Un pecado capital llamado pereza, inundaba nuestra tienda de campaña y no era para menos, no queríamos que terminase nuestra visita en ese maravilloso lugar que sin saberlo, lo tenía todo: mar, sol, tranquilidad y naturaleza.
También es verdad que nos moríamos de ganas de continuar para seguir observando cada rincón que este país nos estaba ofreciendo, así que sin más, desmontamos todo y esta vez sí, rumbo a Fukui… una ducha fría, crema solar y listos.
ETAPA 4: Wakasawada – Matsumoto
Rumbo a Fukui
Aunque llevábamos muchos días ya en la ruta y habíamos coincidido con mucha gente, siempre aparecía ese diablillo en la cabeza que te saludaba y te decía que había una probabilidad grande que el día se podía complicar y que sería posible que nadie parase… pero mientras preparábamos las mochilas y carteles, es verdad, que le hacíamos desaparecer.
Activamos el botón de energía positiva y ¡en marcha para conocer a nuestros siguientes compañeros de viaje!.
En este trayecto nos pararon dos coches hasta llegar a Fukui, el primero nos hizo un trayecto corto, sacándonos del pueblito pesquero el cual estaba al lado del camping donde pasamos las dos últimas noches y terminaría en un 7-Eleven, de ahí, nos pararía otro coche que finalizaría nuestro recorrido hasta llegar a Fukui.
La primera pareja
Os vamos a contar sobre la primera pareja que estaba en el primer coche y que nos hicieron los primeros 7 kilómetros.
Fue algo tan corto, que lo podríamos resumir en dos líneas, pero durante esos 15 minutos que duró el trayecto nos dio tiempo a intercambiar información sobre los lugares que habíamos visitado, la gente que ya habíamos conocido durante el camino y también nos recordaron que todavía nos faltaba mucho para escribir correctamente el japonés, porque cuando llegamos al lugar donde nos dejaron, ellos también se bajaron del coche para despedirse, la señora se fue al baño (o eso creíamos nosotros) y mientras tanto al señor le mostramos orgullosamente el cartel en el que habíamos escrito en japonés “Fukui”.
Cuando este hombrecillo lo vio, se le pusieron los ojos de muñeco manga, muy educado nos dijo que que no estaba mal, pero que le dejásemos un rotulador para corregir “pequeños detalles”, le dimos nuestro súper rotulador permanente que habíamos comprado por unos céntimos en Tailandia y cuando quiso escribir estaba ya más seco que la mojama.
Así que entre sus cosas del maletero sacó el suyo propio, un mega rotulador pro con cartucho y todo para poder recargarlo cuando se le terminara la tinta. Era como una película de gangsters en la que los protagonistas habían sacado sus armas y se sabía perfectamente quien de los dos era el profesional y quien era el principiante.
Mientras que el señor terminaba de escribir correctamente el destino, regresó su mujer que evidentemente con lo que tardó, no sólo fue al aseo, había estado comprándonos un pic-nic para que pasáramos el día. ¡No dábamos crédito!
A esos 15 minutos con ellos, la palabra generosidad estaban escritas con letras mayúsculas. En aquella bolsa teníamos algo dulce, unos sándwiches salados, te frío para hidratarnos, algún snack y como colofón, él nos regaló su súper rotulador (que eso no significaba que nuestra caligrafía japonesa fuese a ser mejor, pero sí con mejor tinta).
Así fue como terminaron esos 15 maravillosos minutos con esa pareja, nos hicimos una foto de despedida y con las manos llenas de regalos les dijimos adiós.
El segundo compañero de viaje
Comimos un par de snack de los que estaban en la bolsa para engañar al estómago mientras esperábamos a nuestro segundo compañero de viaje cuando paró un micro coche de color gris, que no dudó ni un segundo en llevarnos hasta Fukui, y sí, él iba directo hasta allí…¡triunfada!, el día estaba siendo mucho más fácil de lo que pensábamos.
Continuamos el camino con nuestro nuevo compañero de viaje y, antes de llegar, hicimos una parada para descansar. Fue ahí cuando nos contó que él venía de la playa (el mismo lugar de donde partimos), que tenía una casita allí y era donde pasaba muchos fines de semana.
– Si hubiésemos salido una media hora más tarde del camping, probablemente él hubiese sido el único compañero de viaje ese día, pero por otro lado, no hubiésemos conocido a la simpática pareja – Que loco es el destino, ¿no?, porque dependiendo de tus decisiones, tu camino y la gente con la que te cruzas en la vida cambia tu viaje y te hace plantearte reflexiones como esta.
La llegada a Fukui
Pues bien, después de hora y media o dos horas (no lo recordamos bien), llegamos a Fukui. Eran las once de la mañana y habíamos llegado a la estación central de trenes donde nos esperaría Midori, la anfitriona de couchsurfing con la que pasaríamos un par de días en la ciudad. Pero todavía faltarían 6 horas para ese encuentro.
Lo bueno de todo esto, es que en Japón tienen unos lockers totalmente preparados para poder guardar tu equipaje sea grande o pequeño en casi todas las estaciones de tren y centros comerciales; guardamos nuestras mochilas en una de esas taquillas y nos fuimos a pasear por los alrededores.
