La crónica cósmica. ¿Me entiende, Vicente?

LAS EXIGENCIAS DE VICENTE – El repelente niño Vicente, que es lector habitual de estas crónicas, me recriminó desde Lanzarote que dedicase mucho espacio a narrar mis batallitas del siglo XX y no a los hechos del presente. Supongo que cambiará de opinión cuando próximamente empiece a escribir acerca del viaje que él y yo hicimos juntos por Brasil y el Amazonas. ¿Me entiende, Vicente?

Para los que no conocéis al tal Vicente, a quien en otras crónicas llamo el amigo conejero, os aclararé que tiene la costumbre de terminar todo lo que dice (que es mucho) con la absurda pregunta “¿Me entiende, Vicente?”. Aunque desearía mandarle a paseo como tantas otras veces, aceptaré sus exigencias y haré realidad sus deseos para evitar la menor posibilidad de que deje de leer estas crónicas, puesto que, de ser así, yo perderían el cincuenta por ciento de mis lectores. Humor para inteligentes.

De todos modos, las noticias locales de actualidad no dan mucho de sí porque, aparte de las horas que me dedico a teclear y leer, del resto sólo cabe destacar la ola de calor que me ha recordado a lugares como las junglas de “Las 4.000 islas” al sur de Laos y a los templos de Angkor de Camboya, donde creo haber batido mis récords personales de calor (incluso los del Sudán y los de Madhya Pradesh en el centro de la India en primavera).

Tal como hago siempre esté donde esté, también dedico muchos ratos a la contemplación y, por ejemplo, me lo paso en grande viendo como los pájaros beben y se refrescan en la bañera pajaril que hemos instalado a tal efecto: hacen cola pacientemente esperando que les toque el turno, y es un espectáculo encantador muy fácil de organizar del que gocé en diferentes lugares de la India, el Nepal y el Sudeste Asiático.

Ayer estuve observando dos mariposas que se perseguían a una velocidad increíble, haciendo zigzags y cambiando continuamente de dirección: me recordaron a las que cruzaban el río Amazonas y, con un giro inesperado, evitaban en el último instante los ataques de las golondrinas, dejándolas con la boca abierta y el estómago vacío.

Igual que he comprobado en muchos otros sitios, los mosquitos que pululan por mi actual domicilio se ceban especialmente en los visitantes, y no en quienes residimos aquí.

En el jardín de esta casa hay un terrario en el que conviven varias tortugas, y anteayer contemplé una graciosa lucha entre dos de ellas: se pegaban batacazos empujándose con sus caparazones y escondían la cabeza en el último instante, para sacarla de nuevo después.

Al atardecer, con el cielo enrojecido con los colores del ocaso, admiro el peculiar perfil de dos montañas emblemáticas de estas tierras, Sant Llorenç y Montserrat. Igual que sucede con los árboles que no te dejan ver el bosque, para contemplar bien una montaña has de estar lejos de ella.

La otra distracción de esta casa son las manadas de jabalíes que pasan frente a ella casi todas las noches. Si ya estoy durmiendo en mi cabañita (qué bien se descansa en un edificio de madera que no tenga electricidad), el perro Mik me avisa de su llegada con sus ladridos: ayer, mientras fumaba en la calle el último porrito antes de acostarme, tuve que entrar corriendo cuando aparecieron un par de madres de buenas dimensiones acompañadas de unos jovenzuelos.

ME GUSTA – En la crónica de hace un par de semanas os contaba que al decir “bien” o “mal” se creaban unas energías totalmente opuestas, aquéllas positivas y éstas negativas. Y tal como hago de vez en cuando, ahora voy a saltear esta crónica con buenas vibraciones anotando cosas que me gustan. ¿Vamos allá?

Me gusta el buen rollo, me gusta la bandera blanca, me gusta la tolerancia, me gusta la compasión, me gusta la resistencia pasiva, me gusta la paz, me gusta la revolución pacífica, me gusta el respeto, me gusta el juego limpio, me gusta la transparencia, me gusta tu sonrisa, me gusta tu silencio pero también me gusta escucharte, me gusta el amor, me gusta soñar y me gusta que los sueños se conviertan en realidad, me gusta la libertad y me gusta ser independiente, me gusta la vida y espero que me gustará la muerte, me gusta el amanecer, me gusta el atardecer y me gusta contemplar las estrellas, me gustan los bebés, me gustan los niños (pero de lejos), me gusta la música serbia y me gustan los coros de las mujeres búlgaras, me gusta cantar y me gustas tú (Manu Chao), me gustan los árboles, me gustan los animales, me gusta la maría, me gusta ver a los pájaros volar y cantar, me gusta bañarme con agua fría, pero me gusta beber agua templada, me gusta la cerveza helada y me gusta el chai muy caliente, me gusta el ron añejo, me gusta mantener tertulias filosóficas con mis amigos indios, me gusta viajar y me gusta convivir con la gente de los sitios que visito, me gusta ir en tren y me gusta navegar en un barco, me gusta andar, pasear y explorar, me gusta nadar y me gusta bucear sobre los arrecifes de coral, me gusta la paella y me gusta el gazpacho, me gusta la comida picante, me gusta la amistad y me gustan mis amigos, me gusta el sonido del silencio, me gusta la soledad, me gusta escribir, me gusta leer novelas, me gusta imaginar, me gusta inventar, me gusta el cine, me gusta conducir, me gusta montar a caballo, me gusta perdonar y me gusta agradecer, me gusta observar, me gusta adaptarme, me gusta pensar, me gusta controlarme pero también me gusta descontrolarme, me gusta madrugar, me gusta el perfume de sándalo y el de champa, me gusta lo que hago y, claro, me gusto yo.

