Muchos son los viajeros que llegan a Tailandia y lo primero que buscan es la cerveza del país. Y quizás sea por el calor, la sed y la excitación por descubrir el país, pero el primer trago de Singha o Chang suele saber a gloria. Y pese a que ambas birras resulten algo mediocres, son ligeras y se dejan beber fácilmente. Tanto, que algunos empiezan a emular a los tailandeses de calle y hasta se atreven a beberlas con hielo. Si qué más da, tampoco es que su sabor sea para echar cohetes.
El problema que ven algunos es que la variedad brilla por su ausencia y, tras aburrirse de las dos marcas de marras, van a ver qué se ofrece por allá. Y entonces se dan cuenta de que todo se resume -casi- a esas dos marcas y que el resto de cervezas salen de las mismas factorías. Empezando por Leo, la tercera más popular del país, y que en realidad es la versión barata de Singha para competir con Chang.
Se va uno pues a un súper a comprar otra birra y se encuentra con una buena variedad a precios aún asumibles que no van mucho más allá del euro y pico que valen las que están en todos los lados. Hay algunas que dicen ser europeas, otras de trigo, algunas ligeras e incluso unas pocas de sabores extraños.
Pero cuando te da por mirar quiénes han producido estas diversas variedades compruebas que salen de las mismas factorías que Singha y Chang. Son lo mismo pero con variaciones mínimas que te hacen sentir que estás en el día de la marmota birrera. Hasta la japonesa Asahi que aquí se vende está producida por Singha.
La alternativa que no se va de precio es la infame Heineken, desarrollada por la tercera productora en discordia y que tiene también un buen séquito de marcas blancas que vienen a ser lo mismo pero embotellado con diferente etiqueta. A partir de ahí… el desierto o el dolor.
Porque es doloroso ver que las marcas de cerveza tailandesas de gran calidad -que las hay- son artesanales que cuestan el doble o el triple que la sosería de Chang y Singha. Encima no les dejan promocionarse, si bien las dos grandes tienen sus trucos para empapelar las calles del país con su imagen. Y si uno quiere pasar el mal trago con una copa de vino lo tiene peor, ya que una botella cuesta cuatro o cinco veces el precio que tiene en Europa.
Tailandia bebe mucha cerveza, muchísima. Pero si hay tan pocas marcas y las calidades son cuestionables es porque hay un plan orquestado por los que mandan para que en Siam sólo podamos beber la vergüenza que venden esas grandes productoras, cervezas simplemente correctas a las que no optaríamos si permitieran una mejor variedad al mismo precio.
Los gobiernos conservadores siameses protegen tanto a dichas élites cerveceras desde el poder que si a un tipo le da por hacerles la competencia lo meten en la cárcel. Sí, así de crudo. Como te dé por producir birra en casa y vendérsela al vecino puedes acabar entre rejas.
El origen de la cerveza en Tailandia y su legislación
El asunto cervecero lo conozco al dedillo, y no sólo por mi fascinación por el zumo de cebada, sino porque en su momento importé unos cuantos miles de birras artesanales y el proceso fue un verdadero dolor. En otros países del Sureste asiático como Vietnam lo del alcohol tiene vía libre y cualquier hijo de vecino puede montarse su marca, pero por aquí el asunto es diferente.
La cerveza es un ejemplo perfecto del proteccionismo del poder tailandés que busca aglutinar la riqueza en manos de muy pocos. Defender a las élites económicas para que puedan seguir haciendo y deshaciendo.
Por eso es casi imposible elaborar cerveza en este país por un asunto que, dicen, está centrado en el proteccionismo económico y en evitar que el alcoholismo se extienda. Esto último cualquiera que se dé una vuelta por el país sabrá que es una estupidez -en este país conocido por sus festejos la cerveza de las grandes marcas está hasta en las sopas-, pero lo del proteccionismo tiene guasa.
