CON MOCHILA

La distopía del 7-Eleven ‘thai’: los influencers endiosan una fábrica de gordos

Siempre me hicieron gracia los falsos estereotipos de Tailandia. Como que aquí lo que más se come es pad thai o que las jóvenes tailandesas se enamoran de abueletes. Sin embargo, el auge de los algoritmos como líderes de opinión lo ha puesto todo más patas arriba. Y la prueba más grotesca es que a nivel culinario todo nuevo viajero habla de un infame sándwich precocinado vendido por una multinacional, la cuestionable 7-Eleven.

Sándwich 7-Eleven
La imagen viral del sándwich

Si no has vivido en una cueva analógica leyendo libros y escuchando música en cintas de casete, posiblemente sepas de qué estoy hablando. Al menos si te interesa Tailandia y has entrado alguna vez en Tiktok o Instagram. Porque el algoritmo te habrá machacado con vídeos de turistas recién llegados a Tailandia corriendo como locos para entrar en una tienda de conveniencia y coger un envase de plástico precocinado como si el maná se encontrara tras el envoltorio. Cuando, en realidad, dentro solo hay un insalubre sándwich de muy cuestionable calidad.

Sándwich 7-Eleven Thai
Es un precocinado sin nada más que ofrecer

Alguno podría considerarlo una broma. Como si un británico fuera corriendo a las Ramblas de Barcelona a comerse un Paellador y dijera que es lo mejor de España. O enloqueciera tras entrar en un Mercadona y salivara frente a una tortilla precocinada. ¿Se lo imaginan? Pero, en Tailandia, lo horriblemente evidente es que muchos se tomaron en serio lo del sándwich recalentado como una delicia.

A partir de ahí, la viralidad encandiló al algoritmo. Los nuevos líderes de opinión ya no hablan de las bondades de Tailandia para comer alegremente en la calle. Han olvidado mostrar la belleza de una ensalada de papaya recién pasada por el mortero. Prefieren ir al 7-Eleven. Lo exhiben como si fuera el icono del país. Y venga a publicar y publicar vídeos alabando a lo que algunos mentecatos llaman “ese amigo que está siempre disponible”. La cuestión es hablar de la tienda.

7 Eleven en Tailandia
El culmen de la alimentación tailandesa para algunos ‘influencers’

En los titulares virales de TikTok no hay sorpresa. “Los imprescindibles del 7 Eleven tailandés” dicen muchos. Aunque hay otros que son peores. “Como soy un gordo, he probado todos los dulces precocinados del 7 Eleven”. Con eso un creador de contenido garantiza alcanzar miles y miles de visitas. Y de paso también una tremenda indigestión.

bebida 7 Eleven
Azúcar en ingentes cantidades a bajísimo precio

Lo peor del asunto es que hay generaciones de informadores que obvian la responsabilidad que se tiene al ponerse delante de una cámara y obvian la belleza de Tailandia para en su lugar hablar de una cadena de tiendas. Es el triunfo del consumismo. Algo tan distópico como si algún día el Black Friday fuera festivo nacional en lugar del día de todos los santos.

A todos esos nuevos opinadores influyentes no les importa en absoluto que 7-Eleven sea el instrumento para controlar a la población de la segunda familia más rica de Tailandia. La cadena de tiendas sirve para condicionar a los tailandeses a qué consumir, y además es una fábrica de gordos que aniquila el comercio de cercanía.

Allí donde abre un 7-Eleven cierran los pequeños comerciantes. Los vendedores de comida o los carritos callejeros se vuelven menos interesantes porque, claro, el seven vende «con conveniencia» al amparo del aire acondicionado. Los productos tienen colorines atractivos y, pese a su imagen feota cuando los desempaquetas, saben muy ricos al estar cargados de azúcares, potenciadores y grasas. La gente se engancha a ellos. Y los niños empiezan a engordar.

