La crónica cósmica. Setas mágicas que brotan debido a los relámpagos

Supongo que os ha de parecer absurdo que, tras venir hasta la exótica isla de Sumatra, me haya limitado a visitar Tuk Tuk, en el Lago Toba, sin molestarme en echar un vistazo a otros lugares interesantes, como, por ejemplo, los diferentes parques nacionales en que habitan los orangutanes. Aunque podría alegar que se ha debido a mi holgazanería innata, la razón principal es que mi tiempo transcurre a una velocidad endiablada (sobre todo si estoy en un sitio de mi gusto como éste), y que al saber que en Indonesia me iban a conceder solamente un mes de visado ya di por sentado que no iría a más sitios.

A la gente de Tuk Tuk le sorprende que permanezca tanto tiempo aquí, pues están acostumbrados al frenético ritmo que lleva la mayoría de los turistas, que a los dos o tres días se ponen de nuevo en ruta. Sin embargo, también hay otros habitantes de esta península que me comprenden mejor; me refiero a los occidentales que residen permanentemente aquí porque, primero, se enamoraron del lugar, después formaron pareja con algún o alguna batak, y al fin terminaron montando un resort turístico.

Durante mis viajes estuve en otros sitios del Tercer Mundo que sucedía algo parecido debido a que los jóvenes locales habían desarrollado una gran habilidad para seducir y formar pareja con algún turista. Cuando yo era un crío lo denominábamos pegar un braguetazo. En estos lugares la respuesta correcta a la pregunta: “Qué vas ser de mayor?”, no sería, “Bombero” o “Sastre”, sino “Pareja de un o una occidental que me monte la vida”. A mí me parece de maravilla porque, si la cosa funciona, es un juego en el que todos ganan: el extranjero consigue el permiso de residencia en un paraisito que le ha seducido, mientras que la persona local deja de vivir en una barraca y currar en los arrozales para dirigir un lujoso centro turístico, sabiendo, además, que sus hijos estudiarán en una universidad occidental y tendrán un mejor futuro. Me gustan estas poblaciones cosmopolitas.

En Tuk Tuk se dan muchos de esos casos. Uno de ellos es el resort en que vivo (prefiero este apelativo al de hotel, pensión o homestay, pues liga más con las cabañas y los extensos jardines que hay en ese tipo de albergues), que fue construido hace varias décadas por una alemana que se casó y sigue casada con un hombre batak. Ahora, con más de sesenta años, esa pareja pasa temporadas en Alemania, dejando que dirija el negocio un pariente del marido.

Ayer conocí a una europea que llegó a Tuk Tuk hace veinticinco años, y aquí sigue, felizmente casada, dirigiendo uno de los mejores resorts de la localidad. Mientras charlábamos se juntó con nosotros una mujer batak que estaba casada con un australiano y vivió una larga temporada en Sídney antes de decidir que se estaba mejor junto al Lago Toba. Ambas mujeres tenían una edad similar, alrededor de los cincuenta años, y eran buenas amigas.

La gente de vida sedentaria tiende a creer erróneamente que los trotamundos hacemos igual que esos hijos adoptivos de Tuk Tuk y vamos de un lado a otro buscando un sitio determinado en el que echar raíces, cuando en realidad si vamos de un lado a otro es porque tenemos un culo de mal asiento que nos urge a cambiar periódicamente de domicilio.

PECULIARIDADES DE TUK TUK

De forma parecida a otros centros turísticos, mucha gente de este pueblo ha montado unos comercios en los que ofrecen invariablemente los mismos productos y los mismos servicios, pero con una diferencia: los de aquí son de una diversidad que roza lo absurdo: en el mismo sitio anuncian lavandería, masaje, fotocopias, manicura y… setas mágicas, que son legales y, según ellos, brotan debido a los relámpagos. Por la calle me han ofrecido varias veces maría asegurándome que “no problems”. Sabiendo cómo se las gasta la policía de Indonesia con las drogas, les dije que ni, ni, ni, ni.

