Etapa 2 Trekking circuito del Annapurna. De Syange a Tal
Despertamos con el relajante sonido del agua del río que había a escasos metros debajo de la guesthouse. La hora de la verdad había llegado y con ella el momento de empezar a andar: el trekking.
Los más madrugadores estaban ya desayunando y, aunque fuese todavía muy temprano, el ambiente era animado. Sentados en el comedor, con nuestro enorme tazón de muesli, nos entreteníamos mirando a la gente que seguramente empezaba ese mismo día su primera jornada de caminata y planificábamos nuestra ruta. Según el planing inicial elaborado por nosotros mismos, deberíamos llegar esa noche a Dharapani, pero el factor diarrea que afectaba a Toni jugaba en nuestra contra, por lo tanto haríamos lo que pudiéramos, literalmente “hasta donde aguantara el cuerpo”.
Media hora más tarde nos poníamos las mochilas en la espalda y empezábamos la andanza. Tras hacer una breve introducción para el reportaje audiovisual, Yam, que seguía algo reservado, se adelantó un par de metros y nosotros nos limitamos a seguir sus pasos. Empezó entonces el gran paseo que duraría un par de semanas y desde el primer momento disfrutamos de cada metro que recorríamos. El porteador, consciente de la situación de Toni, no dejó nunca la “carretera principal” ni se metió por caminos complicados. Tan solo en una ocasión nos llevó por un atajo, que a decir verdad puso a prueba mis límites. Se trataba de un camino que unía dos tramos de carretera y te ahorraba unos 20 minutos de viaje, pero el grado de inclinación era tal que más que andar parecía que escalábamos… Tardé más de diez minutos en recuperar el aliento.
El resto de la mañana transcurrió tranquilamente, sin demasiados altibajos y con algunas paradas de emergencia para que Toni evacuase. El paisaje, aunque no era todavía espectacular, nos mostraba un poquito de lo que sería dentro de pocos días. A nuestro lado, el río nos acompañaba durante todo el recorrido y a lo lejos, un pico nevado se asomaba de vez en cuando animándonos a continuar hacia él.
Atravesamos algunos pueblos pequeños entre ellos Jagat y Chamje en los que había casi mayor número de restaurantes y hostales que casas, y mientras comíamos unos plátanos para cargar las pilas imaginé aquellas tranquilas calles repletas de gente en la temporada alta. Me alegré de encontrarme en Nepal el mes de marzo pues por lo que habíamos leído esa época era buena para viajar ya que las temperaturas no eran extremadamente bajas, no llovía mucho y no había aglomeraciones. De momento parecía que se cumplían las 3 premisas pues no habíamos visto agua ni demasiada gente y andábamos toda la mayor parte de la mañana en manga corta.
Hacia la una del mediodía, cuatro horas y media después de despedirnos de Syange, cruzábamos un puente colgante que nos llevaba hasta Tal, pueblo en el que supuestamente íbamos a comer para coger fuerzas y seguir andando por la tarde. Pero Toni, pese a beber una buena cantidad de agua durante el trayecto, se había debilitado considerablemente durante la última hora de recorrido, sus piernas pedían descanso y su energía se agotaba por momentos, así que como si algo teníamos claro es que no nos queríamos agobiar, finalmente decidimos que Tal sería donde pasaríamos la noche.
Una fuerte ventisca de aire helado nos daba la bienvenida a este pequeño pueblo de coloreados hostales situado en medio de un valle. Dimos un breve paseo para elegir un lugar para dormir pero finalmente nos dejamos aconsejar por Yam, que pidió una habitación doble en una guesthouse con un bonito jardín.
Tras una ducha de agua caliente, todavía posible durante los primeros días, bajamos a comer (bueno yo comía y Toni me miraba pues su organismo solo pedía agua por el momento). Sentados en una mesa en el jardín vimos desfilar a la ente que poco a poco llegaba a Tal, y viendo que el vendaval no amainaba confirmamos para nuestros adentros que quedarnos allí era la mejor decisión que habíamos podido tomar.
Por la tarde decidimos salir a dar una pequeña vuelta que no duró más de 10 minutos pues la extensión del pueblo no permitía grandes paseos. El frío que empezaba a hacer empujaba a todo el mundo hacia su casa o habitaciones y nosotros terminamos haciendo lo mismo.
Una vez refugiados del frío viento y tapados con nuestras mantitas decidí anotar todos los gastos que habíamos hecho y ver si nos estábamos ajustando al presupuesto fijado. Conté los billetes una vez y no me salieron las cuentas. Volví a contarlos otra vez y seguían sin salirme. ¿Cómo podía ser que habiendo gastado el dinero justo no tuviésemos suficiente para terminar el trekking? Aquello solo tenía una posible explicación, y es que “el encargado” de sacar el dinero para los días en los Annapurnas se hubiese equivocado con la cifra y hubiese sacado menos dinero del que necesitábamos…
La razón por la que tuve piedad y no le rodé el cuello fue la diarrea. La enfermedad le salvó la vida pero no del rapapolvo porque hasta que no llegásemos a Jomson no íbamos a poder sacar dinero y para ello faltaban todavía 9 largas jornadas . Sobreviviríamos con lo que llevábamos pero no íbamos a poder comprar ni una miserable chocolatina o un refresco con el que alegrar un día de dura caminata.
Por la noche cenamos en el comedor y Toni pudo por fin comer un plato de arroz. En la mesa de enfrente, Derek, un bombero canadiense muy peculiar con el que coincidiríamos muchas más veces, aparecía en escena.
El frío que hacía allí dentro nos obligó a cenar con el gorro y los guantes puestos, así que nada más terminar subimos a la habitación. Tras un día intenso y lleno de nuevas experiencias tardamos muy poquito en dormirnos. Sabíamos que lo mejor estaba por llegar, pero de momento no podíamos imaginar hasta qué punto. Tan solo quedaba cruzar los dedos para que Toni se levantase en perfecto estado el día siguiente.
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