La crónica cósmica. Otros ejemplos de por qué la India es increíble

INCREDIBLE INDIA! – Todos sabemos, la mayoría por propia experiencia, que la ingesta de alcohol desinhibe a las personas, les suelta la lengua y las anima a hacer alguna que otra burrada.

Entre los indios, quizás por cuestiones genéticas, este hecho es realmente exagerado y, con tomar tan solo un trago, pongamos por caso de cerveza, se ponen como una moto.

Además, desde aquel momento empiezan a beber deprisa como si temiesen la llegada de un superior que les pudiese reñir, y no tardan en desmadrarse completamente. Yo he sido testigo de ello muchas veces y, a excepción de los amigos de las Colinas Kumaon, que son unos auténticos caballeros y jamás pierden el control, evito beber con indios.

En la sección de sucesos del periódico Times of India aparecen, con mucha frecuencia, noticias de crímenes domésticos en los que algún tipo ha asesinado a un familiar o a un amigo bajo los efectos del alcohol.

El Día de la Independencia de la India, poco antes del mediodía, me encontré con un conocido mío llamado Rajendra que, para celebrar esa festividad, ya se había bebido cinco cervezas de 660 cl (o sea diez medianas). Al cruzar mi mirada con la suya tuve la impresión que sus ojos eran dos pozos sin fondo. Me atemoricé igual que cuando estuve frente a un desquiciado con el que era imposible comunicarme.

Curiosamente, cuando Rajendra se emborracha, deja de sufrir el asma que le ha aquejado desde la infancia. Al amigo este, en el pasado, tuve que acompañarlo muchas veces de vuelta a su casa cuando llevaba una buena melopea; y su mujer me odiaba porque me consideraba el responsable de sus borracheras, a pesar de que yo, como ahora, perteneciese al gremio de los abstemios.

Aquí van otros ejemplos de por qué la India es increíble.

La corrupción en la política es tan descarada que, quienes se presentan a las elecciones para algún cargo político, van de casa en casa repartiendo rupias para que les voten: en realidad están invirtiendo este dinero pensando en los negocios que harán si son elegidos.

Aquí en Konark, un vecino de la pensión Labanya Lodge en que me hospedo, me propuso con total ausencia de dignidad que me alojase en la suya, a pesar de ser supuestamente amigo de mis anfitriones. En Sauraha me sucedió lo mismo con un vecino de la Tharu Lodge.

También igual que en la nepalesa Sauraha, aquí en Konark no hay ninguna gasolinera y los comercios venden gasolina a los motoristas en botellas de litro.

Llaman negro a quien tiene la piel un poco más oscura que ellos: frecuentemente, cuando me saludan de noche por la calle no logro ver sus caras y soy incapaz de identificarles.

Va aumentando desmesuradamente el número de indios obesos y barrigones.

La población de Konark, y sobre todo los hombres, sigue meando y escupiendo en cualquier lado.

PASO A PASO – Koh Sichang, Tailandia, invierno de 1988. Continúa de la crónica anterior. Mi destino y el del holandés Ulmo era la ciudad costera de Si Racha, adonde llegamos una hora y media después de partir en autocar de Bangkok, y nos encontramos de nuevo frente al Mar de la China Meridional.

El muelle desde el que partía el transbordador hacia la isla de Koh Sichang estaba encerrado entre pequeños edificios de madera que, soportados por largos tocones, colgaban sobre el mar. Por debajo de éstos, las olas removían sin descanso una desagradable marea compuesta de bolsas de plástico.

Este mal era el resultado de la costumbre de los comerciantes locales de servir los refrescos en una bolsita de plástico, con unos cubitos de hielo y una pajita, que cerraban con una goma elástica y el cliente colgaría cómodamente de un dedo mientras iba dando sorbos hasta que, al terminar de beber, la arrojaría al mar.

No tardé en llegar a la conclusión de que aquel deterioro ambiental era por desconocimiento, puesto que la aparición de los productos de plástico aún era reciente y, hasta el momento, no se habían planteado los problemas que provocaba su acumulación. Yo comenté: “Cuando el plástico acabe llegando a la India, las vacas se tragarán las putas bolsas y morirán dolorosamente”.

Embarcamos en un pequeño transbordador que, al hacer aquel trayecto pocas veces al día, acabó llenándose hasta los topes, especialmente de estudiantes y peregrinos. Antes de partir, hasta la cubierta se cargó con el máximo de sacas y cajas. En cuanto zarpamos descubrimos que aquella zona del Golfo de Tailandia servía de atracadero a docenas de buques inmensos que, al no poder acercarse más a la costa, y ya no digamos ascender por el curso del río Chao Phraya hasta la capital, anclaban allí para ser cargados o descargados con la ayuda de grandes barcazas.

