La crónica cósmica. El nivel de pura estupidez robótica

EL CAMBIO QUE NO CAMBIA – Chitwán, Nepal. Año tras año la docena de aldeas Tharu de Sauraha han ido cediendo terreno a pequeños edificios de ladrillo y cemento que, aun sin ser especialmente feos, no tienen el encanto de las cabañas de adobe y caña tradicionales.

La mayoría de esas nuevas construcciones son familiares y han sido financiadas con créditos bancarios que, según me han contado los mismos interesados, ahora no saben como pagarlos y han de apretarse el cinturón: “Al ver que nuestros vecinos levantaban una nueva casa, caímos en la trampa del dinero y nos hipotecamos de por vida”.

En armonía con esa epidemia de ambición y estupidez, en los bajos de esas construcciones acostumbran a haber unos comercios que se mueren de aburrimiento porque ofrecen exactamente los mismos productos que en la treintena de tiendas parecidas que hay en el bazar.

Con los restaurantes que van inaugurando paulatinamente se da un caso parecido en cuanto a la oferta y la diversidad de platos, y deben ser pocos los que saquen algún beneficio a final de mes.

También ha aumentado bastante el tráfico motorizado, pero las silenciosas bicicletas continúan siendo el medio de transporte más habitual; éstas, por supuesto, siguen sin llevar luz alguna y, si ya ha anochecido, cruzan junto a mí de forma fantasmal y arriesgada.

Cuando regreso a casa por la noche después de jugar unas encarnizadas partidas de backgammon con el señor Tolstoi, antes de adentrarme en la solitaria carretera, que es prácticamente la única calle de la población, miro a derecha e izquierda como hacéis vosotros en las ciudades si no queréis que os atropelle un autobús; pero yo lo hago para asegurarme que no ande por los alrededores algún elefante iracundo como el famoso Ronaldo, que a través de los años ha acabado con la vida de bastantes personas.

Anoche, mientras dormía plácidamente sin enterarme de nada, ese peligroso paquidermo hizo de las suyas a corta distancia de mi cabaña; concretamente en el resort que hay junto al mío, que pertenece a un tío de la misma familia. Con el fin de pararles los pies a los elefantes y los rinocerontes, las verjas de los resorts están formadas por gruesas barras parecidas a las de un zoológico.

Sin embargo, en este caso no evitaron que Ronaldo retorciese y arrancase la puerta y se pasease un rato por el jardín acojonando a quienes se hallaban en las cabañas, que no se atrevían tan siquiera a respirar.

Aunque la mayoría de elefantes que meten la trompa en las viviendas lo hacen atraídos por el aroma del licor de arroz, llamado roxi, que destilan las mujeres, Ronaldo buscaba algo más sólido: un fardo de arroz que agarró con la trompa y se llevó con él antes de regresar a la jungla. ¡Qué aproveche, cabrón!

COSAS QUE NO CAMBIAN – Sigo contemplando boquiabierto al podador que trepa a los árboles como un mono y se encarama arriesgadamente a más de quince metros de altura con la hoz en la mano, los pies descalzos y un pitillo en los labios, pues me parece un espectáculo circense.

Siguen pareciéndome cómicos los ruidosos graznidos de los grandes pájaros hornbill (alucinad con el nombre castellano: bucerótidos), de los que viven varias parejas en los jardines de mi morada.

Sigue sorprendiéndome la rapidez con que comen lo nepaleses: la joven que cuida magistralmente de mi estómago dará cuenta de su dal bhat antes de que yo termine el mío, aunque ella haya empezado a comer un cuarto de hora más tarde.

Y también sigue admirándome de Sauraha que parezca una fábrica de bebés, de becerros, de cabritos, de perritos, de pollitos y patitos.

NEPAL EN CIFRAS – En Katmandú se forman continuamente colas kilométricas con el fin de pedir un pasaporte: se solicitan más de 1.800 pasaportes diarios, que tardan hasta 6 meses en recibir. 1.429.546 nepaleses emigraron a otros países durante el año 2022 y remitieron al Nepal 480 billones de rupias en divisas (euro: 142 rupias nepalesas).

Entre la familia de mis mejores amigos locales hay una hermana, un cuñado y dos sobrinos que viven en Dubái, y una hermana y una cuñada que están en Japón. El horario oficial del Nepal se diferencia en 15 minutos del de la India.

Los habitantes de ciertos lugares de la región de Gorkha han de andar tres días para encontrar la primera carretera y un medio de transporte rodado: ahora el gobierno maoísta ha organizado un servicio de helicópteros para trasladar a los enfermos y las parturientas.

En 2022 la ONG Maiti Nepal rescató a 30 chicas que habían sido vendidas a burdeles de la India. A una de ellas le hizo esa jugada su propia tía. El 17 diciembre fue el primer día en 31 meses sin nuevos casos de Covid-19 en Nepal.

Un campesino de Tarai declaró a un periódico de Katmandú: “Hace 10 años cosechaba 850 kilos de arroz; ahora, los mismos arrozales, sólo dan 504 kilos porque empobrecí la tierra al usar demasiado pesticida”. En Katmandú se celebró el X Human Rights Internatinal Film Festival en el que se proyectaron 65 películas de 25 países.