Porque lo que la legislación trata de proteger es a los grandes monopolios. El Acta de Licores, que tiene más de 70 años, dice que sólo pueden producir cerveza aquellas empresas que elaboren al menos un millón de litros al año. Así todas las pequeñas se quedan fuera. ¿El motivo? Sin duda proteger a las grandes corporaciones establecidas e impedir la entrada a nuevos competidores.
Todo en manos de los millonarios y los militares
El asunto empeoró cuando entró en el poder la dictadura militar del general Prayuth Chan-ocha, en 2014. Porque el militar dijo que iba a complicar los asuntos relacionados con el alcohol porque la buena gente de Tailandia es conservadora, religiosa y familiar. La realidad era otra, claro. Se trataba de facilitarle el meollo a sus amiguetes de las élites económicas mientras arañaba un buen pellizco en impuestos.
En 2016 subió -aún más- el precio de la importación de vino, básicamente porque no se produce en Tailandia y podría convertirse en una alternativa a la cerveza local. Además así se embolsan más impuestos a costa de quienes para tomarnos un vinillo pagamos 25 euros por lo que en España nos cuesta seis. Pero eso no fue lo peor.
La administración de Prayuth, haciendo uso del poder absoluto que le dio promover un golpe de Estado, quiso complicarle el asunto a quienes quisieran importar cerveza o licores que pudieran competir con las marcas locales. Subió las tasas especiales y las hizo variables para los importadores en función del precio de venta al público para dejar los beneficios bajo mínimos. Porque con el alcohol sólo pueden ganar dinero sus colegas.
Pero, ¿qué pasaba con los tipos que quieren montarse una pequeña productora de cerveza? ¿O aquellos que desearan tener una marca de presencia limitada como ocurre en todo el mundo? Los militares se pusieron del lado de las ya de por sí millonarias empresas de Singha y Chang, no fuera a ser que unos desconocidos osaran quitarles algo de su mercado. Por lo que decidieron castigar muy duro a quienes tuvieran la idea de hacerse unas birras caseras.
Penas de cárcel para quienes produzcan cerveza
En aquel 2016 los militares ya vieron claro que el mercado de cervezas artesanales era una realidad en todo el mundo y que en Tailandia empezaba a despegar, si bien fuera de la normativa. Como las leyes protegían a los millonarios y sólo permitían entrar en el mercado a quienes pudieran jugar a dicho juego, los aficionados y pequeños productores se tiraron al mercado negro de venderle a los colegas y asumir las multas.
En aquel momento al que pillaban haciendo cerveza sin permiso le caían unos míseros cinco euros de multa. Y si la comercializaba no se pagaban más de 130 euros de amonestación. Por eso, cuando el Gobierno vio que crecían como setas los pequeños productores, quiso acabar con esos que pretendían quitarle ventas a sus amigos adinerados. ¿Cómo era posible que unos desconocidos se atrevieran a restarle mercado a algunos de los magnates más ricos del país?
Los generales fueron a saco. Ese 2016 modificaron el código penal para que producir cerveza ilegalmente o venderla no se solventara con pequeñas multas, sino que significara mandar a los infractores a la cárcel hasta dos años. Recuerdo que por esos días me encontré a mi vecino Tawan, un diseñador gráfico, con gesto contrariado. “He de ir a comisaría ahora, han arrestado a mi hermano por elaborar cerveza para los colegas y amenazan con encerrarlo”, me dijo.
Como la junta militar ya había puesto la directa en este asunto, siguieron tirando millas. Penalizaron la promoción publicitaria de cualquier marca de alcohol. Pero los listos de Chang y Singha lanzaron agua mineral con el logo de sus cervezas y empezaron a anunciarse así, con sus logos enormes y gente bebiendo en vasos opacos con la desinhibición propia del alcohol. Sólo que en pequeñito, y sin que fuera muy visible, ponían “mineral” por si alguien les preguntaba qué hacían anunciando cerveza. El Gobierno dijo que ahí no había truco, que era agua. Claro.
