La crónica cósmica. El portero de noche más inútil del mundo

Iba a empezar esta crónica diciendo, “Supongo que durante estos últimos años, en que he venido cada verano a Kanchanaburi, habrá sido inevitable que escribiese repetidamente acerca de algunos temas, hechos o lugares de esta ciudad”; pero entonces he pensado que, asimismo, también habré usado repetidamente esas mismas palabras tratando de disculparme, y me pregunto si existirá un adjetivo que defina la repetición de la repetición.

De todos modos, me tranquiliza saber que, aparte de que vuestra memoria quizás no dé para tanto, también la prensa y la tele os endilgan repetidamente todos los años el mismo tipo de noticias, y os las tragáis sin inmutaros, igual que las mentiras de los políticos con las que os han estado lavando el coco desde el día de vuestro nacimiento. Oh, lo siento, lo siento, pues no trataba de deprimiros. ¡Ja, es como aquel tipo al que mataron accidentalmente, pero hubiese preferido que por lo menos fuese intencionadamente! Umm, vamos a centrarnos.

Como en cada ocasión, estos meses que he pasado en Kanchanaburi han transcurrido en un santiamén. Mañana me iré hacia otros lares, “¡Chu chu, train!”, pero supongo que en el futuro terminaré regresando junto al río Kwai por el simple hecho de que aquí hallo mi perfecto ecosistema.

Gracias a que casi nunca planeo mis viajes, mis destinos son parecidos a los números la ruleta: “¡Ha salido el 22!”. Quizás os resulte difícil de creer, pero he estado funcionando así desde el lejano año 1984 en que empecé con mis compulsivas correrías, y han sido contadas las ocasiones en que comprase un billete de ida y vuelta, ya fuese por tierra, mar o aire (que los ha habido de todos).

¡Maldita sea, ya estoy soltando batallitas como el abuelo de la Familia Ulises a pesar de que, en realidad, quiero hacer el habitual collage para despedirme de Kanchanaburi!

Si tenéis la oportunidad, y si buscáis tranquilidad, acercaos al río Kwai en junio, cuando todavía no ha empezado la avalancha de la “turisma”, que más tarde va aumentando paulatinamente durante el mes de julio y alcanza sus máximas cotas ahora, en agosto.

Si al principio os resulta difícil entender el inglés que hablan los tailandeses, no os desesperéis ni os lo toméis personalmente creyendo que sea culpa vuestra, pues, por poner un par de ejemplos, si les decís que sois de “Spain”, ellos exclamarán, “Ah, Sapán”, caso parecido al de “spoon” (cuchara), que pronunciarán “sapún”. Como muestra del trato que aquí dan a los idiomas extranjeros, hay un centro de masaje llamado “Le Best Massage”.

En los restaurantes que voy a comer habitualmente, soluciono esos inconvenientes de comunicación usando el lenguaje internacional de la mímica, que me permite pedir “una ensalada de papaya verde con tomates, guindillas y cacahuetes”, “un arroz frito con gambas y pulpo” o la típica sopa tailandesa sin tener que pronunciar una sola palabra.

En el sitio en que almuerzo, cuya cocinera no llegará a medir un metro treinta de alto, un día de tormenta cayó encima del tejado un árbol inmenso al que tuvieron que ir cortando poco a poco en pedazos. Fue una tarea la mar de arriesgada que llevaron a cabo sin que el restaurante dejase de servir a sus clientes. Entre éstos me hallaba yo, y ese día comí sin apartar la mirada de los agujeros que había en el techo, por los que caían ramitas, hojas y agua, en vez de tenerla puesta en el noticiario de la tele, en el que, gracias a las cámaras de seguridad que hay en todos lados, muestran generalmente un sinfín de aparatosos accidentes de tráfico, con sus heridos, muertos, llantos y ambulancias: alegría, alegría.

Al pensar en la tele es inevitable que también lo haga con la publicidad y acerca de las falsas y repelentes sonrisas que tienen la mayoría de los modelos de ambos sexos; este hecho quizás sería menos evidente en otras culturas en las que nadie sonríe sinceramente, pero aquí, en la tierra de las sonrisas, me parece vomitivo.
La pensión en que resido en Kanchanaburi, de la que no os diré el nombre porque soy un egoísta de tomo y lomo y me la reservo para mí, ha mejorado en un aspecto muy importante porque al fin, tras solicitarlo yo reiteradamente, han colocado los pertinentes carteles pidiendo a los clientes que guarden silencio a partir de las once de la noche.

Todos los años se repitían unas escenas, que eran al mismo tiempo cómicas y dramáticas, en las que intervenían dos personajes: “el portero de noche más inútil del mundo” y yo. Él, que tiene menos cojones que un eunuco, permanecía sentado en un rincón mientras algunos turistas paliqueaban ruidosamente, hasta que yo salía de mi cabaña con la toalla enrollada sobre el trasero y, aparte de mandarle a él a la mierda, ordenaba a los turistas que se fuesen a la cama.

Pero no habíamos terminado, porque antes también había una tele que él tendría conectada toda la noche, aunque ni tan siquiera la mirase, o hablaría a gritos por teléfono. Gracias a la insistencia de un servidor, todo esto ha pasado a ser historia.

Los que residís en ciudades quizás lo comprenderéis mejor si os digo que una de las virtudes de este vecindario es la absoluta quietud que reina normalmente de noche. Como podréis suponer, “el portero de noche más inútil del mundo” me odia a muerte: ¡Ja!

