Relato divergente. He visto una serpiente volando

Soy el hombre occidental de pelo blanco que podéis ver al fondo tras esa escultura de Buda. La foto me la tomó mi esposa en Sri Lanka, justo en el momento en que una serpiente diminuta de color verde cruzaba apresuradamente entre mis pies.

Relato divergente. He visto una serpiente volando

Me gano la vida escribiendo relatos de ficción para una revista literaria de Edimburgo, y la visión de aquel pequeño reptil me puso inmediatamente en contacto con las musas, señoras muy eficientes que incrustaron entre mis cejas la trama de un cuento que valdría la pena plasmar. Saqué el teléfono, pulsé el botón de grabado y las palabras empezaron a fluir de mí boca por sí solas:

“La serpiente supo que había llegado el gran momento y con su cabecita triangular presionó repetidamente la cáscara del huevo que la mantenía aprisionada.

Aun sin tener la mínima idea de lo que hallaría en el exterior, y, así, sintiendo un inmenso temor que solamente se podría comparar con la excitación que la dominaba, agrietó el refugio en que se había desarrollado y, tras conseguir romperlo, asomó el hocico.

Empezó a husmear con su larga lengua bífida. Tras recibir la valiosa información que los ojos ciegos de su especie no le podían aportar, adivinó que se encontraba bajo un cálido refugio de estiércol y hojas secas, y en entre otros huevos parecidos al que le había servido de incubadora.

Su previsora madre, que era del mismo color verde de su hija y que muriese unos días antes entre las garras y el pico de un halcón, le había dejado una suculenta despensa formada por los cadáveres de varios escarabajos y mariposas que la recién nacida se apresuró a devorar.

Tras el temor, la excitación y el hambre, la pequeña serpiente conoció la satisfacción que comporta llenar el estómago y la somnolencia que le siguió. Así que, dejándose guiar por esta otra necesidad física, por el momento se olvidó de los deseos exploratorios y se hundió en una confortable siesta en la que soñó por primera vez.

Allí, en el mundo de los sueños, y gracias a la memoria genética que heredara de sus antepasados, se encontró reptando por un entorno que tenía forma de un inmenso bosque lleno de vida que jamás podría ver. Era un mundo cargado de olores, aromas, hedores y perfumes que le informaban de dónde se hallaba el peligro y la protección; y supo que, si deseaba sobrevivir, debería abandonar pocas veces el húmedo amparo del musgo y la hojarasca.

Al despertar y dejarse vencer de nuevo por las llamadas del estómago, se regaló otro atracón de la despensa materna y, encantada de la vida, se echó a dormir de nuevo.
Cuando al fin salió a explorar los alrededores del refugio sin prestar la mínima atención a un par de hermanas que solamente entonces estaban rompiendo la cáscara de sus huevos, la serpiente intuyó que era de noche y, así, el momento ideal para empezar sus correrías por la vida.

Compitiendo con el olfato, sus oídos le aportaron una inapreciable información en la forma de docenas distintas de ruidos, cantos, gruñidos y llantos; coro ante el que se quedó paralizada largo rato creyendo, como así era, que se hallaba rodeada de enemigos y su vida podría terminar casi antes de haber empezado.

Exceptuando a su atareada lengua, la serpiente parecía una ramita más entre las que cubrían el suelo de la jungla. Pero de pronto su inmovilidad se convirtió en una frenética carrera al oír un atronador ruido que se acercaba. ¡Su instinto le advirtió que tenía muchas posibilidades de terminar aplastada!

Pudiendo solamente imaginar el decorado por dónde se movía, el reptil logró una mínima protección metiéndose entre las raíces de un árbol, justo antes de que cruzase por allí un búfalo salvaje de gran tonelaje cuyos pasos hacían temblar el suelo como si se tratase de un terremoto.

Continuando con su exploración, la serpiente llegó poco después frente a una charca embarrada que fue muy de su gusto porque, aparte de lograr zamparse varios insectos que flotaban desorientados sobre sus densas aguas, descubrió lo natural que era para ella la natación.