El culmen de la gastronomía tailandesa

Hace década y media estuve a punto de vivir en China. Instalarme en Pekín y buscar trabajo desde allí. Pero Bangkok se cruzó en mi camino y me cautivó por lo que bauticé como «las tres ces de Tailandia». Comida, clima y cachondeo. Este país es brutalmente divertido, siempre hace calor, y cada día lloras de felicidad por lo bien que se come.

Las tres ces son las grandes bondades del país. Pero si he de elegir una de las tres, me quedo con la comida. Bangkok es una de las mejores ciudades del mundo para comer y además por muy poco dinero. Y solo por eso merecía la pena vivir en la capital tailandesa.

comida norte tailandia
Un plato del norte de Tailandia por dos euros en un restaurante

Tailandia ha cambiado mucho en lo gastronómico en todo este tiempo, pero sigue siendo tan deslumbrante o más que antaño. Y Bangkok es la ciudad imperdible para comer no solo en el sureste asiático, sino en todo el continente.

Lo sorprendente es que en esta nueva era digital, algo de lo más hablado a nivel gastronómico en Tailandia es de una cadena de supermercados de conveniencia donde todo es plasticoso y ultraprocesado. Yo puedo entender que se vaya a un 7-Eleven a comprar agua o bebidas, o una botella de aceite. Y si estás en un apuro tienen comida para salir al paso. ¿Pero glorificarla?

Ultraprocesados Tailandia
¿De verdad crees que el perrito caliente ultraprocesado de un euro está bueno?

Su comida plastificada debería ser algo para salir al paso. Precisamente sus sándwiches de jamón y queso durante décadas fueron la comida de borrachera de muchos. El problema es que otros empezaron a consumirlos como una opción real, engordando sus estómagos y los ya de por sí abultados bolsillos de los dueños de la marca. Hasta el punto en que son tendencia.

Una década atrás, cuando un amigo me visitaba por primera vez me decía que le llevara a comer a la calle, a experimentar la cocina de cercanía tailandesa. En cambio, hace dos años me sorprendió que muchos recién llegados tras la pandemia me pedían… algo distinto. Querían que les acompañara a un 7-Eleven. Y no para comprar tabaco o agua.

tik tok
Hablar del sándwich del ‘seven’ da visitas, así que todos se apuntan

«Quiero probar ese sándwich tan rico y viral que dicen que es de lo más bueno de Tailandia». Esos comentarios me hacían torcer el gesto y yo les decía que mejor probaran un tomyam en un puesto local. Pero no. Ellos insistían. Luego probaban aquel bikini plasticoso de jamón y queso y se quedaban alelados. Con cara de querer decir que no estaba tan bueno, pero sin atreverse a contradecir lo que habían visto en las redes.

Al pintar canas uno ha de preocuparse de no mirar a la juventud con el recelo de quienes dicen que todo tiempo pasado fue mejor. O de tratar de ver lo positivo de los nuevos medios de información. Pero no puedo evitar pensar que estamos huérfanos de periodismo y que el entretenimiento informativo de TikTok favorezca al consumismo más hortera. Es el triunfo del capitalismo de los gordos.

El 7-Eleven tailandés: éxito total del capitalismo consumista

Las tiendas de conveniencia en manos de grandes multinacionales siempre fueron un clásico de toda Asia. El país más puntero en ello es Japón, donde son toda una religión que ha ido extendiéndose por todo el continente. Al fin y al cabo sus tres marcas más populares están en muchísimos países: Family Mart, 7-Eleven y Lawson.

Lawson en Fuji
El icónico Lawson en el monte Fuji de Japón

Sin embargo, el caso de Tailandia es excepcionalmente particular. Y es debido al exitoso modelo de 7-Eleven a nivel mundial, ya que la marca global permite a los socios locales desarrollarla como deseen. No han de vender lo que se diga desde la central, sino que pueden adaptarse localmente. Por eso lo que se vende en un seven de Bangkok nada tenga que ver con otro de Hong Kong, Tokio o Kuala Lumpur.

