La crónica cósmica. ¿De dónde eres? ¿Adónde vas?

ELUCUBRACIONES MATINALES – Chitwán, Nepal. Gracias a que el invierno de Sauraha dura un mes y medio, ahora ya está dando sus últimos coletazos y hoy instalaré mi mosquitera, puesto que ya han aparecido en escena los mosquitos.

De todos modos, debido quizás a que el jardín de esta casa está actualmente más cuidado, su número ha disminuido mucho en los últimos años.

Al contrario que con esos malditos cabroncetes, a los que machaco en cuanto se descuidan, en este lugar, con un microclima subtropical, siempre me atacan insectos a los que no llego a ver y cuyas picaduras pueden continuar escociéndome durante mucho tiempo, como me sucedió el mismo día de mi llegada hace seis semanas o cuando, hará un par de años, me agarró una diminuta garrapata, a la que no arranqué de la manera adecuada y me estuve rascando más de doce meses.

El pasado mes de diciembre el Tribunal Supremo de Nepal liberó a Charles Sobhraj, hijo de un indio y una vietnamita, pero con nacionalidad francesa, que en los años setenta asesinó a una docena de mochileros occidentales en el Sudeste Asiático, India y Nepal para robarles.

El número de sus víctimas podría ascender a treinta, pero no se hallaron pruebas de ello porque se deshacía de los cadáveres incinerándolos o enterrándolos.

Él y su novia entablaban relación con sus víctimas, como hacen habitualmente los turistas, “¿De dónde eres?”, “¿Adónde vas?”, y, en cuanto se confiaban, vertían algún fármaco en sus bebidas. No me extenderé con su barbárica biografía porque es bastante larga y, si os interesa, podréis recabar toda la información en Internet.

Netflix produjo una miniserie dedicada a ese hijo de perra (con perdón de las perras) titulada La serpiente, pero, debido a que soy incapaz de matar una mosca (sólo a los mosquitos y las sanguijuelas) y a la repulsión que siento hacia cualquier tipo de violencia, fui incapaz de ver más que un par de capítulos.

A Sobhraj le han concedido la libertad por lo que denominan razones humanitarias, que en su caso son la avanzada edad (setenta y ocho años) y a que ya había cumplido gran parte de su condena.

Supongo (y espero) que los bichos como él se verán obligados a mirar continuamente sobre sus hombros temiendo que alguien decida vengar a alguna de sus víctimas, como era el caso de un occidental que conocí en Laos, quien esperaba que saliese de la cárcel el asesino de su hija para matarlo.

Y hablando de mala gente, tened cuidado si arrendáis una habitación online en Katmandú porque, igual que sucede a veces al sur de los Pirineos, correréis el riesgo de quedaros sin habitación y sin el dinero que os cobren de paga y señal.

FAUNÓPOLIS – Pero en este pequeño mundo, a pesar de que cada vez es más inmundo, también hay buena gente, como la que podréis ver en estos enlaces echando una mano a mis queridos amigos los animales: Vídeo y vídeo.

En la crónica anterior os conté el desaguisado que organizó el elefante Ronaldo destrozando la verja del resort que hay junto al mío. Ese tipo de incidentes con los animales salvajes son frecuentes en Nepal, y el gobierno indemniza a las víctimas o a sus familiares cuando ocurren en las granjas o en los centros urbanos.

Pero no así si te machaca un elefante cuando estás en la jungla, como le sucedió esta semana a un hombre de sesenta y cinco años en el distrito de Susari y ayer a un vecino de Sauraha mientras se dirigía al curro de mañanita.

Los guardas del Servicio Forestal tuvieron que personarse en una casa del distrito nepalés de Banglung para rescatar a un leopardo que se había arrinconado en ella y tenía acojonados a sus habitantes. Siguiendo el protocolo habitual, lo sedaron y trasladaron a la jungla.

En los últimos cinco años, en el Parque Nacional de Chitwán, han fallecido ciento sesenta rinocerontes de muerte natural; y solamente cinco a causa de cazadores furtivos que les cortan los cuernos. Ayer, al atardecer, volví a ver al mismo rinoceronte grandullón que, igual que en la ocasión anterior, se daba un atracón con la hierba que crece junto al curso de río Rapti. Los perros ladran a los rinocerontes, pero cuando aparece un elefante, no dicen ni mu.

PASO A PASO – Sonamarg, Cachemira, India, verano de 1987. Continúa de la crónica anterior. Durante varias semanas, al tratar con diferentes turistas que regresaban agotados y decepcionados de Ladakh después de haber realizado el largo recorrido en taxi o autocar, dudé en hacer ese viaje, y con más razón tras haber escuchado las advertencias del santón Hari Guiri acerca de lo peligrosa que era la carretera.

