La crónica cósmica. Una experiencia místico-placentera

RELATIVAMENTE RELATIVO. Érase una vez una isla a la que me estaba convirtiendo en adicto. Se va a cumplir ya un mes desde que desembarqué en Kapas, tiempo que por cierto ha transcurrido en un santiamén, y he decidido que continuaré por aquí porque mi estancia está resultando una experiencia místico-placentera parecida a cuando permanecí tres meses a solas en una jungla de las Colinas Kumaon a los pies del Himalaya.

Durante estas semanas han ido desapareciendo los contados turistas malayos que venían a pasar un par de días en la isla, y se han cerrado los últimos “resorts” que aun estaban abiertos. Ahora sólo quedan unos seis jóvenes que tienen el relajado empleo de guardas de esos centros turísticos. La única y afortunada excepción es el negocio del holandés, donde ceno de maravilla todas las noches porque están edificando unas nuevas cabañas y sigue funcionando el servicio de cocina. Pero esto sucede en la playa de al lado (“Coral Beach”), mientras que “la mía” me pertenece en exclusiva gracias a que incluso se ha largado el hijo del propietario de estas seis cabañas, quien aparece para prepararme el almuerzo los días en que se acuerda de mí.

Por el momento las tormentas de los monzones, que empiezan a mitad de noviembre y duran hasta finales de enero, se limitan a caer casi siempre ahí en frente, en el continente (¿se denomina como “tierra firme”, y en inglés “main land”?). Al ir la semana pasada hacia allí para mandar la crónica comprobé cómo puede ser el mar embravecido que, al contrario de lo que sucede en estas plácidas playas encerradas en una especie de canal, pega con una fuerza terrorífica y terminará impidiendo la navegación de las pequeñas lanchas que mantienen la comunicación con la isla.

Durante el paseíto que hago de mañanita pisando la “arena virgen” que me recuerda a la “nieve virgen” de La Selva Negra, es muy interesante ver qué forma ha dado la marea alta a las playas; se podría comparar a una gran obra escultórica en la que colaboran de una parte la media docena de arroyos que salen de la jungla, y de otra el mar que les corta el paso con la arena obligándoles a jugar con ésta hasta encontrar una salida. El aspecto exterior del bosque (el interior es amazónico) también colabora en esta “guapada” estética, porque la mayoría de árboles y matorrales que dan a las playas serían dignos de cualquier jardín fino, y están cargados de flores que llenan el aire con sus perfumes. Sí, esta ceremonia matinal, aparte de los cantos y los saludos al Sol, al mar, a una gran roca y un árbol gigantesco, incluye también un poco de aromaterapia.

Nada ni nadie es perfecto: El autor de La Biblia se olvidó de mencionar que en El Paraíso había un montón de bichos indeseables igual que sucede en Kapas, y al andar descalzo por la arena (hasta ahora creía imposible hacerlo con sandalias porque me sentiría como si tomase una ducha con chubasquero), se me “coló” en el pie derecho un peligroso parásito que se hubiese extendido por las venas y habría terminado llegando al corazón de no haber sido eliminado con la medicación que me dio el holandés (igual que con cierto amigo de las Colinas Kumaon, voy a llamarle “Señor Lobo” porque soluciona todos los problemas como Harvey Keitel en “Pulp Fiction”). Tomé el puto fármaco con las aprensiones que tendría mi difunta abuela si le pasasen un porro, y lo hice cuando se cumplían tres años desde que me viese obligado a hacer algo parecido por última vez: Fue en Laos debido a una herida infectada que me acompañaba desde hacía seis meses. Por lo demás, mi salud está de maravilla (dijo justo antes de morir de un paro cardíaco…).

Continúo evitando recibir noticias del resto del mundo que alterarían mi paz mental en este entorno en el que no pintarían nada. También sigo con el ayuno etílico baconiano, e incluso he superado la tentadora tentación de las invitaciones: ¡La primera vez fue un momento peliagudo porque no había anotado en el programa mental la posibilidad de negarme a satisfacer los deseos de los demás! ¡Ja, el día que decida levantar la veda voy a coger un pedo mayúsculo! Pero, por el contrario, terminé gustosamente con el ayuno mariano gracias a ciertas “amistades peligrosas”.

