Vacunas para ricos y contagios para pobres: ¿qué pasa en Tailandia?

Hace ya poco más de un mes, el cuerpo militar que hace las veces de Gobierno en Tailandia quiso darse un baño de masas dando el pistoletazo de salida a lo que tildaron de histórica campaña de vacunación. Y mientras la población palidecía con un brote de Covid que había atrapado a todo el país del revés, los golpistas que se hicieron con el poder a las armas hace siete años montaron un esperpéntico show propagandístico.

En rigurosa formación militar, los generales que rigen el país posaron enfundados en pomposos uniformes de guerra ataviados con más medallas de las que caben en el pecho. Detrás de ellos, pancartas con lemas patrióticos para anunciar su ofensiva contra el Covid. Y un discurso de guerra donde se llamaba a todos los ciudadanos a las armas, que no eran otras que las vacunas.

El primer ministro, Prayuth Chan-ocha, recibe la primera dosis de AstraZeneca, en marzo. Foto: Gobierno de Tailandia.

Dicho espectáculo no era más que una huida hacia adelante por parte de un Gobierno que se ve en una situación muy comprometida, con el ministro de Sanidad -un magnate del ladrillo con lengua de serpiente- en una descarada guerra fría con el primer ministro, el general golpista Prayuth Chan-ocha.

Tailandia no tiene suficientes vacunas. Ni siquiera dispone de las que pide la población. Cuando a finales del pasado año se empezó a plantear la estrategia de inmunización frente a la pandemia, el propio ejecutivo siamés dijo no tener prisa, ya que el virus -dijeron los que mandan- estaba bajo control en el país.

Incluso se burló el premier de las vacunas de ARN mensajero y dijo que los tailandeses no eran «conejillos de indias» frente a tecnologías peligrosas. Solo se aprobaría y se inyectaría aquello que consideraran «seguro». La realidad era que querían priorizar los amiguismos y hacer negocio con las vacunas. Porque, claro, los que mandan estimaban que Siam se había librado de los daños del Covid. Como si fueran los elegidos.

Pero todo rápidamente puede ponerse del revés. Ahora mismo, en la segunda mitad de 2021, Tailandia tiene casi 10.000 contagios diarios y se acerca al centenar de muertes al día. Los hospitales están colapsados y los pocos centros privados disponibles piden 12.000 dólares semanales por adelantado a cualquier contagiado por Covid. Algunos cuerpos gubernamentales en Bangkok -epicentro del contagio- animan a las gentes sin recursos a que se exilien a otros lugares de la nación, donde aún hay hospitales con camas libres. Sin importar que esparzan la enfermedad por todo el país.

Sukhumvit soi 4, una de las arterias turísticas de Bangkok, desierta y con casi todos los negocios cerrados.

Y es precisamente la campaña de vacunación lo que puede dejar en la lona a un Gobierno que redactó unas leyes que le protegen de manera casi dictatorial. Ni siquiera los aliados habituales del conservadurismo militar defienden la postura de Prayuth y su equipo, que en la encrucijada siguen hablando de metas imposibles.

La vacunación en Tailandia se planeó mediante un acuerdo opaco entre AstraZeneca y una empresa que es propiedad del monarca, lo que le aporta un secretismo absoluto, y que pese a todo es totalmente incapaz de suplir al país de suficientes dosis.

Luego, en el primer trimestre de este año, se optó por vacunar también con Sinovac, justo una semana después de que un 15% de la biofarmacéutica china fuera adquirido por Charoen Pokphand (CP), una de las empresas más grandes de Tailandia y muy afín al Gobierno militar.

Prayuth y el titular de Salud posan junto a una donación de comida en un centro de vacunación que realiza CP, la empresa que gana dinero con cada dosis de Sinovac.

Finalmente, se incluyó la alternativa de Sinopharm, que llegó por parte de una princesa y hermana del Rey, y que no es gratuita: se ofrece a empresas que han de pagar todos los gastos y realizar donaciones.

Como dicen los tailandeses críticos con el Gobierno, las opciones son claras. Hay que elegir entre la vacuna del monarca, la de su hermana o la de la empresa amiga del Gobierno. Y, precisamente, los tailandeses quieren otras vacunas. La opción de Moderna se ha ofrecido por parte de los hospitales privados, pero el Ejecutivo ha logrado retrasar hasta octubre su entrada -costará cien dólares a quien quiera ponérsela- mediante montañas de papeleo y burocracia.

