La crónica cósmica. Viajeros expertos y, sin embargo, ineptos

VIAJEROS EXPERTOS Y, SIN EMBARGO, INEPTOS. Íbamos a tomar el tren nocturno “Malwa Express” que nos llevaría de Mathura a Ujain (ahora Ujjain). Aunque la hora de salida eran las nueve y media, decidimos ir con adelanto a la estación pensando en conseguir un par de camas en los dormitorios que tienen para los pasajeros que han de esperar largo rato; pero olvidamos que actualmente en la India se ha de reservar todo con mucha antelación, y al llegar allí nos dijeron que “Ni, ni, ni, ni”.

Tras echar una mirada en la abarrotada y calurosa sala de espera, optamos por instalarnos en un banco del amplio andén para gozar de la película india en toda su plenitud viendo pasar trenes larguísimos con más de veinte vagones.

Al contrario de lo que habíamos pensando (santa candidez), el «Malwa Express» no iniciaría su recorrido en Mathura, sino que lo había hecho a las siete de la mañana en una lejana y desconocida estación. Descubrimos que era así desde el momento en que empezaron a comunicarnos a través de los letreros electrónicos que venía con un retraso que fue aumentando paulatinamente con el transcurso de las horas; que si media hora, que si una hora, que si hora y media. El tecnológico amigo valenciano comprobaba con su “modelno” teléfono dónde se hallaba el tren: “¡Rediós, todavía no ha llegado ni a Delhi!”. Matamos el tiempo bebiendo chai y fumando bidis en la calle.

Locuras indias: salíamos y entrábamos por una puerta sin el menor control de seguridad a pesar de que en la siguiente había una máquina de rayos X en la que unos policías controlaban el equipaje de los pasajeros. También hacíamos apuestas acerca de la hora que aparecería el puto tren. Aunque cada vez hacía más frío, seguimos sin meternos en la sala de espera. La pura verdad es que, al estar acostumbrados a tales situaciones, nos lo tomábamos con mucha calma; además, la estación de Mathura, con sus nueve andenes, es bastante pequeña si se la compara con las de otros sitios que resultan más agobiantes debido a las multitudes de pasajeros y a la falta de espacio. Pasó la medianoche, y allí seguíamos.

Supongo que el encargado de jugar con los carteles electrónicos decidió echar una cabezadita, pues dejó de comunicarnos el tiempo que todavía tardaría en llegar el “Malwa Express”. Y entonces, cuando serían la una y media de la fresca madrugada y ya habíamos visto pasar una buena cantidad de trenes, apareció uno del que tardamos unos instantes en advertir que era el nuestro porque, maldita sea, tenía otro nombre que ahora no recuerdo. “¡Vámonos que nos vamos!”.

Para que podáis visualizar debidamente la situación os aclararé que aquel larguísimo convoy de veintiún vagones sólo se detendría durante tres cortos minutos. A falta de otras opciones, nosotros teníamos billetes de la lujosa “2 A/C”, pero al trotar en busca del nuestro vagón “A-1” nos equivocamos de dirección y fuimos hacia el principio del tren en vez de hacerlo hacia la cola que es donde se encontraba.

El amigo valenciano, más joven, me dejó atrás. ¡Corre, corre, no pares! El tren se puso en marcha en el momento en que yo me hallaba frente a un vagón de la económica clase “Sleeper” (en la que he viajado toda la vida), y me metí en él sin pensármelo dos veces igual que hizo el amigo valenciano en otro parecido. Ya en el interior reemprendí mi camino hacia el principio del tren cruzando entre montones de pasajeros, “Perdón”, “Aparta, coño”, hasta que me encontré con el amigo valenciano que venía en sentido contrario, quien me aclaró que la habíamos cagado y nuestro vagón era prácticamente el último.

Quizás os sorprenda, pero seguíamos sin perder la calma y nos reíamos de la gilipollada que acabábamos de hacer. Siempre con el equipaje sobre los hombros, fuimos cruzando un vagón tras otro hasta que nos cerró el paso la puerta que daba a los de A/C, donde esperamos a que nos detuviésemos en la estación de Agra para llegar al fin a nuestra cómoda litera cuando ya eran las dos y media de la madrugada.

El “Malwa Express” iba con más de cuatro horas de retraso, y llegaría a su destino superando ya las cinco cuando haría veintiuna desde que habíamos salido de nuestro hotel: “Increíble India”.

El maldito despertador mental me sacó puntualmente del mundo de los sueños a las siete de la mañana. Me hubiese gustado dormir varias horas más, pero no me quejé porque ya estábamos recorriendo el estado de Madhya Pradesh (después de haber dejado a nuestras espaldas los de Uttar Pradesh y Rajastán), y no quería perderme sus preciosos paisajes con llanuras infinitas en las que unas junglas áridas y bajas se intercalaban con campos de cultivo salteados de árboles monumentales. Después, más hacia el sur, fueron apareciendo en escena las palmeras y el bambú.

