La crónica cósmica. Viajar a través de nuestras mentes

Érase una vez una mujer ibérica de mediana edad y aspecto normal que de haber vivido un par de siglos antes en vez de hacerlo en el XXI hubiese tenido todos los números para ser una mártir más de los sádicos miembros de la Sangrienta Inquisición. Nos conocimos con una mesa de por medio y unos vasos de vino en la mano. En cuanto empezó a hablar sospeché que proveníamos de la misma tribu marciana porque, a pesar de no saber nada de mí, no lo hizo acerca del tiempo o la crisis económica, sino de unos hechos concretos del pasado y el futuro de un servidor.

No le pregunté nada porque, aparte de darle una orientación, hubiese sido como si escogiese pasar por la humillante ceremonia de pedir ayuda, acción que comporta un despilfarro de energía parecido al de comprar un boleto de la lotería, desear sacar provecho de los demás, o apuntarte a un centro de desintoxicación para librarte de tus debilidades. Durante las horas que estuvimos charlando junto con otras personas no dejó de sorprendernos continuamente con sus “visiones” y con una información que se encontraba de pronto en su mente y en su lengua como si le hubiese caído del cielo; estaríamos hablando de una casa de un lugar lejano que nosotros solamente conocíamos a través de unas fotos de Internet, y ella nos describiría a la perfección la vivienda, el entorno y su situación, e incluso adivinaría que los propietarios no provenían de allí, sino que eran extranjeros.

Tras asombrarnos muchas veces pensé que parecía viajar a través de nuestras mentes y descubría lo que éstas no habían sabido ver. Dejadme añadir que ella hablaba y se comportaba con dulzura, e incluso humildad, sin que ni una sola de sus palabras o gestos detonase prepotencia o vanidad; en realidad era la misma posición que toman la mayoría de los genios, quienes no sufren la enfermedad del engreimiento, o por lo menos es así con los que no olvidan que su don ha sido un regalo de la lotería cósmica.

En el pasado tuve experiencias parecidas en las que un desconocido me contaba mi vida o leía mi pensamiento; son personas que de una u otra manera han aprendido el correcto funcionamiento del ordenador que llevamos sobre los hombros, aparatito del que, como debería ser evidente incluso para el más ciego, a través de los milenios nos olvidamos de dónde estaba la llave del contacto, y ahora, para no sentirnos más estúpidos de lo que somos y poder seguir pensando que estamos evolucionando, nos empeñamos en afirmar que pronto hallaremos el puto contacto. ¡Ja! O sea que estamos dispuestos a creer al mismo tiempo en las teorías de Darwin y en que tenemos un órgano al que solamente empezaremos a usar, “si Dios quiere”, en un futuro muy lejano. ¡Ja!

Cuando me acosté aquella noche en la que conocí a la vidente marciana, tardé un poco más de lo habitual en dormirme porque mi mente se empeñaba en recordar compulsivamente algunas de sus afirmaciones. “Tu guía es alguien que estuvo muy unido a ti y que luego nos dejó” (¿será una de mis almas hermanas?). “No temas ir al médico, pues estás sano” (Umm, ni temo al médico ni estoy tan sano). “Una mujer te la ha pegado mucho más de lo que crees” (¡¿cómo?!). “Recibirás dinero” (¿cuándo, dónde, cuánto?). “Eres bueno” (ya lo decía mi mamá). “Te acompaña un anciano calvo y con una barba blanca que se cubre con un chal anaranjado” (en Asia creen que este anciano es uno mismo).

Terminaré con esta historia recordando que no iba destinada a los incrédulos faltos de imaginación que usan toda su energía en autoconvencerse de que solamente existe lo que ven y tocan; son los mismos que unos siglos antes hubiesen creído que el Sol y el Cosmos giraban alrededor de la Tierra, y que, en fin, ellos eran el ombligo del Universo. Si hago una comparación parecida con los conservadores contemporáneos, doy por sentado que en el pasado habrían aprobado la esclavitud, la Inquisición y demás barbaridades que formaban parte del sistema social.