FAUNÓPOLIS

  • En los cielos de Kapas reinan cuatro tipos distintos de águilas entre las que se encuentra el “Águila Marina” que viese en Pinang. Aparte de las que “viven” de la pesca, no sé con qué se alimentarán las demás, y me extraña que contemplen con indiferencia a los gordos murciélagos frugívoros que al atardecer vuelan tranquilamente junto a ellas.
  • Hace unos días, y mientras nadaba, me crucé con un cangrejo al que la corriente arrastraba mar adentro, y decidí salvarle a pesar del riego que correría de recibir como premio un doloroso pellizco. El pobre bicho, que pataleaba desesperado, se quedó estupefacto cuando lo recogí y saqué del agua sobre la palma de mi mano; y continuó igual al depositarlo después sobre la arena.
  • Me contaron que, hará cosa de unos diez años, en uno de los “resorts” tuvieron como atracción turística a una pareja de macacos encadenados hasta que el macho logró darse el piro. Me lo imagino recorriendo toda la isla saltando enloquecidamente de árbol en árbol para recuperar el tiempo perdido: “¡Libertad, dulce libertad!”. De todas maneras, al no tener a su señora para ponerse a gusto, y al estar acostumbrado a tratar con las personas, al fin se hartó de ser un bosquimano solitario y, tras decidir distraerse cómo lo hacían los turistas, desde ese momento se le vio tomar el sol en la playa, nadar hasta la pequeña y vecina “Gem Island”, mangar unas gafas de buceo que colgaba ridículamente de su cuello, y sobre todo se metió en las cocinas para saborear el menú turístico como la gente. En una ocasión el amigo holandés despertó extrañado de madrugada al escuchar un ruido rítmico en la cocina, y al bajar encontró al puto macaco usando dos potes llenos de pastillas como si fuesen unas maracas: “¡Chachachá!”. Debido a las molestias que ocasionaba el puto mono, se dio aviso al gobierno local, y vinieron tres profesionales con el propósito de cazarlo; pero él se lo olió, y desapareció de escena hasta el mismo instante en que los vio partir tres días más tarde con la cola entre las piernas; entonces bajó hasta la playa y se acercó a la orilla sin que quedase claro si quería despedirse o reírse de ellos. Al fin lo atrapó la gente local a base de seducirle con bananas.
  • En la isla también hay otros animales que vinieron en barca, y éstos son por supuesto los gatos que en este país parecen ser sagrados. No habrá más de una docena, y gracias a la ausencia de perros se pasean tranquilamente de un lado a otro, de noche y por la playa, y cuando me cruzo con ellos me saludan con al esperado miau. Ayer me encontré con una gatita blanca que se pegó a mí como una lapa y está durmiendo junto a la entrada de mi cabaña (no la dejo entrar para evitar empeorar las cosas).
  • En “Gem Island” hay un criadero de tortugas marinas, así que no debería haberme extrañado cuando encontré una de buen tamaño bajo el agua que, en cuanto intenté acercarme a ella, me sorprendió con su velocidad dejándome convencido de que yo era la tortuga.
  • Entre la colección de imágenes preciosas que guardo en mi memoria se hallan las de una ardilla voladora cruzando la noche con la Luna llena de fondo (“¡¿Pero a quién se le ocurre que se pueda cruzar la noche?!”); y ahora he metido en el mismo archivo las de un bebé de tales ardillas que se quedó huérfano. Lo cuida una chica local que me permitió tenerlo por un rato en mis manos, y me corrí de gusto. Aparte de aprender a andar, ya practicaba sus primeros vuelos.
  • Debo mencionar también a las hormigas con las que comparto la cabaña, de las que unas son enanas y deben tener un gran olfato porque aparecen a cientos ante la mínima muestra de alimentos aunque se trate sólo de un vaso en el que haya bebido té. Las otras tienen un tamaño extralargo sin alcanzar al de unas que vi en Teluk Bahang (eran tan grandes como para asustarme), y mantengo con ellas una relación civilizada, cediéndoles respetuosamente el paso, desde que, al no verlas e ir a ponerles accidentalmente el pie encima, me picaron un par de veces provocándome un dolor tan exagerado e instantáneo como para que pegase un salto sin llegar a pisarlas.
  • Mi atracción por los animales no deja de crecer y, pongamos por caso, si tuviese frente a mí a una mujer despampanante y a una simple rata de campo, mis ojos se irían seguramente tras ésta.
  • Ahora os “hablaré” de la tele y la literatura, y lo haré sin “moverme” de esta sección dedicada a la fauna porque, en armonía con el plan de vida que llevo y el entorno en que vivo, en el televisor que hay en el restaurante del holandés vemos todas las noches los reportajes del “National Geographic Wild”, y la novela que leo en estos momentos es “La Vida de Pi” de Yann Martel, que os recomiendo totalmente a pesar de que ya hayáis visto la película.

MIRA LO QUE PIENSO

  • A veces, si nos descuidamos, caemos fácilmente en el error de no ver ni valorar lo bien que está todo o las bondades que gozamos, y por el contrario engrandeceremos lo que nos parece que falla hasta que la pantalla de nuestra mente se cubre de negro (¡Paint it black!).
  • La danza cósmica que Nataraja (Shiva) lleva a cabo sobre la espalda del demonio de la ignorancia sirve para controlar los movimientos del Universo y el transcurso del tiempo, que se detendrá cuando Él baje el pie que tiene en el aire.
  • Mientras no dejes de correr, no te cogerán.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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