La crónica cósmica. Decidió dar la espalda a la vida londinense

LA PLAYA GALÁCTICA. Igual que sucedió con la crónica anterior, solamente podré mandaros ésta si los monzones lo permiten y funciona el transbordador que me lleve a Marang, pues aquí en Kapas, y en cuanto a internet, ni, ni, ni, ni. Por el momento el promedio ha sido de tres días soleados por uno lluvioso como el de hoy. El aislamiento de esta aislada isla en la que reina una forma natural de “ley y orden” crea el ecosistema ideal para un tipo de personal asilvestrado, tranquilo y amable que, al no haber ahora prácticamente turismo, acostumbra a dedicar sus días, y sobre todo sus noches, a tocar la guitarra y pescar con caña. Por lo general tienen un aspecto agitanado, el cuerpo esbelto, llevan largas melenas, y al ver cómo andan por la playa creerías que no hubiesen pisado nunca el asfalto. Me río cuando me preguntan si he tenido un buen día, porque todos los días son plácidamente perfectos.

También hay gente que ha venido de “p’allá pa fuera”, como un holandés que llegó cuando tenía veintidós años y ya lleva aquí más de doce, o su jovencita novia “rasta” de la que adiviné su nacionalidad alemana aunque habla inglés sin el mínimo acento, y un chino que trabaja para ellos y me invita todas las mañanitas a tomar el café con él cuando regreso de mi paseíto por diferentes playas.

Anteayer aparecieron dos jóvenes oceanógrafos catalanes de un pueblo cercano al mío que han decidido convertirse en apátridas y buscarse la vida alrededor del mundo, y en cuanto se metieron buceando en el mar cruzó entre ellos un tiburón de un par de metros de largo que les animó a regresar sobre la arena.

Entre toda esta gente que pocas veces supera los treinta y cinco años de edad, atrajo mi atención un europeo barbudo y de largo pelo blanco que permanece horas metido en el agua; intuí que sería un personaje digno de la Taberna Galáctica, pero no supuse que superaría todo lo imaginable. Una tarde vino hacia mi cabaña cuando yo estaba plenamente dedicado a la contemplación, y me invitó a compartir un coco. Entonces empezó a hablar y, aparte de que hemos mantenido muchas conversaciones filosóficas, todavía no ha parado de contarme cosas interesantes acerca de sus sesenta y siete años de vida.

Su padre era inglés, y su madre irlandesa. Él decidió dar la espalda a la vida londinense en el mismo mes de octubre de 1969 en que yo llegué a Londres en tren y me enamoré de la locura que reinaba allí (también nos parecemos en los miserables resultados que obtuvimos en la escuela). Entonces vendió o regaló sus pocas posesiones, cruzó el Canal de la Mancha, y en cuanto empezó a hacer autostop en Calais le recogieron dos sudafricanos que viajaban en una camioneta. “Vamos hacia Montecarlo”. “Ah, pues muy bien”. Al llegar frente al casino tuvo la genial idea de jugarse a la ruleta las cuatro libras que llevaba en la cartera, y aquella noche durmió en un banco del puerto con los bolsillos vacíos. Al despertar de mañanita dio una mirada a la colección de yates que tenía delante y, tras escoger el más lujoso, preguntó si necesitaban un marinero. “¿Has navegado con anterioridad?”. “Oh, sí, tengo mucha experiencia”, mintió descaradamente. Al día siguiente empezó un viaje que duraría más de un año en el que pasaría por las Islas Canarias, cruzaría el Océano Atlántico, y recorrería todo el Mar del Caribe visitando desde Barbados a Guadalupe, Jamaica, Las Bahamas y demás islas de los alrededores.

De vuelta a Montecarlo saltó de este yate para subir a otro y continuó navegando durante varios años. “Después me dediqué a cuidar y reparar unos yates en los que también vivía, y este empleo me permitió residir en Mallorca, Capri y Miami. En Florida hice amistad con unos tipos que producían obras en Broadway y me presentaron a un montón de gente famosa. Estuve una temporada en Nueva York y tuve a Bob Dylan de vecino”.

La vida de este nómada (sazonada con mucho sexo, drogas y rock and roll) dio un giro cuando se enamoró de una chica inglesa nacida en Kenia que le introdujo en el África negra. “Un atardecer acampamos junto a una laguna cercana a la frontera de Tanzania, y cuando ya nos acostábamos llegó una patrulla del ejército que nos urgió a salir por piernas explicándonos que aquel no era solamente un sitio de paso de las manadas de búfalos y que la laguna estaba llena de cocodrilos, sino que también corrían por allí unos bandidos que nos rebanarían el cuello. Cambiamos la tienda de campaña de lugar, pero durante la noche la estuvo rondando un león. La aventura más espectacular la tuvo un hermano de mi novia al encontrarse cara a cara con un guepardo al que no había visto venir; él estaba sentado en el suelo contemplando una manada de antílopes con los binoculares, y de pronto se cruzó de por medio aquella preciosa pantera que se fue acercando hasta que la hubiese podido tocar con sólo extender el brazo; ella dio una vuelta a su alrededor, y después se tendió frente a él mirándole”.

