La crónica cósmica. Una jornada maravillosa

ELUCUBRACIONES OTOÑALES (o el que avisa no es traidor)

Érase un reputado académico que acumulaba en su memoria más de medio millón de palabras, pero, un día en que se perdió por el monte, pasó un frío de miedo hasta que un aldeano le enseñó cómo hacer fuego.

Demostraba su sabiduría riéndose de los halagos que recibía y haciendo oídos sordos a las críticas.

Durante estos meses pandémicos esperé el momento oportuno para releer “La Peste” (la terminé ayer), del autor Albert Camus, pues deseaba comprobar qué similitudes había entre la trama ficticia de la novela y la situación actual, como las reacciones sociales o las normas que imponían los políticos. El parecido es tan sorprendente como para no dejarme duda alguna de que el señor Camus, aparte de ser un gran escritor, también era un buen psicólogo. En un momento dado, cuando uno de los personajes le pregunta a un médico si las mascarillas que obligaban a ponerse a la gente eran efectivas, el doctor responde: “Las mascarillas no sirven para nada, pero inspiran confianza a los demás”.

Ayer mi amigo el Señor Tolstoi dijo que nos ordenaban llevar mascarillas para domesticarnos, y yo le repliqué que esa también era la razón de las corbatas de los hombres y los zapatos de tacón de las mujeres. ¡Domesticado estoy! Umm, de todos modos, sigo insistiendo en que debéis cumplir con las normas impuestas por vuestros gobiernos.

Cada vez hallo más cosas que no quiero mencionar en las conversaciones, cada vez soy más silencioso, cada vez digo menos tonterías, cada vez encuentro más razones para reír y más cosas de las que reírme.

La crónica cósmica. Una jornada maravillosa

Una jornada maravillosa según los simples gustos de un trotamundos. Creo que sucedió hará cosa de unos diez años: tres autobuses, con el primero fui de Xauen a Tetuán, al norte de Marruecos; el segundo me llevó hasta la frontera de Ceuta y, tras cruzarla entre multitudes de mujeres marroquíes cargadas de aparatosos fardos, tomé el tercer autobús hasta el muelle y embarqué en un transbordador. Llegué a Algeciras al anochecer y, después de conseguir una habitación en una pensión familiar del barrio antiguo, me senté en la terraza de una tasca que daba al paseo marítimo y comí una ración de calamares a la romana, a la que siguió una copita de “Ron Matusalén”. Entonces levanté la mirada hacia las estrellas y dije: “Mejor imposible. Gracias a quien corresponda”.

Otro recuerdo viajero. La campana de un barco me recordó las de los que navegaban por el rio Amazonas cuando anunciaban que se iba a servir la comida. Entonces se despejaba la larga mesa en la que iban a comer los pasajeros. En uno de esos barcos tenía que plegar apresuradamente mi hamaca, que había colgado encima de la mesa al no tener otra opción porque no cabía un alfiler.

Un último recuerdo: era el invierno de 1986 y yo me hallaba en una solitaria plazoleta de Roma calentándome con los últimos rayos de sol. Estaba sentado en un banco admirando la arquitectura de los antiguos edificios que tenía alrededor cuando se abrió un portal y apareció ante mí una de las actrices más famosas del cine italiano de aquella época, Sídney Rome. También era renombrada por su belleza, que en aquel momento me lo pareció más porque estaba deslumbrante y se cubría con un abrigo de pieles (¡asesina!). Supongo que se dirigiría a algún evento de postín, pues en la siguiente esquina había una limusina en la que un uniformado chófer la esperaba con la puerta abierta.