Sentado confortablemente con las piernas cruzadas en la litera que me pertenecía en exclusiva, mi mente salió volando en cuanto dejé vagar la mirada a través de la ventanilla, y empezó a ametrallarme con ideas acerca de la novela que estoy escribiendo o de esta próxima crónica, temas serios que compartía con alguna que otra broma: ¡Qué sano es reírse de uno mismo y de este mundo absurdo!

También me reí al recordar la rápida visita que habíamos hecho a la ciudad de Vrindavan (vecina de Mathura), en la que se encuentra el espectacular templo de mármol blanco de la secta “Hare Krishna Hare Rama” cuyos seguidores occidentales se visten como si fuesen brahmanes y, para mí gusto, parecen unos payasos (¡Qué gordos me caen!).

Cuando conseguí “The Times of India” leí que el día antes, y en menos de doce horas, había habido (en la India) cuatro accidentes ferroviarios en los que murieron siete personas.

Llegamos a nuestro destino, Ujjain, a media tarde. Fuimos a esta ciudad porque, junto con las de Haredwar, Mathura, Dwarka, Kashi (Varanasi o Benarés), Kanchi (Kanchipuram) y Ayodhya, formaba parte del Saptapuri (los mayores centros sagrados de peregrinación de los que el amigo valenciano está haciendo el reportaje fotográfico que ya os mencioné en otras crónicas anteriores).

Yo había puesto los pies en ella hace treinta años cuando iba de camino hacia Omkareshwar (“La Isla con la Forma de Om” que se halla en el curso del Río Narmada), pero en aquella ocasión sólo le había dado una rápida mirada sin llegar a comprobar que era muy atractiva; o por lo menos es así en el barrio que hay junto al Río Kshipra, en cuyas aguas viven unos felices peces sagrados a los que los devotos alimentan.

Me gustaron sus antiguos, limpios y cuidados templos. Me gustó la tranquilidad que reinaba en todo momento y nos permitía asistir sin abarrotamientos ni turistas a las ceremonias sagradas del atardecer en los “ghats”, el “Arti” que celebraban seis “pujaris” acompañándose de antorchas, timbales y campanillas. Me gustaron las bandadas de loros. Me gustó que fuese un lugar dedicado al Dios Shiva (nuestro hotelito se llamaba precisamente “Bholenath”, uno de los ciento ocho nombres de ese dios). Me gustó que hubiese pacíficos monos langur en vez de macacos. Me gustaron los restaurantes en los que se comía de maravilla. Y me gustó la gente, que era amable, suave y educada.

Mientras el amigo valenciano corría de un lado a otro con su cámara, unos ancianos muy respetables me invitaron a fumar unos chíloms (pipas) de maría y a tomar café con ellos. ¡Qué buen rollo me llevo actualmente con los indios! Lo que ya no me gustó tanto fueron unos albañiles que pretendían derruir de noche una casa que había bajo la ventana de mi habitación, a los cuales obligué a dejarlo tras amenazarles con ir a quejarme a la cercana comisaría de policía. Pero todavía hubo otros ruidos nocturnos, como los bramidos que se oyeron desde un templo hindú poco antes de que lo hiciesen los de una mezquita que disponía de un aparatoso equipo sonoro.

Una curiosidad: Según me aseguraron, el Trópico de Cáncer pasa exactamente donde se hallan el Río Kshipra y Ujjain. Y otra: En algunas ciudades peligrosas de Occidente hay salteadores que se instalan cerca de los cajeros automáticos para darle el palo a los que sacan dinero, mientras que quienes hacen algo parecido en Ujjain son los pedigüeños.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Recordáis que hace ya unos años le concedieron el Premio Nóbel a un científico por haber descubierto los poderes del cristal de roca, el cuarzo rosado y la amatista para dotar de “vitaminas” y “revivir” el agua que “muere” al ser embotellada o al permanecer en las tuberías?
  • Cuando le confesé que yo temía a las mujeres, ella sonrió comprensivamente, y dijo: “Yo también, sobre todo desde que descubrí que mis mejores amigas tenían una especie de agenda mental en la que constaban todos los pasos que seguirían para hacer realidad sus planes y deseos”. Luego, añadí: “Ellas me convirtieron en un ser más humano que podía sentir el temor de un animal, pero también me enseñaron a desconfiar de las palabras de los demás”.
  • Emociones lentas, mente rápida y lengua sabia: buen tacto.
  • Andar deprisa, comer despacio, dormir desnudo, y ducharte con agua fría: buena salud.
  • Nacemos con habilidades y carencias naturales que en unos casos debemos desarrollar y en otros controlar.
  • Soñé con una novela y tomé notas en el sueño para no olvidarla. Desperté recordándola, pero se desvaneció mientras me duchaba.
  • Tener tanta libertad para escoger continuamente dónde, cómo y cuándo, es apabullante y… placentero.
  • Causa el mismo dolor el golpe dado con intención que el accidental.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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