La crónica cósmica. Ser un trotamundos y pasármelo en grande

El amigo occitano y su novia partieron el domingo hacia Hungría para asistir a cinco días de conciertos de música; van en la camioneta que él convirtió artesanalmente en vivienda, con su buena cama, armario, nevera y cocinita de gas. Es un festival en el que cada año se permite la entrada gratuita a una diferente nacionalidad a la que se considera que pasa apuros, y en esta ocasión les ha tocado la lotería a los portugueses. Me quedé solo en casa cuando se cumplían dos meses desde que regresara del Nepal, y aproveché para retornar a mi dieta asiática predilecta, o sea las lentejas, el arroz basmati, y las especias que ahora estoy comiendo diariamente sin cansarme, pues debo confesar que los he echado en falta a pesar de cuanto he gozado de los sabrosos platos con los que me han alimentado mis amigos occidentales; ¿será que crean adicción y terminarán siendo prohibidos? Aprovechando esta soledad, y aparte de poder cantar desde que me levanto hasta que me acuesto (¡Alegría garantizada, oiga!), también he decretado la Ley Seca para darle un respiro a mí sufrido hígado.

Estuvo lloviendo ininterrumpidamente durante veinticuatro horas y me alegré por la naturaleza. Los cuatro o cinco kilómetros que ando de mañanita mientras el pueblo sigue durmiendo, me llevan bajo docenas de robles que enmarcan todo el recorrido como si hubiesen sido plantados por un diseñador de paisajes; aunque la mayoría son unos “jovencitos” que todavía no habrán cumplido un siglo de vida, hay unos cuantos elementos de impresionante figura a los que doy los buenos días abrazándome a ellos; y no me refiero a su altura, como sería el caso de sus primos de la Selva Negra, sino al grosor del tronco y de las ramas, y a la envergadura que alcanzan al no haber sido podados jamás (supongo). Paso también junto a antiguos caseríos de piedra, y entre campos de trigo recién segados por los que galopan unas libres tan grandes como perros (a las que, por cierto, Kalu no ve porque, al ser un perro de jardín, solamente presta atención a los gatos). Sorprendentemente, y tal como lo indican los símbolos pertinentes, el paseíto que hago forma parte del “Camino de Santiago”; bueno, en realidad la sorpresa con mayúsculas la tuve hace unos años al ver los mismos símbolos con la concha en el lago alemán de Constanza (Bodensee). Llevo media vida deseando hacer esta peregrinación muy lentamente y acompañado de un burrito que cargue con los bártulos; vamos a ver.

Telegráficamente hablando

  • Muchas de las calles de este pueblo de la Francia meridional están dedicadas a la memoria de diferentes vecinos que murieron “por la patria”, unos al ser deportados a los campos de extermino nazis, otros en la guerra de Argelia, etcétera; también hay una calle que recuerda a “La Resistencia” (otra palabra guapa, ¿no?).
  • Una de las cosas que me gustan de este país es la clasificación de “Villa Florida” que se encuentra al principio de cada población como si fuesen las estrellas otorgadas a un hotel y te deja claro de entrada en qué tipo de sitio te metes
  • Al contrario que en mi pueblo al sur de los Pirineos, donde los pájaros, y sobre todo las golondrinas y los murciélagos, beben el agua de las piscinas, aquí, al tener un río al lado, no verás ni uno que lo haga, “¡Qué asco!”. Añadiré acerca de este tema que el agua del grifo está deliciosa (hecho que no es óbice para que la novia del occitano beba “Perrier”).
  • Los franceses se han ido de vacaciones con la llegada del mes de agosto, y este barrio, ya de por sí tranquilo, ahora parece encantadoramente desértico.
  • Sin negarle su mérito al fantástico servicio de “Google Earth”, que se ha superado a sí mismo filmando calle por calle (en Francia y España, pero no en Alemania…), me parece una intromisión espantosa en la intimidad de las personas porque, al tomarse las imágenes desde cierta altura, aparecen en ellas los jardines y otras partes de las viviendas que quien resida allí quizás no desee mostrar; es un caso parecido al de Facebook que facilita todavía más el control gubernamental del personal.