En pocos instantes también aprendió que bajo el agua no podía respirar, y que en el mundo acuático se encontraban otros tipos de enemigos, por ejemplo un pez con una boca inmensa al que le gustaba mucho el sabor entre carne y pescado de los reptiles.
Pero nuestra amiguita, que con pocas horas de vida ya se estaba convirtiendo en una veterana, notó las ondas producidas por el cazador con tiempo suficiente para “salir por piernas” y alcanzar la orilla.

No dejó de reptar hasta alcanzar la protectora hojarasca, y salvó de nuevo su vida por los pelos porque, curiosidades de la jungla, aquel tipo de pez había desarrollado la habilidad de poder abandonar el agua y permanecer largos ratos sobre el barro exterior tragándose a cualquier insecto o lagarto despistado.

Tras lo que pareció una eternidad cargada de experiencias, la aurora acabó llegando para la serpiente cegata e insectívora. En ese momento, el instinto de supervivencia tuvo que mostrarse de nuevo efectivo advirtiéndole que, con la luz, el número de enemigos y peligros iba a aumentar en gran manera.

Como primera muestra, tuvo a un madrugador ibis blanco que andaba en busca de un buen desayuno para sus polluelos. Los grandes ojos del ave parecieron aumentar de tamaño al excitarse frente a tan suculento y tierno majar. Pero cuando se disponía a dar el picotazo mortal a la serpiente, recibió el susto de su vida al pasar galopando a corta distancia un ciervo ladrador perseguido por un leopardo.

En realidad, la serpiente solamente se enteró de la cercanía del ibis al oír su desesperado aleteo; ruido del que sacó una rápida lección que tradujo así: Será mejor irse a la cama.

Siempre acompañada por una suerte astrológica que sus hermanas no habían tenido, pues para entonces la mayoría de ellas ya habían sido devoradas por distintos depredadores, nuestra amiguita encontró cerca de allí un tronco podrido en cuyo interior, aparte de refugio, halló a una desventurada familia de escarabajos que le sirvieron de desayuno.

Entonces, cuando la pequeña se disponía a echar una cabezadita con el estómago a rebosar, algún desaprensivo empezó a dar saltos sobre el techo de madera, consiguiendo que a la serpiente se le desmadraran todas las paranoias.

¿Qué forma tenía el nuevo peligro? La respuesta le llegó al notar una mano maloliente que, palpando el interior del tronco, acabó por alcanzar al reptil, que agarró por la cola y, antes de que éste pudiese darle un mordisco con su inofensiva boca, tiró de él sacándolo al exterior.

La serpiente supo que ahora estaba realmente liada, pues aún sin poder verlos, por el barullo que armaban sus atacantes estaba claro que a su alrededor los había a docenas.
Si no hubiese sido ciega se habría percatado de que se trataba de unos jóvenes macacos en busca de juegos, cuya tribu se encontraba desperdigada por los alrededores comiendo bayas, moras y fresas silvestres.

De haber sido adulta y tener más experiencia, la serpiente se podría haber montado el número siempre efectivo de hacerles creer que era venenosa y mortal de necesidad. Pero al ser sólo una recién nacida y no haber asistido todavía a la escuela de serpientes, tuvo que soportar que uno de aquellos insolentes juguetones la arrastrara mientras corría perseguido por los demás. Juego que, ay Dios, terminó en la rama de un árbol provocándole vértigo a la sensible cieguita.

Empeorando las cosas, pues todo lo que sube ha de terminar bajando, el incidente tuvo como colofón una terrorífica caída en picado cuando el mono se libró de ella para evitar el ataque de un viejo macho malcarado, quien llevaba un enfado de mucho cuidado después haber sido despertado de su siesta por aquella ruidosa chiquillería.

Si un mamífero patoso como lo son los seres humanos hubiese caído desde aquella altura, seguramente habría terminado con todos los huesos rotos. Sin embargo, éste no era el caso de las serpientes porque, al contrario de los gatos, ellas tienen realmente siete vidas. Y nuestra amiga, tras tocar fondo pegándose el gran batacazo, se alejó de allí sin pensárselo un momento. En los bajos del mismo árbol encontró un agujero ratonil y se metió allí para recobrar fuerzas y ánimos, mientras se prometía tener más cuidado.

Oyendo el escándalo continuado de la monería, personal que continuó por los alrededores hasta el atardecer, la serpiente permaneció más quieta que un palo durante el resto de la jornada. Solamente se atrevió a abandonar el refugio tras producirse el cambio habitual en el sonido ambiental al callar la fauna diurna para dejar paso a la nocturna.

