La crónica cósmica. Donde reina el leopardo

UN LEJANO PASADO – Cuando empecé a viajar continuamente en los años ochenta, iba siempre a sitios nuevos como si tuviese prisa en explorar la Tierra de cabo a rabo. Así que tardé bastante en acostumbrarme a regresar a los lugares que me habían seducido especialmente y permanecer más tiempo en ellos.

Aunque no programaba nada e improvisaba sobre la marcha, se hubiese creído que tuviera una agenda en la que iba tachando mis logros: holgazanear en una playa tropical que te cagas, “pasear” por un desierto infinito, residir en una isla paradisíaca, bañarme en unas termas a cuatro mil metros de altitud, meter las narices en una selva que fuese prácticamente impenetrable, convivir con una tribu, etcétera.

Sería difícil, sino imposible, calcular cuántos kilómetros recorrí en aquella primera época de trotamundos; pero, aparte de que todo tiene un límite y el ritmo que seguía entonces resultaba un poco agotador, cuando me enamoré del templo y las junglas de Konarak, en el estado indio de Orissa (actualmente llamado Odisha) y permanecí tres meses allí, descubrí que era realmente distinto visitar un sitio o residir en él.

Vivir allí hasta alcanzar el conocimiento comprendido acerca de él, de sus tradiciones, sus costumbres, su comida y su gente. Vivencia que, claro, se acompañaría de las amistades que hacía, gente con la que mantendría una correspondencia y me recibiría con los brazos abiertos cuando regresase algún día.

A través de los años mantuve esa otra forma de viajar, pero, poco a poco, al hacerme mayor, cada vez exploré menos y me limité a volver a algunos de mis rincones preferidos, hasta que en Tailandia crucé mis pasos con el amigo valenciano, quien me convenció de que expandiera mi mundología.

La razón de esta parrafada inicial era explicaros que, después de la inmovilidad impuesta por el Cóvid-19, al saber que al fin me iba a poner de nuevo en marcha deseé volver a “saborear” mis lugares preferidos, y no tuve que reflexionar mucho para que apareciesen en la pantalla de mi ordenador mental los nombres del país y del lugar de éste en que había permanecido más tiempo: la India y las colinas Kumaon.

Éstas se hallan en una región montañosa de Uttarakhand, estado fronterizo con Nepal que tiene un gran parecido topográfico con ese país, pues en ambos existen unas llanuras meridionales que después se abren al Himalaya, cuya cima más alta en Uttarakhand es Nanda Devi, de 7.816 metros de altura.

Cuando llegué a Kathgodam (nombre que significa almacén de madera: los británicos construyeron esa estación ferroviaria para almacenar y transportar los árboles que cortaban en aquellas tierras) y descendí del tren que me había traído desde Delhi, lo primero que hice fue respirar profundamente saboreando el aire limpio de las montañas, un lujo que no había en la polucionada capital del país.

Aunque no soy un tipo especialmente emocional, me puse a mil en cuanto el taxi empezó a circular por la serpenteante carreterita cubierta de bosques que trepa rápidamente desde los quinientos cuarenta metros de altitud hasta los mil cuatrocientos en que se hallan las Colinas Kumaon.

El chófer tuvo que sufrir los horrorosos cánticos con los que mostraba mi alegría durante los veinte kilómetros que tardamos en llegar a mi destino, una granja que anteriormente estuvo aislada en medio del campo a la que recientemente le han ido brotando nuevos vecinos, sobre todo gente adinerada de la capital que valora la sana naturaleza y el silencio que reina en este lugar; pero también las frescas temperaturas: veintisiete grados, que parecen más agradables si se los comparara con los treinta y siete de Delhi.

Es una zona en la que priman los bosques y los lagos, donde reina el leopardo, y es una de las partes del mundo en que se encuentran más razas de aves. Terminaré esta información mencionando de nuevo que las Colinas Kumaon se encuentran en la cordillera Shivalik (cuya cima más alta es Changabang, de 6.870 metros), que marcha paralela al Himalaya durante mil seiscientos kilómetros.

Pero lo que no os diré, porque soy un cabroncete muy egoísta, es el nombre del sitio en que pasaré los próximos meses, porque me lo reservo para mí y deseo continuar siendo el único occidental de estos alrededores.

NOTICIARIO INDIO

El Ministro de Defensa de la India se trasladó a Francia para recoger unos aviones de caza que había adquirido su gobierno. Al pertenecer al partido hinduista BJP y ser un hombre muy devoto, dejó pasmados a los franceses al realizar una puja (ceremonia religiosa), en la que no faltaron rezos, florecitas e incienso; pero le pararon los pies cuando se disponía a completar el ritual rompiendo un coco contra el fuselaje de un avión.

El mismo gobierno hinduista del partido BJP ha impuesto diferentes leyes que segregan a los musulmanes. Un ejemplo es que a los seguidores del islam les está prohibido adquirir o alquilar edificios en el centro de Nueva Delhi. Es una injusticia parecida a la de Malasia, donde a los chinos malayos no se les permite comprar terrenos que se hallen en primera línea de mar y en otros lugares que se consideran privilegiados, aunque sus familias hayan vivido en Malasia desde hace varios siglos.

