¿Qué nos trae la mal llamada ‘nueva normalidad’ mundial en Asia?

Hace unas pocas semanas, Rulo veía jugar a su hija con una manguera de agua y pensó en su futuro. La niña reía y empapaba a su padre cuando trataba de hablar conmigo, pormenores de tener monstruitos de dos años en casa. Por tejemanejes de la edad, la pequeña ni se acordaba de que en dos primaveras por el mundo ya se había hecho algunos continentes, o que montó en aviones con escasos meses fuera del materno vientre.

Su padre, en cambio, se entregaba a otras cavilaciones. Durante sus forzosas vacaciones confinados en un Santiago de Chile que adolece de problemas políticos y contagios por coronavirus, mi querido Rulo me dijo por teléfono que fantaseaba con cómo sería la vida de su Adriana cuando llegara a la adolescencia. «Es difícil pensar que mi hija no se preocupará al verse aplastada y entre sudores para ver a su banda favorita en un concierto, o que en lugar de socializar en barras de bares tendrá que hacerlo en pantallas y terminales», imaginó.

Por supuesto, el bueno de Rulo se refería a eso de la nueva normalidad, algo que no me atrevo a escribir sin cursivas y que en Asia es más peligroso de lo que parece. No se trata de ser temerario y obviar una pandemia real como hacen muchos cafres con banderas de estrellas y barras, pero la normalidad no puede ser volvernos asociales. ¿Temporalidad antes de volver a la normalidad? Sin duda.

Una parada de autobús en Bangkok. Lo de mantener distancias en la colapsada capital tailandesa es difícil.

«Ahora nuestro plan es quizás movernos a Taipéi y disfrutar de la calidad de vida taiwanesa», me desveló Rulo. Tras seis años instalados en Latinoamérica y viajando por todo el continente, su pareja y él han decidido que les gustaría instalarse en uno de los países que mejor ha toreado la pandemia del Covid19, donde la normalidad es más parecida a la de toda la vida que a esa que nos quieren vender.

El problema de la nueva normalidad no es nuevo. Es más, la hemeroteca nos recuerda que este debate ya existió hace un siglo. Cuando la gripe española arrasaba al mundo occidental, el concepto de una realidad transformada brotó y también se pronosticaron unas crisis sin precedentes que cambiarían la manera de vivir para siempre. Hoy en día, es habitual escuchar los mismos comentarios que auguran que nos acostumbraremos a mantenernos a distancia, a no tocarnos y a vivir en una distopia parecida a la baticinada por la visionaria Demolition Man.

Una realidad temporal no es una ‘nueva normalidad’

La tienda de Ikea en Tailandia tuvo tal aluvión de visitantes el primer día de reapertura que tuvo que cerrar para evitar aglomeraciones. Las aglomeraciones en Bangkok son habituales.

Poner en duda la nueva normalidad nada tiene que ver con la irresponsabilidad de hacer como si no pasara nada. A mí me alivia hablar con mi madre y saber que, a sus 75 años, baja a la calle con mascarilla y no se relaciona con nadie en cortas distancias, ya que desgraciadamente conocemos a varias personas que no pudieron sobrevivir al Covid19. Se ha hecho a esta situación temporal, que nadie sabe cuánto va a durar, pero que debería acabar si logramos aplacar al virus.

El problema de hablar de nueva normalidad es que nos la den con queso, o con arroz si hablamos de Asia. Todos los gobiernos autoritarios han aprovechado la pandemia por Covid19 para vendernos estados policiales o un control muchas veces innecesario. En algunos casos se utiliza la represión para combatir al virus, pero en otros el contagio es una excusa para reprimir.

Por ejemplo, tenemos el caso de Vietnam, una de esas victorias contra el coronavirus de las que se habla poco porque ha ocurrido en un país que no gusta demasiado a muchos medios internacionales. El país que le ganó una guerra a Estados Unidos logró mantener a raya la pandemia y no sufrir ninguna muerte, al menos de cara a la galería. Pero para ello se aplicaron medidas de guerra.

Precisamente, Vietnam trató -y trata- a la pandemia como si fuera un enemigo en guerra. Se crearon equipos tácticos, se nacionalizaron sectores económicos y se apostó por la propaganda de batalla, con canciones patrióticas y toda la parafernalia. En lugar de ahondar mucho en una nueva normalidad, se apostó por la puntualidad de un conflicto bélico.

Mujeres trabajan Vietnam

Eso sí, no todo es tan bonito como se ve en las cifras oficiales. Para frenar el contagio, en la guerra vietnamita se publicó el nombre de cada contagiado en la prensa nacional y se dieron detalles innecesarios de cada uno de los pacientes. La represión que podía ejercer un Gobierno no electo hizo que todo fluyera. ¿Funcionó? Claro que sí. Pero su ética es cuestionable.

