La crónica cósmica. Perdón, ¿de qué has dicho que iba la historia?

A mi anfitrión le sorprende que yo pueda pasarme todo el santo día sentado en este porche, y supongo que, como les sucede a casi todos los que han vivido siempre en un entorno paradisíaco y son incapaces de valorarlo debidamente, me tomaría por loco si le explicase que trato de alcanzar el conocimiento comprendido de tan perfecto lugar (del cual partiré dentro de una semana).

Umm, empiezo a estar harto de ir de un lado a otro, y desearía permanecer una temporadita en el mismo sitio porque un solo mes (como aquí y en las Colinas Kumaon) me sabe a poco (se diría que hago el equipaje cuando empiezo a ponerme cómodo). De todas maneras, al moverme siguiendo las estaciones y huyendo del frío, ha llegado la hora de dirigirme hacia el sur, pues en Dharikari las temperaturas han pegado un buen bajón, y las paredes de mi adorable cabaña, que están diseñadas para el calor, dejan pasar el aire de la noche permitiendo que se enfríe mucho aunque durante el día tengamos unos veinticinco grados muy agradables. Duermo con dos mantas, y en la muy auténtica etiqueta india consta, “Estilizada en España”: ¡Ja! La descripción de la cabaña sería incompleta si me olvidase de añadir que las termitas la están devorando a pasos agigantados (las tablas de madera del suelo, porque me parece que con el bambú no se meten tanto).

Supongo que os asombraréis si os digo que tengo problemas con el vecino de arriba (¡¿Cómo?!), y será necesario aclarar que se trata de un árbol, alto, fuerte e imponente, cuyo tronco no se hallará a más de cinco metros de la cabaña; a pesar de ser respetuoso y, sobre todo, silencioso, pues no dice esta boca es mía, se pasa el día (y la noche) bombardeándome con unos frutos duros y redondos (tamaño de una nuez) que al golpear sobre el tejado de zinc (pero sin gata…) suenan como auténticos petardos: ¡Boom! Ahora ya me he acostumbrado (el día que pierda la habilidad de acostumbrarme, me retiro) y sus bromitas no logran meterse en mis sueños.

Gora me contó que hasta hace solamente un par de décadas la gente de esta tribu no cultivaba prácticamente nada: “Los hombres se encargaban de la caza y la pesca. La aldea poseía seis escopetas (imagino que serían de fabricación casera como las que usaban los cazadores furtivos con quienes conviví en Sri Lanka), y cada cazador tenía cinco ayudantes con los que se adentraba en la jungla en busca de animales salvajes. Las mujeres iban hasta las aldeas vecinas para trocar la carne y el pescado que los hombres traían, y prácticamente no usaban el dinero”. Cuando le pregunté cómo se las había arreglado para llegar a ser maestro, me explicó: “Por las mañanas, y antes de dirigirme a la escuela, vendía pescado. Mis familiares también me ayudaron mucho a pesar de ser realmente pobres, pero a quien se lo debo todo es a mi maestro del instituto, porque, aparte de enseñarme y animarme a estudiar, hizo los pasos necesarios para conseguirme una beca que me permitió ir a la Universidad de Guwahati”.

Anteayer nos visitó este maestro (y ahora colega) de Gora acompañado de sesenta alumnos de ambos sexos a los que estaba dando un curso sobre el medioambiente. Tendrían entre quince y diecisiete años y vestían el uniforme blanco de su instituto. Yo desperté de la siesta sin saber nada, y al ver el jardín lleno de chicos y chicas pensé en largarme inmediatamente de excursión. No sospechaba que habían venido precisamente a verme a mí, y que, ¡Ay Dios!, al maestro se le había ocurrido que les dirigiese unas palabras. Yo aun estaba medio dormido, y le di la mano sin esperar que tras las presentaciones me pasase simbólicamente el micrófono y me dejase solo en el escenario (también simbólico…). “Perdón, ¿de qué has dicho que iba la historia?”, le pregunté como lo haría un actor pidiéndole al director que le permitiese dar una mirada al guión. Gracias al dios del palique, y como ya os comenté en alguna otra ocasión, la lengua de un locutor puede funcionar sin requerir la ayuda de las neuronas, y fui capaz de enrollarme acerca de la naturaleza y el amor hacia los animales dejando satisfecho al maestro, y aburridos a los alumnos.

