Carreteras letales y apaños ilegales: así ‘abraza’ Tailandia el fin de la crisis

Tailandia empezó el año de aquella manera. O podría decirse que entró en enero en sandalias. Claro, estamos en el Sureste Asiático y hace calor. Pero lo de ir en chanclas tiene otro significado más bien figurado que nada tiene que ver con lo de ir de pies aireados. Sino más bien con lo que se conoce como la política de flip flop, que no es otra que cambiar de opinión como de bañador. Lo que en español, vamos, gusta relatarse con lo de decir Diego cuando se dijo digo.

Más que nada porque el Gobierno siamés, tras vanagloriarse de ser la primera gran nación asiática que abría sus fronteras al mundo, dio un volantazo cuando miles ya habían pagado billetes y fijado fechas al decidir, a finales de diciembre, imponer nuevamente las cuarentenas a los viajeros. Sin lubricante. Menos mal que ahora, nuevamente sandaliazo mediante, han vuelto a abrirse al turismo de aquella manera.

Soi Cowboy en Bangkok
Para acceder a la zona de ‘entretenimiento adulto’ de Soi Cowboy, en Bangkok, hace falta pasar un test de antígenos.

No fue, en todo caso, lo que más removió los cimientos en el interior del país más popular del Sureste Asiático en este arranque de año. Tambaleado por un 2021 particularmente dañino en la lucha contra la pandemia, el Ejecutivo siamés se ha dado de bruces contra el que es quizás el mayor drama social del país: la peligrosidad de sus carreteras.

El nombre más famoso en Tailandia durante este arranque de año es el de Waraluck Supawatjariyakul, conocida popularmente como Doctora Kratai. Una joven treintañera que una buena mañana cometió la imprudencia de cruzar por un paso de peatones. Se dirigía al hospital donde trabajaba como oftalmóloga a tiempo parcial. Pero nunca llegó a su destino.

La doctora cruzaba por el paso de cebra cuando alguien se estrelló contra ella y la hizo volar por los aires. Perdió la vida allí mismo. El causante del impacto iba en una Ducati Monster que luego se determinaría que iba a más de 120 kilómetros por hora y que aceleró frente al paso de peatones. La moto no llevaba matrícula y no pudo ser identificada. Tampoco lucía el obligatorio sello que indica el pago de impuestos y de un seguro. Era un fantasma, ya que el conductor había desaparecido.

Las redes sociales hablaron de ello instantáneamente y la policía indicó que había una segunda víctima, un hombre que había sido llevado al hospital. La opacidad informativa olía fatal y todo el mundo intuyó que había gato encerrado. Al final se destapó el percal.

Bangkok es, junto a Manila y Yakarta, una de las tres ciudades con más tráfico de Asia. También es la más peligrosa.

La «segunda víctima» de tan espantoso accidente fue precisamente el conductor de la moto que originó el drama. El meollo venía en todo lo demás. Porque el infractor se trataba de un policía que disfrutaba usando una moto que no era suya, incautada por un delito y que él había decidido utilizar a placer, por eso le habían quitado la matrícula. Un defensor del orden que ha de vigilar que la ciudad sea segura había asesinado a una oftalmóloga treintañera que era muy necesaria en la sociedad, ya que solo hay unos 50 médicos de la vista en todo el país.

El destino no estuvo exento de cierta ironía, ya que el agente sufrió daños en sus ojos al arrollar a la joven. Por eso se fugó de la escena del crimen y fue al hospital, pero en el centro médico no pudieron curar su vista. «La oftalmóloga no ha venido hoy, no contesta a su móvil y estamos preocupados», le dijeron los sanitarios. La estampa era cuando menos kafkiana, ya que la médico que no llegó a su trabajo era la misma que él la había matado.

Las corruptelas, más en el punto de mira que nunca

Muchos se preguntarán, ¿por qué es tan notorio el caso de la oftalmóloga asesinada? Al fin y al cabo, en la semana festiva de año nuevo murieron 333 personas en las carreteras y nadie habló de ellas más allá de señalarse la cifra. Tampoco nadie se asombra por estos lares del medio centenar de víctimas mortales -casi todas ellas en moto- que pierden la vida en el país todos los días.

Los ejemplos sobran. Hace un par de semanas, frente a la taberna donde me tomaba una caña, tres chavales sin casco iban en una escúter cuando fueron arrollados por un coche que se cruzó en dirección contraria. El conductor se dio a la fuga y los que allí tomábamos asistimos a los muchachos accidentados. Y nadie se extrañó, fue simplemente una noche más en Bangkok.

Carretera de Tailandia y Sonic
Curiosa pintada en una carretera en la ciudad de Chon Buri.

Porque los accidentes son lo más normal en esta ciudad. Yo mismo, en 11 años viviendo en la capital siamesa, he sido atropellado tres veces, con la suma suerte de sufrir solo magulladuras y un simple paso por el hospital sin importancia para enyesarme un brazo. Solo en una ocasión el conductor no se dio a la fuga tras tirarme en el asfalto. En ese caso fue un chaval en una moto que me impactó porque una camioneta se le cruzó y la opción menos mala fue estrellarse contra mí.

