La crónica cósmica. Tal como hago siempre en Paharganj

EN LA CIUDAD – Paharganj, Nueva Delhi, India. La suerte ha estado conmigo todo el día desde que empecé a moverme de un lado a otro de mañanita, pues he conseguido tomar dos autobuses en los cortos intervalos en los que el cielo se ha dado tregua entre los habituales chaparrones que riegan continuamente Goa, y también he logrado llegar seco al aeropuerto de Vasco de Gama a pesar de que el último autobús me dejó en medio de la carretera obligándome a andar un ratito con el equipaje al hombro.

Después de sobrevolar las hermosas ensenadas de la costa de Goa, he continuado teniendo la misma suerte cuando el avión de Air Asia ha aterrizado puntualmente en Nueva Delhi, donde, tras haber estado diluviando continuamente durante las últimas semanas provocando que el río Yamuna se desbordase e inundara diferentes partes de la capital, ahora los monzones se han tomado un respiro y he podido buscar tranquilamente hotel sin mojarme ni resbalar en los barrizales. Valoro las ventajas que me aporta el mundo moderno, como es el servicio de metro que me ha llevado rápida y confortablemente desde el aeropuerto a Paharganj, el único barrio de Nueva Delhi en el que me siento a gusto porque en sus callejuelas puedo hacer abstracción de que me hallo en una de las metrópolis más polucionadas, sobre pobladas y ruidosas del mundo.

Hablando del metro de Delhi, resulta que para evitar los frecuentes suicidios de gente que se arrojaba a las vías, han instalado unas puertas de seguridad en los andenes de las estaciones que solamente se abren cuando el tren ya se ha detenido. Al fijarme en la aparatosa maleta que acarreaba un pasajero indio que también venía del aeropuerto, le he preguntado cuánto pesaba y me he quedado patitieso, pues aquel masoquista viajaba por el mundo con cincuenta kilos a cuestas.

Como hago habitualmente, no tenía reservada ninguna habitación. Además en Paharganj hay docenas de hotelitos y pensiones y daba por sentado que no me costaría hallar dónde hospedarme. Sin embargo, he empezado a preocuparme cuando he visto el cartel de completo en todos los sitios debido a la hora tardía, las once de la noche, y al día de la semana, sábado.

El recepcionista de una pensión me ha echado la tabla de salvación recomendándome preguntar en el cercano Hotel Vishal, donde, curiosamente, no me había alojado nunca a pesar de hallarse en la calle principal del bazar y haber pasado frente a él un sinfín de veces. Puedo felicitarme porque la fortuna me ha acompañado de nuevo en ese día, en que todo ha salido al dedillo.

En el Vishal no solamente he conseguido una buena habitación por un precio muy simpático, sino que, mientras iba a cenar frugalmente una de tortilla de queso, el amable portero de noche (¡Hmm, qué gran película Portiere di notte, de Liliana Cavani!) se ha encargado de conseguirme una reserva ferroviaria para el tren con el que deseo partir pasado mañana, servicio que me ha prestado sin pedirme más que la voluntad, expresión algo obsoleta y que significa, dame lo que quieras.

Tras solventar esos asuntos, acostado en la cama observando hipnóticamente como el ventilador del techo da vueltas, pienso que, a pesar de tener la sensación de no haber viajado mucho desde la última vez que estuve en Delhi hace ocho meses, en realidad he recorrido un buen periplo: he estado en Katmandú y Chitwán del Nepal, en Kanchanaburi y Koh Phangan de Tailandia, en Georgetown, Malacca y Tamar Negara de Malasia, y, de regreso a la India, en Chennai, Hampi y Goa.

Tal como hago siempre en Paharganj, de mañanita voy a depositar una guirnalda de flores en el templo del dios Shiva y recorro un callejón donde el vecindario hace cola frente a un grifo público para recolectar agua. Luego, repitiendo asimismo mis rutinas, voy a tomar el chai del desayuno en un puesto que se halla en un túnel abovedado de aspecto milenario que se mete entre un dos edificios y cuyo propietario me saluda amigablemente porque hace años que nos conocemos.

Después voy a comprar algunas cosas que difícilmente podré conseguir en mi próximo destino. En el diminuto comercio de unos musulmanes compro bidis de buena calidad. En otra tienda de parecidas dimensiones me agencio una camisa kurta, como también hice el año anterior, y unos pantalones que sustituyan a los que terminaron en malas condiciones al tener el accidente de tráfico en Jerantut. Me gusta elegir productos que lleven escrito “Made in India”, y no “Made in China”, como suelo encontrar en la mayoría de países de esta parte del mundo.