No nos llamó mucho la atención esa ciudad pero sí la experiencia que tuvimos cuando nos encontramos con Midori y llegamos a su casa, una casa tradicional alejada del centro de la ciudad, situada entre arrozales y de estilo japonés.
En el interior, todas las habitaciones estaban separadas por paneles de papel de arroz y los suelos eran de tatami, solo faltaba Doraemon para que no pareciese que estábamos en uno de sus capítulos.
La familia tenía cuatro hijos pequeños, fue genial poder compartir unos días con ellos e incluso la última noche tenían un invitado procedente de Tokyo con el que compartimos cena, charlas de viajes y brindamos con algún que otro sake (bebida alcohólica típica de Japón).
Al día siguiente nuestra idea era poder llegar a Hirayu, allí había un camping en medio de la ruta antes de llegar al destino final que sería Matsumoto.
Rumbo a Matsumoto
Salimos de aquella espectacular casa japonesa y llegando a la carretera principal intentamos hacer dedo hasta la estación donde queríamos coger un tren que nos sacase un poco fuera de la ciudad.
Llevábamos unos minutos esperando cuando vimos a lo lejos un coche saliendo de un camino entre los arrozales, eran un padre y su hijo, vecinos de Midori que se dirigían al centro y pararon nada más vernos, enseguida nos dieron luz verde para subir a su coche y dejarnos en la estación.
Ya en el tren vimos cómo se iba alejando la ciudad, tocaba bajarse en la segunda parada para continuar la ruta y comenzar a caminar hasta situarnos en un punto clave para levantar el pulgar, pero el calor y la cantidad de carriles asfaltados que vimos a nuestro alrededor lo dificultaba bastante y no lo teníamos muy claro.
Finalmente decidimos ponernos en un sitio donde no dábamos ni un yen porque parasen, pero no veíamos otra opción y fue apoyar las mochilas en el suelo y ahí estaba nuestro coche!!! Una pareja que iban rumbo a la montaña a pasar unos días haciendo trekking muy cerca de la zona donde estaba nuestro camping. Una vez más… ¡triunfada!
Esta pareja hablaba perfectamente inglés, así que la conversación durante el trayecto fue algo más fluida. Durante el camino les comentamos que queríamos llegar a Matsumoto pero haciendo una parada en un camping de montaña cerca de Takayama donde pasaríamos dos noches y nos dijeron que era una zona muy bonita e incluso zona de aguas termales.
Ellos iban a pasar unos días haciendo trekking, él era guía de montaña y junto con algunas fotos y videos nos enseñó algunos lugares espectaculares y no demasiado turísticos. Estuvimos intercambiando conversaciones todo el trayecto,hablando del viaje que habíamos realizado en Nepal y de lo impresionante que eran sus gigantescas montañas.
Fotos, vídeos y mucha información nueva era lo que guardásemos esta vez en nuestra memoria.
Llegamos a la ciudad de Takayama y nos dejaron frente a la estación de autobuses, la cual estaba llena de turistas esperando montarse a un autobús que les llevaría a recorrer toda esa zona. Nosotros decidimos tomar un café y caminar un poco alejándonos de la terminal y como a un kilómetro y medio nos situamos en la ruta que nos llevaría a ese camping rodeado de naturaleza en plena montaña.
Tras un poco de lluvia y una espera más larga de lo normal, un señor de pelo blanco y sonriente paró y se ofreció a llevarnos, siendo 35 kilómetros el recorrido que faltaba para llegar al camping.
El onsen
Fuimos a la recepción y allí mismo nos dijeron que podíamos poner la tienda de campaña en la parcela que quisiésemos sin problema, así que elegimos la que creíamos que era la más adecuada y allí montamos el campamento base, organizamos todo y como siempre cada vez que llegamos de un largo día deseábamos darnos una gran ducha.
Pero por más que la buscábamos no aparecía. Le preguntamos a la chica que nos atendió en la recepción y nos dijo que no había, pero que a unos kilómetros bajando la carretera principal encontraríamos un onsen. Otra palabra nueva para nuestro vocabulario japonés, se trataba de unos lugares típicos donde la gente va con frecuencia para darse baños y relajarse, sin pensarlo ni un minuto cogimos nuestras cosas y nos fuimos hacia ese lugar que desconocíamos completamente.
Una majestuosa entrada de madera nos recibía sin saber todavía lo que nos encontraríamos dentro.
¿Cómo explicaros aquel lugar? De repente te encontrabas en un jardín zen con árboles, plantas, bonsais cuidados con una delicadeza extrema y entre toda esa belleza se encontraban las aguas termales en forma de pozas donde su temperatura cambiaba según el rincón que eligieses, donde poder relajar cuerpo y mente. Al finalizar, tomabas una ducha, te sacabas el pelo e incluso te podías aplicar crema hidratante…
En fin, que entrabas siendo una persona y salías siendo otra (parada obligatoria si algún día decidís viajar a Japón). Después de dos horas, nos reencontramos en la recepción, ya que la mayoría de los onsen están divididos en dos zonas, una para mujeres y otra para hombres.