Algo falla en Tailandia cuando hablamos de la educación vial, y la consecuencia es que las peores cifras del mundo en muertes en las carreteras las protagoniza casi siempre el país de la sonrisa, donde medio centenar de personas pierden la vida a diario en la conducción, casi todas ellas en moto. El asunto tiene miga, porque en Bangkok es muy fácil ver a un tipo subido en una escúter a todo gas sin casco, pero jamás sin la mascarilla para protegerse del virus de marras. Si el ministerio de Salud pusiera el mismo énfasis en convencer de la peligrosidad de saltarse semáforos del que hizo gala al persuadir a su pueblo de los riesgos del Covid seguramente se salvarían muchísimas vidas.

Sin embargo, el incidente de la oftalmóloga es clave por lo que representa. Primero, porque la víctima representa a la pujante clase media tailandesa, muy representada en los medios y ciertamente descontenta con los gobiernos militares y las malas artes de la policía. Pero ante todo es el enésimo ejemplo de cómo a los uniformados ya no les dejan pasar ni una.

Agentes protegen la principal comisaría de Bangkok, el pasado año, durante una protesta contra el Gobierno y la policía.

El pueblo tailandés empieza el año con algo de resignación, tras ver que la oleada de protestas contra el poder dominante han sido aplacadas por el Gobierno de origen dictatorial. Pero muchos jóvenes tienen claro que no van a dejar pasar ni una. La joven doctora asesinada se ha convertido en un símbolo, y mientras la alcaldía de Bangkok trata de señalizar mejor los pasos de peatones, el público no olvida que la policía está a favor de los poderosos y no del pueblo.

Hay motivos para la esperanza. Un diputado del partido militarista del Gobierno que está en el poder fue cazado por corrupción y se tuvo que repetir el proceso electoral en el distrito de Bangkok que le dio el poder en 2019. Si en aquel entonces ganó por mayoría la formación conservadora dirigida por el ejército y el Rey, en este caso se hundieron en las urnas y los vencedores absolutos fueron los partidos que exigen un cambio.

Tailandia se viste de gala para camelarse al turismo

La antigua Siam es una nación fantástica de gentes maravillosas y fascinantes estilos de vida. Más allá de los tópicos de sonrisas y budas, pocos países te hacen sentir tan bien como Tailandia. El problema, como ya dicen abiertamente sus ciudadanos, son los que mandan. Por eso tantísimos tailandeses se apenaron cuando se canceló la entrada al país sin cuarentena, aunque otros muchos aún temen demasiado al Covid.

No se empezó el año con buen pie. Y como a perro flaco, ya saben, todo son pulgas, al país le cayó una buena al derramarse en la costa de la turística Rayong unos 400.000 litros de petróleo procedentes de un barco que contaba con sospechosas medidas de seguridad. Un mayúsculo desastre ecológico que ha ensuciado costas y reputaciones por doquier.

Playa samed desastre ecológico por petróleo
Una playa de Samed, aún ennegrecida por los restos de petróleo.

Sin embargo, yo sigo insistiendo en que este momento es ideal para visitar Tailandia. Nunca sus playas lucieron igual de bien y, pese al desastre de Rayong, la mayoría de costas se han revitalizado sin el turismo masivo. Es cierto que las medidas para entrar al país son tediosas -la primera y la quinta noche en el país han de pasarse en un hotel de cuarentena-, pero también los vuelos están más baratos que nunca.

Por eso ya se vislumbra en Tailandia el final de la crisis. El ministerio de Salud ha avisado que este año será el definitivo en relación a la pandemia, que el Covid se considerará endémico durante este 2022 y se retirarán todas las restricciones. En realidad es un brindis al sol, ya que mañana pueden cambiar de opinión, sandaliazo mediante.

Influencer Tailandia
Una ‘influencer’ para el tráfico en Tailandia para que la fotografíen en un paso de peatones.

Pero la realidad es que algo ha cambiado en la actitud del pueblo. Si bien las medidas contra el Covid siguen activas, su cumplimiento es muy vago. Se ha permitido que los bares reabran al reconvertirse en restaurantes sin comida y los horarios se relajan. Oficialmente, a las 23 horas ha de cerrar el ocio nocturno, pero en Phuket uno puede amanecer entre copas.

Una camarera en un bar de Pattaya.

Hace poco me dijeron que Tailandia empezó el año fatal. Entre el caso de la doctora Kratai y el desastre ecológico de Rayong, el país está necesitado de buenas noticias. No obstante, hasta noticias tan dolorosas e inaceptables pueden mostrar algo positivo.

Quizás el asesinato de la oftalmóloga haya puesto de manifiesto, de una vez por todas, que el cambio en la seguridad vial es necesario. Porque muchos tailandeses están seguros de que el país podrá eliminar buena parte de sus problemas sin perder su autenticidad. Yo también lo creo y por eso sigo viviendo en Bangkok, la ciudad en la que a uno le pueden atropellar tres veces en una década, es cierto, pero donde cada día la vida merece la pena disfrutarla por aquí.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve

1400 933 Luis Garrido-Julve

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