La estrategia de vacunación ha puesto al descubierto dos de los problemas de Tailandia: el primero es que la corrupción y el clientelismo pesan más que las necesidades del país.

El segundo es lo diferentes que son las leyes que separan a ricos y a pobres, a aquellos que tienen amigos en el poder frente a quienes nacieron sin estrella. Porque las vacunas se están priorizando entre colegas, poderosos y personas influyentes.

Sálvese quien pueda… o quien mejores amigos tenga

Cuando el 7 de junio empezó la, tildada por el Gobierno, «gran campaña» de inmunización contra el Covid en Tailandia, las dudas estaban puestas en las vacunas seleccionadas y en el número de dosis. En los meses anteriores, un par de millones de inyecciones de Sinovac sirvieron para vacunar al sector médico y a otros trabajadores esenciales.

Pero la gran esperanza estaba en AstraZeneca. Llegaron algo menos de 150.000 dosis antes de la fecha clave, pero nunca se supo muy bien quiénes las obtuvieron. Prayuth, como líder de la nación, se hizo con sus dos dosis. El resto se asume que se repartieron entre los colectivos del Gobierno y sus allegados. Además de entre los magnates afines al poder. Lo celebrable de ese 7 de junio es que AstraZeneca llegaba al gran público de manera masiva.

Fue esa semana de hace un mes cuando se hizo evidente la chapuza organizativa de reserva de vacunas y de priorización de colectivos que el Gobierno puso en marcha. Previamente dijeron que tendrían preferencia las personas en riesgo, quienes fueran más mayores y también aquellos que se registraran primero.

Una universidad, ahora cerrada, reconvertida a centro de vacunación. En la foto, la zona de espera.

La clave estaba en lo del registro. En Tailandia no hay un plan de riguroso orden por edades, sino que se animó a los ciudadanos a apuntarse en los portales que encontraran. Uno podía ir al 7 Eleven de la esquina a pedir la vacuna, tratar de lograr su solicitud en un hospital, apuntarse en una aplicación de telefonía móvil o pelearse con la plataforma creada por el Gobierno, que daba errores constantemente.

El caos estaba asegurado. A los extranjeros nos dieron unas opciones aún más limitadas y cada día se anunciaba algo distinto. El ministro de Salud no paraba de decir que los de fuera no tendríamos dosis hasta que se vacunara a los tailandeses -emuló a Donald Trump y dijo «tailandeses primero»-, y yo vi que todos mis registros previos al 7 de junio fueron cancelados.

En realidad, era el caos lo que beneficiaba a quienes están en el poder. Pronto, la mayoría de opciones de registro se hundieron y las citas quedaron suspendidas. Se había allanado el terreno al feo arte del amiguismo. Y los teléfonos empezaron a sonar entre aquellos que tenían colegas en el poder.

La llamada patriótica a una vacuna sin duda escasa

Mientras las autoridades instaban a la población a vacunarse, la realidad era que no había dosis suficientes, además de que el pueblo siamés no estaba muy de acuerdo en lo de que Sinovac fuera la mejor opción. Más bien al contrario.

Los que mandan entonces pusieron su maquinaria a trabajar. Antes del pistoletazo de salida a la campaña de vacunación, cuando para obtener una dosis de Sinovac había que llamar a muchos sitios y pelearlo, muchas actrices y algunos actores empezaron a mostrar cómo eran inmunizados con el fármaco chino.

La que fue la más popular actriz tailandesa se alió con el Gobierno para la campaña propagandística de Sinovac.

El gran golpe de efecto fue cuando la actriz Chompoo Araya, a mitad de mayo, hizo pública una imagen donde le inyectaban Sinovac y popularizó el lema patriótico «la mejor vacuna es la vacuna disponible». Según ella, había que luchar contra el Covid y lograr la vacuna fue muy fácil: fue al templo al lado de su casa, la pidió y en un rato ya la tenía.

Por supuesto, era todo un truco propagandístico. Tras Chompoo llegó un aluvión de actores afines al statu quo alabando las maravillas de Sinovac, mostrando siempre sus inyecciones con suma felicidad.

El problema -para los que mandan- es que algunas personalidades del mundo de la televisión tailandesa destaparon la estratagema y denunciaron que el Gobierno les pidió vacunarse para que mostraran lo fácil que era y les dieran su apoyo. Las autoridades quisieron montar un chou mediático para que el gran público viera bondades en las vacunas que interesaban al Gobierno, y los famosos rebeldes exhibieron las vergüenzas de dicho plan.

