La crónica cósmica. Nunca olvido una cara, pero…

PERO… – Konark, Odisha, India. Cuando una persona me está diciendo algo, sobre todo si es acerca de mí, tras lo que sería la introducción estoy aguardando a que aparezca en escena el inevitable “pero”, que me aclarará por dónde van los tiros. Quien sea un poco diestro en psicología empezará su perorata alagándote hasta estar seguro que le prestas toda tu atención y luego, intercalando el “pero”, te dará el palo.

“Es usted un empleado modélico, pero… vamos a tener que despedirle”. “Su hijo es un alumno realmente inteligente, pero… vamos a expulsarlo porque también es el más holgazán de la escuela”. “Te quiero, pero… no te aguanto”. “Tu traje nuevo es muy elegante, pero… apestas como una pocilga”. O como diría el genial Groucho, “Nunca olvido una cara, pero… en su caso haré una excepción”.

Al contrario que los occidentales, a los que nos gusta mucho hablar de lo mal que está todo, incluso si nos hallamos en un lugar paradisíaco aislado del resto del mundo, a los indios les disgustan las conversaciones acerca de temas desagradables, y he comprobado muchas veces que si a un indio le cuento algo negativo, inmediatamente deja de escucharme.

Esta parrafada tenía como fin advertiros que, al revés de lo que hago habitualmente al describir las bondades de mis sitios favoritos, en esta crónica voy a poner a parir la localidad de Konark detallando todo lo que me disgusta de su versión actual, aunque, de todos modos, me guardaré un “pero” positivo para el final. ¿Vamos allá?

El gobierno de Odisha (os recuerdo que la India es un estado federal), ha promocionado Konark hasta convertirlo en una de las mayores atracciones turísticas de la India adonde diariamente llegan miles de visitantes: es la maldita pandemia turística de la que todos formamos parte.

La pequeña carretera de limitado tráfico que viniendo de Puri pasaba frente a mi pensión y cruzaba el bazar se ha transformado en una avenida de circunvalación, de seis carriles por la que transitan docenas de autocares venidos de todos los confines del país que, como era de esperar, hacen sonar continuamente sus cláxones consiguiendo que el silencio que reinaba haya pasado a ser historia. En la mayoría de los casos, estos vehículos disponen de literas y acarrean bombonas de gas y todo lo necesario para cocinar.

Locuras indias: aunque en un principio empezaron a construir esa avenida sobre la misma pequeña carretera original, de pronto decidieron desviarla para cortar el tráfico rodado que cruzaba el bazar y ahora, a la parte que queda frente a mi domicilio, se la podría considerar la primera autovía peatonal. Y el bazar, en el que antes había solamente unas pocas tiendas, actualmente hay más de doscientas y parece un centro comercial.

Al estar prohibido cualquier tipo de edificación en la periferia del Templo del Sol, todas las tiendas tienen en común sus reducidas dimensiones y están cubiertas con toldos azules de plástico soportados sobre armazones de bambú.

Otra similitud entre ellas es que, como hacen siempre los indios, se han copiado unos a otros y venden prácticamente los mismos productos. Las pequeñas reproducciones del templo son de madera, pero el resto de artículos son de plástico y de horrorosos estridentes colores: bolsos, juguetes, muñecas, esterillas, pendientes, brazaletes, collares, gafas de sol reflectantes, ridículos sombreros en plan vaquero o a lo Humphrey Bogart para los hombres, y Pamelas para mujeres. ¡Qué cómico es ver a toda una familia desfilando con esos sombreros y gafas de sol!

También deambulan muchos hombres dedicados a vender selfie sticks. Al ser Konark el mayor productor de anacardos de la India, se puede comprar ese fruto seco a cuatro euros el kilo. Completaré esta información añadiendo que la sagrada playa de Chandrabhaga, que antes era idílicamente solitaria, ahora está llena de esos molestos vehículos llamados quad.

Como he mencionado al principio de esta crónica, y tras esa colección de críticas negativas acerca de todo lo que ha convertido Konark en un bullicioso y ruidoso lugar de mierda, añadiré el “pero” positivo que me permite mantenerlo entre las localidades que valdría la pena cruzar medio mundo para llegar a ellas. Gracias a que la agradable pensión Labanya Lodge se halla junto al Balukhand-Konark Wildlife Sanctuary, cada tarde puedo adentrarme en ese reino de la naturaleza, en el que afortunadamente ninguno de los miles del visitantes que vienen diariamente al Templo del Sol pone los pies.

Tras andar un rato, me asiento sobre la arena blanca del suelo en algún claro del bosque de anacardos y me dedico a tan sanas actividades como meditar, reflexionar acerca de la vida, pensar en la novela que estoy escribiendo y cantar sabiendo que no molestaré a nadie, pues, aparte de algún chacal solitario, me hallo siempre absolutamente solo.

PASO A PASO – Bangkok, Tailandia, otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Esta semana he decidido saltarme las correrías que hice por la capital tailandesa porque no deseo mencionar los decadentes antros que visité con los holandeses Hans y Ulmo, ni hacer apología de los productos legales o ilegales con los que nos estuvimos colocando continuamente. Así que dejaré para la próxima crónica lo que hice cuando Hans se despidió de Ulmo y de mí para dirigirse a su rincón secreto de Filipinas. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Puede haber un mayor descontrol emocional que el de sentir celos retrospectivos?
  • Qué maravilloso sería poder pulsar una clavija que nos permitiese abrir el baúl de los recuerdos de nuestra memoria y revivir los menores hechos de la infancia, con sus olores y sentimientos.
  • No prestes atención a los consejos turísticos de la gente local, “Has de ver aquel sitio porque…”, pues su opinión será patriótica, y no olvides que el amor es ciego.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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