No sé si, debido a su duración, “La Guerra de los Cien Años” aparecerá entre los demás récords absurdos de la “Guinness”; de ser así, quizás la seguiría en longevidad “La Guerra Contra las Drogas” que organizó hace varias décadas el presidente norteamericano Richard Nixon (me pregunto si Trump trata acaso de superarle en el ranking de los mentirosos y los tramposos), que se centró en meter entre rejas a los consumidores y vendedores de “sustancias ilegales”, en vez aconsejarles y, en el caso de los yonquis, facilitarles jeringuillas y asistencia para evitar las transmisiones de HIV o Hepatitis C y las muertes por sobredosis. Como resultado a tan estúpida guerra (todas los son…), en el año 2017 murieron en el mundo más de medio millón de personas de sobredosis, y en el 2018 había 269 millones de personas que usaban drogas ilegales. Si les sumásemos las que consumen fármacos legales ¿descubriríamos que los seres humanos somos unos putos adictos? En España mueren anualmente más de veinte mil personas debido a consumir bebidas alcohólicas en exceso.

No importa tanto lo que dices como a quién se lo dices, por qué se lo dices y de la manera que lo dices.
Primero inventamos a Dios y al Diablo a nuestra imagen y semejanza, pero exagerando un poco en cuanto a sus virtudes y defectos. Después, al comprobar que nuestra evolución mental daba un paso adelante y dos atrás, creamos los ordenadores, que también se parecen a nosotros en cuanto a los achaques y la lentitud que les provoca la vejez. Pensé en ello al ver el rápido declive del mío, que al ser de fabricación tercermundista (¡Made in China, oiga!) y tener una longevidad muy corta, me recordó que, como les sucede a los gatos o los perros, los años pueden transcurrir de forma distinta para unos y otros.

¡Qué penoso resulta llegar a la “edad tardía” teniendo aún deseos incumplidos, y cuánto me gustaría ser más irresponsable!

Si no juzgas evitarás correr el peligroso riesgo de condenar a un inocente.

EMOCIONES CONTRADICTORIAS

Me gusta la madera, como la de las casas, los muebles, las esculturas o los utensilios; pero tengo ojeriza a los leñadores y sufro cuando cortan un árbol. Me gusta el jamón, pero desprecio a los matarifes. El guiso de jabalí me parece delicioso, pero odio a los cazadores. Yo conduzco (conducía) deprisa, pero actualmente me molestaban los conductores que lo hacen así. ¡Qué desagrado siento hacia los grupos de turistas que visitan los parques nacionales y molestan a los animales con su simple presencia, pero qué a gusto lo pasé cuando estuve entre ellos! Primero le agradecí a mi amigo Pepe que se dejase caer todas las tardes por mi casa para invitarme a unos porritos; luego, dando por sentadas sus visitas, el día que no vino me cabré con él y le odié cuando me mandó a paseo diciendo que no regresaría más.

MÁS CUESTIONES EMOCIONALES

“¡Qué le voy a hacer si soy así!”, exclamó tratando de excusarse una persona que era esclava de sus emociones y, por un quítame allá esas pajas, acababa de joder una amistad de toda la vida que ni tan siquiera sobreviviría a los cuidados intensivos porque, por el momento, el cáncer emocional casi nunca tiene cura. “Le recetaré unas sesiones de meditación en un áshram que dirige un colega mío junto al Lago di Guarda”, le dijo su psicoterapeuta.

Primero hostió a su psiquiatra por insinuarle que usaba la violencia física contra su mujer porque ella, con su astucia y fuerza de voluntad, le superaba por todos lados aumentado su innato complejo de inferioridad. Luego le pegó un par de puñetazos al secretario de aquél porque tuvo la mala ocurrencia de llamarle violento.

La supervivencia es esencial y lo demás son puñetas. Está la supervivencia personal, pero también está la supervivencia de la sociedad, el país, la religión o la raza, que, dependiendo de cómo seas, quizás pondrás por delante de la personal.

Admiro la belleza de las mujeres, pero lo hago como cuando paseo por el bazar sin querer comprar ninguna de las cosas bonitas que allí se venden y no necesito.

Distinta filosofía con un mismo buen fin: los autobuses gratuitos del ayuntamiento comunista de Nápoles o los del capitalista de Kuala Lumpur: ¡Bien!

“No quieras ser como yo, sé tú mismo”, le aconsejé a un sobrino mío.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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