En la crónica anterior mencioné que la India era el único país en que había más hombres que mujeres, aunque también dije que podría ser así por culpa del maltrato que ellas reciben, en realidad se debe sobre todo a la cuantiosa dote que los padres han de pagar para casar a sus hijas y que muchas familias opten por abortar al saber que la madre espera una niña. Esta es la razón por la que actualmente esté prohibido realizar ecografías y que el año pasado naciesen por primera vez más niñas que niños. ¡Bien!

El Tribunal Supremo de la India ha prohibido cualquier actividad comercial a menos de quinientos metros del Taj Mahal; esta norma afectará a muchos hoteles, restaurantes y comercios, y más de cincuenta mil personas perderán su empleo.

Terminaré este noticiario indostano con dos reportajes fotográficos del periódico The Times of India. En el primero se muestran diferentes lugares que vale especialmente la pena visitar en octubre:

El segundo está dedicado a algunas rutas para recorrer en motocicleta (y no en bicicleta como se menciona erróneamente en el titular).

PASO A PASO – Gambia, África Occidental, 1987. Continúa de la crónica anterior. A pesar de que mi amigo Carfa tenía una cara de buenazo que casi rayaba la bobería, seguramente sería el único de aquellos jóvenes que se haría rico con el paso del tiempo porque, aparte de pensar solamente en el dinero, tenía montado un pequeño comercio en la vivienda de una sola habitación que compartía con su joven esposa.

Allí, tras un mostrador que era una simple mesa colocada ante la puerta, había media docena de diminutos potes de leche condensada, cajas de cerillas, velas, caramelos y un paquete de tabaco de cada una de las cinco marcas que se encontraban en el país. Estos paquetes estaban abiertos, pues los cigarrillos se vendían por unidades y generalmente eran fumados entre dos o tres personas.

Bajo la mesa, y fuera de la vista, también había paquetes de marihuana.

Casi todos los productos eran importados de otros países, generalmente de China o del Tercer Mundo, porque en Gambia no se producía absolutamente nada. En la tienda de Carfa también se podían conseguir, a cualquier hora del día o de la noche, barritas de delicioso pan blanco, que normalmente se comían sin acompañamiento.

Más de una vez en que yo volvía de alguna fiesta a medianoche, me acercaría hasta la cabaña de Carfa, llamaría con los nudillos sobre la puerta, e inmediatamente el propietario saldría del mundo de los sueños para preguntar: “¿Qué deseás?”. “¿Tienes pan?”. “Sí, Nando tubab (blanco) espera un momento que ahora te abro”. Carfa tenía alma de comerciante y cualquier hora era buena para introducir una nueva moneda dentro de la caja; además no sentía la mínima vergüenza al gorrearme un cigarrillo que él mismo acabara de venderme.

Según me explicó el experimentado Boy, en Gambia no se requería mucho para casarse: “Le pedirás permiso al padre de la novia para casarte cuando la barriga de la chica ya empiece a llamar demasiado la atención, y él, antes de dar sus bendiciones, se limitará a preguntarte si tienes un techo con cama donde meter a su hija”.

Exclamé con incredulidad: “Pero vosotros sois musulmanes, ¿no?”. “Sí, claro, y además muy buenos musulmanes”, respondió Boy sin ninguna duda. “¿Y el Corán no prohíbe que os acostéis con las chicas si no estáis casados? ¿Y sus padres o sus hermanos no se mosquean cuando os las lleváis de paseo?”.

“Para empezar, el islam no permite que nazcan críos sin padre, y nosotros, como buenos musulmanes, siempre nos casamos con las chicas que dejamos preñadas; aunque muchas veces nos divorciemos de ellas después de haber parido. Y en cuanto a padres y hermanos, todos somos padres y hermanos, y a todos nos gusta follar, sobre todo a las chicas”.

“Así que también os divorciáis”. “Sí, claro, y generalmente la chica regresa al hogar paterno, donde su familia le da la bienvenida encantada porque trae con ella un bebé. Y como habrás visto, a nosotros nos encantan los críos”.

Cuando les conté a mis amigos musulmanes de Gambia cuáles eran las costumbres y cómo vivían los seguidores del islam en otras partes de la tierra, me contemplaron con incredulidad pensando que bromeaba. Observaría la misma reacción cuando, en mis siguientes viajes, les contara a los musulmanes de otros países que el islam del África Occidental era muy tolerante. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Mi visado indio de cinco años tiene una absurda cláusula según la cual debo salir del país cada tres meses, aunque solamente sea para tomar un chai y fumar un bidi al otro lado de la frontera: en el pasado lo hice literalmente así. En parte es una tocada de cojones, pero también es un buen método contra la pereza mental y una “vitamina” para la imaginación al obligarme a pensar adonde ir. De todos modos, me gustará volver a países cercanos, como el Nepal, Sri Lanka, Tailandia, Laos o Malasia.
  • Al enterarme de que los perros podían aprender hasta doscientas ochenta palabras, me pregunté cuántas sabemos nosotros, los inteligentes seres humanos, del simple lenguaje perruno.
  • No puedo controlar la decrepitud de mi viejo cuerpo, pero sí el miedo que me provoca.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Querido Nando, gracias por tus interesantes historias, son un analgésico para los peores días.
    Cuanto me gustaría ver un libro tuyo en las estanterías de la librería, sin duda lo compraría un saludo.

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