La crónica cósmica. Mister Singh, guía turístico vocacional

UN PASADO. En las últimas ocasiones que yo había estado en esta parte de la costa nororiental de la Península Malaya, en el Mar de la China Meridional, se habían colado entre mis cejas dos deseos que postergué como tantos otros. Uno de ellos brotó al ver un mapa de esta región en el que aparecía un gran lago llamado Kenyir, que se halla en las montañas que hay por encima de Kuala Terengganu, y del que nace el río que da nombre a esta ciudad.

Todavía contemplando tal mapa, que por cierto estaba pintado en un muro de una pensión de Marang, el pueblo del que parten las barcas hacia la isla de Kapas, imaginé unas densas junglas por las que podría pasear a gusto. Lo único extraño era que alrededor de ese lago no había ni una sola población.

Quien me aclaró mis dudas al respecto fue el amigo indio, punjabi y taxista Mister Singh, al que, como otras veces, encontré en la parada de taxis que hay junto a la estación de autobuses de Terengganu, cuando llegué aquí hace dos semanas: “En el Kenyir Lake sólo podrás conseguir una cabaña en un resort bastante caro. Añádele a esto que el bazar más cercano queda a dieciséis kilómetros”.

Mister Singh, que como el Señor Lobo de las Colinas Kumaon de la India es especialista en solucionar problemas, tras explicarme esto mientras bebíamos chai, pareció leer mis pensamientos e hizo realidad el segundo de los deseos que os mencionaba al principio, que era pasar algunas semanas en Kuala Terengganu.

Os lo cuento: ésta es una ciudad que me gusta mucho porque, además de estar en la costa, tiene varias lagunas y muchas zonas verdes (e incluso un par de colinas completamente cubiertas de árboles) entre las que hay idílicos barrios de casitas. Pero no habíamos terminado, porque también la bañan las limpias aguas del Río Terengganu, que en algunas partes llega a medir casi un kilómetro de ancho y forma varias islas: Pulau Wan Man, donde está el Islamic Civilitation Park, Pulau Besar, Pulau Tengah y Pulau Duyung, que es la mayor de ellas.

Tras explicaros todo esto, volvamos a Mister Singh, guía turístico vocacional que con anterioridad me había mostrado todas estas peculiaridades de Terengganu, quien al saber que mí presupuesto es muy bajo, me comentó: “Creo que te gustaría la pensión de mi buen amigo Awi en la isla de Duyung, que es, como decís los españoles, buena, bonita y barata”. Al momento ya estaba hablando por teléfono con el tal Awi, y éste le confirmó que tenía algunas cabañas libres. Vámonos que nos vamos. Fuimos hasta Duyung en su taxi y todo lo que vi fue de mi gusto, incluido el simpático precio que Awi me hizo a condición de que guardase un absoluto secreto al respecto. Acordamos que volvería al día siguiente con el equipaje y me quedaría varias semanas.

EL PRESENTE. La pensión “Awi’s Yellow House”, en la que por cierto no hay nada de color amarillo, está edificada completamente con madera y una colección de zancos la mantienen levantada por encima del cauce del Río Terengganu. Subes hasta ella por una rampa que te lleva a un cuidado jardín de tiestos en los que priman las buganvillas.

La protegen del sol las ramas de distintos árboles y palmeras a los que no molesta tener las raíces hundidas en el agua que, al hallarse cerca de la costa y debido a las mareas, según la hora debe de ser más o menos salada. Las cabañas están comunicadas por una serie de inestables pasarelas hechas con tablas de madera que ya tienen muchos años a cuestas y, debido a que se balancean cuando alguien anda por ellas, mientras estoy en la cama creo muchas veces que hay un terremoto.

Mi cabaña, la más barata, es diminuta y una cama de matrimonio la ocupa casi en su totalidad; pero da directamente al río y evita que vea a los demás huéspedes en las raras ocasiones que haya alguno, pues normalmente estoy solo. Además, Awi vive en otra casa y se limita a aparecer por ahí muy de vez en cuando.

Como ejemplo de la seguridad que reina en este barrio, la verja de madera de la entrada que da a la callecita se halla abierta día y noche. Asimismo, en las puertas de las cabañas no hay ninguna cerradura, y cuando voy de paseo coloco un ladrillo en los bajos de la mía para que no la abra la ventolera.

El baño no tiene techo y me permite ducharme bajo el sol o las estrellas. La pequeña estructura de la cabaña incluye una terracita desde la que, mientras bebo una de las cervezas Tiger que me traje de China Town (los habitantes de esta isla son todos musulmanes y no hay una gota de alcohol), contemplo los peces y los lagartos monitor que pululan por el río, o las lanchas en que se pasean algunas familias y provocan unas olas que rompen por debajo de mi trasero.