Quienes lo destaparon dijeron negarse a recibir dichas inyecciones propagandísticas para facilitar esas vacunas a quienes más las necesitaran. A Chompoo le llovieron las críticas, llamándola en Twitter «marioneta del poder» y tuvo que retirar su foto de la vacunación. Por eso lleva desde entonces sin decir ni mu en público.

La hija sana vacunada y su anciana abuela a la espera

Primera semana de la gran campaña masiva de vacunación. En la calle no se habla de otra cosa y en las redes sociales muchos se quejan del gran problema enquistado en la sociedad tailandesa desde siempre: las diferencias entre ricos y pobres. Un artículo del New York Times en mayo le había sacado los colores a los que mandan.

«Los ricos se van de fiesta y los pobres pagan las consecuencias». Dicha frase en el texto del diario estadounidense la pronunció el representante del barrio de Khlong Toei, afectado enormemente por el brote de Covid de la pasada primavera, que se originó en clubes para bolsillos muy abultados.

El barrio de Khlong Toei en Bangkok, muy afectado por el Covid.

En esa primera semana, Ploy estaba trabajando en su oficina como administrativa de una de las divisiones de Siam Commercial Bank, la entidad bancaria afiliada a la monarquía, cuando la llamaron junto a todo su equipo para una reunión inesperada. «Mañana todos los empleados os vais a vacunar con AstraZeneca, os enviaremos la dirección por mensaje de texto y vuestros nombres estarán al día siguiente», le informaron.

Durante esa semana, los empleados de empresas afines a los poderes tailandeses fueron llamados a filas. Aquellos que trabajan en corporaciones como las cerveceras Chang y Singha, los centros comerciales Central y Siam Phiwat o las monstruosas promotoras inmobiliarias recibieron su primera dosis entonces.

Cuando Ploy recibió su dosis de AstraZeneca -manufacturada por la empresa afín a la monarquía- vio que no paraban de llegar furgonetas de empleados de otras grandes empresas del país. Esa misma semana, a su abuela le cancelaron la cita que tenía para ser vacunada en junio. A día de hoy, aún no ha sido inmunizada. Y los padres de la joven tampoco.

Empleadas de un gigante hotelero en Bangkok se hacen fotos antes de ser vacunadas.

Algo similar le ocurrió a Som, que trabaja en uno de los hoteles más exclusivos de Bangkok. Un día su jefe la llamó por teléfono y le anunció que había conseguido vacunas para ella y todo su equipo en uno de los lotes de la Seguridad Social. «Pero si yo estoy trabajando desde casa», contestó la joven treintañera. Mientras, su madre de casi 60 años trabaja en un mercado al público y el mismo ente público le ha dicho que se espere a agosto.

Ya lo avisó el Gobierno. Las vacunas se entregarían primero a aquellos colectivos en riesgo, a los ciudadanos mayores y a quienes se registraran. Lo que no se dijo es que los registros serían a puerta cerrada y entre amiguetes, y que serían lo más importante. Tener contactos te da más opciones para vacunarte que ser población de riesgo.

Por supuesto, empezaron a verse unas diferencias pasmosas entre privilegiados y desfavorecidos. Muchos vacunados jóvenes y sanos empezaron a publicar fotos de sus inoculaciones sin pudor en decir que las lograron gracias a sus «contactos». Esa fue la palabra clave, el «contacto».

Conozco a mucha gente que ha logrado su inmunización gracias a alguno de estos «contactos». A demasiados, la verdad. Afortunadamente, tengo amistad con más tipos que han rechazado dichos arreglos y han preferido buscar una vacuna por la vía oficial.

Punto de vacunación de la Seguridad Social donde se prohíben las fotos.

Es por ello que en los lugares donde los entes públicos vacunan a los ciudadanos han empezado a prohibir las fotos, como la universidad que aparece en la instantánea sobre estas líneas. No quieren las autoridades explicar por qué por ejemplo un director de oficina, joven y sano, que trabaja en una gran empresa -desde mayo sin salir de su casa- es vacunado con prioridad. Mientras operarios rasos de más de 60 años que trabajan en fábricas no logran inyección alguna y ven sus citas canceladas.