El trato familiar que mantengo con la propietaria, la directora y las chicas del servicio, incluye que me guarden el termo que me regaló el amigo valenciano hace ya cuatro años, que me llenarán con agua caliente de mañanita para que me prepare té durante el día mientras tecleo en mi cabaña.

También me parece familiar la relación que mantengo con los descarados lagartitos geckos que corren por todos lados, ya sea sobre la mesa lamiendo la humedad de las botellas de cerveza, en las mosquiteras de las ventanas, e incluso encima de mí durante sus encarnizadas persecuciones.

En esa relación de viejo conocido se hallan asimismo el hombre al que compro una bandeja de sushi en el mercado nocturno, la “familia de la sopa”, y la peluquera que me recorta la barba, que siempre me recuerda a la deliciosa película francesa “El Marido de la Peluquera”.

Al llegar a Tailandia tras haber permanecido una temporada en el Nepal o la India, donde las mujeres van cubiertas desde el cuello a los tobillos, es inevitable que sufra lo que denomino choque emocional al ver los pantaloncitos y las minifaldas que visten las tailandesas.

Unos últimos trazos telegráficos. El constante perfume de las flores de champa que flota sobre este lugar. Llegaron las lluvias y las temperaturas cayeron en picado… hasta los 26º. Las inevitables goteras de las cabañas cuando estalla una buena tormenta. Los mosquitos volando bajo un diluvio. La buena maría que me regala un amigo inglés. La directora de la pensión podando diariamente los lotos del río desde una barca. Un servidor levantándose por respeto al rey como hacen todos los tailandeses cuando interpretan el himno nacional. Mis solitarias fiestas de cumpleaños. La carrera de atletismo “Nostalgia Run” que se corrió de madrugada el 23 de junio y no vio ningún turista.

MIRA LO QUE PIENSO

  • Yo considero que los zapatos de mujer con tacones de aguja son una barbaridad comparable a la tortura que sufrían las mujeres chinas a las que vendaban los pies o a los grandes y pesados aros metálicos que llevan en los tobillos algunas mujeres indias.
  • Supongo, y es sólo un suponer, que las leyes de los gobiernos supuestamente democráticos todavía no penarán a sus ciudadanos por suponer algo que no esté autorizado. “¡Caballero, ¿cómo se atreve a suponer esto?!”. “¡Le prohíbo que suponga!”. Sí, reíros, pero con el camino que seguimos no me extrañaría que incluso inventasen un detector de emociones y nos castigasen por ellas. Unas muestras de lo descontroladas que son las emociones: si le digo a un aficionado al cricket que ese deporte es un muermo, seguro que le caeré antipático; y lo mismo sucederá si le confieso a un hindú mi opinión acerca del sistema de castas: es una salvajada. Otra emoción absurda es la de afirmar, “Si yo hiciese esto, que por cierto no hago (escribir, pintar, cultivar un huerto, tener hijos, dedicarme a la política, pensar…), lo haría de una forma diferente”.
  • La gente sueña con viajar cuando se convierta en pensionista, y a mí, claro, me sucede lo contrario. ¡Putos viajes, hala, haz de nuevo el equipaje! ¡Ja!
  • Qué difícil es no hacer nada, y qué aburrido.
  • No se debe reprender a la gente diplomática porque, como es lógico, no les gustará que entres en “sus” profundidades.
  • Sabrás que has obtenido el certificado de la felicidad cuando no pienses en ella gracias a tener ya lo que necesites y desees; pero no olvides que sólo podrás conseguir ese éxito si tales necesidades y deseos son mínimos.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
8 comentarios
  • ¡Mi queridísimo Nando! Precisamente me encuentro en Kanchanaburi, en el mismo lugar donde quizás nos tomamos alguna de más. Desafortunadamente -y como bien dices- es la época del turista y la privacidad resulta escasa. El español es idioma de peso, cosas del agosto, pero el tiempo da una tregua y se está muy bien frente al río.

    Ya me informó el valenciano -quien te manda un besito- de los lugares que regentas ahora mismo. Disfruta y nos vemos -quizás- pronto.

    • Luís, me fui de Tailandia hace tres días sin pasar por Bangkok ni decirte adiós. Hala, que goces del Río Kwai y hasta la próxima.

  • Daniel, responderé a tu pregunta aclarándote que ya no estoy en Tailandia; pero, para mantener la intriga, tendrás que esperar a la próxima crónica para saber dónde he ido. Acerca de que en Tailandia me pongo en pie cuando interpretan el himno nacional, quiero explicar que lo hago por respeto a los tailandeses, y no a su rey.

    • ¡Excelente! Estaremos atentos a la siguiente crónica.

      • Por favor, Daniel, alimenta mi curiosidad: ¿de dónde eres o, mejor dicho, desde dónde nos escribes?

        • Nando, soy de Tulum (México). Me encanta cómo escribes. Es una delicia. Ya mismo estoy leyendo la más reciente crónica, pues andaba atrasado. Saludos.

          • Ahora ya te podré imaginar escribiendo desde México (lindo y querido).
            Curiosamente, en este solitario vecindario de esta tranquila isla malaya tuve hasta ayer de vecino a un joven trotamundos Mejicano. Un abrazo.

  • Como siempre, una lectura muy amena. ¿Seguirás en Tailandia, Nando? A esperar la siguiente «Crónica cósmica». Saludos.

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