La crónica cósmica. No hagas esto o no tomes aquello

REGRESO AL PASADO – Kumaon, Uttarakhand, India. He vuelto otra vez a las Colinas Kumaon, lugar al que he venido repetidamente desde que lo descubrí en 1991. Con vuestro permiso, y sin él, seguiré manteniendo en secreto el nombre del pueblo en que estoy. Aquí van algunos datos para los que seáis nuevos lectores de estas crónicas (y para los antiguos que vayáis cortos de memoria).

Kumaon se halla en la cordillera Shivalik, que marcha paralela al Himalaya durante mil seiscientos kilómetros, desde Nepal a Pakistan. La casa en que me hospedo se encuentra a mil trescientos metros de altitud, en una comarca en la que hay docenas de lagos que propician una inaudita diversidad y cantidad de pájaros.

Aunque en los meses de diciembre y enero las temperaturas llegan a ser frías, e incluso puede caer alguna nevada, el resto del año son ideales; los árboles frutales que hay en el jardín de mi cabaña son una prueba de ello: aguacate, mango, guaba, kiwi y mi predilecto, el maracuyá.

Esta casa se halla a los pies de una colina cubierta de bosques y en la cumbre de una loma que queda por encima de dos pequeños valles a los que anteriormente sus pobladores dedicaban exclusivamente al cultivo, pero en los que durante última década, como si les hubiesen ido saliendo unos sarpullidos, se han edificado algunas viviendas y viveros.

A través de los años me he alojado en diferentes cabañas de la zona, pero recientemente vengo a esta casa en la que me miman como a uno más de la familia.

Gracias a que son brahmanes, la alimentación es completamente vegetariana y sana: valoro que sea así después de haber comido demasiada carne en Tailandia y Laos durante los meses anteriores. Mi dieta incluye todas las mañanas un zumo de maracuyá recién exprimido (es la temporada de esta fruta), por la tarde un plátano o un mango, y cada comida va acompañada de un yogur.

El agua que bebo llega directamente de un manantial. Mejor, imposible, ¿verdad?

Al venir desde Delhi cambié la polución y el bochorno de la capital por el aire fresco y limpio de estas tierras. También cambié el ruido constante de la gran ciudad por el silencio de estos bosques, que sólo rompe el canto de los pájaros, las llamadas de alarma del ciervo ladrador y el gruñido de algún leopardo.

Estos días, las conversaciones de la gente están relacionadas con los monzones: hasta dónde han llegado ascendiendo desde el sur, dónde se han desviado, dónde se han detenido y, claro, los destrozos que han causado, como las docenas de puentes que se han venido abajo: quince en el estado de Gujarat.

Aquí, en Kumaon, aún seguimos esperándolos (vienen con retraso). Sin embargo, tenemos la suerte de que casi todos los días, sobre todo de noche, nos caen unas abundantes lluvias que riegan estos bosques y refrescan la temperatura. La tormenta de anteayer provocó un descenso de diez grados en menos de media hora.

PASO A PASO – Carpintería de Río Seco, Brasil, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. La supuesta aldea en que se hallaba la vivienda del peruano Julio Alejandro se componía de cuatro casitas, esparcidas por un amplio valle por el que cruzaba un camino poco transitado, donde se cultivaban diferentes cereales, verduras y árboles frutales, entre los que pastaban caballos y vacas.

En la casa de Julio Alejandro había solamente dos habitaciones en las que, aparte de una mesa y cuatro sillas, no había ninguna cama; y mi amigo Rasta demostró tener fibra de trotamundos al aceptar estoicamente que deberíamos dormir en el suelo. Por lo demás, el lugar era idílico y la población, un encanto.

Por un lado, como vecinos, teníamos a una joven pareja uruguaya compuesta por el melenudo Oscar y la dulce Carina. Por el otro, al senhor Joaquím, un hombre charlatán y bromista, de pelo blanco, siempre calzado con botas y tocado con un sombrero de vaquero, que pasaría la mayor parte del tiempo con nosotros contando historias en su portugués castellanizado.