A lo de lograr vacunas mediante contactos o esperar a que te toque se suma una tercera opción: la de luchar mucho por ello, incluso haciendo uso de la astucia. Algunos tailandeses lo han logrado así. Por ejemplo, cambiando de provincia y yendo a algunas donde más dosis hay. En muchos centros de vacunación no logran alcanzar las expectativas de vacunación, y es entonces cuando las ofrecen al primero que vaya por allá.

Algo así es lo que logré yo mismo, que recibí mi inmunización hace casi un mes. Tras mucho pelear por ello.

La pugna de los extranjeros por vacunarse en Tailandia

«Tailandeses primero». Así de explícito fue el ministro de Sanidad, el magnate Anutin Chanvirakul, para mandarle un mensaje a los extranjeros que viven en Tailandia de que no iban a ser bien recibidos en la campaña de vacunación.

Anutin representa lo peor de la sociedad tailandesa. Se trata de un magnate arrogante, cuya fortuna se logró mediante sobres bajo mano y operaciones sospechosas, que logró alzarse a la carrera política gracias a engañar a su electorado y a pactar con los militares.

Por supuesto -y afortunadamente-, Anutin no representa al pueblo donde nació, sino únicamente a una estirpe de poderosos que abusan del poder. Que él sea tailandés no quiere decir que el pueblo siamés sea racista como lo es él. En este país la mayoría de la gente es maravillosa y son como el resto de pueblos, donde hay de todo.

Por eso, ni siquiera Anutin -que en muchas ocasiones ha mostrado un enorme desprecio hacia el pueblo occidental– pudo evitar que se pusiera en marcha un plan para inmunizar también a los extranjeros. Eso sí, las complicaciones para los de fuera son muchísimo mayores que las que sufren los tailandeses; aquí la burocracia es demasiado compleja.

Vimut es el hospital donde vacunan a todos los ciudadanos chinos residentes en BangkokA l

A los de fuera que no tuvieran contactos para obtener vacunas bajo mano solo les quedaba la opción de romperse los cuernos en los quebraderos de cabeza que planteó el Gobierno en forma de registros de vacunación para foráneos. Hasta el día de la vacunación masiva, yo vi todas mis solicitudes canceladas.

Primero nos indicaron que fuéramos a nuestros hospitales de referencia, lo que fue infructuoso para casi todo el mundo. Luego se habló de algunas áreas donde era posible encontrar alguna dosis de Sinovac. Y, finalmente, apareció una página web oficial para el registro de extranjeros.

Dicha página fue un tremendo fracaso por la multitud de errores que tenía. Además de que depositar allá los datos prácticamente los hacía públicos, en el momento de seleccionar vacuna y hospital casi nunca funcionaba y te quedabas sin registro.

Yo lo probé todos los días. Hasta que un miércoles, a las 14.55 horas, me dio por hacer una última intentona, ya que el periodo de la vacunación cerrada cinco minutos después.

Volví a cargar mi usuario y vi que había centenares de dosis de AstraZeneca disponibles para extranjeros, pero siempre que había tratado de seleccionarlas los días anteriores al final el portal me informó de que no se podían llevar a cabo las reservas. Pero en aquel momento vi que en el hospital Vimut, además de dos centenares de AstraZeneca, había cuatro dosis de Sinovac.

Zona de vacunación para chinos en el hospital Vimut.

Sinovac es en Tailandia la vacuna de soporte que nadie quiso nunca y que se ha convertido en la opción mayoritaria cuando algo falla. La fabricación de AstraZeneca prometida por la empresa afín a la monarquía era de diez millones de dosis mensuales para Tailandia, pero finalmente se ha quedado en un 30% de eso.

El público demanda al Gobierno que deje de comprar Sinovac -que además paga a un precio elevado por solicitarla de urgencia- y le exige que se centre en las opciones de Pfizer, Moderna o Janssen. El problema -para las autoridades- es que Sinovac es una empresa que en parte es propiedad de CP, el dueño en Tailandia de los 7 Eleven, los Makro, los Tesco Lotus y prácticamente toda la producción cárnica del país. Y encima dicha corporación tiene lazos muy fuertes con las autoridades. A nadie se le escapa que la apuesta por la vacuna de origen chino tiene que ver con chanchullos ocultos.

La vacuna de Sinovac, se ha comprobado ya, no protege contra la variante Delta, la que se originó en India. Precisamente, la versión del virus que ahora hace estragos en Tailandia. Así que es normal que los siameses no quieran la vacuna china si pueden elegir.

