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La crónica cósmica. Lo mataron a tiros

NOTAS DE CAMPO – Sauraha, Chitwán, Nepal. La niebla que asciende del río Rapti va cubriendo poco a poco las mañanas de Sauraha anunciando, como un pregonero, la cercanía del invierno.

Las temperaturas han ido descendiendo durante los tres meses anteriores desde los treinta y nueve grados, que me animaban a ducharme repetidamente y también a refrescarme en la piscina que hay junto a mi cabaña, hasta las mínimas actuales de catorce grados que tenemos de madrugada.

Cuando en agosto llegué desde la India, los monzones todavía estaban dando caña y pude valorar debidamente las lluvias como lo hacían los nepaleses porque, en cuanto el sol conseguía hacerse un hueco entre las nubes, tenías la sensación que sus rayos te iban a derretir el cerebro.

Ya os mencioné tiempo atrás que los monzones auspiciaban el crecimiento del musgo. Un musgo, bonito y destellante, pero peligrosamente resbaladizo que llega a cubrirlo todo, desde las rocas al cemento, los ladrillos y los troncos y, como la nieve o el hielo, puede provocar accidentes y que acabes con algún hueso roto.

Gracias a los vestigios infantiles que todavía ocupan el escenario de mi vida, soy patoso como un niñito y raros son los monzones en que no esté a punto de pegarme la gran hostia. Por suerte, y en armonía, también conservo una agilidad digna de la adolescencia y salgo más o menos indemne de tales trances.

En las pasadas semanas he visto segar a mano los arrozales y escuchado el ruido de las desgranadoras antes de que arasen los campos para plantar la mostaza, que los cubrirá con el amarillo de sus flores.

Los mosquitos, pocos pero pesados, han ido disminuyendo paulatinamente sus ataques, mientras brotaban flores por doquier y se multiplicaba el número de las mariposas.

Igual que en años anteriores, el termitero que se “hospeda” en la puerta de mi cuarto de baño no ha dejado del dar la lata, cubriendo de vez en cuando el suelo con lo que yo creo que es arcilla muy fina, pero que mi hermano y corrector asegura que es serrín.

SUCESOS – El nuevo superintendente de policía decidió amargar un poco la vida a los aficionados a la maría e infiltró a uno de sus agentes para que, haciéndose pasar por un comprador, pillase con las manos en la masa a un chico de este vecindario que la vendía. Por suerte para el chico, ese día se había quedado sin material y salió indemne de la trampa.

Por el contrario, la hermana mayor de ese mismo joven, una respetable madre de familia que dirigía su propio comercio de confección y estaba casada con un empresario, terminó en un calabozo de la comisaría al tener la mala idea de venderle unos gramos de maría al infiltrado.

Cuando se dan hechos de ese tipo en el Nepal, los arrestados se hallan en un peliagudo cruce de caminos en el que, si no quieren terminar pasando una temporada entre rejas, será mejor que lleguen a un acuerdo económico o con los policías que los han detenido o con el oficial que se halle al mando de la comisaría.

Pero el caso de esa señora, a la que podríamos denominar “camella aficionada”, fue la excepción que confirmaba la regla, pues lo hizo de una forma insólita.

El hijo de la detenida, que era buen estudiante y un renombrado delantero centro del equipo local de fútbol, se negó a jugar el importante partido que se iba a celebrar a menos que liberaran a su madre. Ante tal disyuntiva, en la que se hallaba de por medio el sentimiento patriótico de los habitantes, el oficial de la policía dejó libre sin cargos a la mujer sin sacarle una sola rupia.

Condescendiente, el oficial se limitó a advertirle que no volviera a las andadas, a menos que quisiera acabar como los dos pobres chavales que, tras ser cogidos fumando un simple porro, tuvieron que pagar una buena cantidad de dinero para no terminar ante el juez.

Hará cosa de dos semanas, hubo un suicidio en este vecindario que podría haber dado título a la película: “El árbol del ahorcado”. Quien puso fin a su vida de esa manera era un tipo que había acabado amargado y alcoholizado tras fallecer su esposa. Así que, a pesar de la desagradable sorpresa que tuvo la gente al descubrir su cadáver una mañana, a nadie le extrañó demasiado.

PASO A PASO – Breves, Amazonas, Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior. Diariamente, mientras veíamos a los niños del pueblo ensayar el desfile que harían el 7 de septiembre, día de la liberación nacional, Rasta y yo nos sentíamos a gusto como en casa en aquel Breves selvático, donde la población ya empezaba a tratarnos como a unos vecinos más.

Una mañana en que Rasta abandonó su habitación cubierto únicamente con una toalla y se dirigió al baño con el convencimiento de tener el hotel en exclusiva, al abrir la puerta del cuarto se encontró frente a Sandy. La chica alemana salía de la ducha chorreando. Su cuerpo era pura armonía de formas y hubiese dejado boquiabierto a cualquiera.

Rasta se quedó atónito, paralizado, observando en silencio a la Venus bávara. “¡Hombre, Rasta! ¿Cómo vamos?”, exclamó ella tranquilamente. “Caray, chico, cualquiera diría que nunca hubieses visto a una tía desnuda”.