Pero cambié de opinión cuando me crucé con un amigo australiano que había conocido en Rishikesh el año anterior, quien me contó: “La única forma civilizada de ir hasta Ladakh es en un camión porque, a pesar de tardarse mucho más, tendrás una litera en la que dormir, el chófer cocinará y preparará chai para ti, y, si lo deseas, podrás viajar en la caja que hay encima de la cabina gozando de unos paisajes que no has visto jamás.

En cuanto al precio, si sabes regatearlo te saldrá más barato que en autobús. Los mejores conductores son los sijs, pero debes comprobar que el vehículo esté en buenas condiciones y, sobre todo, que los neumáticos sean nuevos”.

Después de pasar por Srinagar y comprar todo lo necesario para el viaje, fui en autobús a Sonamarg; población donde empezaba la carretera de Ladakh.

Eran las doce del mediodía y creí que mis ojos me engañaban al ver una polvorienta llanura cubierta por cientos y cientos de camiones pintados de mil colores distintos.

Tal concentración de vehículos se debía a que durante los primeros kilómetros de aquella estrecha e infernal carretera, o mejor decir camino encharcado que el ejercito mantenía abierto a base de excavadoras, trepaba de una manera tan increíblemente empinada, y era tal el peligro, que para evitar más accidentes de los muchos que ocurrían, solamente se permitía pasar vehículos de uno en uno y en un solo sentido.

Unos camioneros me informaron que durante las últimas veinticuatro horas la carretera había estado abierta en sentido descendente, mientras allí abajo, en Sonamarg, se juntaban cuantos esperaran, como en una competición automovilística de montaña, que se diese permiso para empezar la ascensión.

Boquiabierto ante aquel inmenso y caótico aparcamiento, comprobé que entre tanto camión también había algún que otro autocar y muchos vehículos del ejército, pero casi ningún automóvil.

Me adentré en aquel mar de camiones observándolos detenidamente y pasé un buen rato columbrando antes de decidirme por uno de la marca Tata, que cargaba a sus espaldas un tanque de gasolina. Lo escogí porque estaba evidentemente cuidado, limpio e impecable y, lo más importante, que sus neumáticos eran absolutamente nuevos.

Encima de la cabina llevaba pintada la imagen del gurú Nanag de los sijs. En su interior se encontraba solamente “el secretario”: un muchacho flaco y tímido, con un bigote incipiente, que me explicó por señas que su jefe volvería pronto. Éste, que tendría menos de cuarenta años, hizo acto de presencia al cabo de un rato.

Me alegró comprobar que tanto su turbante como su aspecto general eran tan cuidados como los del vehículo.

Le pregunté si se dirigiría hacia Leh, la capital de Ladakh, y mantuvimos esta conversación: “Sí, hacia allí partiré en cuanto abran la carretera”. “¿Cuánto dura el viaje?”. “Yo me detengo al oscurecer para no arriesgar más de lo necesario, pero contando que en esta época el sol se pone muy tarde, creo que, con la bendición del gurú, tardaremos tres o cuatro días en llegar”. “¿Podrías llevarme?”. “Sí, claro, y prepararé para ti los mejores platos de la cocina punjabi y tantos chai como desees”.

También me aclaró que yo dormiría en la litera del secretario. Luego dedicamos media hora a regatear gustosamente por un precio que, cuando al fin lo acordamos, resultó ser menos de la mitad de lo que costaba el tique de un autobús: ochenta rupias.

De todos modos, aún quise puntualizar una cosa más: que no recogería a otros pasajeros, pues sabía de algún conductor avaricioso podría meter a una docena de personas en la cabina.

Después de colocar mi equipaje en el interior, el sij me recomendó: “No te alejes mucho del camión porque podrían dar la salida de un momento a otro”. Continuará.

MIRA LO QUE PREGUNTO

  • ¿Aprendimos a sonreír para mostrar muestra de sumisión y nuestra salud dental?
  • Dogma ¿es sinónimo de aborregamiento?
  • ¿A qué se debe el estigma y la intolerancia con que tratamos a la gente con problemas de salud mental, “¡Chochea!”, pero que no hagamos igual con quienes tienen problemas físicos?
  • ¿Mandan tus emociones o tus ideas?
  • ¿Sentimos una automática ojeriza hacia quienes se parecen mucho a nosotros?
  • Solamente sí es sí: ¿se acabará firmando un contrato frente a testigos antes de mantener relaciones sexuales?
  • ¿Se reprodujeron más los eyaculadores precoces y sobrevivieron más quienes roncaban porque alejaban a los depredadores con sus ronquidos?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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