Por eso mismo yo la solicité en el canal oficial en el hospital Vimut. Porque, en mi caso, yo había pasado la enfermedad con sumas dificultades hace más de un año y no era mi intención romperme los cuernos por encontrar una dosis de AstraZeneca, que a través de «contactos» me ofrecieron pero que rechacé por cuestiones éticas. Me conformaba con cumplir expediente con la vacuna más vilipendiada.

La página de registro para extranjeros que cancelaron justo después de mi solicitud.

Sorprendentemente, pulsé para registrarme en la vacunación y me confirmaron el día y la fecha. En una semana iban a inocularme Sinovac en el hospital Vimut, centro moderno y recientemente estrenado. Avisé a un amigo que estaba muy interesado también, pero ya eran más de las 15 horas y la web estaba cerrada. Nunca más abriría. Con el registro de mi vacunación cerré la puerta a esa opción.

Una semana más tarde, llegué al hospital Vimut y pregunté en recepción dónde se vacunaba al personal. «Ciudadanos tailandeses en la segunda planta, los chinos en la sexta». Así me lo confirmó una antipática trabajadora. Me dirigí hacia la planta donde vacunaban a los de China, porque así además lo ponía en mi registro.

Vimut fue un hospital que, en las pasadas semanas, se había citado como el lugar donde se vacunaban los chinos. El país más grande del mundo le coló un gol a Tailandia al regalarle medio millón de dosis de Sinovac si compraba tres millones para inocular a la población. Cuando se confirmó el acuerdo, el Partido chino exigió a Tailandia que un 20% de las dosis donadas fueran para inmunizar a los chinos viviendo en Siam. A todos ellos se les vacunaría en Vimut.

El asunto es que muchos chinos rechazaron la vacuna, por lo que sobraron varias dosis. El día que llegué a Vimut, a la planta 6, me encontré todo escrito en chino y personal que hablaba exclusivamente en mandarín antes que en tailandés. Fui a la zona central de registro y, muy atento, un empleado me dijo que buscara mi nombre en el listado de gente a vacunar ese día. Por si las moscas, había llegado una hora antes.

Pasé todas las páginas y eran todo ciudadanos chinos. Hasta que llegué al último folio y, al final, vi mi nombre al lado de mi nacionalidad. Era casi el último, detrás mío había solo otros tres extranjeros que pidieron la misma hora que yo, tres holandeses. Me encontraría con ellos una hora más tarde.

No pude evitar emular a tantos famosos que hicieron el símbolo de la victoria al inyectarse Sinovac.

Las gestiones en el hospital Vimut fueron todo lo buenas que se puede esperar en un centro médico privado de lujo. En media hora me inocularon una dosis de Sinovac y me dieron cita para dentro de un mes. El único efecto secundario que me daría la vacuna -si es que puede considerarse eso- fue que se me enrojeció la nariz durante dos días. En todas las salas de espera, junto a mí, únicamente ciudadanos chinos.

Desde ese día he recibido muchas llamadas ofreciéndome la opción de vacunarme con AstraZeneca gracias a algún «contacto». Yo dije siempre que me inmunizaría por la vía oficial y sin saltarme ningún paso. Por supuesto, en ningún momento me preocupé del tipo de vacuna a inyectarme. Sinovac -como bien ha dicho la OMS- es totalmente segura. Otra cosa es que no ayude a prevenir los contagios ni muestre eficacia frente a la variante Delta. Para mí, que aún de cuarentón gozo de salud y debería mantener anticuerpos tras haber padecido el Covid-19 el pasado año, Sinovac se me antojó como más que suficiente.

Feo futuro en Tailandia con un mal plan de vacunación

La situación en Tailandia no es la mejor. Al contrario. El brote de Covid le ha explotado al Gobierno de manera inesperada y se ha visto sin vacunas. Como he comentado en estas líneas, la estrategia se ha basado en pagar favores en relación a la adquisición de dosis y la inoculación se centra más en amiguismos que en quien realmente necesita ser inmunizado.

Todo esto quizás le cueste el Gobierno a un debilitado Ejecutivo militar que, desde el pasado año, se ve en una situación cada vez más delicada. Aun así, siguen representando al ejército y tienen tanques, submarinos y armas para amedrentar a quien se ose oponerse a ellos.

