La crónica cósmica. Siete horas con la nariz pegada a la ventanilla

UNA AGRADABLE INCERTIDUMBRE – Colinas Kumaon, Uttarakhand, India. Tal como os comunicaba la semana pasada, estoy de nuevo en mi rincón predilecto de estas colinas de la cordillera Shivling; lugar del que, por supuesto, seguiré sin daros su nombre porque me gusta ser el único extranjero que corre por aquí. Ah, y también es de mi agrado que no haya ni un solo policía por los alrededores.

Aclararé a los lectores recién llegados que, durante las tres décadas largas en que, periódicamente, he venido a estos bosques salteados de lagos, me habré alojado en unas diez casas y cabañas distintas, pero que en los últimos años lo he hecho siempre en la misma casa de campo, en la que mis anfitriones, Uma y Sonny, me miman de maravilla como si fuese el abuelo de la familia.

Mientras estaba en la isla de Langkawi de Malasia, les avisé con unos meses de antelación de mi próxima venida, y me dieron el visto bueno. Sin embargo, una semana antes de venir a la India, me mandaron una noticia chocante: no podrían atenderme porque Sonny se encontraba hospitalizado por razones que no vienen al caso y yo tendría que buscarme la vida por otro lado.

Curiosamente, me gustó esa incertidumbre acerca de mi próximo destino. Pero, al pensar en otros lugares a los que me apetece ir de vez en cuando, como Pushkar, en el estado de Rajastán, no olvidé que nos hallábamos en primavera, que en realidad es el verano en este país, porque es cuando hace más calor. Comprobé las temperaturas en aquellos días y allí ya superaban los cuarenta grados.

Después me planteé ir por primera vez a un pueblo de estas mismas colinas llamado Kasar Devi. En este caso, lo que me desanimó fue comprobar que, debido a su altitud, pasaría frío en vez de calor. Efectivamente, una de las razones por las que he venido repetidamente a este lugar secreto, son sus perfectas temperaturas.

Pero el Cosmos cuidó de mí, y de Sonny, quien al poco me escribió avisándome que le habían dado de alta en el hospital y podría alojarme en su casa, como casi todos los años.

Y aquí estoy, pagando el mismo precio que antes: doscientos veinte euros mensuales por la habitación, la comida vegetariana, el chai y la fruta que me sirven por mañana y por la tarde, y el vaso de leche que me trae Uma por la noche.

Estaba a punto de partir de Langkawi cuando el amigo gallego que reside allí me preguntó si no me entristecía hacer las maletas. Le respondí que me entristecería si el lugar al que me dirigiese no fuera de mi gusto; pero que no era el este al caso. Y Puesto que mi siguiente destino era igualmente encantador, me piraría llevando conmigo la compulsiva alegría que anima a los animales migratorios el día en que se ponen en marcha.

Cerraré esta sección haciendo un par de comentarios acerca del viaje en el tren Shatabdi, con el que vine desde Nueva Delhi a Kathgodam. De negra madrugada me dirigí andando a la estación central de los ferrocarriles, con el equipaje a cuestas para comprobar mi estado físico. Aprobé el examen a pesar de mi avanzada edad.

Igual que en otras ocasiones, hice aquel trayecto de siete horas con la nariz pegada a la ventanilla para no perder detalle de unos paisajes en los que priman las llanuras salteadas de lagunas, los campos en que se recolectaba el trigo de invierno, donde luego se plantaría el arroz del verano, los cultivos de garbanzos y los extensos huertos.

Cuando pasamos junto a algunos bosques alejados de las poblaciones y el tren circuló lentamente durante un buen rato, pude contemplar embelesado miles de mariposas blancas.

Acuciado por mi vocación de antropólogo, tampoco perdí detalle de las ciudades, especialmente de los barrios de chabolas que se levantaban al lado de las vías.

EL INDOSTÁN – El día en que llegué aquí, pagué por adelantado la conexión a Internet de los próximos tres meses y la suscripción del Times of India. He vuelto a leer este periódico a pesar de que gran parte de las noticias que publica sean el tipo de sucesos desagradable que en los viejos tiempos incluía en estas crónicas en un apartado que titulaba Talibania: asesinatos a mansalva, muchos de ellos domésticos.

«Un tipo se presentó en comisaría con la cabeza de su mujer en una bolsa». Violaciones en grupo: a muchos violadores de menores los condenan muerte o a cadena perpetua. Han sentenciado a diez años de cárcel a un dentista por drogar y violar a una paciente. También son tristemente habituales los suicidios de muchos adolescentes, como el hijo de unos amigos míos que se arrojó desde un onceavo piso.

Aquí van tres tipos de incidentes que sólo podrían darse en la India: son frecuentes las muertes provocadas por toros (por supuesto sagrados) que van libremente a su aire. El licor casero también se lleva por delante a mucha gente, como los veintiún tipos que murieron envenenados recientemente en Amritsar. La última moda son las muertes a causa de los disparos, supuestamente al aire, de las bodas y las celebraciones.

PASO A PASO – Iquitos, Perú, 1988. Continúa de la crónica anterior. Un día, mientras tomaba una cerveza de la marca Cristal y fumaba un cigarrillo Premier, le dije a Simon, mi amigo inglés: “¿Sabes?, aunque durante estos meses brasileños me lo haya pasado de coña, y que las semanas amazónicas han sido inolvidables, ya tenía, como buen trotamundos, unas ganas locas de cambiar de país, de moneda y, sobre todo, de comida”.

