Escuchar o leer algunas historias curiosas, donde los protagonistas han vivido o experimentado situaciones que en algunos casos llegan a parecernos inverosímiles, han logrado atraer poderosamente nuestra atención atrapándonos frente al texto que hilaba el suceso. Quizá se deba a la magia que desprende las casualidades o quizá por nuestra naturaleza curiosa. O quizá sea porque necesitamos dejar volar nuestra imaginación de vez en cuando y dotar de misticismo este tipo de sucesos.
El caso es que hoy he pasado de lector a escritor, he cambiado de bando, he podido experimentar en carne propia una anécdota que puede que no tenga mayor importancia para muchos, pero en mi caso ha sido una bonita y curiosa historia que paso a contaros a continuación.
Hace casi un año y medio atrás, concretamente en marzo del 2014, Carme y yo llegamos a Nepal procedentes de India, el destino elegido para empezar nuestro primer largo viaje. Una semana en Kathmandu fue el tiempo que dedicamos, entre otras cosas, para preparar el trekking que nos llevaría a conocer las famosas cumbres de la cordillera de los Annapurnas. Por aquel entonces viajaba junto a mí un libro de un famoso escritor británico de origen hindú que me ayudó a conocer un poco más acerca de la cultura del país de sus ancestros, India, y cuyo título cogía el nombre también del país.
Después de tres largos meses terminaría en Kathmandu el viaje de mi viejo amigo, mi gran libro rojo. Pero no su vida. Con todo lo que me había ayudado a entender sobre la mezcla de culturas y religiones de India me daba pena abandonarlo sin más. Tampoco quería cargar con él durante los siguientes seis o siete meses por su volumen, y tras comentarlo con Carme pensamos que la mejor opción sería dejarlo en la pequeña biblioteca de libros usados que había en la guesthouse. Escribimos un pequeño texto en una hoja interior y nos despedimos. Sin más.
Un año y unos meses más tarde conocimos a Natalia y Javi, una pareja de Navarra con los que coincidimos en la pequeña isla de Pulau Kapas en dos ocasiones, una el día antes de partir hacia Borneo, y la otra cuando volvimos un mes después. La isla les había atrapado y no encontraban la forma de marcharse. Finalmente ese día llegó y les dijimos adiós todos juntos desde la playa, como a todos los que abandonan forzosamente a la pequeña gran familia de KBC.
Llegó el momento de decir adiós, a nosotros también, y hace tan solo unos días dejamos atrás aquel pequeño paraíso y a la buena gente con la que convivimos.
La siguiente y última parada, al menos para Carme, era Kuala Lumpur, donde pusimos oficialmente punto y final a nuestro segundo largo viaje. Por motivos personales he tenido que quedarme unos días más en la capital de Malasia el tiempo suficiente para volver a coincidir con Natalia y Javi, que venían de Penang, y compartir con ellos mis últimos días en esta ciudad. Curiosamente hoy estaban despidiéndose de una chica belga, Talú, a la que conocieron en Kapas hace unas semanas. Ella y sus amigas habían estado en Kathmandu justo cuando el terremoto, y he tenido la ocasión de escuchar cómo vivieron ese duro momento y los instantes posteriores a la tragedia.
Y aquí es donde llega la casualidad, la bonita historia, la frase de Natalia de -¿tú dejaste un libro en Kapas, un libro rojo sobre India? Es que creo que mi amiga tiene un libro tuyo-. -¿Sobre India? Puede ser, pero no me suena haberlo dejado en Kapas.- El resto os lo podéis imaginar.
Es una historia genial :)