Tailandia, en manos de un Gobierno golpista que amaña elecciones para mantener a una Junta militar en el poder, lo hizo al contrario. En lugar de hablar de una situación de guerra y utilizar mecanismos represivos, aprovechó la crisis del Covid19 para recortar libertades y poder oprimir a la población. Lo de la nueva normalidad ha sido y está siendo un salvavidas para la élite siamesa que se apoltrona al mando de la nación.

Ahora mismo, en Tailandia se teme una de las peores crisis económicas de toda la zona. El estado no tiene dinero para ayudar a los de abajo y prefiere salvar a Thai Airways, la aerolínea pública que cayó en desgracia tras muchas erráticas gestiones en manos de los militares.

La cola del paro en Bangkok. Todos los días, las oficinas de empleo como la de la foto tienen masificaciones. La gente no cobra por los ERTE ya que el Estado no tiene efectivo.

Las autoridades, en todo este meollo, han preferido optar por una mayor represión. Justo antes de la pandemia, el Gobierno del general Prayuth Chan-ocha se veía atosigado por los jóvenes que demandan una democracia real, y encontró la ocasión perfecta para volver a las medidas dictatoriales.

Los casos positivos por Covid19 son mínimos en Tailandia desde hace semanas, pero hay un toque de queda que empieza a las 23 horas. Todos los bares tienen vetada la apertura y el alcohol está prohibido en restaurantes o cualquier lugar público. Las reuniones de más de cuatro personas son ilegales. Y mientras ir con el coche a 200 kilómetros por hora se salda con 12 euros de multa o conducir borracho como una cuba son 600, saltarse el toque de queda o abrirse una cerveza en una terraza son sanciones de miles de euros. Eso, no obstante, no es lo más preocupante.

reconocimiento facial
Entrar en cualquier lugar público en Tailandia, ahora mismo, requiere de controles digitales.

Las autoridades tailandesas animaron a la población a generar un gran estigma contra aquellos infectados por coronavirus y culparon a los excesos inmorales. Los clubes nocturnos, el alcohol y los sitios de citas fueron señalados desde el principio como focos de contagio, y si bien en buena parte lo eran, siempre se dio la imagen de que ir en el vagón de un tren atestado de gente no era peligroso, pero tomarse una caña en un bar podía ser letal.

El gran truco final se puso en marcha hace dos semanas. Al reabrir los centros comerciales, se implantó la obligatoriedad de dejar un registro digital en todos los lugares donde comprar que se visitan. Tiendas, comercios, centros de ocio y hasta los locales de conveniencia como los 7 Eleven.

Cada vez que ahora vas a comprar un agua a tu pequeña tienda o que haces la compra, has de usar un código QR para registrar tus datos al entrar y salir. Si te metes en un centro comercial, el proceso ha de realizarse en todas y cada una de las tiendas.

El personal de cada comercio no te deja entrar sin registrar tu entrada con el QR.

El uso de estos códigos es para registrar dónde estuvo cada persona, con la excusa de ser rastreados en caso de que ocurra algún contagio y avisar a quienes visitaron los mismos locales. El problema de la aplicación creada por un banco para el Gobierno es que, en la letra pequeña, se detalla que los datos recogidos por el sistema pueden usarse para otros fines comerciales o legales, y que dicha información podrá utilizarse por parte de las autoridades como mejor les convenga.

Vamos, Tailandia ha logrado implantar un seguimiento comercial de los ciudadanos de una manera ortopédica y que cabrea a todo el mundo, porque es poco práctico y resulta pesado, pero ha forzado la implementación. Eso sí, aquellos que quieran ocultar sus datos reales lo tienen muy fácil. Primero, usando datos de contacto falsos. Y segundo, haciendo el teatro de usar el QR y abrir la aplicación para luego pulsar en cancelar en lugar de registrar la visita.

Esto es lo que nos trae la nueva normalidad, una serie de normas que -dicen algunos- están para quedarse. Y ese es el gran problema. Más allá de que nos quieran vender la idea de que hemos de aprender a vivir sin socializarnos -hecho que solo es asumible durante una temporalidad-, hay que tener cuidado de que no nos cuelen medidas dictatoriales. Tailandia es un ejemplo, pero hay muchos países que están haciendo lo mismo.

Quizás debamos preocuparnos más de los nuevos racismos. De esos lugares en Asia donde ahora se alejan de los occidentales porque somos responsables -también dicen- de la expansión del virus. Uno de los casos más flagrantes está siendo el de China tras sacar pecho por haber mantenido a raya el contagio. Aunque desde el otro lado también hay odio, como demostró el cantante Bryan Adams en unas declaraciones fuera de lugar. Y, otra vez, esperemos que todo esto sea parte de la temporalidad y lo de no poder visitar otras culturas sea algo provisional y no una nueva normalidad.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
1920 1440 Luis Garrido-Julve

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