El 7-Eleven tailandés es único, y su éxito es el de una de las familias monopolistas más temibles de todo el país, Charoen Pokphand Group, mas conocida como CP. La corporación influye a nivel económico y político, llevando al pueblo a comer lo que ellos ofrecen e incluso a bastante más.

CP All
7-Eleven es propiedad de CP

CP es el gran líder en la cadena alimentaria tailandesa. Controlan la producción cárnica y la venta mayorista, especialmente en pollo. Ellos marcan los precios y los volúmenes. Pero es que además poseen la distribución mayorista y son dueños de Makro en el país. También dominan el comercio minorista, con los supermercados Lotus.

Finalmente, 7-Eleven es su gran éxito. Con más de 14.000 tiendas y una concentración que es la mayor de la marca en el mundo entero. Si quieren poner algo de moda, lo hacen.

7-Eleven Pattaya
El enorme 7-Eleven más popular de Pattaya

El asunto de CP es incluso espinoso en otros aspectos. Ya no es que cuando se expanden las autoridades no ven nunca sus prácticas como monopolísticas. Sino que gracias a sus lazos con el Partido Comunista de China, en 2021 forzaron que la primera vacuna contra la Covid fuera Sinovac. Distribuida por CP. Los del 7-Eleven.

Entiendo que a los influencers todo esto les da igual. Lo importante es que, según las leyes de los algoritmos, si algo es viral y hablas de ello logras visitas. Por eso quieren comentar las bondades de los productos de los 7-Eleven. Pero nunca está de más saber lo que estás promocionando sin ver un duro por ello.

Porque ese es el último gran éxito de 7-Eleven en Tailandia. Haber doblegado a los algoritmos para viralizar sus tiendas en las redes sociales. Sus locales han dejado de ser comercios de cercanía. Ahora son puestos de souvenirs para el turista.

La resignación de ir al ‘seven’ en Tailandia

Este texto lo escribe alguien que va muchísimo a comprar a los 7-Eleven del país. Cuando llegué por primera vez también lo vi como una enorme comodidad, aunque jamás entendiera lo de sus productos. Pero sus locales siempre fueron parte de Bangkok.

No solo por la comodidad de poder comprar folios, detergente, pilas o bebidas a cualquier hora del día. Sino por el refugio que ofrecen al despiadado calor de Bangkok. Parte de su éxito inicial fue al aumentar el gasto energético al máximo para ofrecer unos oasis fresquitos donde descansar.

Mucha gente entra a un 7-Eleven a comprar algo solo para olvidar el calor durante un rato. Ves a tipos despistados dando vueltas durante cinco minutos para luego solo comprar un agua. Y les entiendo. Hasta los perros suelen ponerse delante de sus puertas automáticas, así les da el aire cuando se abren constantemente.

7 Eleven de Tailandia
Al estar los canes en la puerta a veces los clientes les compran una salchicha

Un día, sin embargo, te das cuenta de que la conveniencia de los 7-Eleven es la ruina de los pequeños comerciantes. Porque te acostumbras a la marca y olvidas al vecino de tu barrio. El patrón de consumo tailandés es el de la cercanía: si hay un local cerca, irán a ese. Aunque pertenezca a una multinacional.

Cuando salgo de casa y quiero comprar unas cervezas, la primera tienda que veo es un 7-Eleven delante mío. Si camino cien metros a la izquierda, tengo otro. Y si voy 200 a la derecha, un tercero. Está lleno de sus locales allá donde vayas. Solo tras caminar medio kilómetro, me encuentro una tienda local.

7-Eleven Thailand
Están por todas partes

Al final, estamos relegados a comprar en sus locales. No nos queda otra. Prefiero ir al pequeño comerciante, pero está lejos y requiere planificación. Así que muchas veces me veo forzado a recurrir al seven. Como todo el mundo en Tailandia.