Estuve viendo la película-reportaje de Morgan Spurlock “Super Size Me” acerca de la compañía “McDonald’s”, y me felicité por haber comido solamente una vez en mi vida en uno de esos restaurantes (que por cierto tuve unas cagaleras); aparte de las porquerías que te puedas meter en el estómago con tal tipo de alimentación, todo el mundo sabe que la buena cocina exige tiempo y paciencia. Lo de ir a toda hostia funciona con las carreras de velocidad, pero no con la vida cotidiana; es un caso similar al de la mente, a la que, si no se desea enloquecer, es mejor ralentizar en vez de acelerar; la meditación te aportará paz, mientras que la cocaína, el café, el alcohol, las anfetaminas, etcétera, te desquiciarán.

He dado con la forma de explicaros un poco la sensación que tengo con mis cuelgues mentales cuando me quedó en blanco sin recordar algo o a alguien. Si dais una mirada a vuestra memoria, supongo que, sobretodo los que ya vais de canosos, tendréis la impresión que se trata de un archivador en el cual se han ido acumulando más y más datos a través de los años, y que, lógicamente, entre tanto papeleo cuesta un poco más encontrar esto o aquello. Y si os sucede así después de haber pasado los últimos treinta años residiendo y trabajando en el mismo sitio mientras manteníais relación casi siempre con las mismas personas, ¿os podéis imaginar cómo ha de ser en el caso de alguien como yo que haya tenido cientos de domicilios en un número parecido de poblaciones de diferentes países en las que ha conocido a un montón de personas distintas? Efectivamente, al buscar algo en mi memoria tengo la impresión de hallarme en los archivos de un periódico centenario y frente a docenas de corredores llenos de estanterías polvorientas sin saber por dónde empezar a buscar. Curiosamente, recuerdo perfectamente a mis hijitos literarios y, por ejemplo, cuando hace poco uno de mis hermanos me decía que se me había pasado algo por alto en uno de ellos (que ronda las doscientas páginas), supe inmediatamente que no era así y ni me molesté en darle una mirada. También recuerdo de maravilla a quienes me hicieron reír o compartieron carcajadas conmigo. Al creer que somos lo que hacemos, me pregunto si se puede considerar desagradecidos a los amnésicos.

Aprovecharé para añadir que, debido precisamente al hecho de ser un trotamundos y pasármelo en grande cambiando frecuentemente de domicilio, me preocupa morir porque me resulta realmente doloroso tan solo imaginar que “residiré” toda la eternidad en el mismo sitio. Hay personas que dedican parte de su vida a peregrinar en busca de un lugar en el que vivir (como lo hacen los santones hindúes antes de edificar un áshram), y mueren tras hallarlo porque, precisamente, la razón de su existencia era esta búsqueda (en las peregrinaciones no importa tanto el destino como el camino).

Mira lo que pienso

  • Debido a mi egoísmo, me siento mejor entre los animales porque me aprecian más. Además, después de haber creído que era un monógamo nato, descubrí que pertenecía a una especie de animal solitario, y que para mí no podía haber nada más confortable que la soledad (sobretodo de mañanita, cuando las energías contrarias de otras personas pueden llegar a soltar chispas). Gracias a esta soledad y a tener buenos amigos que son capaces de soportarme, corro frecuentemente con el rol del invitado que me permite observar las comedias domésticas de cerca, “Un asiento de platea y junto al escenario”. Cuando yo era pequeñito (tomaba leche de bote, y ahora que soy mayorcito…) proyectaron una película supuestamente escandalosa titulada “Una Casa no es un Hogar” (con Robert Taylor, ¿no?); aquélla no era un hogar, sino un burdel, pero hay muchas otras casas que tampoco son o parecen un hogar a pesar de no dedicarse a tales negocios; hay casas que son un manicomio, otras un campo de batalla, o una dictadura con un desquiciado sentado a la cabecera de la mesa, o una democracia que es en realidad la dictadura de la mayoría sobre los individuos; hay casas parecidas a una pocilga, y otras que son igualitas a un aséptico museo, un templo o una biblioteca. Al residir en ellas puedes asimismo comprobar de qué pie cojean tus anfitriones, con montones de chucherías para unos hijos malcriados, con los asquerosos alimentos que prefieren los obesos, con las prendas “modelnas” de quienes son esclavos de la moda, con la acumulación de productos de los adictos a la compra, con las “marcas de calidad” que encubren el complejo de casta baja.
  • En la escuela que yo iba de pequeño había un cura al que llamábamos “El Pedófilo”, y no precisamente porque nos metiese mano (además no sabíamos que existiese algo llamado pedofilia), sino porque, aparte de que se tiraba muchos pedos, cogía unos pedos mayúsculos con el vino de la sacristía, del que por cierto tenía un barrilito encerrado bajo llave en un armario.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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