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La crónica cósmica. Advertencia a los turistas

CUESTIONES DE CONVIVENCIA – Sauraha, Chitwán, Nepal. A excepción de los mosquitos y las sanguijuelas, mantengo buena relación con todo bicho viviente, y evito manchar mi karma matando o tan siquiera puteando. ¡Vive y deja vivir!

Doy por sentado que incluso los insectos más diminutos sienten tristeza, temor, dolor y ansiedad, especialmente si no son libres (dame libertad y quédate todo lo demás). Pero también creo que sienten alegría y amor.

Sobre todo durante la época de los monzones, he compartido amigablemente mi cabaña con las inteligentes arañas y los preciosos escarabajos. Al vernos continuamente, sólo restaba desearnos los buenos días y las buenas noches. A los que andan perdidos, como las ranas enanas o las lombrices, los devuelvo al jardín sin dañarlos. Igual hago con los que podrían resultar peligrosos, como los escorpiones o las serpientes.

En la casa de mi anfitriona Uma, en las Colinas Kumaon de la India, una noche se coló una serpiente y tuvimos que avisar a un vecino habituado a esos menesteres, que la llevó de vuelta a la jungla sin lastimarla. ¡Cuánto me gustan las serpientes y qué simpatía siento por ellas! Aquí en Sauraha, y tras la estación de las lluvias, tenemos una gran variedad de ellas de distintas razas.

Ayer, a media mañana, pude extasiarme un buen rato contemplando una que reptaba entre los tallos de los arrozales recién segados; mediría un par de metros, y sus colores, verde y dorado, destellaban bajo los rayos del sol.

Otro atisbo: una noche, mientras iba de vuelta a casa, estuve andando un ratito junto a una serpiente que llevaba la misma dirección; la pobre estaba encerrada entre la calle y una valla; sólo se despidió de mí cuando, aliviada, pudo meterse en la jungla. El caso más sorprendente fue el de una serpiente que, ante mis narices, pegó un salto espectacular y cruzó volando la calle sin rozar el asfalto.

Cerca de aquel lugar, pero con unas horas de diferencia, descubrí tres gatitos que, asustados, permanecían en el centro de la calle entre carros, motos y bicicletas, sin saber cómo salir de allí ni atender las indicaciones de su madre que, maullando, les hacía desde un jardín: no lo dudé, me planté en medio de la calzada levantando la mano como un guardia urbano y detuve el tráfico hasta que los mininos se juntaron con su madre.

En cuanto a mi relación con los perros callejeros de la India y el Nepal, ya sabéis que es puro amor, y no podría ser mejor. En Kumaon fui testigo de cómo cambia el comportamiento de un perro si anda a su aire o está faltado de libertad.

Estoy hablando de un chucho negro, joven y feliciano, al que nunca oí ladrar hasta el día en que su amo lo ató con un cadena. ¡Ja, empezó a aullar inmediatamente a la gente y a los coches que pasaban, como si hubiese enloquecido!

Qué saludable es la libertad, como la de los descarados pájaros que picotean a mis pies en el jardín, y que nefasta la falta de ella, ¿verdad?

Jamás me cargo a una mosca porque, gracias a las lecciones que recibí del mayor de mis hermanos cuando era un niño (yo, no él…), soy un gran cazador de moscas, que las apreso en mi puño y saco de la alcoba sin hacerles daño. ¿Sabíais que si logras tan siquiera tocarlas huirán de ti como si tuvieses superpoderes?

Pero éste no es el caso de unas insólitas moscas grandotas, pardas y peludas que encuentro a veces en los bosques de las Colinas Kumaon. Siempre sucede igual: estoy sentado contemplando el paisaje, una de ellas se posa junto a mi mano, me toca con una de sus patitas como si me estuviese saludando (que quizás sea así…); y luego permanece así un rato antes de salir volando.

AQUÍ VA OTRA ADVERTENCIA A LOS TURISTAS – Junto a la información que ya os di hace un par de semanas acerca de que, a partir del 7 de noviembre, el aeropuerto de Katmandú permanecerá cerrado todas las noches desde las diez hasta las ocho de la mañana causando cancelaciones y cambios de horarios de las compañías aéreas; ahora, los que planeáis visitar la India y el Nepal, debéis tener en cuenta que durante los últimos quince días las compañías aéreas indias, como Vistara, Air India e IndiGo, recibieron más de ciento veinte amenazas de bomba que provocaron caos y retrasos.

Así que tened cuidado con los enlaces de vuelo que contratéis.

PASO A PASO – Breves, Amazonas, Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior. La capital de la isla de Marajó, en el delta del Río Amazonas, resultó tener cuatro calles y media. Dos estaban asfaltadas y las otras eran parecidas a unos caminos, anchos y polvorientos, que se convertían en lodazales tras cada tormenta.

La población debía su nombre a los hermanos Breves, que doscientos cuarenta y ocho años antes habían instalado allí su campamento para dedicarse a la industria maderera. Actualmente, ésta seguía siendo la única fuente de sustento de los habitantes de Breves, si nos olvidamos de las empresas dedicadas al palmito: el sabroso cogollo (estípite) de ciertas palmeras de desproporcionada estrechez y de tal altura que resultaban absurdas a la vista.

Las edificaciones, que como mucho tenían dos plantas, eran por supuesto de madera y, además de estar rodeadas de jardines, contaban con buenos porches y balcones donde tomar el aire y protegerse del sol.

De las tres calles que ascendían perpendiculares desde el río, había una que mediría veinte metros de ancho y estaba exclusivamente ocupada por bares, clubes, burdeles y discotecas, que tenían grandes altavoces instalados en sus porches frontales.

Debido a esa costumbre, y sobre todo después de anochecer, en aquel camino embarrado se escuchaban distintas músicas, a cual más estridente.

Sin tener mucho dónde escoger, Rasta y yo nos alojamos en una amplia habitación del agradable y tranquilo Hotel Alí Baba, con cuatro camas y dos puertas, en la que, aparte del ventilador del techo, todo estaba construido con madera. En el precio entraba un “café de manhá” (desayuno), con papaya, piña, plátanos, pan, mantequilla, queso y, claro, café.

Los menús de los simples restaurantes de Breves estaban siempre compuestos de “feijao”, plato que llevaba invariablemente lentejas negras, arroz blanco y un poco de ensalada, y podía ir acompañado, según cantaban los camareros, de “bou”, gallina, bistec, “peix” o “camarao”. Al ver que, a no ser que sirviesen pescado o marisco, siempre acababan cobrándome el menú completo a pesar de que yo no comía carne, me acostumbré a darle mi ración a un Rasta, que la aceptaba encantado.

Tras pasar un par de días en Breves, comprobamos el escaso interés de aquella población selvática. Además, se juntaban las malas vibraciones que Rasta acostumbraba sentir en los sitios pequeños. Por lo que decidimos tomar el primer barco que nos llevase río arriba.

“¿Cuándo pasa el siguiente transporte?”, le preguntamos a la simpática Rosángela, la princesa mulata que cuidaba de nuestro hotel.

“Eso nunca se sabe”, respondió, logrando atemorizarnos, pues no puede haber nada más desagradable que quedarte aislado en un lugar poco deseado.

Pero Rosángela nos tranquilizó añadiendo: “Si vais al puerto municipal y esperáis, tarde o temprano veréis pasar algún barco. Entonces solamente tendréis que hacerles señales para que os vengan a recoger”.

Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – El pasado verano se cumplió el cuarenta aniversario desde que decidí ser mi propio héroe y el guionista de la divertida comedia de mi vida. Felicidades.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 932 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba

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