepar, nos llevó al hermoso cauce del Ródano, río en el que habitan cisnes, patos, cormoranes y un sinfín de pájaros. También existe un canal que marcha paralelo a este cauce natural: fue construido para evitar las frecuentes inundaciones de pueblos contiguos como Le Teil, pero también para facilitar la navegación de las grandes barcazas de carga y los cruceros turísticos.

La estación ferroviaria de Le Teil fue edificada en el mismo sitio en que con anterioridad se hallaba el puerto del río, en el que atracaban las embarcaciones. Docenas de canales parecidos cruzan Francia en todas direcciones; conozco a unos belgas que organizan pequeños cruceros con los que llevan turistas desde su país hasta las costas del Mediterráneo.

Una visita muy interesante la hicimos a una antiquísima aldea con solamente tres habitantes (también había un gato silvestre noruego muy peludo con unas patas muy grandes), donde vive un amigo nuestro en una casa del Siglo XIII, edificada con losas secas que solamente mide cuarenta metros cuadrados. La localidad se halla dentro del Parque Nacional de Cevennes y es como un nido de águilas en el fin del mundo: totalmente encerrado entre montañas cubiertas de densos bosques. Se podría considerar agreste incluso en una zona tan agreste como el Ardéche, pero gracias al mundo “modelno” no le faltaba una buena conexión de internet. Por debajo corría el serpenteante río Chassezac.

Unas notas más acerca de este pueblo llamado Le Teil. Junto a él está la que fue la primera fábrica de cemento de la multinacional Lafarge, que ahora se halla en medio mundo. Fue creada en 1883 por el aristócrata visionario Léon Pavin de Lafarge, quien inventó la forma moderna con la que actualmente todavía se sigue produciendo el cemento. El padre del amigo occitano emigró aquí desde el Venetto para trabajar en esta fábrica.

Aquí van unas instantáneas que iré sacando del baúl de los recuerdos de los meses anteriores. A finales de verano aparecen las uvas casi maduras, y poco después la vendimia. Los cohetes que lanzaban para romper las nubes que amenazaban con soltar una granizada.

Las ventoleras del fuerte mistral que desciende por el río Ródano, que en verano se agradecen porque refrescan, pero se maldicen en invierto al helarte el tuétano de los huesos. Vi una película basada en la vida de Van Gogh en la que el pintor vivía en Arles, al sur de aquí, y tenía que lidiar con el mistral.

De todos modos, igual que en Lanzarote, gracias al puto viento el aire es limpio y la polución nula. Los escarabajos anaranjados que me recordaban a los de Chitwán corriendo a docenas por el jardín de esta casa.

En las semanas en que los árboles perdieron las hojas, una mañana, durante mi paseo, llegué frente a varios ejemplares de los que parecían llover hojas, pues caían imparablemente, unas tras otras, hasta que se quedaron completamente calvos. Al desaparecer el muro verde de la naturaleza pude ver casas e incluso calles de este vecindario que no sabía que existiesen.

Lo mejor de este sitio: el silencio de las noches que me permite dormir tan placenteramente como en la cabaña de Sauraha: cuando fumo un porrito antes de acostarme oigo pasar a lo lejos un tren de carga que será el único en romper el silencio durante las siguientes horas. Ya que he tocado este tema, valga añadir que cerca de aquí se encuentra la base aérea de la Armada Francesa de Orange, y sus avioncitos de guerra nos pegan más de un susto cuando pasan atronando durante el día. Me recuerdan a la ciudad india de Jaisalmer, en el desierto de Thar del Rajastán, que también tiene una base aérea a pocos kilómetros, y al anochecer, mientras tomaba una cerveza Kingfisher en la azotea de mi pensión, me entretenía contemplando las llamas que escupían los traseros de los viejos reactores MIG.

Una expresión divertida acerca de los extranjeros que hablan mal el idioma francés: habla como una vaca española.

Otro recuerdo gracioso: el viejo médico que trataba al amigo occitano y siempre me veía sentado como un yogui, un día me preguntó riendo si yo iba de camino al Nirvana. Le respondí con el mismo tono que ya estaba allí desde hacía tiempo. Entonces la amiga parisina le puso la guinda a la broma añadiendo que yo, al verla a ella por las mañanas, creía efectivamente hallarme en el Nirvana.

La amiga parisina me llama Mister Nando Baba: “Good night, mister Nando Baba”. ¡Ja!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba

1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Mister Nando Baba ha olvidado acerca de mis recetas culinarias, a), que la crema de calabaza también lleva unas zanahorias y un poco de jengibre fresco, y b), que las endivias o las lechugas hay que freírlas antes de añadirles un poco de agua y zumo de naranja.

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