Hong Kong: historia de una tragedia inevitable

Lo reconozco, uno de los principales motivos por los que acabé con mis huesos en Asia fue la isla de Hong Kong. Ya fuera por el cine de Stephen Chow y Wong Kar-wai o por el chino que a finales del pasado milenio importaba en mi barrio piratería que venía directamente desde la isla del Pacífico. Algo tuvo que ver eso para que el conocido como puerto perfumado fuera el primer lugar de este continente donde pusiera mis pies.

Luego acabé mudándome a Bangkok porque incluso hace década y media el alojamiento era inasumible en Hong Kong, pero regularmente volvía a la isla de mis amores y un día noté que, en mi corazón, se había convertido en mi segunda casa en Oriente.

Hong Kong 2023
El aún espectacular ‘skyline’ de Hong Kong.

Desgraciadamente, la región especial ha dejado de brillar como el lugar único en el mundo que durante mucho tiempo fue. Pekín tenía un plan y la ahogó poco a poco, sobre todo a partir del mandato de Xi Jinping, un líder chino con demasiadas ínfulas de pasar a la historia como el héroe ultra-nacionalista que sea capaz de aplacar a sus enemigos. Hay quienes piensan que quiere sobrepasar incluso a la figura de Mao Zedong.

Quizás por ello y por la pandemia estuve más de tres años sin visitar Hong Kong. Cada vez que regresaba la veía más dañada por el yugo de Pekín y temía que lo acontecido recientemente podía haber asestado el golpe definitivo. Era peor de lo que imaginaba.

Control policial de estado dictatorial

Volé a Hong Kong el pasado mes de mayo, y por primera vez en una década aterricé en la ciudad sin plantearme escribir ni una sola línea sobre lo que allí viera. Mi plan era pasar nueve días paseando por la ciudad, reencontrarme con mis bares y lugares favoritos, y lo que se terciara. Sin planes ni mucho menos la intención de buscar reportajes como había hecho en todos mis viajes a la isla en los últimos diez años.

tsim sha tsui hong kong
Una calle en el barrio de Tsim Sha Tsui.

Cuando llegué al aeropuerto de Hong Kong aún me molestaban las legañas que tenía por culpa de haber cogido el primer vuelo de la mañana. Y nada más salir del finger, con mis pintas de tío cansado, me fijé que había dos fulanos con cara de pocos amigos junto a una oficial de uniforme. Ellos me vieron también y a toda mecha se colocaron frente a mí, blandiendo sus acreditaciones.

—Policía de Hong Kong, déjeme ver su pasaporte —dijo el más imponente mientras la oficial escribía a toda leche en una tableta.
—Aquí tiene —le entregué mi pasaporte y la tarjeta de entrada con mi mejor cara de circunstancias—, ¿ocurre algo?
Le vamos a interrogar. ¿Qué ha venido a hacer a Hong Kong?
—Vacaciones.

El agente de malas pulgas preguntó algo a la oficial, mientras el otro tipo hacía las veces de convidado de piedra. La mujer comentó un par de detalles antes de que el otro siguiera.

—Dice usted alojarse en Tsim Sha Tsui, enséñeme la reserva hotelera.
—No la tengo, la persona que la hizo llega en unas horas.
—¿Y por qué no viaja con usted? ¿Está ocultando algo?
—No entiendo, agente, ¿se me acusa de algo?
—¿Cuál es su profesión? Y no me diga que es programador de páginas web o estudiante.

Ahí saltaron mis alarmas y pensé que quizás no sospechaban de mis pintas como me pasa en el aeropuerto de Barcelona, donde a veces me registran hasta los calcetines porque piensan que voy de drogas hasta las patas. Aquellos agentes hongkoneses sabían que jamás revelo mi profesión real al entrar en un país y que suelo presentarme como programador o, con cierto recochineo a mi edad, señalo en la solicitud de entrada que soy estudiante.

apartamento hong kong
Unas escaleras para subir a diferentes tiendas en Causeway Bay.

En algún viaje a China he escrito sobre sus entresijos sin cortarme ni con un cristal. Pero ciertamente son sólo un puñado de artículos, aunque muchos de ellos salieran de mis aventuras por Hong Kong. Y si bien no pensé que se tomaran en serio a un mindundi como yo, que ni siquiera publica en inglés, lo cierto es que no me extraña que controlen todo lo que se publica de su lugar.

