El ‘desconocido’ islam asiático que puede romper prejuicios

Desde el lugar de donde vengo solía decirse que la religión no estaba de moda. Aunque, claro, en el sur de Europa muchos pensaban que el catolicismo era el único dogma, como si ser creyente fuera ir a la iglesia y seguir al Dios de los cristianos. Pero eso era antes de que el mundo fuera más global y a unos tipos con turbante se les acusara de poner bombas en suelo, curiosamente, cristiano.

Hoy en día se habla más de religiones exóticas en mi tierra, y casi todos los días en la televisión o en la redes sociales están los mismos creyentes pagando los platos rotos. Los musulmanes, cómo no, se han convertido en los malos de la película. Y en parte se entiende que se les haya colgado el muerto. Sus costumbres chocan con las de medio mundo, pero lo más crudo es que en nombre de Alá unos cuantos tarados han cometido verdaderas atrocidades.

No voy a meterme en el jardín de mentar bondades o maldiciones en el nombre de una religión. Es más, ni siquiera yo sigo credo alguno. Pero me parece una gran falta de miras menospreciar a los musulmanes o colgarles algún sambenito simplemente por la cuestión de dogma. Es como esos que en mi barrio de extrarradio me decían aquello de «no tengo problemas con los gitanos porque no soy racista, pero los moros son todos malos». Lo que ocurría en mi arrabal es que de los de etnia calé había muchos, pero marroquíes prácticamente ninguno.

Cuando estoy de vuelta en mi tierra sale a menudo el tema de los musulmanes, sus supuestas guerras santas, el maltrato con el que viven sus mujeres y los tópicos de siempre. Siempre que eso ocurre, yo les digo que la cura al odio contra el islam está en Asia. Y es entonces cuando se me ocurre el ejemplo de Juanito, el tipo a quien más veces habré escuchado decir aquello de moromierda.

El islam ‘descafeinado’ del sureste de Asia

Indonesia es de los lugares con más gente agradable que me he encontrado en Asia. Y sí, la mayoría son musulmanes. Foto: Chris Seward (CC).

Juanito siempre fue un gran tipo. Algo provinciano, pero buena gente. Había nacido en un pueblo del País Vasco y se convirtió en un apasionado del surf, pero era con unas cervezas delante cuando no parabas de reírte con el buen Juan. Eso sí, el tipo se ponía algo pesado cuando alguien le ofrecía un canuto. «A mí no me des de esa mierda, que viene de ese país de mierda», solía decir. El donostiarra podía montarse en cualquier tabla de surf, pero lo de bajarse al moro no era para él.

Siempre justificaba su odio contra los musulmanes con la historia de su hermano, que había sido obrero en su pueblo y casi se fue al otro barrio cuando un marroquí y un senegalés, con mucha maldad, le desatornillaron un andamio. Habían querido hacerle una putada porque el vasco les ridiculizaba en público por querer rezar en el descanso o llevarse botellas de agua al baño.

«Si yo tuviera un bar, a los musulmanes no les serviría una mierda, y a ver si prohíben a las mujeres lo de ir con trapitos en la cabeza«, mascullaba Juanito cuando se había pasado con las copas. Por eso, me hacía gracia cuando decía que algún día quería ir a Bali a hacer surf.

—Pero Juanito, si Indonesia es un país musulmán.
—En Bali no lo son —me contestaba en relación al hecho de que la turística isla es el único lugar del archipiélago donde la religión predominante no es el islam—, al resto del país no me acerco ni a punta de pistola.

Le perdí la pista a Juanito en los tiempos en que yo aún me movía más por China que por el Sureste, pero cuando ya me había instalado en Bangkok me envió un correo electrónico y me dijo que quería ir a verme. Con la sorpresa de que vendría con su mujer. El buen donostiarra se había casado y me decía que volaría a Tailandia desde aquella Bali que tiempo atrás tanto idealizaba. Y ya en suelo siamés me puso al día de los cambios de su vida.

Bali Indonesia
Bali está enclavada en un país musulmán, pero en la isla el induismo es mayoría. Foto: Nicolás Nova (CC).

Juanito perdió su trabajo en la crisis y se dio cuenta de que la relación su novia de toda la vida ya no iba a ninguna parte. Así que cogió unos cuantos ahorros y se fue a Bali sin más plan que surfear y beberse unas cañas de más.

Cuando se había cansado de las olas y de las copas, decidió sacarle más partido al mar y sacarse un curso de buceo. Allí conoció a Vivi, una indonesia muy morena que cuando no llevaba el traje para sumergirse en el mar solía vestir un bikini minúsculo. Era su instructora y no tardaron mucho en empezar a verse más de la cuenta. Salían de copas, iban a bailar, cenaban y por supuesto intimaban.

—Llevaría un par de semanas que casi cada noche dormía en su habitación —me relataba Juanito—, y una mañana veo que se puso a guardar toda su ropa en unas maletas, estaba vaciando el armario.
—¿Se mudaba de casa? —quise preguntarle.
—Qué va, me dijo que venía su madre y que no quería que viera los vestidos con escote ni las minifaldas. Fue entonces cuando me enteré…

Ese fue el día en que Juanito descubrió que la moza por la que estaba perdiendo la cabeza era musulmana. «Ya te dije que mi familia es de Surabaya», se justificó la muchacha señalando que había nacido en la isla de Java. El vasco, por supuesto, no entendía nada. «Luis, tío, me explotó la cabeza, estuve bien jodido todo el día».

Tres mujeres musulmanas en un centro comercial de Yakarta, durante las pasadas celebraciones del año nuevo chino.