Finalmente, los consumidores tailandeses tuvieron que resignarse con sus marcas de toda la vida, anunciadas a tutiplén en las autopistas, los bares y en cualquier sitio, sólo que poniendo en letras difíciles de encontrar que es agua o soda lo que venden. Para suplir la demanda de variedad lanzaron variedades que denominaron “artesanales” pese a ser producidas masivamente para que no se quejara el cliente siamés, y los apasionados de la cebada, como el hermano de Tawan, se quedaron en el banquillo.
De las artesanales importadas a un posible cambio
La moda de la cerveza artesanal no iba a parar en Tailandia, sólo que sin poderse promocionar y siendo imposible producirla fue necesario inventarse algo. Así que los cerveceros se vieron obligados a crear sus recetas en suelo siamés para luego llevárselas a otros países como Vietnam o Camboya, desde los que se puede importar a Tailandia sin algunos aranceles.
Así que las más importantes atrevidas artesanales tailandesas empezaron a elaborar sus cervezas en los países vecinos, pero eso las hizo incapaces de competir con las industriales Singha y Chang, además de la Heineken local y sus marcas blancas. El drama de la cerveza artesanal tailandesa producida en el extranjero es que ha de pasar por el departamento de impuestos especiales para ser consideradas como un capricho de importación.
Pondré el ejemplo de la cerveza vietnamita que yo mismo importé en Tailandia. Las latas de TeTe que yo traje a este país pagaron de impuestos más de 50 bahts por lata porque llegaron desde Singapur. Si hubieran sido enviadas desde Vietnam los impuestos se habrían recortado a los 35, el precio de una Chang en un mayorista. El Gobierno además me obligaba a venderlas a 90 bahts en un comercio, incluyendo lo que la tienda quisiera llevarse. ¿Era posible ganar dinero? No. Pero el motivo por el que las traje es otro.
Por ello, es normal que una cerveza artesanal de calidad en una tienda cueste 120 bahts, el triple que una Singha. Y encima es que no pueden venderse por Internet para evitar el porcentaje del comercio, ya que eso también es ilegal. Y pese a todo ello, el mercado de cervezas artesanales creció y mucho. Con marcas tan originales además de buenas como Outlaw, cuyo nombre viene porque al productor en el norte del país lo querían meter en la cárcel por hacer cerveza para los colegas.
Antes decíamos que el cerco a la cerveza de pequeños productores para proteger a las fortunas siamesas es uno de los ejemplos más claros de cómo ha actuado siempre el Gobierno militar tailandés para proteger a las élites. Y por eso ha sido una de las demandas más importantes de los progresistas en el país, que ganaron las elecciones holgadamente en mayo de este 2023.
El hermano de Tawan, precisamente, se unió al partido Future Forward -que al ilegalizarse se convirtió en Move Forward- y se convirtió en uno de sus principales diputados. Tras esquivar la cárcel, empezó a hacer campaña por liberalizar el mercado de cerveza, su principal pasión. Su idea es lograr un mercado cervecero libre en todo el país para que puedan florecer las marcas pequeñas en detrimento de Chang y Singha.
El futuro de la cerveza de calidad tailandesa, no obstante, está en manos de los militares. Ahora mismo, han sido capaces de bloquear el ascenso de Move Forward en el Gobierno pese a que el partido reformista ganara las elecciones.
Si finalmente Move Forward puede llevar a cabo su programa, no sólo liberarán el mercado de licores, sino que acabarán con las estrambóticas leyes tailandesas en relación al alcohol, como la imposibilidad de comprar bebidas entre las 11 y las 14 horas o la prohibición del alcohol durante las festividades budistas. Si es posible lograrlo, brindaremos con cerveza artesanal tailandesa. Porque en este país se hace muy buena birra y hay pasión. Las complicaciones son legales.
Estimado Luis , sal de thailandia , thailandia el pais que adoro , nos hace ver el mundo desde otro prisma , hay países en asia a un tiro de piedra , que tienen muchísimas cosas que ofrecernos . Un abrazo.