La sociedad del control absoluto

Varios sinólogos que vivieron en Hong Kong me habían insistido durante años en lo complejo del aparato de control chino. E incluso opinaban que, a la larga, es insostenible. El hecho de que en cada clase universitaria en el país dos agentes vigilen lo que dicen los profesores o el férreo control de lo que se habla en Internet no es sólo una coerción de las libertades, sino también un tinglado muy complicado de mantener.

Dichos sinólogos tuvieron que refugiarse en Hong Kong para evitar dicho control gubernamental tras el aterrizaje de Xi Jinping y en los últimos tres años han tenido que salir de la isla. Porque si la ciudad portuaria fue un refugio frente a la censura del partido, ya en 2018 vi cómo incluso allí cerraban la última librería sin censura. En la sombra ya está Pekín controlando qué se dice y a quién se debe censurar. Y a los periodistas foráneos no los quieren nada.

librería Hong Kong
La última librería libre, en 2018, cuando la clausuraron. A la izquierda aún se podía ver la imagen cómica de Mao.

El interrogatorio al salir del avión duró un rato y creí que se había solventado al explicar cuál es mi trabajo actual, más centrado en la ficción que en la realidad. Desde allí crucé inmigración en pocos minutos y sin preguntas, y con la pequeña mochila que viajaba al hombro fui a cruzar aduanas. Y allí lo vi de nuevo.

Mi interrogador estaba con dos policías de uniforme y vi que les hizo una señal con la cabeza hacia mí. Se acercaron y me dijeron que les acompañara a un espacio alejado dentro de aduanas, donde nada más entrar me arrebataron la mochila y también una pequeña bandolera donde llevaba mis documentos y una cámara de fotos. No fueron violentos, pero sí muy intimidatorios.

En dicha zona sólo había una mesa grande de aluminio y una silla colocada a unos tres metros. Un uniformado puso mis enseres sobre la mesa y sin pedir permiso empezó a abrirlos.

—Siéntese —me ordenó el otro policía señalando— en esa silla.
—No hace falta, puedo estar de pie.
Le he dicho que se siente.

Ante la mirada inquisidora del agente levanté las manos en señal de rendición y me senté en la silla. Se pusieron al lío los dos oficiales, sacando mi ropa y todas mis pertenencias y tirándolas sobre la mesa sin cuidado alguno. Hasta que dieron con un estuche donde guardaba dos micrófonos. Los miraron detenidamente y, tras unas palabras en su idioma, uno de ellos se lo llevó a un escáner.

Al regresar dijo algo como que estaban limpios los micros -ni que yo fuera un espía- y empezaron a meter todo en la mochila con la misma desgana que un adolescente al acabar la clase de gimnasia. Apretaron todo dentro de la peor de las maneras y me hicieron un gesto para que me levantara.

Nada más cargarme la mochila al hombro y tras decir adiós uno de ellos me dedicó un comentario final. «¿No querrá usted ahora hacerse youtuber?».

Hong Kong, un puerto antes próspero ahora ahogado

Hong Kong es, cada vez más, una ciudad difícil sin una cuenta corriente abultada. El alojamiento está disparado, tomarse algo en un bar agujerea tu cartera y hasta la comida de taberna china cutre sale por un ojo de la cara.

Hong Kong
Contrastes en la zona comercial de Mongkok.

En cambio, un iPhone o los bolsos de marcas de lujo son más baratos que en esta zona especial sin impuestos que en casi toda Asia. Y por ello Tsim Sha Tsui, la parte del puerto más turística, está llena de chinos continentales que cargan con maletas de arriba abajo comprando de todo para llevárselo al otro lado. Como si la isla fuera un duty free.

Para quienes pinta peor todo en la ciudad es, obviamente, para los propios hongkoneses de modestos recursos. Y ante todo para los jóvenes. Porque la historia de la caída de Hong Kong es una en la que se mezclan la venganza con los odios culturales. El aparato político de Pekín nunca quiso aceptar el pensamiento libre de la otrora ciudad más vibrante de Asia, donde todo resultaba muy internacional y el nacionalismo era nulo hacia el gigante creado por el partido comunista.

Unos turistas asiáticos frente a la bahía de Hong Kong.

Eso era así porque los hongkoneses eran diferentes al no haber vivido bajo el paraguas chino. Y si eso era mejor o peor daba igual, la cuestión es que no compartían valores ni identidad cultural. China firmó internacionalmente que iba a respetar dicha idiosincrasia durante cinco décadas, pero antes de la mitad de ese periodo empezó a meter mano al puerto para hacerlo cada vez más suyo. Sobre todo en la última década.

