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Hacia Kurashiki con la suerte pegada a los talones

Dos alarmas sonando de forma simultánea en nuestros teléfonos. Era la señal y nos estaban avisando que había que levantar esos traseros de las cómodas y acolchadas camas del guesthouse y salir a la ruta para llegar a Kurashiki.

Nuestra visita en Hiroshima fue pasada por agua y los dos días que pasamos allí parecíamos los actores de la película Singing in the rain con el paraguas todo el día en la mano. Pero eso no fue un inconveniente para conocer la dura historia de esa ciudad.

ETAPA 2: Hiroshima – Onomichi – Kurashiki

Saliendo de Hiroshima

La visita al Museo Conmemorativo de la paz y el paseo por las calles y rincones de Hiroshima te cuentan lo que pudo ser ese 6 de Agosto de 1945 a las 8:15 de la mañana.

A-Bomb Dome de Hiroshima
A-Bomb Dome de Hiroshima

Como estábamos en el centro de la ciudad, esta vez el plan para salir era diferente, cogeríamos un tren desde la estación central para salir un poco a las afueras y poder podernos en la ruta, así que salimos del guesthouse con la buena suerte de que en ese momento no llovía. La estación quedaba a unos 4 kilómetros, por lo tanto, tocaba caminar.

Atravesamos una gran avenida donde podías apreciar que la ciudad comenzaba a ponerse en marcha. Los ejecutivos con sus carteras, un grupo de colegiales y colegialas en un puesto comprando el que sería más tarde su almuerzo, repartidores listos para entregar su paquetería y mucha gente caminando de un sentido a otro, todos ellos perfectos, bien peinados, con sus caras tersas y despejadas.

Y luego estábamos nosotros, sudando ya la gota gorda a primera hora de la mañana, pero como siempre con una sonrisa de felicidad al ir caminando y disfrutando de personajes nuevos a nuestro paso.

Y es que en Japón no te da la retina para tanta información visual y con la sudada, las mochilas y los cartones que llevábamos a modo de carpeta de un arquitecto, cuando llegamos a la estación parecía que hubiésemos hecho el Camino de Santiago en un día.

Hiroshima de buena mañana
Hiroshima de buena mañana

Soltamos las mochilas y por unos pocos yenes compramos los tickets para el tren que nos llevaría dos paradas más allá, suficiente para tomar la ruta que habíamos planeado. Tenemos que decir que los trenes en Japón son máxima precisión o quizás somos demasiado exagerados, ya que teníamos todavía el «trauma» de los trenes en India.

Prácticamente a escasos metros de la parada comenzaba nuestra ruta. Esta vez no tuvimos que darle mucho a la zapatilla, como de costumbre, y como si de un ritual se tratase colocamos las mochilas siempre del lado donde tenemos cosidas las banderas de los países que tenemos visitados. A priori parece una tontería, pero desde que una vez en el viaje por Argentina nos paró una familia que viajaba en autocaravana porque reconoció su bandera en nuestra polvorienta mochila, desde ese día, nos da la sensación que da suerte y lo seguimos haciendo a rajatabla.

La llegada del «angelito»

No sabemos muy bien al día de hoy si el punto en el que nos pusimos para empezar a hacer dedo era el mejor, porque la espera fue bastante más larga que las últimas veces, o eso nos pareció a nosotros quizás porque las anteriores fueron muy rápidas, el caso es que empezábamos a «desesperar» un poco hasta que nuestro «angelito» que se le habían pegado las sábanas ese día dio su toque de magia. Fueron unos 40 minutos, que dicho así no es nada, pero bajo el sol nipón y el asfalto que se pegaba a las botas se hacía una eternidad.

Detrás de nosotros había unas naves industriales y de ahí salió una pareja en un coche blanco, nos vieron y antes de salir a la carretera para comenzar su trayecto, la mujer que iba de copiloto se bajó, saludó y viendo que teníamos varios cartones con diferentes destinos, nos preguntó confusa a cual de ellos queríamos ir. Le dijimos que nuestra idea era llegar al final del día a Kurashiki, pero que Onomichi (la ciudad anterior) también serviría.

A todo esto, antes de que apareciese este matrimonio os tenemos que contar que siempre o casi siempre que la espera se hace mas larga de lo normal, tenemos varios juegos para entretenernos hasta que aparece el toque del «angelito». Ese día tocó el juego de adivinar el color del coche que nos llevaría, había división de opiniones en ese momento, pero la frase que determinaría el día fue: -¿te imaginas que nos llevan en un solo coche del tirón los 140 kilómetros hasta Kurashiki?-, al segundo nos entró la risa de lo que acabábamos de soltar, y continuamos con el juego de los colores, que ese día ninguno de los dos acertó.

Volviendo a la conversación que teníamos con la mujer y después de un buen rato, nos dijo que podían acercarnos al siguiente pueblo. El marido se bajó para ayudarnos a acomodar en el maletero las mochilas, ya que lo tenía lleno de cables y material eléctrico, allí nos hizo un hueco para colocarlas y listos los cuatro en el coche, comenzamos el trayecto.

Sentados en la parte de atrás del coche veíamos a esa pareja, que sin haber mediado palabra todavía, veías la complicidad que tenían entre ellos. Él, le decía unas palabras y ella que hacía de traductora y portavoz se giraba y nos hablaba a nosotros. A él se le veía un hombre tímido, bonachón y ella desprendía ternura y amabilidad.