Justo al lado tenían su propia tienda donde poder comprar recuerdos y souvenirs, cosa que a nosotros no nos hizo falta, de hecho sin comprar nada lo seguimos recordando con la misma claridad que aquel día.
Habíamos llegado al camping y todavía estábamos flotando pero una fuerte lluvia hizo que aterrizásemos y volviésemos a poner los pies en el suelo de nuevo. Creemos que excepto la tienda de campaña, el resto lo pusimos en la zona cubierta que estaba habilitada para cocinar y menos mal que estábamos solos, porque no dejamos ni un espacio libre.
Preparamos la cena, una partida al juego del uno y fue tiempo suficiente para que la lluvia parase y poder dormir tranquilos.
Día (corto) de trekking
A la mañana siguiente tocaba día de trekking por los alrededores; una cascada cercana, naturaleza por todas partes pero un cartel que decía “Cuidado con los Osos” hizo que regresáramos al camping antes de lo previsto.
Aquel mágico lugar en el que pasamos dos días estaba llegando a su fin y era momento de prepararse para llegar a Matsumoto.
De nuevo en ruta hacia Matsumoto
Al día siguiente antes de salir a la ruta tuvimos que secar todo el equipo por culpa de las lluvias, lo que nos retrasaría bastante. El día no prometía mucho, las nubes grises y una ligera lluvia hicieron retrasar aún más la salida, el tiempo iba pasando y teníamos que continuar, así que era hora de estrenar los chubasqueros y a cruzar los dedos.
Tomamos la misma dirección que el primer día cuando fuimos al onsen. Allí había una bifurcación que se dirigía a la autopista y era el mejor lugar para situarse, ya que había un pequeño espacio para protegerse de la lluvia.
Esta no paró hasta pasados treinta o cuarenta minutos, transcurrido ese tiempo por fin el sol empezó a ponerse de nuestra parte y pudimos sacar el pulgar a relucir y los cartones a airear, con la suerte de que el tercer coche que pasó paró a nuestros pies.
No sabemos si recordáis, que cuando pasamos largos tiempos de espera hasta que nos para alguien, jugamos a adivinar el color del coche que nos va a llevar, pues ese día fue el día del juego, una vez más ninguno de los dos acertó y tampoco el coche era de color rosa que tantas ganas teníamos de que nos parase.
Abrimos la puerta, nos presentamos y comenzamos el viaje con una pareja de unos treinta años que mágicamente se dirigían a Matsumoto. Sí, queridos amigos, aunque parezca que nos lo estamos inventando para que parezca más emocionante, tenemos que deciros que todo es real.
Ellos nos llevaron directamente a la ciudad, algo mareados, y no fueron las curvas de la carretera precisamente, porque a mitad de camino quisieron parar en un sitio emblemático donde se cultivaba el wasabi, esa raíz picante que utilizan para aderezar el sushi y querían que lo conociésemos.
Aunque en realidad lo que vimos solo fue la tienda donde vendían todo tipo de productos hechos con wasabi y souvenirs fabricados con la madera de aquella zona, el caso es que no sabemos muy bien por qué ni cómo terminamos con una mano llena de regalos que nos habían comprado esta pareja y en la otra una cerveza abierta artesanal en la otra.
Eran las 11:00h de la mañana y no habíamos tomado ni un café. Imaginaros, nos montamos en el coche y suerte que estaba equipado con porta vasos en medio de los asientos traseros porque curva para la derecha y curva para la izquierda, aquello empezó a ser una fiesta.
La chica, que iba de copiloto, se giraba y decía: “Oishii, oishii” y nosotros ya con el puntillo, le respondíamos : “sí, sí, rico, rico”, aunque en voz baja de broma decíamos: “que los japoneses nos han emborrachado!!!”. Nos terminamos la cerveza casi al mismo tiempo que llegamos a la estación de Matsumoto. La verdad, tenemos que decir que fue el viaje más random y divertido que habíamos tenido desde que salimos de Fukuoka.
Nos bajamos los cuatro del coche (unos más perjudicados que otros) y nos hicimos la foto como corresponde en cada llegada para despedirnos.
Tocaba esperar un par de horas hasta que llegase a buscarnos nuestra couchsurfing por dos días, habíamos recibido un whatsapp avisándonos que estaba llegando y menos mal que el mareo ya se había pasado a esas horas cuando ella apareció.
Una cara sonriente se acercó y nos presentamos. Ella era Reiko, nuestra anfitriona, la acompañamos hasta el parking donde había dejado su coche y si os ha parecido hasta ahora una historia con anécdotas imposibles, no os vais a creer de que color era su coche, ¡era rosa!, ¡¿es, o no es, para contarlo?!
Pues así amigos empezamos nuestra llegada a Matsumoto, montados en un coche rosa. Y si este artículo os ha gustado, os ha hecho sonreír y habéis desconectado un ratito, incluso con ganas de viajar a Japón pasado mañana…, no os podéis perder el próximo donde contaremos como nos enseñaron a hacer pasta udon y a jugar a la kendama.
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