Bruce Lee Hong Kong
La mítica atracción turística de la estatua de Bruce Lee la han movido ya varias veces.

Unos amigos chinos nacidos en el continente lo justifican culpando a lo que ellos llaman «la prepotencia hongkonesa». Y me comentan que es normal que Pekín no haya querido respetar la idiosincrasia de la isla porque, claro, sus ciudadanos rechazaban a los chinos continentales. «Nos miran por encima del hombro los hongkoneses», se escudan los que son mayoría.

Recuerdo uno de esos enfrentamientos entre unos y otros hace ya una década. Estaba en Hong Kong y hubo una protesta enorme tras una muy particular gota que colmó un curioso vaso: en un restaurante de altísimo lujo, mientras un joven pedía matrimonio a su novia, una familia de chinos continentales animó a su hijo mear en un vaso para evitar ir al baño y así seguir comiendo sin el engorro de levantarse. Se armó el belén y trascendió a los medios.

cocinero hong kong
Un trabajador descansando en el callejón donde da la puerta trasera de un restaurante.

A veces el enfrentamiento entre unos y otros se resumía a algo tan nimio como dicho gesto. En una capital como Pekín aún se ve a niños que, en lugar de pañales, lucen agujeros en el culo de sus pantalones para que se desahoguen acuclillados en cualquier esquina de la calle. De eructar y escupir ni hablamos. Mientras que todo eso en Hong Kong no era habitual porque ambas sociedades se desarrollaron de manera distinta.

La venganza de los líderes chinos

Por supuesto, no todo se resume a pipis y cacas. Lo principal es que cuando Hong Kong se traspasa a China como un sistema único dentro de la nación, en 1997, la isla era próspera y un enclave de buena riqueza. El imperio del dragón, no obstante, aún no había entrado en el mercado global. El nuevo milenio, finalmente, vio el despegue de China. Y desde Pekín no tuvieron piedad con su región especial.

En lugar de crecer juntos, China aplastó a Hong Kong. Primero montó un puerto más importante en Shanghái y movió allí toda su actividad, y luego crearon Shen Zhen justo en la frontera con la isla y allí desarrolló el nuevo negocio tecnológico. Mientras, permitió que los inversores chinos que estaban haciendo dinero dañaran la ya de por sí dura burbuja inmobiliaria de Hong Kong, haciendo que para los locales sea imposible adquirir propiedades.

Hong Kong
El centro de Tsim Sha Tsui.

Al principio, claro, eran mayoría los hongkoneses que no veían al imperio con los mejores ojos. Pero cada día entraban nuevos chinos continentales para vivir en la isla, lo que puso todo aún más complicado.

edificio hong kong
Son normales en Hong Kong los callejones.

Desde Pekín le dicen a los jóvenes hongkoneses que, para progresar, lo que han de hacer es abandonar su isla y buscar empleo en las nuevas capitales del progreso chino como Shen Zhen o Guangzhou. Les animan a que abandonen su tierra y, de paso, las pocas libertades que les quedan. Y a que abracen el chino mandarín de escritura simplificada para relegar su cantonés a la vida privada.

Lo que nos queda de Hong Kong

Estas palabras son quizás una despedida a la que fue mi segunda casa en Asia. No sé cuándo volveré a acercarme por allí, ni siquiera si regresaré. Mis amigos ya se fueron, el ambiente cosmopolita ha menguado y ahora los precios son desorbitados en el patio de recreo de los muy adinerados ciudadanos chinos de este siglo XXI.

restaurante hong kong
Un puesto de comidas en Hong Kong.

Quizás para quien no conozca la isla aún le puede interesar ver su enorme belleza y respirar los últimos suspiros de un puerto que cada día está menos perfumado. Aún te encuentras abuelos practicando taichi a la madrugada, y pocos sitios tan buenos como Hong Kong para disfrutar del mejor dimsum.

Yo, por mi lado, trataré de recordar los buenos años de la isla. Porque igual que el cine y la cultura de Hong Kong cayeron en picado y se perdieron con la entrada del masivo mercado de la China continental, el espíritu de mi querida segunda casa en Asia es ya prácticamente imposible de encontrar en esa parte del Pacífico. Y nunca dejaré de añorar esa pequeña parte del mundo.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
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