PASO A PASO – Pahalgam, Cachemira, India, verano de 1987. Continúa de la crónica anterior. Una tarde, mientras paseaba por los prados que había alrededor del Hotel Woodland, crucé mis pasos con dos sadhus (santones), tan típicos como opuestos.

El primero me esperaba junto a uno de los puentes peatonales del río y vestía ricas prendas. Estaba gordo y fofo como prueba de que andaba poco y comía demasiado, características que no armonizaban con un supuesto santón. Cuando pasé a su lado sin echarle una sola mirada, me exigió con rudeza: “¡Ven aquí!”.

Me detuve por curiosidad, pero me quedé donde estaba. Al fin fue el santón quien se acercó a mí y, sacando una piedrecita del bolsillo, me la entregó diciendo que provenía de tal o cual sitio sagrado. Entonces, abriendo su cartera, me ordenó que pusiera algunas rupias en ella.

No se me pasó por alto que la cartera estaba llena de billetes de banco. “El muy cabrón tiene más dinero que yo”, pensé mientras metía la mano en el bolsillo de mi chaleco y sacaba una moneda de veinticinco paisas, o sea un cuarto de rupia, que introduje entre los billetes antes de seguir mi camino.

Tras dar cuatro pasos oí que el santón exclamaba a mis espaldas: “¡Esto es demasiado!”. Se refería, por supuesto, a cómo me había propasado con él, y aproveché para espetarle: “En eso estamos de acuerdo porque, para alguien como tú, veinticinco paisas todavía es demasiado”.

Al otro sadhu lo conocí cuando iba de regreso hacia mi hotel. Tal como dije antes, éste representaba la otra cara de la moneda. Para empezar, era un Naga Baba, o sea lo más elevado en la jerarquía de los santones.

En cuanto a su aspecto, sus ojos eran verdes y recordaban a los de un tigre. En su cara y en su cuerpo no había un solo gramo de grasa, pero tampoco musculatura. Su edad resultaba difícil de calcular, pues tanto podría tener cuarenta como ochenta años.

Había extendido su manto sobre la hierba del prado y me invitó a compartir el chílom (pipa) que estaba preparando. Se llamaba Hari Giri y se encontraba allí para hacer la peregrinación hasta la cueva sagrada de Amarnath.

Le conté que tenía la intención de ascender hasta los desiertos del Ladakh, y me pasmó al explicarme: “Entonces solamente puedo desear que la suerte te acompañe, ya que te dispones a recorrer una de las rutas más peligrosas del planeta en la que muere gente diariamente; algo que sé muy bien porque trabajé en su construcción”.

Observé la penetrante mirada de Hari Giri sin lograr imaginarle dedicándose a tales menesteres; pero guardé silenció y esperé a que continuase contándome su historia: “Para comprender mejor quién soy, has de saber que mi padre era piloto de las líneas aéreas indias y murió en accidente volando sobre el mar de Arabia.

La situación económica de mi familia era acomodada y pude estudiar Ingeniería de Puentes y Caminos en la universidad de Calcuta.

En cuanto me gradué empecé a trabajar para el gobierno indio y fui destinado aquí, a Cachemira, donde iban a construir la maldita carretera que comunicaría el Ladakh con el resto del país.

Después de varios meses en tal trabajo, un día, en plena jornada laboral, noté como el suelo empezaba a temblar bajo mis pies y, sin pensarlo un instante y ni tan siquiera dar una mirada, salí corriendo como un loco. Terminé la carrera después de recorrer un par de kilómetros y, al volverme, comprobé aterrorizado que un deslizamiento de tierras había acabado con la vida de cuantos estaban conmigo. Hasta donde me alcanzaba la vista no había rastro de la carretera, de la maquinaria ni de la gente: todo estaba bajo tierra”.

Yo me quedé atónito imaginando la escena. “Aquel mismo día”, añadió ahora el santón, “abandoné la vida de ingeniero y me convertí en un Naga Baba”.

Le pregunté si me aconsejaba que no fuese a Ladakh, y me replicó: “Al contrario, te digo que debes ir si deseas ver cosas increíbles. Además, creo que tu camino ya está marcado y que siguiéndolo llegarás a conocer medio mundo antes de que la muerte te alcance. Lo que te aconsejo es que lleves charas (costo) contigo, pues en Ladakh ni tan siquiera lo conocen”. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • En el último concierto al que asistí acabé un poco harto de ver pantallas iluminadas de teléfonos móviles con los que mucha gente grababa cuanto sucedía en el escenario, y me pareció que la adicción al móvil y a fotografiarlo todo ya había alcanzado el nivel de pura estupidez robótica.
  • Una expresión genial: brilla por su ausencia.
  • Opino que para aceptar hacer una rueda de prensa se ha de ser masoquista.
  • Aborrezco la violencia: supongo (pues lo desconozco) que sentirla en tu interior ha de ser el nivel uno, que pegarle un puñetazo a alguien será el nivel dos, y que patear al caído es el rastrero nivel tres. Después ya sólo queda asesinar, ¿verdad? 
  • No quiero ni imaginar lo que ha de ser y cómo has de sentirte al convivir con una pareja a la que hayas dejado de amar o a la que odias, que te aburre y que te desespera despertar todas las mañanas a su lado. ¡Qué suerte que no me haya sucedido jamás algo parecido!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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