De haber tenido el sentido de la vista, habría advertido que se estaba precipitando un poco, porque el rápido ocaso tropical todavía lucía los últimos coletazos mostrando sus mejores colores y afuera había un poco de luz. Hecho que, mientras ella daba palos de ciego, la convertía en visible para docenas de buenos observadores de los alrededores.
Uno de éstos, mira por dónde, resultó ser el mismo halcón que se almorzara a su madre unos días antes. A pesar de tener ya un ojo cerrado y disponerse a hacer lo mismo con el otro, al ver zigzaguear a su manjar favorito se lanzó inmediatamente al vacío.

Este pájaro seguramente habría conseguido una tapita serpentina si, debido a su precipitación y a la luz menguante, no hubiese cruzado accidentalmente su vuelo con el de un aparatoso faisán que, en aquel momento y tras coger velocidad, iba a trepar hasta las ramas de un árbol donde pasar la noche.

El choque entre ambas aves fue de lo más sonado y, además de atraer la atención de todo bicho viviente debido a sus quejas y aleteos, dio tiempo a la serpiente para desaparecer rápidamente de escena.

Durante gran parte de la noche nuestra amiga gozó al fin de cierta tranquilidad ya que, en su camino, solamente halló a seres pacíficos entre los que pudo moverse sin sobresaltos; eran ratones, conejos, liebres, ciervos, cabras, murciélagos, erizos y demás fauna que solamente estaba interesada en llenar el estómago en paz, y ella empezó a creer en el futuro.

Sus esperanzas se fueron al traste de madrugada cuando, como si hubiese salido de la nada, se encontró de pronto inmovilizada entre las zarpas de un búho que, por unos instantes, la estuvo observando con unos ojos gigantescos capaces de atravesar la penumbra de la jungla.

“Hasta aquí llegamos”, se dijo la serpiente esperando ya el picotazo mortal. Pero, sorpresas de la vida, el pájaro debía tener entre ceja y ceja algún capricho extravagante porque, en vez de matar a su presa, la sujetó con mucho cuidado con una de sus garras y, extendiendo sus largas alas, salió volando con ella.

Si aquel hecho hubiese tenido algún testigo accidental, habría podido comentar: “He visto una serpiente volando”.

Mientras cruzaba el espacio nocturno, nuestra amiga tuvo una colección inaudita de emociones. Aparte del esperado terror, sintió vértigo, euforia, ligereza, levedad, y escalofríos.

Experimentó una sensación de caída al vacío que superaba de largo a la que sufriese con los monos cuando el búho se lanzó en picado y a gran velocidad para terminar deteniéndose con mucha precisión en la rama de un árbol. “Ahora sí, ahora me machacará”, se dijo el reptil con lógico pesimismo.

Afortunadamente, se equivocaba de nuevo, pues el pájaro, cogiéndola ahora con el pico, se acercó hasta el tronco, metió la cabeza por un amplio agujero donde se escuchaba el barullo de un par de polluelos y con delicadeza la depositó entre las plumas que cubrían el suelo.

La serpiente se quedó asombrada al descubrir que aquel era un lugar muy confortable y cálido en el que inmediatamente empezó a encontrar insectos muy de su gusto.

Al mismo tiempo que empezaba a tragar encantada, se dijo: “¡Esto es increíble, me han cazado para darme de comer!”.

Efectivamente nuestra bienaventurada serpiente había caído en las manos, o mejor dicho en las garras de unos búhos muy sabios que, desde tiempos inmemoriales, descubrieron las ventajas de tener como inquilinas a pequeñas serpientes insectívoras como nuestra amiga; reptiles que, al mantener el nido limpio de parásitos, evitaban la muerte del cuarenta por ciento de sus polluelos.

La serpiente y los búhos fueron muy felices, y comieron perdices, o ratones, o insectos, al gusto.

Y colorín, colorado, este cuento serpentino se ha acabado”.

RELATO DIVERGENTE, de Nando Baba
RELATO DIVERGENTE*, de Nando Baba

*Relato divergente es una sección de relatos ficticios en los que Nando Baba escribe inspirado por nuestras fotografías de viaje.

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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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