Con toda la que ha caído, Tailandia sigue obcecada en inyectar Sinovac y esperar a las dosis de AstraZeneca procedentes de la empresa opaca en manos de la monarquía. La opción de pago más rápida es por parte de la hermana del Rey y su Instituto Chulabhorn, que permite a toda empresa comprar Sinopharm a 888 bahts la dosis, sin contar el gasto hospitalario que cuesta inyectar las vacunas. También fuerza a todo solicitante a donar vacunas a la comunidad.

El hospital Theptarin, sin pudor, anima a quienes teman al Covid-19 a usar las escaleras de emergencia.

¿Y qué hay de las vacunas de ARN mensajero? Obviamente, son las que demanda el pueblo. Moderna fue aprobada meses atrás y se ha permitido a los hospitales privados a que la vendan a cien dólares por el proceso completo. Mucha gente la ha solicitado y han pagado por ambas dosis. ¿Por qué no han llegado?

El Gobierno impidió que estuvieran aquí, se supone que para favorecer los intereses con AstraZeneca y Sinovac. Incluso la empresa Moderna le puso la cara colorada al afirmar que si no las habían enviado aún es porque las autoridades siamesas quisieron retrasar la firma del contrato. Se espera que aterricen aquí a partir de octubre.

Es todo tan descarado que se filtró un documento del Gobierno en el que se explicaba que era mejor no ofrecer refuerzos con Pfizer para la comunidad médica, algo que el pueblo demandaba porque los médicos y enfermeros fueron inmunizados con Sinovac. Y ahora mismo se contagian pese a todo. Dichas dosis de la farmacéutica estadounidense llegarán como donación del país más poderoso del mundo.

«Si damos la vacuna [Pfizer] a este grupo [los sanitarios], sería como admitir que Sinovac es ineficiente en la prevención; nos resultaría mucho más difícil encontrar una excusa [para usarla en la población]». Esas palabras exactas salieron del Gobierno, y hasta el ministro de Sanidad tuvo que admitir su veracidad.

Vendedores ambulantes sobreviven junto a la estación de On Nut, dos días antes del nuevo toque de queda.

El reto del Gobierno es que en octubre un 70% de la población tenga al menos una dosis. Para poder abrir el país al turismo. Y luego esperan que el último día del año la inmunidad de rebaño sea una realidad.

Para eso, son necesarias más de medio millón de vacunaciones por día, y en la actualidad se rondan las 250.000. Mientras, los hospitales están colapsados y el virus se extiende con facilidad. La nación vive con toques de queda, en Bangkok cerraron hasta los centros comerciales de los amigos de los poderosos y para acceder al país se exige una cuarentena de 14 días que cuesta más de mil euros por persona.

La segunda mitad del año pasado en Tailandia fue un oasis fascinante en el que el país vivió como si no existiera el virus. Y el primer trimestre de 2021 no fue tampoco malo. Sin embargo, las tornas han cambiado y mientras Occidente se recupera, Asia palidece.

La población exige más y mejores vacunas. Tailandia es un país con suma credibilidad en la ciencia, donde la gente quiere inmunizarse y cuanto antes. Veremos si las autoridades estarán a la altura o si seguirán primando los amiguismos y las corruptelas. Esperemos que no.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
1400 933 Luis Garrido-Julve
4 comentarios
  • Carlos Mauricio Becerra

    Hola Luis, acabo de leer tu análisis de la situación de Tailandia y opino que tienes una visión amplia, profunda y real de este querido reino de Siam. Yo también sufro por tantas injusticias, es verdad que siempre han existido, no creo que esto cambie, pero lo que mas duele es que dejen de lado la preocupación por los mas necesitados.
    Desgraciadamente, no sólo sucede allí, hemos visto que aquí en España ocurre lo mismo, los arreglos comerciales y el poder de las grandes farmaceuticas, doblegan la voluntad de una indecente e inepta clase política .
    Un saludo, de alguien que por motivos de trabajo viaja a Tai todos los años desde 1997, estadía mínima 30 dias. Me pilló los comienzos de la pandemia en Enero del 2020 en Bangkok y espero viajar el próximo Enero.

  • Muy buen artículo.

  • Ya se me hacía raro ver tantas fotos de artistas vacunándose siendo muy jóvenes y gozando de buena salud. Si algo hizo la pandemia fue visibilizar la corrupción imperante en los países. Muy interesante artículo.

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