Las ganas de estar con ella pesaron más que sus prejuicios. Porque quizás si Vivi le hubiera dicho a Juanito que su credo era el islam nada más conocerse, aquello no hubiera ido a ningún lado. Pero ella no le dio ninguna importancia al hecho de que fuera musulmana y él no fuese religioso. Y es que, aunque algunos no lo crean, en la Asia donde siguen a Mahoma lo normal es no darle importancia a lo que rece el vecino.

El caso de la mujer de Juanito es muy común en lugares como Indonesia o Malasia, y también en las regiones musulmanas de Tailandia, Singapur y otros países. E incido sobre las mujeres porque siempre se las acusa de ser las más damnificadas en el islam.

La boda de Juanito tuvo algún que otro problema, eso sí. Sobre todo porque se casaron por asuntos de papeles, pero el islam no es una religión que ceda antes los enlaces nupciales si los dos novios no son musulmanes. Se buscó un apaño sin tener que pasar por la mezquita y el donostiarra sigue sin saber nada sobre Alá. Y cualquiera puede ver en seguida que Vivi no es una mujer dócil ni sumisa. Aunque sea musulmana.

Ser musulmán no significa (casi) nada

Mujeres musulmanas Indonesia
Tres empleadas de una perfumería local, en Yakarta.

Mucha gente suele decir que la gente en el sureste de Asia es bastante maja. Que sonríen mucho y todo eso. Suelen olvidarse, eso sí, de Malasia e Indonesia. En cambio, yo siempre digo que -con permiso de Filipinas- donde más amabilidad he encontrado es en la Indonesia musulmana. Algo que no deja de ser curioso, porque es también el país donde me he topado con más timadores y malnacidos, pero así son los excesos del archipiélago.

Sin duda, un viaje que me marcó muchísimo fue cuando me recorrí la isla de Java con Bali, hermano y fotógrafo, en el intento de realizar un reportaje que no llegó a buen puerto, pero que nos marcó muchísimo en lo humano.

Lo sobrenatural de las gentes de religión musulmana de Java es, paradójicamente, su naturalidad. Si bien muchas mujeres visten con hiyab, no existe obligación alguna. Ni están supeditadas a los hombres. Como Silfani, una adolescente de Bondowoso que nos llevaba a mí y a Bali en su moto a tomar café y que nos ayudó demasiado y de manera desinteresada. Fue su abuelo quien la presentó para echarnos un cable en su ciudad. A día de hoy, está a punto de acabar la universidad y de independizarse.

Mujeres indonesias
Dos mujeres retratadas por Bali, en la población de Sempol. Foto: John Bali.

Es por ello que, si me preguntan, yo siempre digo que la religión no importa nada. Al menos en Asia. El hecho de que en Malasia o en Indonesia sean musulmanes no cambia nada, y un viaje por estos países puede abrirle el coco a más de uno.

Yo mismo admito que, antes de mudarme al Sureste, también tenía mis erróneas ideas preconcebidas. Pero es realmente bello cuando lo único que notas es normalidad en los musulmanes de esta parte del mundo. Lejos de esas historias de odio y guerras santas que muchos comentan en Occidente. El problema no son los musulmanes, sino los odios y los extremismos. Y, sin duda, los que mueven los hilos.

Carme y Toni en Terengganu
Carme y Toni en Terengganu

Por supuesto, nada tiene que ver lo que se vive en -por ejemplo- Malasia o Indonesia con lo de otros países árabes. Se me quedó marcado el día que en Doha vi a un qatarí en pantalones cortos y camiseta de tirantes en un McDonald’s con su mujer, parapetada tras un burka tras el que difícilmente se le podían avistar los ojos. Aquel cafre se zampó dos hamburguesas que le salpicaron de ketchup en la camiseta, mientras que su esposa, a duras penas, pudo comerse un puñado de patatas. Las tenía que introducir por la apertura de los ojos y acertar desde allí a colarlas en su boca.

supermercado indonesia
Empleados y compradores siguen un evento deportivo en la televisión de una tienda de conveniencia en Jababeka, Indonesia.

No puede meterse en el mismo saco a todo el mundo que pertenece a una religión, por muy malvados que sean algunos de sus practicantes. El problema de estos países es el miedo a la radicalización, que ni sus propios habitantes desean. En Indonesia, por ejemplo, lamentan que ha habido una fuerte islamización en los últimos años.

Espero que no tenga que llegarse a extremos como los de Pakistán, donde muchas mujeres llegan a la discoteca en burka y al entrar en el guardarropía se lo quitan para lucir minifalda y escote. Al fin y al cabo, lo importante es la libertad. Tanto para poder seguir un credo como para no hacerlo. Vestir hiyab o no hacerlo no cambia nada.

Una entrañable imagen de mi primera visita a Indonesia.

Yo prefiero quedarme con el buen sabor de boca de las gentes de Indonesia y Malasia. Y con recuerdos maravillosos como el día en que acabé cantando con un grupo de estudiantes en una escuela de Bondowoso. O la noche en la que me vi tirado y sin dinero en la frontera de Singapur, y una familia de malasios musulmanes, entre sonrisas, me sacaron del atolladero.

Si hasta el buen Juanito, que mostraba los dientes cuando decía moromierda, fue capaz de acoger a una familia musulmana en su seno en Indonesia -cuando su plan era surfear- es que todo es posible. Aunque me pidiera cambiar su nombre real para esta historia. Lo imprescindible es que seamos capaces de abandonar nuestros prejuicios, claro.

A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
A contrapelo, por Luis Garrido-Julve
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