La crónica cósmica. A cuarenta y cinco grados

TANDOORI DELHI – Sabía por experiencia que a finales de la primavera, en Nueva Delhi, hacía mucho calor; pero en esta ocasión, a pesar de haber pasado los tres meses anteriores en sitios de Tailandia y Laos que eran asimismo calurosos, llegó a acojonarme. Cuando salía a la calle, parecía que tuviese un horno sobre la cabeza, y sudaba a chorros aunque sólo anduviese unos pocos minutos para ir a comer a mi dhaba predilecta.

Y era así cuando “solamente” estábamos a cuarenta y cinco grados y aun no se habían alcanzado los cincuenta que habría pocos días después, drama que ya se estaba dando en Haryana, Odisha, Bihar y Rajastán, donde ese día habían fallecido ochenta y cinco personas debido al calor; tragedia que coincidía con las inundaciones de los estados orientales de la India que dejaban cincuenta y tres muertos.

Lidié con el calor permaneciendo la mayor parte del tiempo en mi habitación e hice las compras imprescindibles de mañanita o cuando ya había anochecido.

Quería partir inmediatamente hacia las Colinas Kumaon pero, como había temido, no había una sola plaza libre en los trenes durante las siguientes semanas porque los habitantes de la capital que podían permitírselo pretendían ir exactamente hacia allí.

Por fortuna, a cincuenta metros de la estación central de los ferrocarriles, y a corta distancia de Paharganj, hay un bufete de la Oficina de Turismo en el que, presentando el pasaporte y demostrando que no resides permanentemente en la India, una señora muy diligente se encarga de solventar tales inconvenientes a los extranjeros.

Me presenté allí cuando la oficina abría sus puertas, a las ocho de la mañana, y poco después regresaba a la calle la mar de satisfecho llevando en el bolsillo una reserva del tren Shatabdi, asiento de ventanilla, para salir al día siguiente hacia Kathgodam, la última estación de esa línea que me dejaría a los pies de mis queridas Colinas Kumaon.

Regresé a mi hotel en un ricchó. Siempre que puedo doy negocio a esos pobres ciclo-taxistas que no polucionan el aire: en Nueva Delhi mis mocos son negros. Al llegar a destino invité al ricchó “wala” a tomar un chai en un tenderete que acababa de abrir sus puertas. Los dos hombres (el del ricchó y el que nos preparó el chai), rezaron y prendieron sendas varillas de incienso dándole las gracias a su dios por el primer negocio de la jornada. Incredible India!

Tras aterrizar la tarde anterior en el aeropuerto Indira Gandhi procedente de Bangkok, experimenté otro de esos hechos insólitos que me hacen exclamar: esto sólo sucede en la India. Fue así cuando la manga (o pasarela de acceso) se averió justo antes de acoplarse con la puerta de nuestro avión.

Después de un cuarto de hora aguardando nos comunicaron que desembarcaríamos por una escalera y nos trasladarían a la terminal en un autobús. Pero aún no habíamos acabado la experiencia, pues el chófer del vehículo nos estuvo paseando un buen rato de un lado a otro del aeropuerto como si no supiese exactamente dónde tenía que llevarnos.

Sin embargo, al fin todo fue para bien porque, aparte de que nos dejó directamente frente a la oficina de inmigración y me ahorró tener que patearme aquella kilométrica terminal, allí no había cola y me sellaron el pasaporte en un santiamén.

PASO A PASO – Lanzarote, Canarias, verano de 1988. Continúa de la crónica anterior. Igual que en otras ocasiones en aquella isla de mis amores, el tiempo pasó volando, y a principios de verano empecé a pensar en continuar viajando por el mundo.

Antes de decidir cuál podría ser mi siguiente destino, la conexión cósmica se encargó de hacerlo a través de mi nuevo amigo Rasta. Durante las semanas anteriores, mi relación con aquel campechano gallego de veintisiete años había sido constante, pues rara era la noche en que no nos reuniéramos para tomar unos cubatas de ron amarillo y fumar unos porros de costo.

La risa es parecida a un pegamento que une a la gente, y nosotros pasábamos amenos ratos desternillándonos. Sin embargo, cuando no era así, discutíamos encarnizadamente gritando e insultándonos. Con frecuencia lo hacíamos en lugares públicos donde la gente nos miraba creyendo que íbamos a darnos de hostias. Pero se quedaba asombrada cuando, unos pocos minutos después, nos veían reír a carcajadas.

En una de esas noches, Rasta comentó que envidiaba mi coraje porque él, a pesar de que también deseaba visitar otros países, sobre todo Brasil, no se atrevería jamás a hacerlo solo. Le pregunté si estaría dispuesto a venir a Brasil conmigo, y respondió afirmativamente.

De todas maneras, durante la semana siguiente el plan no prosperó porque Rasta no terminaba de decidirse. Hasta un día en que fuimos juntos a Arrecife y, para su sorpresa, lo empujé dentro de una agencia de viajes y pregunté a la recepcionista qué vuelos había hacia Brasil.

Mientras ella comprobaba sus listados, Rasta permaneció en silencio, aunque su mente, y también la mía, funcionaban a mil por hora.

Cuando la chica me informó que el vuelo más asequible era uno de Iberia que me llevaría desde Madrid a Río de Janeiro y me costaría ciento treinta y seis mil pesetas ida y vuelta, lo di por bueno a pesar de que no pensaba hacer el camino de regreso desde Río, ya que planeaba recorrer varios países y no tenía ni idea desde dónde ni cuándo volaría de regreso a Europa, pero el trayecto hasta Brasil me saldría más barato si iba incluida la vuelta que no usaría.

Así que pedí una reserva para el día veintitrés de julio. Fue entonces, justo en el momento en que me disponía a pagar, cuando Rasta dijo: “Que sean dos”. En su caso, al tener solamente dos meses de vacaciones, fijó la vuelta para septiembre. De nuevo en la calle, gozando de la euforia que se siente al tener el tique de un viaje en la mano, nos apresuramos a celebrarlo con unas tapas regadas con cerveza.

Yo, que conocía las especiales y extremadas emociones que provoca la convivencia mientras se descubren nuevas tierras, intenté imaginar cómo sería mi relación con Rasta, al que hasta aquel momento sólo había tratado socialmente, o sea durante unas pocas horas de fiesta, y no las veinticuatro de varios días, y me pregunté si sería capaz de aguantar mis berrinches resacosos.

¿Soportaría mi dedo índice presionándole el hígado mientras le sermoneaba? Yo sabía que ponía a prueba el amor de mis amigos de una forma que no se podría definir precisamente de diplomática, y Rasta, a pesar de haber compartido conmigo muchas charlas, todavía no había pasado la prueba de fuego que, sin duda, se vería obligado a tragar en tierras brasileñas. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • ¿Acaso crees, sin darte cuenta, que la domesticación tiene que ver exclusivamente con los pobres animales?
  • Los tipos primitivos y obtusos son los únicos que denigran a las mujeres que se enfrentan al sistema patriarcal y machista que las ha estado puteando durante siglos tratándolas como a ciudadanos de segunda.
  • Hay muchos jóvenes que se cagan en la democracia porque no han vivido bajo una dictadura.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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