Más tarde uno de los residentes occidentales me contó unas cuantas anécdotas al respecto: “Algunos de esos camellos cobran comisión de la pasma y te denunciarían en cuanto te hubiesen vendido un poco de hierba. Le sucedió así a un turista norteamericano, que además debía de ser un poco imbécil, pues fumó en un sitio público y a medianoche le registraron la cabaña en que se hospedaba y terminó entre rejas. Yo fui testigo de ello porque, precisamente, estaba en el porche de una cabaña vecina, y cuando íbamos a encender un porrito vimos llegar a cuatro tipos que, a pesar de ir de paisano, adivinamos que eran policías. Uf, nos salvamos por los pelos. A un amigo mío le cogieron con unos pocos gramos de maría en la isla de Weh, al norte de Banda Aceh, y le condenaron a pasar cinco años entre rejas. Por suerte, cumplió la condena en la pequeña cárcel local en la que el trato de los guardas era realmente amable y le daban mucha libertad. Mientras estuvo encerrado conoció a la hermana de un guarda y, tras entablar relación con ella, se casaron cuando le liberaron. Y allí sigue, pero ha dejado de fumar maría. ¡Ja!”.

Este mismo occidental me invitó a fumar un par de porritos que estaban muy ricos, y más después de varios meses de abstinencia. En Duyung saboreé autentico polen de Ketama: costo viajero, oiga.

Los batak entierran a los difuntos en unos aparatosos mausoleos que, para tenerlos cerca, construyen en el patio de sus casas. Los funerales, aunque no duran tanto como, pongamos por caso, los laosianos, incluyen música y cantos. Esa costumbre está en armonía con la población, pues en cada bar, restaurante o resort hay instrumentos musicales y es habitual que, por la noche, en muchos de ellos se interprete música en vivo.

Hubo un norteamericano que, tras residir aquí varios años, antes de morir escogió ser incinerado. Prefiriendo las costumbres tailandesas, mandó edificar una pequeña casa de los espíritus que era (y es, pues la he visto) una copia en miniatura de la Casa Blanca de Washington: patriota hasta la tumba.

Las casas tradicionales de los batak son de madera, con los tejados muy empinados que se curvan descendiendo en el centro y se levantan en los extremos, formando un ángulo obtuso. En la planta baja se guarda el ganado, hallándose la vivienda en la superior, generalmente de una sola estancia, que tiene la puerta pequeña para dificultar la entrada de los ladrones, a quienes podrían noquear fácilmente al verse obligados a cruzarla agachados.

En las excursiones que hice con el amigo holandés hasta Tomok y Ambarita, visité las casas de los reyes de esos pueblos. Eran poco distintas de las demás, pero en sus terrenos se encontraba todavía el lugar donde se llevaban a cabo las ejecuciones de los reos. Primero eran decapitados y después se les arrancaba el corazón para que el rey se lo comiese. En algunos casos lo hacían al revés y morían viendo como el rey pegaba bocados a su todavía palpitante corazón.

Igual que en otros lugares que podríamos calificar de paradisíacos debido a la riqueza natural y a las perfectas condiciones atmosféricas, como Valle Gran Rey de La Gomera o el Valle de Vilcabamba en Ecuador, en los jardines de Tuk Tuk hay todo tipo de árboles frutales: cacaoteros, aguacates, jack fruit, mangos, cocoteros, cafetos, y mi predilecto: los maracuyás (o fruta de la pasión) del que, como hice en Sudamérica, bebo diariamente un vaso de zumo.

Desde el primer día adiviné que las mujeres batak eran unas guerreras de cuidado, y una buena prueba de ello la tuve un día en que, al pagar el almuerzo que había comido, se me ocurrió decirle a una que me había dado mal el cambio. El que estaba equivocado era yo, y el cabreó que ella cogió me dejó acojonado. Era una de las tres hermanas que llevan el pequeño restaurante “Today´s Café”, al que voy diariamente porque, aparte de que cocinan de maravilla y elaboran un delicioso yogur, me obliga a andar y trepar un par de kilómetros. En la carta consta una absurdidad muy graciosa que quizás sea una muestra del humor local: “Today´s Café está siempre abierto si no está cerrado”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 934 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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