Me recorto la barba en una peluquería en la que también me conocen desde hace una eternidad. Y al regresar al Hotel Vishal se me acerca un hombre que me propone actuar de figurante en una película que están filmando cerca de Paharganj. Le digo que ni, ni, ni, a pesar de que me pagarían mil rupias diarias y podría comer cuanto quisiese en un bufet.

SUCESOS INDUDABLEMENTE INDOSTANOS- En Agra dos primas de dieciséis y catorce años se suicidaron ahorcándose porque sus padres les quitaron los teléfonos móviles para castigarlas.

Una mujer de Nainital contrató los servicios de un encantador de serpientes para que le consiguiese una cobra con la que asesinó a su marido metiéndosela en la cama.

En el Namami Gange Project del río Alaknanda, en la población de Chamoli de Uttarakhand, dieciséis personas murieron electrocutadas cuando explotó el transformador de una purificadora de agua instalado junto al cauce del río.

Un hombre en Agra y otro de Meerut han sido condenados muerte por violar y asesinar a dos niñas de 8 y 4 años.

PASO A PASO – Omkareshwar, Madhya Pradesh, India. Otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Si en Mathura Das y Kalian Puri había encontrado a dos santones respetables y con poder tanto interior como exterior, en Lal Baba conocí a la otra cara de la moneda. Yo trepaba una tarde por las escalinatas que nacían en el lado contrario de los “ghats” y de la rambla que descendía hasta el río Narmada, cuando oí que me llamaban.

Al volverme vi a un santón de cabellos blancos y “langoti” (taparrabos) rojo que hablaba perfectamente inglés. Le acompañaba una mujer india, joven y hermosa, que vestía como una santona. Su cabaña estaba instalada bajo un gran árbol, junto a las mismas escaleras. Momentos más tarde ya me había sentado junto a Lal Baba mientras la mujer preparaba el obligado chai en un hoguera. “El Bhakti yoga”, me contaba Lal Baba, “es el yoga de la vida, el que ocupa las veinticuatro horas de cada día y en el que solamente existe un pecado imperdonable: la mentira, que es una forma de cobardía en la que caemos fácilmente si no permanecemos atentos; siempre debes decir la verdad…”.

Cuando la joven nos servía el té, el santón me explicó: “Antes yo residía en otro lugar, y entre los seguidores que me visitaban habitualmente había un hombre al que siempre acompañaba su hija, ella”, dijo señalando a su compañera. “Paulatinamente la chica se acostumbró a acudir sola hasta que un día anunció a su sorprendida familia su intención de convertirse en santona y seguirme. Nuestras relaciones son por supuesto exclusivamente espirituales”.

Observando a la hermosa joven, dudé un poco de esas últimas afirmaciones; de todos modos pude advertir en ella la seguridad altiva y directa de los sadhus, que no tenía ninguna relación con la de las otras mujeres indias. Pensé que, al llevar ella el largo pelo negro sin trenzar, la cara sin potingues y vestir la simple túnica de algodón blanco, lograba resaltar su atractivo.

Escuché el incesante palique de Lal Baba sin perder de vista su boca, pues era una porción de la cara en la que había empezado a prestar más y más atención con el transcurso del tiempo, olvidándome un poco de los ojos, por creer que allí se dejaba ver una parte del alma de la gente. En aquellos momentos, los dientes de Lal Das me estaban pareciendo muy grandes, como los de un depredador.

Cuando la reunión terminó varias horas más tarde, el santón se había ofrecido para darme lecciones de yoga y de cocina. Como lo haría un maestro de marketing, al despedirse me puso entre la espada y la pared con lo de decir siempre la verdad, e intentó fijar una cita con el típico: “¿Te va mejor por la mañana o por la tarde?”.

Pensé que Lal Baba era la hostia de listo porque, por un lado y sin que yo me enterara, me había llevado a un punto en el que no encontraba la manera de negarme a una nueva cita, y por otro no me gustaba mentir ni sabía cómo hacerlo, con lo que me tenía de nuevo dominado.

Por suerte, ante las cuestiones relacionadas con la supervivencia era habitual que fuese mi personalidad cínica la que tomara las riendas, y en aquellos momentos fue ésta la que razonó que aquel fulano no era de fiar y que su palique se parecía a la tela de una araña con la que me estaba enrollando. Así que decidí defenderme como fuese y le dije que sí, que volvería a verle; y ante la pregunta de cuándo, respondí con la palabra que los hispanos son mundialmente famosos si se trata de dejar las cosas en el aire: “Mañana”.

Sería solamente cuestión de tiempo para que, a través de diferente gente de Omkareshwar, me enterara de los muchos tejemanejes del tal Lal Baba que confirmaban las suposiciones de mi intuición y me prometiera evitarle en lo posible. Continuará.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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