La crónica cósmica. El baúl de mis recuerdos

FIN DEL CAPÍTULO – Mañana parto hacia el sur de los Pirineos y he empezado a llenar el baúl con los recuerdos de estos nueve meses que he permanecido en Francia.

Como ya sabréis los sufridos lectores de estas crónicas, he pasado la mayor parte de este tiempo en la región sureña del Ardéche.

La única excepción fue el viaje que hice recientemente a la costa de Normandía, al noroeste del país. Allí, la amiga parisina se manifestó como una buena guía turística mostrándome los rincones más bonitos de aquella región. También me paseó por unas carreteritas de ensueño que serpentean bajo el ramaje de los árboles y son parecidas a las de la Selva Negra alemana.

Saboreé una tapenada (pasta de aceitunas) casera que mi paladar no olvidará: machacad aceitunas negras e higos secos y mezcladlo todo con ajo y aceite de oliva.

Otro detalle dietético acerca de las costumbres del noroeste francés que ya os había mencionado anteriormente: cuando ya creías que había terminado la comida, servían la tabla de quesos, igual que en el resto del país, pero con la salvedad de que allí iba acompañada de la ensalada.

Durante los mil ochocientos kilómetros que recorrimos de ida y vuelta en ese viaje pude comprobar que el color que prima en Francia es el verde, sobre todo el de los prados por los que pastan las vacas que, a pesar de que terminarán en el matadero, viven libremente y, claro, son felices.

También me gustó que, en las zonas boscosas, las autopistas dispongan de muchos puentes especialmente diseñados para facilitar las migraciones de los animales. ¿Existe un “servicio” parecido en España y otros países?

Introduciré asimismo en el baúl de mis recuerdos a los simpáticos campesinos que, aquí en el Ardéche, venden sus productos biológicos en el mercado del histórico pueblo de Alba la Romaine (la romana), muy especialmente el pan elaborado con harina de distintos cereales que cultivan y molen ellos mismos.

No quiero olvidar tampoco a los músicos negacionistas (de la COVID) que organizaban conciertos gratuitos en las calles de algunas aldeas, a pesar de los controles policiales que trataban de impedirlos.

Más trazos de la acuarela local. La antigua parada de autobuses que hay aquí cerca, en la milenaria aldea de Mélas, se ha convertido en una biblioteca en la que el vecindario deposita los libros que ya ha leído.

En esta zona residencial ajardinada en que vive la amiga parisina, rara es la finca que no tenga en el jardín una pista de petanca y un árbol de caquis: en la “nuestra” hay también un manzano, dos perales, un melocotonero, un ciruelo, una higuera y un cerezo.

Conduje un coche después de no haberlo hecho durante más de ocho años, pero como ocurre con ir en bicicleta, no noté la menor inseguridad.

Alegro a mi faceta ecologista usando un cepillo de dientes hecho con bambú (por una empresa madrileña).

Cuando tomo notas para estas crónicas frente a otra gente, la amiga parisina les advierte, bromeando, que tengan cuidado con lo que dicen porque terminará publicándose en un blog de internet.

De forma parecida a como hacen los escritores al final de sus novelas, cerraré esta sección agradeciendo a esa gran mujer a la que he dado el seudónimo de la amiga parisina, por su buen rollo y la paciencia que ha tenido aguantándome durante tanto tiempo. Lo mismo puedo decir de sus amigos, que ya se han convertido en los míos. Aurevoir, Le Teil! Aurevoire la France!

PASO A PASO – Varanasi, India, 1986. Al alba, la única hora del día en que se podía andar sin sufrir el esfuerzo que exigiría más tarde el bochorno, el badalonés Josep llevaba a cabo los ejercicios de salutación al astro rey, Surya Namaste; mientras el sol rojizo hacía acto de presencia tras la orilla opuesta del Ganges. A su lado, yo me estaba secando después de purificarme en las aguas sorprendentemente frescas del río sagrado, por las que podría bajar flotando el cadáver de una vaca cubierto de buitres y rodeada por un manto de flores.

Junto a nosotros, un santón de cabellera tan larga como su cuerpo, que llevaba más de cuarenta años sentado bajo el mismo árbol, realizaba la puja matinal. Unos de esos tipos a los que llamo ratas de bazar, mostraban la otra cara de la moneda india intentando buscar camorra conmigo, sin lograr que me inmutase.

Un joven de Nueva Zelanda que acababa de venir por tierra desde Londres cruzando Europa, Turquía, Irán y Pakistán, y que había llegado aquella misma mañana a Varanasi después de pasar como una exhalación por Bombay y Delhi, decidió partir inmediatamente hacia el Nepal, con la seguridad de haber visto cuanto era necesario ver de la India, sin prestar atención a las llamas de docenas de velitas que flotaban sobre pequeñas embarcaciones de hojas secas que descendían llevadas por la pausada corriente del Ganges.