Otra de las virtudes de este sitio es el fuerte viento marino que se mete en mi cabaña por las tres puertas y las dos ventanitas y barre el habitual bochorno tropical. Otro detalle de gran importancia acerca del calor: aparte de que las paredes de la cabaña son de madera, el tejado no es de chapa, sino que está construido con unas pequeñas tejas que la mantienen fresca, evitando que se convierta en un horno. De todos modos, mi indumentaria se limita a un lungui, que cuando salgo a la calle completo con el chaleco.

No es raro ver en el cielo varias águilas de color castaño y con la cabeza blanca, que planean jugando con este viento sin hacer el menor esfuerzo.

Me felicito por estar aquí, y se lo agradezco al bueno de Mister Singh, porque cada rincón, cada detalle y todo lo que veo de la “Awi´s Yellow House” es perfecto como si lo hubiese diseñado un decorador con buen gusto.

Mi satisfacción incluye el gustazo que siento al hallarme en un sitio nuevo y auténtico. ¡Aparte de vivir en él, voy a vivirlo como una apasionante experiencia! Hay lugares especiales que se pueden visitar en pocas horas o en unos días, pero que para conocerlos debidamente debes dedicarles más tiempo, como me sucedió cuando fui por primera vez a Lanzarote planeando pasar allí una semana y me quedé ocho meses.

LA TABERNA GALÁCTICA. Érase una noche en que mi antro predilecto estaba casi vacío. En el primer momento creí que regresaría a casa sin haber entrevistado a nadie, pero entonces entraron seis hombres de distintas nacionalidades que, tras tomar posesión de una mesa redonda y pedir una ronda de cervezas, aceptaron contarme algunas anécdotas, algo que hicieron pasándose mi grabadora sin darme opción a que les hiciese pregunta alguna. El primero, un joven andorrano evidentemente guasón, dijo aparentando mucha seriedad: “Cuando yo hablaba, no me oían; pero si me oían, no me escuchaban; aunque era peor si me escuchaban, pues entonces no me entendían; y si lo hacían, opinaban que yo sólo decía tonterías. Fue entonces cuando decidí hacer voto de silencio. ¡Ja!”.

El siguiente era un andaluz de unos cuarenta años que acababa de regresar de Bangkok, y nos explicó: “Aunque follé con algunas chicas que no eran putas, al fin me salieron más caras porque consumían como locas los platos de comida más costosos y se metían las cervezas como si fuese agua”.

Ahora tomó la palabra un danés con el pelo blanco y más de setenta años a cuestas: “Nací en una pequeña isla de mí país y cuando era un crío ya decidí que quería ser capitán de barco. A partir de los dieciséis años empecé a navegar en los buques de una empresa francesa que llevaban y recogían a los científicos que permanecían un año en la Antártida. Entre muchos otros sitios, estuve en La Martinica, Tahití, Sri Lanka, Tasmania y Australia. Al fin me harté de pasar la vida en el mar con mucha gente y poco espacio. Entonces me convertí primero en carpintero y después en ingeniero de puentes y caminos.

Tardé muchos años en ir a Tailandia, y al hacerlo me enamoré de Phuket, isla en la que terminé casándome con una tailandesa para la que construí con mis manos una preciosa casa de madera en un entorno natural maravilloso. Pero posteriormente ella me echó de allí dejándome en la calle. No os caséis nunca con una tailandesa porque como amantes son lo mejor, pero como esposas resultan muy peligrosas”. El danés nos mostró una foto de su esposa, y todos estuvimos de acuerdo en que tenía cara de depredadora.

Ahora habló un hombre de Buenos Aires: “El gobierno de la India no nos exige visado a los argentinos porque nuestro país les mandó comida durante las hambrunas que sufrieron tras independizarse del Imperio Británico”.

El siguiente en tomar la palabra fue un turco que se limitó a contar: “Yo era millonario, pero me arruiné al convertirme en un puto yonqui, y ahora, tras desengancharme, soy un feliz trotamundos”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
2 comentarios
  • Una de las razones por las que me gusta recibir tus positivos comentarios, Daniel, es saber que por lo menos tengo un lector seguro: ¡Ja!

  • Tremenda historia la del danés. Jaja. Viendo Terengganu en Google Maps, qué bello lugar es. Es verdad que hay abundante vegetación en los alrededores. Tal como me gusta. Gracias, Nando, por llevarnos hacia esos lugares que pisas, tan solo imaginándolos.

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