He conocido a una pareja australiana que acaba de realizar un viaje con mayúsculas. Compraron un todoterreno, le colocaron una baca y encima de ésta una tienda de campaña, mandaron el coche en barco a Sudáfrica, y desde allí cruzaron todo el continente hacia el norte pasando por Mozambique, Zimbawe, Zambia, Zaire, Tanzania, Kenya, Etiopía, Sudan y Egipto, antes de seguir por Oriente Medio y Europa hasta llegar a Inglaterra. Ahora están en el Nepal colaborando con una ong en un trabajo que tiene que ver con la costumbre indostana de usar mierda de vaca seca para cocinar, barbaridad que llevan haciendo desde hace miles de años sin imaginar que, al quemarse, esos excrementos desprenden un gas que provoca diferentes enfermedades pulmonares como la tuberculosis.
La metamorfosis de la palabra: el “cha” original de la China, el “chiá” del Nepal, el “chai” de la India, y, vuelta a empezar, el “cha” árabe. Puta memoria; hace poco me enteré del origen de la palabra té, y ahora no la recuerdo.
Pasa la bicicleta del barrendero que, sobretodo, se dedica a recoger la mierda de los elefantes; su “vehículo” dispone para tal propósito de una gran caja de aluminio adosada a la parte posterior. Habiendo visto bicicletas que servían como vehículo funerario, las que eran un auténtico autobús escolar, las que transportaban montones de leña o sacos de arroz, etcétera, etcétera, en más de una ocasión pensé que, de ser aficionado a la fotografía, pariría un libro que incluyera fotos de todas las versiones de bicicleta que corren por la India y el Nepal.
En este momento del año la hierba de elefante luce sus mejores galas tras haber florecido con unos espectaculares plumeros de color blanco. Las lluvias también se han acompañado con montones de las setas mágicas que crecen en la mierda de los elefantes y los rinocerontes, pero por el momento no me tientan (¡Viejo!).
El ejercicio físico, sobretodo si se acompaña de satisfacción, o sea si estás haciendo algo que te apetece, comporta alegría y salud para cada una de las células de nuestro cuerpo. ¡Pero, además, en ello van incluidas las neuronas, que se ponen a mil y gritan hurra mientras damos un paseo o cuidamos del huerto!
A pesar de que los cocodrilos de Chitwan son bastante parecidos a los caimanes del Amazonas y, al sobrepasar pocas veces los dos metros de largo, no acostumbran a ser peligrosos para las personas, ahora hay uno por aquí que ya ha atacado y herido a un par de campesinos.
Siguiendo unas costumbres ancestrales, un rinoceronte se da un paseo nocturno por la aldea “tharu” y abre una senda en medio del arrozal familiar.
Mi lugar predilecto para gozar de la puesta de Sol en las praderas todavía permanece solitario, pero el sendero que lleva hasta allí lo hago ahora cruzándome con montones de turistas que, siguiendo frenéticamente a un guía frenético, andan tras los pasos de algún rinoceronte. El resultado tiene la patética forma de que, cuando ves a un rinoceronte tomando tranquilamente un baño en el río, en la orilla cercana se encuentran no menos de doscientos turistas, sobretodo chinos, disparando maquinalmente unas cámaras fotográficas que, en muchas ocasiones, llevan unos objetivos, nunca vistos, que miden un metro de largo.
Una de las imágenes únicas que solamente puedes ver en Sauraha: tres elefantes parados ante una cafetería mientras sus jinetes toman “chai”, y el camarero, por supuesto, se ve obligado a realizar filigranas para entregar los vasitos a tres metros de altura.
Para observar animales no se necesita tanta paciencia como intuición; oh, sí, en plan metódico y sistemático, y si te pasas un rato escondido entre unas matas y sin mover un pelo, seguro que tendrás muchas posibilidades de éxito; mas es el instinto el que te lleva a descubrir por el rabillo del ojo, y al mismo tiempo que paseas tranquilamente, a un pajarito que se esconde entre las ramas más elevadas. Pero todavía hay de por medio otro punto a favor de los actos inconscientes, por ejemplo que te lleven al sitio adecuado en el momento correcto; y ayer, al salir del cyber durante el ocaso, y a pesar de estar prácticamente oscuro, decidí seguir con mis planes y me fui a la jungla para fumarme el porrito que llevaba en el bolsillo. Allí, frente al río y las praderas que se extendían tras la otra orilla, escuché unos gruñidos, poco distintos a los de los búfalos, que pronto se acompañaron con la aparición de dos rinocerontes que salían de la jungla. Contemplé admirado como se perseguían a una velocidad endiablada y cruzaban el río dando ágiles saltos igual que lo harían unos ciervos. Siendo ya de noche, cuando regresaba hacia casa creí por unos momentos que tenía alucinaciones al ver sobre la hierba del suelo unos centelleantes reflejos ondulados que me recordaron a los del agua; mi mente logró la comprensión tras unos cortos instantes: se trataba de una serpiente de unos dos metros de largo, espalda oscura y vientre blanco, que se escabullía entre las mesas desocupadas de una cafetería dirigiéndose hacia el río; me imaginé qué hubiese sucedido, y los gritos histéricos que habría escuchado, de estar el lugar lleno de turistas.