Cinco minutos después, Rasta descendía apresuradamente las escaleras en dirección al comedor del hotel, donde yo estaba tomando el “café de manhá”. “Las dos alemanas están aquí”, me explicó; “llegaron anoche en un barco que se dirigía a Santarem”. Después de tragar un pedazo de papaya, comenté sonriendo: “Vaya, vaya, nos pasamos veinticuatro horas junto al río sin ver un puto barco y cuando hay uno ni nos enteramos.

Definitivamente nuestro karma estaba marcado por Breves, tanto si queríamos como si no teníamos que pasar más días aquí que en cualquier otro lugar de Brasil”.

Cada tarde el cielo se iría oscureciendo hasta alcanzar un terrorífico color negruzco. Entonces empezarían a caer gotas, grandes y pesadas como piedras, plaf, plaf, plaf, que anunciarían la llegada del gran chaparrón, una cortina de agua que, a su paso, cubriría el paisaje, las calles y los edificios. Un espectáculo diario que, en manera alguna, afectaba la vida urbana.

Los chicos continuaban, imperturbables, jugando al voleibol; las parejas seguían con sus paseos; los borrachos, echados sobre las aceras, no interrumpían su sueño, y las amigas seguían contándose los ligues conseguidos la noche anterior en la discoteca. El único cambio consistía en la momentánea desaparición del bochorno con la agradable llegada del aire fresco.

No debía ser muy vieja, pero tenía el aspecto de una abuela. El escote de su vestido dejaba ver unos senos flácidos y caídos, y su rostro era el de un mono triste. Su pena se debía a la reciente muerte de su novio. “Lo mataron a tiros”, me explicó con voz grave mientras pegaba caladas a un cigarrillo Continental y me mostraba la foto de un tipo joven y guapo.

A continuación, gozando de sus tristes sentimientos, hizo sonar otra vez en el tocadiscos la canción de amor que conseguía ponerla todavía más melancólica. El decorado era un bar muy cutre donde ella trabajaba como única camarera. El lugar, iluminado por una sola y triste bombilla azulada, recibía pocos clientes. Los asientos eran pupitres de escuela alineados junto a los muros.

En uno de éstos estaba sentado yo con una cerveza Antártica delante. “¿Tienes “maconha”?”, le pregunté a la mujer. Ella desapareció en la trastienda en busca de la maría, y pensé: “¿Cómo coño se las arregló Rasta para hallar tan triste antro?”.

Un día descubrimos que la inesperada y larga estancia en Breves nos había vaciado los bolsillos de la moneda local. Necesitados de cruzados, tratamos de imaginar quién podría manejar el mercado negro en tan selvático lugar.

Nuestras pesquisas nos llevaron hasta un insospechado personaje que, por ser domingo, estaba bastante ocupado, puesto que era, ni más ni menos, que el cura del pueblo. Nos recibió en la sacristía después de oficiar misa. Resultó ser un vasco de lo más amable, que nos pagó un buen precio por los dólares.

Terminada a transacción comercial nos advirtió, medio en serio y medio en broma: “Tened cuidado con las mujeres brasileñas”. “Lo tendremos, padre, lo tendremos”, respondimos nosotros al unísono como si fuésemos dos escolares.

Al salir de la santa casa, el buen hombre nos dijo: “Si os gusta el cine, está tarde proyectan una película en el local de la parroquia que hay junto a la iglesia; pero si queréis sentaros deberéis traeros las sillas”.

Por la tarde, puntuales y llevando bajo el brazo dos sillas plegables que habíamos pedido a Rosángela, la recepcionista de nuestro hotel, Rasta y yo nos encontrábamos frente al lugar indicado viendo llegar al pueblo en peso. Abuelos, padres e hijos, o sea personas de ambos sexos y todas las edades, fueron entrando en el espacioso local, de altos techos, cargando cada uno con su asiento.

El barullo de mercado no mermó cuando, a las cinco, se apagaron las luces y empezó puntualmente la proyección. Nos quedamos atónitos cuando en la pantalla apareció el título de la película: “Sexo Explícito”. En otra cultura, aquella película habría sido catalogada desde el primer instante como pornográfica.

Así, de entrada, aparecieron en escena dos parejas follando. Al terminar el polvo, los dos chicos empezaron una cómica lucha usando sus pollas como si fuesen espadas.

A las cinco y cuarto, Rasta y yo abandonábamos el improvisado teatro soltando las mismas carcajadas que se oían en el interior. «Me encanta la libertad y la alegría de este país —comenté sin dejar de reírme—: donde quizá la única palabra prohibida será “tabú”.

Si por sorpresa mostraran algo así en un cine familiar de Asia u Oriente Medio, con toda seguridad quemarían el local y empalarían al dueño. En Europa o en Norteamérica, se armaría el gran escándalo y demandarían a la empresa. Sin embargo, aquí, en este maravilloso Brasil de mentes abiertas, tanto los abuelos como sus nietos, no han ocultado cuánto les gustaba ver follar a las dos parejas.

Luego, mientras los dos majaras luchaban con sus pollas, se han reído a gusto». Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Por qué está mal visto criticar a los muertos? ¿Acaso ni tan siquiera podemos denunciar sus fechorías cuando la han palmado?
  • Ya lo dije otras veces: me gustan los perros, pero no las personas que tienen carácter de perro.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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