Los “mising” tienen el rostro asiático, pero con un perfil más marcado, y el color de su piel va desde el cobrizo claro al pardo oscuro. En cuanto a las religiones, no se andan con manías y, aparte de los tradicionales animistas, entre tan pequeña comunidad como lo es la de Dharikari (y también dentro de la misma familia) hay budistas, cristianos, e hinduistas a los que no les preocupa en absoluto no pertenecer a ninguna casta. Aunque siempre se meta a todos los hinduistas en el mismo saco, se dan grandes diferencias entre los seguidores, pongamos por caso, de Krishna (como Gora), Shiva, Kali o Hannumán. Añádase a ello que hace quinientos años se llevó a cabo en Assam una renovación revolucionaria del hinduismo, y desde entonces pasan de las castas, celebran bodas mixtas, los brahmanes son carnívoros (“nonveg”), y cualquiera tiene derecho a celebrar las ceremonias religiosas

Ahí va otro dato de los “mising” que podría acompañar con mi típico “¡Ja!”, ya que les encanta bromear y siempre están riéndose. Sin ir más lejos, a los pocos días de mi llegada Gora juntó las escuetas palabras que yo decía (y digo) cuando cenamos, primero “Namasté”, más tarde, “Qué sabroso” (con total sinceridad), tras terminar, “Muchas gracias”, y “Buenas noches” antes de retirarme, y me las soltó de sopetón, “Namaste qué sabroso muchas gracias buenas noches”. Lo dijo con tanta gracia como para que nos desternillásemos y la broma ya se haya convertido en habitual. Valoro mucho las bromas y los juegos de palabras rápidos que suelen provenir de unas mentes ágiles y despiertas, pero también me encanta ese tipo de chiste tonto cuya gracia parece multiplicarse cada vez que se repite.

Tras aprobarse que en las escuelas se estudie como tercera lengua sánscrito en vez de alemán alegrándoles el día a los fanáticos hinduistas, se hicieron unas encuestas entre los estudiantes preguntándoles sus preferencias al respecto, que dieron estos resultados: el 59% elegía estudiar un idioma extranjero, con el 42% optando por el francés, el 41% el alemán, el 8% el japonés, el 5% el español y el 3% el mandarín. Los “mising”, aparte de hablar su lengua materna (en la que se editan libros y periódicos y tiene su propia escritura), reciben las lecciones escolares en asamés, y además estudian hindi e inglés (y hasta ahorita, alemán). Hace poco se extinguió la antigua lengua “Bo”, descanse en paz.

El bambú corta la visualidad como lo hacen los muros de los edificios en las ciudades, y tardé en descubrir las cercanas cumbres blancas del Himalaya sacando la cabeza tras las colinas de Arunachal; supongo que deben ser las responsables de estas temperaturas tan frescas. Es otra de las similitudes que se dan con Sauraha, sitio al que me recuerdan las praderas, los colores, y los niños corriendo por todos lados. Una cualidad que valoro mucho de Dharikara es la limpieza, caso contrario al del resto de la India, que pronto terminará completamente cubierta de envoltorios y bolsas de plástico.

Le pregunté a Gora si la etnia “mising” era patriarcal o matriarcal como la de la cercana Shilong, donde la hija menor hereda los bienes familiares y las mujeres dirigen la mayoría de los negocios; tal como ya suponía, respondió que ellos seguían el sistema patriarcal. También quise saber si su boda había sido concertada por sus familiares o se habían casado por amor, y me respondió que ni lo uno ni lo otro: “Le comenté a un amigo mío que estaba pensando en casarme, y él me dijo que tenía una prima soltera. Fui a verla, nos conocimos y nos gustamos”, la esposa sonríe moviendo afirmativamente la cabeza, “y entonces fui a hablar con su padre. Hemos estado casados siete años y solamente la he pegado dos veces”.

Anoche, mientras veía una película, tuve una prueba definitiva de que soy trilingüe al tardar un buen rato en apercibirme que estaba doblada al castellano (aclararé que llevo todo un mes gozando con la colección de películas en inglés que me pasó el señor Jabalí en las Colinas Kumaon).

Tras comentar lo del valor del dinero y los kilómetros que te separan de tu pueblo, pensé que sucedía algo parecido con el peso del equipaje, que parece aumentar con cada kilómetro recorrido, o con la belleza de las mujeres (no sé qué pasa con la de los hombres…) dependiendo del tiempo que haya durado tu celibato (voluntario u obligado); supongo que recordaréis lo que afirmaba cierto pastor: “Cuando subes al monte, las mujeres te parecen vacas, y cuando vuelves, las vacas te parecen mujeres”.

Momentos inolvidables. Navegaba bajo la selva amazónica en una barca hecha con un tronco cincelado. Anochecía y yo era el único ser humano de los alrededores. Remaba con suavidad para no remover el agua y atraer la atención de los habitantes peligrosos del río. Una bandada de pájaros negros ascendió por el cauce y pasó rozándome. Los cantos de la naturaleza cesaron momentáneamente cuando grite: “¡Gracias a quién corresponda!”

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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