La crónica cósmica. Los marcianos tampoco somos perfectos

Supongo que os asombrará, y que quizás exclamaréis incrédulamente, “¡No puede ser!”, si os confieso que los marcianos tampoco somos perfectos; y es así porque, a pesar de haber evolucionado mucho más que los terráqueos, y que ni el marcianito más rastrero y acomplejado llevaría a cabo las desvergonzadas acciones que para vosotros son el pan de cada día, estamos de tal forma acostumbrados a decir la verdad como para que los habitantes de otros planetas, por ejemplo los venusianos, opinen que somos enfermizamente sinceros. Efectivamente, casi nos resulta imposible mentir, y en mi caso, si no deseo cantarle las cuarenta incluso a Dios y a su madre, me veo obligado a prepararme mentalmente para intentar controlar mi lengua viperina.

Debido a tal debilidad, cuando adiviné en varias ocasiones que los actos de algunas amistades mías habían sido tan emocionales como para que no supiesen realmente lo que acaban de hacer, les pregunté sin la mínima misericordia si estaban locas; curiosamente (o no…), cada vez recibí la misma respuesta en la forma de una nueva pregunta, “¿Y tú?”. Cualquiera con un mínimo de sicología estará de acuerdo en esa réplica (a la que yo denomino como “tirar pelotas fuera”) implica una afirmación. Umm, tras lograr ensuciar veinticinco líneas con esta parrafada, os aclararé que lo he hecho para retomar el tema del horóscopo y de las similitudes que se dan entre las personas nacidas en fechas parecidas; pues cada una de esas personas que actuara y respondiese exactamente igual pertenecía al mismo signo del zodíaco. Tratando (supongo que inútilmente) de minimizar el contraataque que recibiré, definiré ese tipo de locura al que me refiero como: “Un descontrol emocional gracias al cual no son conscientes de sus actos y, si fuesen filmadas en secreto, al verse a sí mismas serían las primeras en quedarse atónitas”.

Cuando retorno a la península ibérica después de una larga ausencia, y a pesar de sentirme como en casa en cualquier lugar del mundo, siempre aprecio el trato natural, suave y amable de los celtíberos. El mejor ejemplo de ello lo he tenido al hacer el vuelo de regreso con una compañía aérea local y ser atendido por unas azafatas ante cuya simpatía y buen rollo creerías que son vocacionales. No olvidéis que mi punto de vista ya no es el de un celtíbero o tan siquiera un occidental, y que comparo tal comportamiento con el de los alemanes, los indostanos, nepaleses, marroquíes, etcétera, que fueran mis vecinos. Hace unos días, mientras estaba viendo un programa culinario de la tele con un amigo que es un gourmet nato, las cámaras nos llevaron de viaje hasta Sidney para entrevistar a diferentes cocineros ibéricos que residían y trabajaban en esa ciudad, y cada un de ellos se mostró encantador y dicharachero como si fuese un profesional del espectáculo; por pura casualidad también se encontraron con uno de los tres hermanos que dirigen el restaurante “El Celler de Can Roca” de Girona, que ha sido escogido varias veces como el mejor del mundo por un selecto grupo de cocineros, e incluso éste se comportó con una suavidad que hubiese sido inimaginable en un centroeuropeo. ¿Se deberá a la amable cultura oriental que heredáramos de los musulmanes?

Desde que regresé de las tierras occitanas hace tres semanas he estado continuamente rodeado por los virus maliciosos que sufrían mis amigos y familiares casi sin excepción, con sonoros estornudos, narices enrojecidas que manaban como manantiales, y lúgubres toses con ecos de catacumba. Al tener claro cual era la situación desde el momento en que abrí la puerta, me apresuré a comunicarme con las células de mi cuerpo, como hago siempre en estos casos, advirtiéndoles del ataque que se avecinaba; y ellas, todas a una, han reaccionado hasta ahora de la mejor manera aniquilando a esos malditos seres microscópicos (toco madera). Aunque yo peque generalmente de chuleta asqueroso, no os estoy contando esto para fardar, sino con la intención de aconsejaros que hagáis lo mismo, pues el simple hecho de reconocer la existencia de los millones de células que componen vuestro cuerpo ya os comportará grandes beneficios y mejoras.