Como dice mi amigo Rachapón, su relación con 7 Eleven es brutalmente tóxica. Odia a CP por obligarle a comprar lo mismo una y otra vez, le duele dar su dinero a la multinacional. Pero no le queda otra: vive en un lugar alejado donde su única tienda cercana es un seven. Los vecinos locales cerraron las suyas cuando llegó la marca.

7-Eleven
Los hay incluso en mitad de las carreteras

El hecho de que sigamos comprando en los 7-Eleven no quita que debamos intentar comprar nuestras birras en la tienda del vecino para echarle un cable a él y no a la multinacional que luego nos forzará a usar una vacuna determinada durante una pandemia. Quizás los influencers, antes de hacer un vídeo sobre las bondades de la multinacional, podrían plantearse todo esto.

Epílogo: la fábrica de gordos del 7-Eleven

Una de las entrevistas que más me marcó durante mi época como periodista económico, hace ya casi dos décadas, no fue con ningún pez gordo de un fondo de inversión o con algún mandamás bancario. La charla que siempre recuerdo es con Raj Patel, un economista del país más poblado del mundo.

Patel había analizado la forma en la que la obesidad se instala en los países que se desarrollan de forma atropellada en su libro Obesos y famélicos, donde narraba cómo las multinacionales ya no mataban de hambre a sus empleados: los enganchaban a la comida chatarra cargada de azúcares, sales y grasas. Los delgados ya no eran los pobres, sino los ricos. Y los nuevos gordos son los que tienen menos dinero.

tailandesa
Una mujer en Bangkok come pinchitos de cerdo que también vende el ‘seven’

Patel exponía exactamente el modelo de crecimiento de 7-Eleven en Tailandia, que ofrece comida prefabricada a precios muy bajos, y dulces a precios irrisorios. Eso hace que, por comodidad, el pueblo ceda ante la comida chatarra. Que además con tantos químicos atrapa y gusta.

Un día un amigo me comentó que era muy bonito ver que, al salir de clase, los niños pequeños iban al 7-Eleven y podían comprarse la merienda por unos míseros cinco bahts, unos míseros 15 céntimos de euro. Él lo veía como el progreso de una nación que ofrece opciones baratas. Para el economista Patel eso es más bien una trampa.

Niña en un 7-Eleven
Una niña compra dulces baratos en un 7-Eleven

Tailandia es un país de gente delgada y sin embargo casi un 10% de los niños tiene sobrepeso u obesidad. En el caso de los menores adolescentes, dicha cifra llega al 15%, según el ministerio de Salud. Y estos valores llevan mucho tiempo al alza.

Porque el estrés de la vida moderna hace que los padres compren en un 7-Eleven por comodidad. Y para no complicarse la vida, a sus hijos les dan un par de monedas para que se alimenten de galletas o chocolatinas plagadas de grasas y azúcares.

El nutricionista Bryan Allen me comentó un día que el ejemplo perfecto del desastre nutricional de 7-Eleven es palpable en Isaan, el noreste humilde de Tailandia. Decía que allí se veía cómo al abrir una tienda de la cadena «los tailandeses dejaban los alimentos naturales para consumir procesados, con químicos y conservantes». Y eso se notaba en sus barrigas.

Mientras menguaban las tiendas locales, las cinturas de los vecinos engordaban. Los niños se volvían adictos al Big Gulp, un tanque de hasta casi un litro de siropes y refrescos brutalmente azucarados que cuesta una miseria. Y los padres compraban platos precocinados endulzados con grasas.

Por eso para Allen cada 7-Eleven que abría en el noreste del país era una fábrica de obesos que ponía en riesgo la salud de sus ciudadanos mientras engordaba también las cuentas de resultados de sus delgados dueños.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
Share:
Published by

Luis Garrido-Julve

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *