La crónica cósmica. Y por supuesto: Nando Baba

ÉRASE UNA VEZ UN APELATIVO – Kumaon, Uttarakhand, India. La forma castellana de preguntar cómo te llamas siempre me ha parecido errónea, pues son los demás quienes te llaman de determinada manera y nadie se llama a sí mismo, a menos que esté como un cencerro y discuta con el personaje con cara de conejo que ve en el espejo.

Mis padres me llamaron Fernando (San Fernando, rey de España: ¡Ja!), y mis amigos de la juventud empezaron a llamarme Nando. A mi padre le desagradaba este diminutivo y, si alguien me telefoneaba y preguntaba por Nando, respondía que allí no vivía nadie llamado así y colgaba.

En los sitios en que resido de la India y el Nepal me llaman con diferentes apelativos que tampoco había escogido personalmente: Nando bhai (hermano), Nado bhaiyá (hermano mayor), Nando sahib (señor, y también amigo, en urdú), Nandoji (ji es una forma de respeto), uncleji (tío), grandfatherji (abuelo: ¡Ja!), y por supuesto: Nando Baba. Alegrando mi prepotente ego, hace poco han empezado a llamarme sir (señor).

Llegados aquí quizás empecéis a preguntaros con cierto temor adónde pienso llegar con tanta monserga sobre la forma en que nos llaman. La respuesta está en el plan del gobierno nacionalista e hinduista indio de cambiar el nombre actual de la India por el antiquísimo Bharat.

Con ello regresamos al tema de cómo te llaman los demás, pues el apelativo original Hindustan es cómo llamaban los persas a las tierras que había tras el río Indus (en realidad se llamaba Sindus). Más adelante aparecieron los occidentales por estos lares y le llamaron La India o Las Indias.

Aunque comprendo que al gobierno indio le desagrade el nombre actual por recordándole el imperialismo occidental y pretenda aferrarse al pasado, quiero mencionar que quienes bautizaron a este país con el nombre de Bharat fueron las clases dominantes del norte, y que a la población de los estados meridionales, como Tamil Nadu, Karnataka y Kerala, Bharat les suena a chino.

Según me han contado, el idioma de Tamil Nadu es el más antiguo de la Tierra y los tamiles consideran imperialista al hindi (en realidad, los indios lo llaman hindustani), del que no saben ni dos palabras.

Aunque respeto los deseos indios y que se supriman los apelativos que les dieron los extranjeros, como respetaré los deseos de cualquier nación que así lo haga, a mi faceta nostálgica le supo mal que desaparecieran nombres tan exóticos como Bombay, Madrás o Calcuta, que fueron substituidos por Mumbai, Chennai y Kolkata.

VIDA DOMÉSTICA – Al alimentarme con la comida hogareña de las familias con las que convivo, no tengo que pensar en lo que voy a comer y me he acostumbrado a no saber cuál será el menú hasta que me ponen el plato delante. ¡Cuánto me gusta esa incertidumbre que incluye diariamente agradables sorpresas!

Ya os mencioné con anterioridad que aquí en las Colinas Kumaon, al hospedarme en la casa de una familia brahmán, la dieta era vegetariana. Sin embargo, esto no es óbice para que Sony, mi anfitrión, haga de vez en cuando un pecado y guise unos sabrosos (y picantes) currys de pollo o de cabrito. En tales ocasiones, su vegetariana esposa no pone los pies en la cocina. Por cierto, la carne de cabra se vende mucho más barata que la del cabrito porque, según la opinión general de los indios, es más sosa.

Locuras indias: en este vecindario de casas diseminadas por un amplio espacio dominado todavía por la naturaleza, hace unos años todo el mundo plantó un tipo determinado de perales; pero cuando empezaron a dar frutos corrió la voz de que ésos provocaban descontroles digestivos y ahora los únicos que comen esas deliciosas peras (las he probado y son muy sabrosas) son los macacos, los langures y los pájaros.

RELACIONES SOCIALES – Una tarde estuve reunido con tres amigos indios de distintas edades (treinta, cuarenta y sesenta años) que pertenecían a la clase media alta e iban sobrados de cultura y categoría.