PASO A PASO – Himachal Pradesh, India septentrional, 1986. En una de las excursiones por los alrededores de McLeod Ganj fui con el amigo californiano a visitar la biblioteca tibetana. Ésta se encontraba en el mismo edificio que hacía las veces de monasterio, escuela, templo y museo.

En una de sus salas había una exposición fotográfica sobre la invasión china del Tíbet y nos quedamos horrorizados ante las barbaridades realizadas por el Ejército Rojo de Mao. En las imágenes podía verse a los Guardias Rojos mientras destruían las antiguas e inmensas universidades, quemaban manuscritos milenarios, rompían hermosas esculturas sagradas y, en fin, acababan con cualquier cosa que oliese a cultura en un país que quizás fuera el último realmente espiritual de la Tierra.

“Estas repetidas invasiones bárbaras son como un mal crónico culpable de retrasar continuamente la evolución de la humanidad”, comenté yo, y mi amigo californiano añadió: “Y lo peor del caso es que tal mal se ha extendido más y más durante el último siglo, que ha sido un tiempo de revoluciones tan absurdas como sanguinarias”. “Es precisamente por esta razón”, dije yo, “por lo que me gusta creer en el karma, pues espero que esos imperios monstruosos como la China, la Unión Soviética y…”; para evitar una discusión que pudiese afectar a nuestra amistad, me mordí la lengua cuando, al pensar en Vietnam, iba a mencionar también los Estado Unidos de América, y regresamos hacia el bazar de McLeod Ganj dedicados a reflexionar.

Allí nos cruzamos con el amigo austríaco, al que los santones de Malana habían empezado a llamar Hannuman al ver que vivía en una cueva y se alimentaba casi exclusivamente con fruta. Le pregunté qué tenía de especial Malana, y él, siempre sonriendo, respondió: “Aparte de ser una aldea que se encuentra a mucha altitud y totalmente aislada, pues se debe andar un montón de kilómetros para llegar hasta ella, y que en sus tierras se produce el mejor costo de la India, resulta que los habitantes de Malana forman una casta aparte y jamás se casan con gente de afuera. Es más, nunca permiten a un forastero residir dentro de su pueblo; cuando voy a comprar a una de sus tiendas depositarán en el suelo lo que deseo y yo haré lo mismo con el dinero para que no haya nunca contacto entre nosotros. Si me atreviese a tocar a uno de ellos, seguramente me hincharía la cara a hostias. En una ocasión subió un pelotón de policías hasta allí tratando de imponer la prohibición sobre el costo, algo absurdo porque las plantas silvestres de maría incluso crecen en las calles. Los hombres del pueblo salieron a recibirles con palos y piedras y les obligaron a correr de regreso a Kullu”.

Imaginar a los corruptos y desaprensivos policías indios recibiendo su merecido me alegró la tarde. Después Hannumán continuó explicando: “Cuenta la leyenda que, cuando Alejandro Magno llegó hasta estas tierras, dejó en ellas a un grupo de sus soldados, junto con sus familias, quienes formaron Malana, y desde entonces se han negado a mezclar su sangre con la de los indios”. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¡Oh, no sabe cuánto lo siento, pero es que no lo siento en absoluto!
  • Está la lucha constante entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad de los cuatro hijos de puta que pretenden joder al resto de la humanidad, y está la lucha entre mi volátil memoria y mi desmadrada imaginación discutiendo cual de ellas tiene la razón.
  • En mi periódico predilecto, eldiario.es, apareció un artículo acerca de los disléxicos, de quienes se ha descubierto que son unos curiosos y unos exploradores natos que ayudaron en gran manera a la evolución de los seres humanos. También os recomiendo leer en el mismo periódico otros dos reportajes muy interesantes: uno es acerca de las bondades que aporta el baño frío matinal y el otro es acerca de las bondades de pasear por la mañana.
  • Si nadie es perfecto, tampoco habrá nadie que sea totalmente imperfecto, como es el caso de mi pobre vocabulario (auspiciado por mi poca cultura y las décadas que llevo viviendo en el extranjero), del que me han comentado algunos lectores que resulta fácil y cómodo de leer.
  • Según los hindúes, actualmente nos hallamos en el Kali Yuga, la era de la mediocridad en la que imperaran los líderes mediocres que se guían por unos valores mediocres.
  • Estoy rodeado de gente a la que sólo conozco sonriendo y dándome buen rollo.
  • Al ver cómo anda el mundo, me pregunto si la humanidad como grupo tiene instinto suicida o es simplemente estúpida. Desde el punto de vista de un marcianito como yo, lo que estáis haciéndole a la naturaleza tendría más sentido si no tuvieseis hijos ni conciencia y aceptaseis que sois imbéciles.
  • Digo siempre la verdad y no me importa ser creíble.
  • ¿Creéis que hay más misoginia que androfobia?
  • ¿Qué pretende un pretendiente y qué se le promete al prometido?
  • Para sentir vergüenza tendría que hacer algo que fuese vergonzoso según mi opinión.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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