Gracias al vicio de visitar sitios y juntar palabras, soy testigo e intento ser cronista de un mundo que, para bien o para mal, desaparece a pasos agigantados; si mi abuelo saliese de la tumba, creería hallarse en otro planeta y, si no le diese inmediatamente un soponcio, al poco sería detenido por incumplir docenas de ordenanzas y reglas. Era un mundo sin agua embotellada, comida rápida, autopistas, publicidad u ordenadores, donde eran raras o se desconocían las palabras como polución (si no era nocturna…), ecología, alergia, pedofilia, pateras y “sin papeles”, Sida, Internet, terrorismo, I. V. A., paro y extinción (aparte de los incendios, claro). También era un mundo que se había cubierto con el humo del tabaco, pues en los hogares, los puestos de trabajo, los trenes, los autobuses, los aviones, los restaurantes, y por supuesto los bares, se lo tragaban por igual quienes fumaban y quienes creían no hacerlo; se fumaba en los cines londinenses del año sesenta y nueve, y nosotros lo hacíamos (con diversos tipos de plantas…) en los estudios radiofónicos de los ochenta (la versión moderna sería la de unos amigos que se metieron en un aeropuerto y tomaron un avión “colocados” de L. S. D.).

Tras residir en Europa durante tres meses, Asia me parece muy lejana, y casi siento algo tan insólito como lo es para mí la añoranza al leer noticias “entrañables” como la que se refería a una amante madre indostana que había puesto en venta la virginidad de su hija de trece años, o la periodista que fue violada por un grupo cuando realizaba un reportaje en Bombay (en portugués significa “buena bahía”, y ahora lo han transformado en Mumbai). La lucha contra las enfermedades no parece tener fin, y aunque muchas de ellas retrocedan, otras, como la “Talibanitis Obtusa”, toman la forma de una pandemia.

Una característica de los países pobres está en la diferencia abismal que se da entre los salarios, pongamos por caso, de un albañil y del presidente de un banco (leído en un periódico: un abogado neoyorquino cobraba más en una hora que un obrero indostano durante todo un año). De todas maneras, en tales países hay asimismo una diferencia muy grande entre los precios y, sin ir más lejos, sirvan como ejemplo los de una pensión barata y un hotel de lujo, o un pasaje de segunda y uno de primera. En armonía con esto, se espera que los ricos paguen más y no se molesten en regatear; cada vez que iba a un bazar indostano acompañado de algún amigo local que era rico, me sorprendía comprobar que le tomaban mucho más el pelo con los precios que a mí, y que él lo aceptaba con la satisfacción de quien no se preocupa por cien rupias. Dicho todo esto añadiré que tales diferencias de salarios y precios, y así de clases sociales, está creciendo de forma imparable en Celtiberia; sin salir de casa y dentro de mi familia hay currantes que se prepararán los cubalibres con un ron de diez euros, otros más sofisticados que optarán por un añejo caribeño de dieciséis, y también los hay que pagan tranquilamente ciento sesenta euros porque así se lo exige su estatus social. Alegría, alegría.

Mira lo que pienso

  • Sabréis que sois realmente amigos cuando vuestra amistad sobreviva a una de esas buenas confrontaciones en las que hasta a un brahmán se le caería la máscara de la domesticación.
  • De forma parecida a como la vista te engaña muchas veces, quienes aceptan ciegamente los dictados de sus emociones creerán a pies juntillas en sus paranoias (¡Maldita sea, al usar algunas de estas paridas en mis narraciones de ficción, ahora se le junta a mis diversos problemas de memoria la doble duda acerca de si ya os habré martirizado con ello anteriormente!).
  • Aunque, de una parte, jamás haya leído un libro acerca del horóscopo, no dejo de comprobar continuamente el parecido asombroso que se da entre las personas que han nacido en las mismas fechas (sin que importe el año).
  • Fui testigo de una discusión en la que, mientras una persona defendía como paso primordial la independencia catalana, otra opinaba que resultaba vergonzoso que la población se preocupase por esto en vez de hacerlo con los acuciantes problemas sociales; y pensé que si abriese mi bocaza sería para tomar un tercer partido, el de la naturaleza y el trato que se da a los animales.
  • Al ver los innumerables y feos muros desnudos de Celtiberia, creo que el graffiti debería estar subvencionado y promocionado porque estos artistas logran transformar edificios vomitivos en auténticas obras de arte. No obstante, al mismo tiempo me gustaría que se tatuase la palabra “¡Imbécil!” sobre la frente de los mamarrachos que se limitan a pintar su nombre, “Aquí estuvo Pepe”.

Momentos inolvidables: Unas grandes olas llenas de plancton fosforescente rompiendo de noche sobre una playa tropical como si fuese la lava (verde) de un volcán.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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700 466 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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