Mientras bebían whisky y fumaban porros, conversaban acerca de la mala calidad de los productos indios, de las obras públicas y de la red ferroviaria. Se reían del proyecto gubernamental de construir trenes de alta velocidad, pues se planteaban que, si los lentos trenes actuales ya sufrían un sinfín de accidentes, qué sucedería cuando circularan a trescientos kilómetros por hora.

Compararon el exagerado vaivén de los trenes indios con la estabilidad de los trenes de alta velocidad chinos, donde recientemente se comprobó que una moneda colocada lateralmente en el suelo de éstos no se movía en absoluto.

Mis amigos también comentaron que los multimillonarios y los grandes empresarios indios veían incierto el futuro del país y miles de ellos emigraban todos los años a otros países en los que, al ir cargados de dinero, eran recibidos con los brazos abiertos y les concedían la nacionalidad.

PASO A PASO – Calcuta, Bengala, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. La ciudad de la supuesta alegría a la que me dirigía me atemorizaba un poco como me atemorizan todos los monstruos de cemento. Sin embargo, mis temores se disiparon cuando subió al tren Bombay-Calcuta Mail una muchacha francesa. Se llamaba Padi, era redondita y cargaba grandes dosis de alegría.

Me contó que había pasado varios meses en la gran metrópoli trabajando de enfermera en un hospital para pobres, y luego me concretó: “Al decir hospital no me refiero a un edificio o lugar determinado porque quien lo lleva, el bueno del doctor Brown, no tiene más que una especie de armario sobre ruedas, que cada mañana transporta hasta la céntrica New School Street, en cuyo interior se hallan perfectamente guardadas y clasificadas las medicinas y las fichas de sus pacientes. Éstos, los enfermos, le esperarán haciendo cola en la acera de aquella transitada calle en el lugar donde diariamente se instala el hospital móvil, que es gratuito”.

La francesa, cuya euforia constante rozaba el límite de cuanto yo pudiese soportar, representó una bendición en más de un aspecto. Durante el trayecto, cuando debido a la arcilla con la que me cubría la herida infectada del pie izquierdo, me creció encima un forúnculo de grandes dimensiones, Padi lo pinchó con un alfiler, provocándome un dolor horroroso y, al mismo tiempo, logrando que expulsase un volcán de asqueroso pus. Después, completando su buena obra, se encargó de limpiar y vendar la herida.

Le pregunté a Padi si no le daba asco aquel cráter lleno de pus y sangre, y me respondió riendo: “Me he vacunado contra ese tipo de impresiones mediante el trabajo que realizo con el doctor Brown, puesto que diariamente limpio heridas en las que una prolongada infección ha cavado auténticos túneles, en los que debo adentrarme hasta sus más profundos rincones”.

Al llegar a Calcuta, Pati me llevó en taxi hasta el céntrico y barato Hotel Paragón. Cuando ambos nos hospedamos en el dormitorio, yo tuve que ayudarme de un bastón y andar cojeando sobre el talón del pie herido.

Al advertir que en la recepción del hotel había unas pequeñas casillas que los clientes usaban cerrándolas con sus propios candados, le pregunté al director a qué se debía, y me contó: “Si deseas evitar quedarte sin dinero, pasaporte o sin tu billete de avión, te aconsejo que lo deposites en una de estas casillas, que están vigiladas las veinticuatro horas”.

Y ante mi cara de sorpresa, añadió: “Has de saber que Calcuta tiene más carteristas por kilómetro cuadrado que cualquier otra ciudad del mundo. Y como ya sabes que la competencia auspicia la calidad, las posibilidades de que cruces un bazar o viajes en autobús sin que te limpien los bolsillos serán mínimas”. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Dejé de filosofar al descubrir que nadie me creía, aunque también influyó en ello que yo dejase de creer en algunas de las ideas que predicaba.
  • Al ver películas escandinavas me sorprende comprobar que las puertas de aquellos países se abran hacia fuera.
  • ¿No opináis que debería multarse a los políticos que no cumplan sus promesas electorales y a los fabricantes de baterías (de coche, ordenadores, etcétera) que no duren como mínimo diez años?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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