El amigo mongol me acompaña hasta Thari Bazar en su Yamaha; yo no llevo casco, pero él conduce muy tranquilamente por el camino que seguimos, y no sufro el síndrome de abstinencia que la costumbre nos ha llevado a sentir igual que cuando no nos abrochamos el cinturón de seguridad en un coche. Nuestro destino es una sastrería en la que encargo dos camisas “kurtas”, un chaleco y unos pantalones “payama” porque los que llevo se caen a pedazos: siete metros de algodón blanco cuestan mil cincuenta rupias (unos diez euros), y el trabajo seiscientas más. De regreso el amigo mongol recibe una llamada telefónica y, sin detener la motocicleta, saca el móvil del bolsillo, lo encaja perfectamente entre el casco y la cabeza, y charla tranquilamente con aquel “sinmanos” improvisado: imaginación al poder.
En las relaciones matrimoniales indostanas (incluyo siempre en ello al Nepal) es tradicional que el marido fume, beba o se dedique a cualquier otro vicio a espaldas de su mujer como lo hiciera antes con su padre, madre o tíos. En cuanto han pasado por la vicaría, y a pesar de que el marido sea mucho mayor que ella, la nueva esposa adopta inmediatamente el papel de madre y se dedica sistemáticamente a apretarle las tuercas al calavera que comparte su cama. También es oficial que, cuando él se vaya de parranda con los amigos o que el jefe le invite a tomar unas copas, ella pasará el día enfurruñada y quejándose por todo, y él mantendrá la actitud culpable de un adolescente ante su acusadora madre. De ahí que, de forma parecida a la simpatía que siento ante las raras parejas de amor, a mí me guste la compañía de las parejas en que reina la libertad y él no ha de llevar una doble vida porque la relación con su esposa es transparente y, así, sana. El amigo mongol se encuentra entre estos casos y, aparte de haberse casado por amor, fuma ante su mujer sorprendiendo a unos y otros.
Otra versión matrimonial nepalesa que yo desconocía está en una poligamia, que se halla tan extendida como aceptada; de forma parecida a la de aquellas comarcas de Himachal Pradesh en que varios hermanos comparten la misma esposa, aquí un hombre puede tener varias esposas si así le apetece y se lo puede pagar. Al contario de lo que observara en África, el marido nepalés no construye una casa distinta para cada esposa, sino que las tiene a todas en el mismo hogar. El padre de Kamal tenía dos esposas, y un pariente suyo tres. El récord familiar del amigo mongol lo mantiene todavía su difunto abuelo, quien llegó a juntar tantas como nueve esposas a las que, según fuera testigo mi amigo siendo un crío, las vapuleaba continuamente para terminar con las peleas constantes que se daban entre ellas.
Un “chílom”, la pipa cilíndrica india, es generalmente de tosca terracota o de cerámica. También las hay de mármol o cristal, pero no pasan de ser unas curiosidades que no comportan un buen resultado porque se calientan demasiado. La gente con imaginación puede crear un “chílom” a partir de una manzana o una patata, de la hoja enrollada de un cocotero o ahuecando una parte del tronco de una bananera formando una cazoleta; pero el no da más de los servicios de la naturaleza lo ofrece la humilde papaya con sus ramitas cilíndricas y vacías que parecen haber sido hechas para tal propósito.
Adivina adivinanza, ¿en qué se parecen una bicicleta y un elefante? Ambos se te echan encima a toda velocidad sin producir el mínimo ruido: estoy andando tranquilamente y, de pronto y de reojo, veo una mole gris que ya está allí, junto a mí.
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
Me encanto…!!! Esto es literatura …pura …leer y sentirlo al mismo tiempo ya se quien eres besosss para alla !!!*