El despertador no sonó aquella mañana. Yam ya no nos esperaba en la cocina de cualquier guesthouse para traernos el desayuno y no había camino por recorrer. En realidad no teníamos plan alguno, tan solo descansar y disfrutar un par de días comiendo y recuperando fuerzas.
Tras desayunar en el jardín del hotel Trek and Climb a la luz del sol, que calentaba mucho más que cuando abandonamos Katmandú, salimos a dar una vuelta y terminamos a orillas del lago. Mucha gente aprovechaba el buen día que hacía en Pokhara para pasear en barca y tras comprobar que podíamos alquilar una sin necesidad de guía ni remero cogimos una para nosotros dos.
Desde el bote veíamos el cielo salpicado de intrépidos que se atrevían a disfrutar de las vistas haciendo parapente y nosotros, descargando bastante menos adrenalina, preferíamos remar y simplemente relajarnos. A tan pausado ritmo apenas nos dio tiempo de visitar el templo que había en medio del lago pero ¿qué importaba? No hacía frío, el sol me daba en la cara y además teníamos la banda sonora que nos ofrecía gratuitamente alguien que tocaba la guitarra no muy lejos. Se trataba solo de saborear el momento. Era como disfrutar de la primavera tras un frío invierno y en cierta manera así había sido.
Una cervecita nos dio las suficientes fuerzas para dar un paseo por la calle más popular y movida de Pokhara. La mochila grande con nuestro equipaje seguía en la capital y todo lo que llevábamos era el equipo de trekking y una muda más ligera; necesitábamos algo de ropa si queríamos hacer una excursión de un par de días y allí la oferta de pantalones bombachos y camisetas era amplia.
La primera pequeña misión estaba cumplida, teníamos las compras y como teníamos un par de días para estar en Pokhara dejamos la segunda para el día siguiente. Comer, beber y pasear era todo lo que nos estaba permitido hacer aquel día y cumplimos con ello a rajatabla. Puede que Pokhara ofreciese más cosas que ver, algo había leído, o eso creo… El caso es que en aquellas terracitas se estaba tan bien… ¿quién podía moverse? No nosotros. Y si encima podíamos comprar vinito y bebérnoslo en la terracita del hostal más complicado todavía.
El día siguiente nos levantamos con la intención de averiguar algo. Queríamos ir al parque nacional de Chitwan pero según parecía las excursiones estaban organizadas y, por lo que habíamos leído, todo apuntaba a que si uno accedía a convertirse en un turista con todas las letras y contrataba uno de estos packs desgraciadamente terminaría montando en un elefante… Queríamos hacer el safari para intentar ver rinocerontes, pero para nada queríamos formar parte del circo de los elefantes. No queríamos montar en ellos, no queríamos fomentar el maltrato y por lo tanto no queríamos ser dos culos gordos más dando por el saco a lomos de un pobre elefante.
Por lo que habíamos leído era muy popular aquella actividad, pero para nosotros no era una opción válida ¿se podría hacer sin elefantes de por medio? Para nuestra sorpresa, a la primera persona que preguntamos (el dueño de nuestro hotel) nos dijo que sí, que podíamos hacerlo perfectamente en un jeep, así que tras hacerle escribirlo por escrito (no queríamos sorpresas) contratamos el tour para el día siguiente. Teníamos el tiempo justo y creímos que sería la mejor opción. Podía soportar la idea de convertirme en un guiri del montón durante 2 días, pero montar en elefante no, eso sí que no.
Nuestra segunda pequeña misión estaba también cumplida y ya sin obligaciones nos fuimos a comer a alguno de los restaurantes coquetos que inundaban Pokhara. Cualquiera nos hubiese valido pues casi todos tenían terracita, variedad de platos y estaban decorados de manera que llamaban mucho la atención.
Por la tarde ultimamos las compras con algunos souvenirs para familia y amigos y pasamos también mucho rato terminando de dar señales de vida tras la incomunicación de los días de trekking.
Por lo demás seguimos descansando aquel día pues nos habíamos permitido que aquellos dos días en Pokhara fueran como una mini vacaciones de descanso en Nepal. El día siguiente marcharíamos de buena mañana y reemprederíamos el viaje en dirección a Chitwan, un destino que moralmente inquietaba. Pronto descubriría si aquel pequeño paraíso estaba demasiado explotado o todavía quedaba esperanza…
Dejar una Respuesta