La colección de anécdotas del inglés parece infinita. “Conocí a un “camello” que trabajaba en un circo y escondía la cocaína en la jaula de los leones con la seguridad de que la policía no metería las narices allí”. “Hice de extra en la película “War Horse”; yo era uno de los campesinos que había por los alrededores cuando el chico enseña al caballo a labrar (¡Ja, tiene la perfecta cara de un campesino inglés!). Una tarde en que solamente nos encontrábamos allí unos ocho extras, y en un momento dado en que tenía a Spielberg tan cerca de mí como lo estamos tú y yo ahora, él me sorprendió al preguntarme tranquilamente: “¿Qué te parece, paramos ya?”; yo respondí que sí sin pensármelo dos veces, y él ordenó a todo el mundo: “¡Lo dejamos hasta mañana!”. Al verle trabajar se adivinaba que era un tipo feliz porque hacía lo que quería y cómo quería”.

Otra anécdota insólita está relacionada con Bob Marley: “Conozco a un tipo que siempre ha trabajado como técnico en el mundo de la música y posee unas filmaciones y unas grabaciones inéditas de Bob Marley que se negó a vender o prestar a Scorsese cuando éste quería hacer una película sobre él”. Mi nuevo amigo inglés tiene la costumbre a venir a bañarse frente a mi cabaña a pesar de verse obligado recorrer toda la playa, y desde que le hablé de las bondades del canto no deja de cantar sonoramente mientras se halla en remojo (como lo hace ahorita mismo con unas canciones que parecen folclóricas, y al oírle no puedo dejar de sonreír).

FAUNÓPOLIS. Me aseguran que bajo la jungla que cubre las peñas rocosas de Kapas no hay más animales que las ardillas y los lagartos, pero el otro día encontré en una de las playas el cadáver de una pitón, jovencita y de un par de metros, a la que algún cobarde desalmado le había machacado la cabeza. La fauna que habita en los árboles es más variada y, aparte de una gran diversidad de pájaros, he visto diferentes tipos de águilas. Al atardecer aparecen en escena cientos de murciélagos frugívoros (en inglés se los llama “flyingfoxes”, zorros voladores) que van hacia tierra firme en busca de agua y fruta; al contemplarlos recuerdo escenas parecidas en Kerala, Sri Lanka, o en Java, donde los jóvenes se dedicaban a desorientarlos con las cometas tratando de apresarlos con el cordel, y de ser así terminaban en el puchero. Debido a que el mar que tengo enfrente se halla encerrado entre la isla y el continente, al bajar y subir la marea toma la apariencia de un gran río que marcha hacia el norte o el sur.

INFORMACIÓN TURÍSTICA. A pesar de que, como es habitual, yo resida en una cabaña bastante cutre (bajo la sombra de los árboles de la jungla que empieza justo detrás y con sus ramas colgando frente a ella dándole un toque de verdor al paisaje de la playa y el mar), los que seáis ricachones os podéis pasar por Pulao Kapas con la tranquilidad de encontrar el lujo al que sois adictos, pues hay otras que han sido edificadas con madera preciosa y disponen de cuánto podáis necesitar. Además los comodones tendréis la opción de llegar hasta el cercano aeropuerto de Kuala Terengganu directamente desde el de Kuala Lumpur, y tomar un taxi que os traiga a Marang. De lo que no os salvará ni Dios será de los mosquitos, que hacen jornada completa como los mosquitos tigre de mi pueblo, pero que sobre todo al atardecer parecen enloquecer como si tuviesen la rabia, e incluso tratan de cruzar la mosquitera.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Quién fue primero el discípulo o la disciplina?
  • ¿Por qué me cabreo cuando no me invitan a una fiesta a la que no quiero ir?
  • Quienes nacieron adictivos ¿lo serán de cualquier cosa ya se trate del alcohol, los fármacos, el chocolate, las compras, el sexo, el juego o el dinero? Y quienes nacieron fanáticos ¿lo serán sean cuáles sean las circunstancias, las tendencias o la filosofía que sigan?
  • ¿Curiosidad o dignidad?
  • ¿Qué siente una prostituta? (Umm…, “Klute”).
  • ¿Llegará un día en que nos juzguen y condenen debido a nuestras emociones?
  • Mahoma dijo: “Respeta las creencias de los demás y jamás destruyas un templo sea cual sea su religión”.
  • Tao Te Ching: “El viaje de mil kilómetros empieza con un simple paso”. También aconseja: “Desea no desear”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 954 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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