También comprobamos pronto que la duración del trayecto de nuestro transbordador dependería de cuántas paradas hiciese junto a aquellos navíos gigantes para dejar o tomar pasajeros. Esta experiencia se demostró muy interesante porque, mientras nos acercábamos a cada uno de aquellos navíos, el tamaño de nuestro transbordador parecía disminuir hasta parecer una sardina junto a una ballena.

Media hora más tarde, después de hacer una última parada en el islote llamado Koh Kam Yai, empezamos a recorrer la costa de Koh Sichang. La isla era una lengua de tierra, de menos de tres kilómetros de longitud, que no tenía el mínimo parecido con las exuberantes islas que habíamos visitado en el sur del país, pues en ella no se veían palmeras u otros signos tropicales, aunque no por ello estuviese faltada de verdor.

A poniente, aparte de Kam Yai, se encontraba una elevación rocosa llamada Ran Dok Mai, y la parte oriental la encerraban las islas de Koh Kang Kao y Yei Tao.

Una pequeña población se alargaba junto a la parte oriental de la costa que daba al sur, donde estaban el muelle y la colina en cuya ladera se levantaba el poco atractivo templo chino. Una carretera de dos metros de ancho la cruzaba de un extremo al otro.

En el embarcadero se encontraban algunos de los únicos vehículos que circulaban por ella: unos taxi “tuk-tuk” de fabricación local que por su gran belleza plática hubiesen hecho las delicias de cualquier aficionado al motociclismo. Para empezar, el depósito, que era puramente simbólico puesto que funcionaban con gas, con una bombona en la parte trasera, podría haber pertenecido a una Harley Davidson. Junto a éste, se curvaba y extendía un inmenso manillar que poco uso requería en aquella corta carretera completamente recta.

Bajo el depósito se “escondía” un aparatoso motor de automóvil, que prácticamente no producía ruido ni polución pero que exigía al conductor montar con las piernas exageradamente abiertas, posición que no debía de ser muy molesta porque el asiento también parecía provenir de una de las míticas motocicletas norteamericanas.

Pero donde se rizaba el rizo de la perfección era al llegar a la parte destinada a los pasajeros, quienes se acomodaban confortablemente en un autentico sofá de tres plazas, protegido del sol y la lluvia por una mampara, con espacio suficiente para extender totalmente las piernas o, en su lugar, colocar cualquier tipo de carga. Además cada uno de aquellos exóticos vehículos lucía los más exquisitos y variopintos colores y cenefas.

Partimos andando del muelle dejando para otra ocasión la experiencia de viajar en aquellos insólitos “tuk-tuk”. Al descubrir la atmósfera del pequeño bazar, con sus edificios mayormente de madera, auténticamente tailandesa y relajada, supimos que habíamos acertado escogiendo aquel destino. “Vaya, parece que al fin hemos puesto los pies en Siam”, comenté encantado.

También advertimos que allí nadie hablaba inglés y que nuestras preguntas acerca de alguna pensión sólo recibían como respuesta unas encantadoras sonrisas.

Echándolo a suertes, decidimos seguir hacia la izquierda, por donde la calle ascendía ligeramente. Los isleños, cuyas mujeres llevaban el rostro cubierto con polvos blancos o amarillos y parecían fantasmas, demostraban continuamente su sorpresa contemplándonos atónitos: un hecho que nos alegraba, pues demostraba que por en aquel lugar aparecían pocos turistas.

Cuando hubimos recorrido unos pocos metros, primero entre diversos comercios en los que se ofrecían desde comidas a flores, incienso, dulces y petardos para el templo, y pasando después frente a viviendas ajardinadas, en las que las flores desprendían exóticos perfumes e, invariablemente, disponían de unas preciosas casitas en miniatura que servían de residencia a los espíritus de los antepasados, un hombre se acercó y nos preguntó en perfecto inglés si buscábamos alojamiento.

Se llamaba Ran y había aprendido lenguas y mundología trabajando en buques de carga. Ran había nacido en el mismo mes y año que yo y, a pesar de ser hijos de países tan distintos como distantes, descubrimos que teníamos unos gustos y culturas muy similares, por lo que inmediatamente nació entre nosotros una buena relación que duraría varias décadas. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – Aunque me gustan las buenas fotos de la prensa, me repelen los reporteros que fotografían insensiblemente a las víctimas de un atentado o de un accidente. Pero todavía me dan más asco las personas que lo hacen con sus teléfonos móviles, esos mirones que van por la vida fotografiando y grabando a todo el mundo.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Que razón tienes , ahora con el móvil la gente se cree con el derecho de hacerte una foto como si estuvieran en un safari.
    Y subirte a las redes si se tercia.

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