Al ver que aquellos sudamericanos se dedicaban a hablar todos al mismo tiempo, acompañando la charla con cervezas Brahma y cigarrillos Belmont, creí hallarme de nuevo en Gambia, donde era habitual que varias personas paliqueasen al unísono y sin escuchar a los demás.
Julio Alejandro compartía la vivienda con su novia Neusa y la hija de ésta, Charlot.

Neusa era una simpática mulata salvadoreña de veintiséis años a la que no tuvimos que presionar para que nos contara su vida: “En la adolescencia sufrí una enfermedad muy grave y no podía ni andar ni tenerme en pie.

Cuando los médicos renunciaron a curar la dolencia, mi madre mandó llamar a un chamán. Éste me cubrió de antiguas magias traídas de África, quemó incienso alrededor, y rezó a los espíritus más milagrosos mientras friccionaba mi cuerpo con hierbas. Hasta que me curó.

Pero la cosa no terminó ahí, pues el chamán también descubrió que yo era una médium nata y tenía grandes poderes. Así que, pasados unos cuantos años y después de haber parido a Charlot, celebramos otra ceremonia en la que me hicieron tres cicatrices en cada hombro, y las cubrieron de ungüentos para evitar que algún espíritu malo entrase en mi cuerpo y me poseyera.

Durante varias semanas llevé un brazalete de hierbas africanas en cada brazo, uno macho y el otro hembra. Tiempo en el que no me permitieron beber alcohol ni follar. Y ahí terminó la primera parte de mi introducción al mundo de la magia.

La segunda la voy aplazando hasta que haya vivido como madre y mujer normal. En ella deberé pasar tres meses en total soledad dedicada a la meditación y aprender a tirar las conchas de “bucio” para poder leer el destino de la gente. Después ya me vestiré y cubriré mi cabeza con tela blanca, levantaré un templo en mi casa, y me dedicaré exclusivamente a salvar y curar a las personas y a sus almas de toda clase de males”.

Al atardecer, Neusa cocinó un “feijao”, que hizo las delicias de los comensales. Rasta y yo aportamos a la fiesta cervezas y más cervezas, que cuando hacía falta íbamos a comprarlas a un chiringuito cercano donde, además vendían jabón, tabaco y cuatro cosas más, fuese la hora que fuese.

Al fin, los vecinos regresaron a sus casas y todo el mundo se fue dormir. Rasta y yo nos metimos en los sacos de dormir y, en la oscuridad, le comenté a mi amigo: “Seguro que preferirías estar en un hotel de cinco estrellas en Río de Janeiro follándote a una tía despampanante, ¿verdad?”.

“Muy perspicaz”, respondió Rasta. “Sabes muy bien que he cruzado medio mundo con la intención de hartarme de follar. Y aquí me tienes, en mi tercera noche brasileña, durmiendo en el duro suelo y sin tan siquiera poderme hacer una paja por falta de intimidad”.

“Yo, por el contrario, me corro de satisfacción precisamente por haber sido invitado a residir en un lugar como éste y compartir la vivienda con personas como Julio Alejandro y Neusa. Sí, amigo mío, deberías felicitarte por estar conociendo desde el primer paso la parte más auténtica del Brasil, algo que pocos turistas logran por mucho que paguen. Por otro lado, durante las próximas semanas descubrirás que las amantes caras y los hoteles de lujo son idénticos a los de cualquier país”.

Rasta me replicó riendo: “Te gusta este sitio porque eres masoquista; pero también eres un sádico al obligarme a dormir en el suelo en vez de poder hacerlo en una confortable cama. Vete a la mierda, capullo”. “Yo también te quiero”, añadí cuando ya me estaba durmiendo. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Sigues teniendo ganas de vivir o es que te atemoriza morir?
  • El descubrimiento del “yo” representa un gran hito en la evolución de los animales. En la evolución de un ser humano hacia la edad adulta lo es el descubrimiento del “nosotros”.
  • Comparo las restricciones que nos impone el médico para alargar nuestra vida, no hagas esto o no tomes aquello, como un coche viejo al que guardásemos nostálgicamente en el garaje sin usarlo para retrasar el día de llevarlo al desguace.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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