Sobre la mesa se encontraban los platos vacíos de ceviche de pescado, la primera muestra de la fina cocina peruana. Después de hospedarnos en una pensión cercana a la Plaza de Armas, estábamos sentados en una terraza gozando del buen clima. Las pocas cosas que había visto de aquella Iquitos que ocupaba el lugar de Manaus en la selva peruana, habían sido de mi agrado.

Como admirador de la arquitectura, había echado el ojo a diferentes edificios de gran atractivo: por aquí el antiguo Hotel Palace, por allá las casas Cohen y Khan, y a lo lejos la del excéntrico Fitzcarraldo. De gusto tan distinto como dudoso, era la Casa Fierro: engendro metálico de Gustave Eiffel, el arquitecto que creara la famosa torre de París.

Continuando con mi monólogo digestivo, añadí: “También me gusta haber entrado en un nuevo país al que poder agregar a mi colección. Lugar que además, gracias a la constante devaluación del Inti, antes llamado Sol, resulta ser más barato que el mismo Brasil”.

Un peruano de cara simpática que ocupaba la mesa de al lado nos aclaró que inti significaba sol. Luego añadió: “De forma parecida a lo que sucede en Brasil con los cruzeiros y los cruzados, cuando nuestros miserables gobernantes se hartaron de añadir ceros a los billetes de soles, inventaron el Inti para empezar de nuevo con el mismo juego”.

Después de presentarse diciendo que se llamaba Pablo y que dirigía una agencia de viajes, el simpático desconocido nos explicó:

“A pesar de que sea un placer hablar con vosotros, debo confesaros que lo hago con un cierto interés comercial porque, al no tener Iquitos unas carreteras que la unan con el resto del país, los extranjeros, si no desean pasar cinco días metidos en los cutres barcos fluviales, acostumbran a partir de aquí en avión; por el que os puedo ofrecer un trato que seguramente os beneficiará”.

Simón y yo nos mostramos interesados en escuchar su oferta. Pablo continuó diciendo: “Resulta que nuestro desvergonzado presidente Alan García, al ir como loco buscando dinero, ha decidido que los extranjeros paguéis unos precios especiales en los vuelos, y el coste del pasaje a Lima ha saltado, en un santiamén, de los diez mil a los cincuenta mil intis para los turistas”.

Yo, siempre cuidadoso de mi economía, exclamé sulfurado: “¡Rediós, es realmente vergonzoso!”. Entonces Simon le preguntó a Pablo: “¿Y cuál es tu propuesta?”.

“Muy simple: yo os sacaré los pasajes diciendo que sois peruanos y, llegado el momento, iréis al aeropuerto con un taxista amigo mío que se encargará de facturar vuestros equipajes y de recoger las tarjetas de embarque. Después, cuando embarquéis, simplemente tendréis que mantener la boca cerrada para evitar cualquier suspicacia. ¿Cómo lo veis?”. Por supuesto, a nosotros nos pareció requetebién y cerramos el trato.

Durante los dos relajantes días siguientes nos limitamos a pasear por Iquitos, gozando de su buena comida y tomando cervezas a montones. Una excursión nos llevó hasta el popular barrio pesquero de Belén, también llamado Venecia porque sus calles, durante la temporada de lluvias, se transformaban en canales de agua.

Debido a tal peculiaridad, sus casas, que eran de madera, habían sido construidas encima de unos zancos y la gente se desplazaba en barcas.

De todas maneras, en la estación en que estábamos no era así porque el río iba bajo. Recorrimos un mercado callejero que ocupaba cada metro cuadrado, por el que era difícil andar sin pisar los montones de bananas y otras frutas que se hallaban a la venta. También, los unos al lado de los otros, había chiringuitos donde se vendía o cocinaba pescado baratísimo.

Al ver sobre un mostrador un pescado de más de tres metros de largo que sin duda superaría los cien kilos, pude comprobar el exagerado tamaño de algunos peces amazónicos.

En otra momento, tomamos un camión que hacía las veces de autobús y fuimos a un zoológico muy cutre, que se hallaba a las afueras de la ciudad. De nuevo me crucé con un simpático mono que saltó sobre mis brazos para no separarse de mí mientras estuve allí. Era un animalito que, como el de Manaus, me contó mil cosas usando sus artes mímicas.

Aprovechando las ventajas que me ofrecía la lengua castellana, entré en una librería en busca de nueva lectura y salí a la calle con el libro de Ernesto Sábato, “Abaddón, El Exterminador”. Con Simón nos metimos en el Cine Iquitos para pasar un buen rato con la película “El Extraño Viaje”, que en España se llamaría “El Chip Mágico”, a pesar de que su título original fuese “Inner Space”.

Al salir del cine le comenté a Simon: “Debería existir alguna ley que limitase la libertad de los empresarios locales de cada país para rebautizar las películas como a ellos les sale de las narices”.
Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Estuve viendo con gran placer la película de dibujos animados “Flow”, del director Gints Zibalodis.
  • La psicología y la empatía son esenciales para la evolución personal.
  • Al comunicarte telefónicamente con alguien, antes se preguntaba, “¿Cómo estás?”, mientras que actualmente se pregunta, “¿Dónde estás?”.
  • Si existe una palabra que se usa por igual en la mayoría de idiomas, ésta es, “ey”, ¿verdad?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

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