El kiwi (así se apoda generalmente entre los viajeros a los oriundos de Nueva Zelanda) tampoco sintió curiosidad por un templo cercano en el que repicaban muchas campanillas y al que entraban cientos de peregrinos, ni por las imágenes que se daban sobre los ghats (escalinatas) que descendían hasta el río, donde una veintena de barberos sentados en el suelo enlosado afeitaban las cabezas de los peregrinos que se iban a purificar hundiéndose tres veces en las aguas sagradas, antes que caer en las manos de los brahmanes pujaris, los profesionales de la religión, que estaban instalados en diferentes tarimas y se encargarían de realizar las pujas pertinentes.

Después de llenar algunas botellas con agua sagrada del Ganges para llevarla a familiares y amigos al regresar a sus pueblos, los peregrinos dejaban que la brisa secase sus lunguis y saris, manteniéndolos levantados pacientemente con los brazos.

Todo ello era observado por un macho cabrío, serio y de grandes dimensiones, al que todo el mundo trataba con el mayor respeto porque, de cabrearse, el cabrón podría tumbar a todo el personal que se le pusiese por delante.

De tal espectáculo fuimos testigos Josep y yo una mañana en que una niña mal educada no le mostró la cortesía adecuada al gran cornudo. Cuando la criatura acabó llorando por los suelos y su mimoso papá apareció en escena en plan quijotesco, el hombre siguió el mismo camino. Todo el clan tuvo que salir por piernas. ¡Ja!, de pronto habían comprendido quién era el amo y señor del ghat Dasaswamedh, donde, al anochecer, el aristocrático animal presidiría, desde un lugar privilegiado, la lectura de las escrituras sagradas que llevaba a cabo un renombrado pujari.

Por el río circulaban continuamente unas barcas, grandes y pesadas, cargadas de peregrinos, movidas por los remos de diestros barqueros. Éstos paseaban a sus pasajeros frente a los diferentes ghats explicándoles que aquel impresionante palacio de piedra, de descomunales medidas, pertenecía el rajá de Mysore, que en el Manikarnika ghat de las cremaciones no habían dejado de humear hogueras ni por un momento durante los últimos milenios y que las líneas amarillas horizontales, que podían ver pintadas en los muros a treinta metros por encima de sus cabezas, marcaban las alturas récord donde habían llegado las aguas del río sagrado en algunos de los monzones más fuertes.

MIRA LO QUE PIENSO

  • En vez de criticar y poner a parir al malo de tu película personal, castígale evitando hablar de él, pues así te engrandeces.
  • En la evaluación, pongamos por caso, de un paisaje, una comida o una novela, descarto la que huele a patriotismo.
  • Los países vecinos de Rusia podrían aprovechar la oportunidad de invadir ese país ahora que tiene a la mayoría de sus tropas puteando a Ucrania, como hizo Portugal para independizarse de España, cuando ésta sacó a su ejército de allí para atacar a Cataluña como consta en el ensayo portugués titulado “La guerra de Cataluña de 1600”.
  • Pecaba de cándido al esperar que fuesen sinceras unas personas que no eran sinceras consigo mismas.
  • Un verdulero marroquí me aconsejó conservar los dátiles en el congelador.
  • El castigo de la incredulidad es no llegar a saber nunca la verdad.
  • Los que denomino efectos ópticos, me producen un placer parecido al de estar colocado.
  • ¿Cuándo se inventará una manera de sacar provecho de la basura sin crear otra forma de polución?
  • Soy lo que hago: estúpido cuando creo los halagos que me hacen (que afortunadamente son pocos, ¡ja!); paranoico cuando tomo personalmente el malhumor de los demás, y crédulo cuando creo compulsivamente las opiniones ajenas.
  • En algunos sitios se están celebrando de nuevo los “afolay party” en los que Baudelaire y compañía se colocaban a tope con todo tipo de drogas.
  • Considero un privilegio poder hacer locuras a los setenta y un años, en vez de aburrirme esperando atemorizado a la muerte.
  • El principal propósito de la revolución personal es divertirte y sentirte vivo.
  • La palabra “cosas” es seguramente la más usada y útil, pues es como un comodín que sirve para muchas “cosas”: las cosas que pensé, las cosas que hice, las cosas que me pasaron, las cosas que compré o las cosas que llevo en el equipaje.
  • Se cubría de cosméticos tratando de esconder su verdadero rostro.
  • Ayer recordé que la forma educada de responder en catalán a un superior, ya fuesen los padres o los maestros, era preguntar “què mana?” (¿qué manda?). “Nando”. “Què mana?”. ¿Sigue usándose?
  • ¿Dices lo que sientes o lo que piensas?
  • ¿Cuándo se inventaron las vacaciones y la palabra vacaciones?
  • ¿Sigues las reglas que te han impuesto o decides por ti mismo lo que haces, piensas o escribes?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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