Mientras me hallaba al norte de los Pirineos traté a diferentes personas relacionadas con el mundo del cine, escuela en la que estudió la novia del amigo occitano, y éstas me hablaron acerca del desbarajuste que comportaba tal oficio, ya que podían pasar largos meses de aburrida inactividad esperando la llegada de un contrato hasta que, tras lograrlo, se verían obligadas a trabajar frenéticamente sin un momento de reposo. Aprovechando que he tocado el tema cinematográfico, os confesaré que a mí solamente empezó a gustarme el cine español el día en que Pedro Almodóvar apareció en escena (expresión idónea ¿no?). El caso del fútbol fue similar, ya que me pareció un espectáculo (es un deporte para quienes los practican…) aburridísimo hasta que el entrenador Pep Guardiola impuso su estilo en el Barça.

Como aficionado a la música, y a pesar de que cuando era locutor radiofónico asistí gratuitamente a más conciertos de los que pudiese desear, nunca he tenido la suerte y el placer de estar en un bar al que llegara inesperadamente un músico reputado que nos deleitara con unas canciones. Pensé en ello hace un par de días al leer en el periódico que Ron Wood de los Rolling Stones lo había hecho en un local barcelonés donde había entrado para tomar una copa.

Si os dijese que iba a crear un áshram (es una fantasmada, pues no lo haría ni loco) donde se enseñase a desarrollar la imaginación, el coraje, la reflexión, la tolerancia, la dignidad, la humildad, la generosidad, la espiritualidad, la creatividad, la sicología, la empatía, el amor y el respeto por cualquier tipo de vida, ¿vosotros qué asignatura añadiríais?

La evolución personal tiene mucho que ver con el aburrimiento, y es así por el simple hecho de que, al hacer cosas, nos divertimos (y no hablemos ya del éxtasis que auspician el aprendizaje y la creatividad). ¿Puede haber algo más soporífero que dedicar tu tiempo a permanecer estático como una sanguijuela que esperase la llegada de una dosis de sangre? A ello se le ha sumado recientemente un descubrimiento científico acerca de la reacción positiva que la actividad física provoca a las neuronas, conque, supongo, ellas, las neuronas, aprovecharán los ratos de descanso mental y de ocio para ayudarte a reflexionar, pensar y planear nuevas actividades. Usar debidamente el cerebro es una forma de actividad, como lo es leer un libro o ver una buena película; sin embargo creo que resulta muy distinto lo de plantarse rutinariamente ante un televisor, porque, precisamente, lo hacemos para desconectar totalmente, y es incluso más apropiado que lo de beber para olvidar, porque ante la caja tonta se duermen de aburrimiento incluso las neuronas más marchosas. En realidad, para lograr olvidar has de dejar de pensar, ya que si piensas, difícilmente olvidas.

Estoy de acuerdo con el escritor Javier Cercas cuando asegura que para saber quién eres necesitas verte desde afuera (sucede igual con tu país). También dice que uno no vive para descubrir a los demás, sino a sí mismo. Por mi parte añadiré que debes romper con las raíces familiares para descubrir las tuyas.

¿Piensas lo que sientes y sientes lo que piensas? ¿Tus emociones están en armonía con tus ideas? ¿No crees que las emociones te ayudan a humanizar tus ideas, y que gracias al raciocinio logras observar y, así, comprender las emociones con sus locuras y paranoias? (“¿Paranoias? ¡¿Qué paranoias?!”).

Debido a que cada cultura ha desarrollado el vocabulario más adecuado para la situación en que se halla, los esquimales tienen una docena de nombres para los distintos tipos de color blanco, los Tuareg hacen lo mismo con los vientos, los rusos con los insultos, y los católicos con las formas de blasfemar.

Momentos inolvidables. La vida en rosa: Érase una vez un crepúsculo totalmente rosado que coloreaba las aguas del Río Negro y las selvas que lo encerraban; yo estaba hundido en el cauce hasta la cintura tratando de desatascar la barca en que navegaba mientras una familia de delfines rosados resoplaba a mi alrededor.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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