No sabemos si habéis visto la película de «UP», pero nos recordaron mucho a sus protagonistas, rondaban los 60 años pero parecían tener por su actitud cualquier edad en plena adolescencia.

Tenían en todo momento la emoción de que supiésemos todo a cerca de su país, nos contaron que tenían dos hijos, la mayor vivía en Tokyo y el más pequeño vivía todavía con ellos, al que solamente le gustaban los videojuegos y estar en casa. Por la cara que ponía cuando nos contaba todo eso, daba la sensación que a pesar de que no estaba de acuerdo con la actitud de su hijo, ella lo respetaba.

Su marido, por otro lado, seguía interviniendo de una forma pasiva, pero era él, el que le decía a ella todo el rato, «diles que…», «cuéntales que…’, así fue el primer rato con ellos.

Un trayecto muy gastronómico

En Japón están muy acostumbrados a parar cada rato en algún área de servicio, para tomar algo para hidratarse, ir al baño o simplemente para estirar las piernas y descansar. Así que ese rato había pasado y tocaba parada. Allí quisieron invitarnos a un pequeño aperitivo típico de la zona, tako tempura (pulpo en tempura) y pararon en un centro comercial donde según ellos, vendían el mejor.

La pareja en el puesto de Tako tempura
La pareja en el puesto de Tako tempura

La pareja hizo el pedido y nos dio el ansiado regalo que tantas ganas tenían que probásemos. No tardamos ni un minuto en abrir la bolsa de papel, en la que envolvieron el pulpo y casi a la par los dos cogimos una porción de aquel famoso tako tempura.

Con todos los respetos a la fritura de Andalucía, que sabemos que son lo más en el arte de freír, aquel primer bocado, crujiente y calentito, nos hizo transportarnos a otra dimensión, y no es exagerado, «qué rico estaba»,»qué sabor», «qué todo». Y así, con el estómago saciado por esa pequeña delicatessen continuamos el viaje.

Aperitivo de regalo
Aperitivo de regalo

Retomamos la carretera dirección a Onomichi. La mujer (nos referimos todo el rato a la mujer porque no podemos recordar los nombres en japonés, son muy complicados para nosotros) había nacido allí. Durante el trayecto le contamos que en Kurashiki nos esperaría un amigo, pero que hasta las siete de la tarde no nos podría recibir, así que después de explicarles todo eso, ellos decidieron invitarnos a comer en su ciudad natal, Onomichi ya que teníamos tiempo suficiente.

El restaurante que escogieron era uno de lo más antiguos y famosos de la ciudad, donde servían el mejor ramen. Tuvimos que esperar para poder entrar y cuando fue nuestro turno, abrimos con las dos manos las cortinas de tela que cuelgan de forma vertical y que hay en casi todos los restaurantes japoneses donde ponen el nombre del local y nos metimos dentro.

Otro placer más de la gastronomía japonesa
Otro placer más de la gastronomía japonesa

Bien amigos, cuando nos dijeron que era uno de los restaurantes más antiguos, era literal. Allí no se había cambiado ni una bombilla, permanecía todo tal cual y ¿por qué lo sabíamos?, porque parecía que nos habíamos teletransportado al pasado. No podemos enseñaros ninguna foto del interior, ya que en una de las paredes había un cartel en el que decía «prohibido fotos», y nos hubiese encantado poder compartirla aquí, pero la única foto que tenemos es la de la fachada, algo es algo.

El famoso restaurante en Onomichi
El famoso restaurante en Onomichi

Después de escanear de arriba abajo aquella joya de restaurante y haber degustado el famoso ramen… qué podemos decir que no hayamos dicho ya de la gastronomía japonesa: ¡Un espectáculo!.

Terminamos nuestra sopa y cuando quisimos tener un detalle con la pareja pagándoles la comida, ellos no solamente se negaron sino que insistieron en invitarnos ellos a nosotros. Una vez más nuestro agradecimiento se nos hacía pequeño ante tanta generosidad.

Qué pena decir adiós

A la salida del restaurante tocaba recoger las mochilas del coche y despedirnos pero no sabemos en qué momento tomaron la decisión de llevarnos directamente a nuestro destino. Así que después de pasar todo el día con ellos, recorrer unos 85 kilómetros hasta Onomichi, harían 70 kilómetros más dejándonos exactamente en la puerta de la estación de tren de Kurashiki, donde nos esperaría Aki, nuestro anfitrión de couchsurfing por unos días, aunque nosotros llegaríamos tres horas antes.

Esperando a nuestro couch de Kurashiki
Esperando a nuestro couch de Kurashiki

La despedida fue emotiva por ambas partes, nunca pensamos que en tan poco tiempo con unos desconocidos, nos daría tanta pena al decir adiós.

«SI QUIERES IR RÁPIDO, VE SOLO. SI QUIERES IR LEJOS, VE ACOMPAÑADO».

¡En la tercera etapa nos vamos de camping, te esperamos allí!.

Recuerda

Dejarse llevar, por Lydia y Raúl
Dejarse llevar, por Lydia y Raúl
934 1400 Lydia y Raul

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