La crónica cósmica. Hablando de “gente” evolucionada

Por lo general sólo leo los titulares de la prensa, pero con el tema de la pandemia ya hace tiempo que me salto páginas enteras cubiertas de números y estadísticas. A veces parece que se estén celebrando las olimpiadas y en los periódicos hagan constar qué países van ganado más medallas hasta el momento.

Aunque en estas crónicas ya hace semanas que no menciono al puto virus para no comeros más el coco auspiciando vuestras paranoias, hoy sí lo haré porque, como en todo, aquí en el Nepal reina el caos y la organización brilla por su ausencia. ¿Unos ejemplos?

Centros de cuarentena inmundos en los que los ingresados esperan inútilmente los resultados de unos test que, de todas formas, fallan en un 50%. El gobierno adquirió 28.000 test que al intentar usarlos descubrieron que no funcionaban con los aparatos de los laboratorios nepaleses. En el hospital de Madi mezclaron a los infectados con las demás personas que estaban en cuarentena sin mantener distancias y varios de ellos compartían el móvil. Algunos de esos centros llegaron a estar tan llenos de pacientes que los mandaron a sus casas. La provincia nepalesa con más infectados es la que hace frontera con Bihar, el estado de la India con más casos de covid-19, y los comerciantes nepaleses cruzan diariamente la frontera para hacer compras. En la abarrotada cárcel de Birgunj hay más de doscientos presos infectados.

Tras varios meses de un confinamiento que se impuso de manera más o menos estricta dependiendo de las comarcas, hace quince días lo suavizaron un poco permitiendo que reabriesen los hoteles y que la gente se desplazase de un sitio a otro, aunque, por ejemplo, sólo se podría ir al Valle de Katmandú haciendo transbordo de autobús y andando después una hora cuesta arriba hasta llegar a un control policial en el que correrías el riesgo de terminar encerrado en un centro de cuarentena.

Pero anteayer se dispararon otra vez las alarmas al multiplicarse el número de infectados e impusieron de nuevo el confinamiento general, a pesar de que, igual que en todos los meses anteriores, la cantidad de fallecidos debido al virus fuese mínima (107), y siempre superada por el de los suicidios: una mujer de veintitrés años a la que su marido había abandonado llevándose a su hija, se ahorcó en vivo para YouTube.

En los periódicos nepaleses “The Kathmandu Post” y “The Himalayan Times” las noticias acerca de la pandemia comparten diariamente espacio con las de diferentes avalanchas de tierra provocadas por los monzones, que se llevan por delante casas, ganado y, claro, personas, que a veces son cuatro, otras diez o una familia al completo. Supongo que no sabréis nada al respecto porque este tipo de noticias no llegan a Occidente si no hay como mínimo veinte fallecidos.

Tres ejemplos de los efectos colaterales que ha provocado la pandemia. Muchas mujeres están pariendo en casa con todos los riesgos que esto comporta: os recuerdo que Nepal es uno de los países con más muertes relacionadas con el parto y el postparto. Otro: en la ciudad de Bhairahawa se han juntado varias jaurías de perros callejeros que están hambrientos y atacan a la gente; en el hospital local han atendido durante el último mes a doscientas cuarenta y tres personas que sufrían heridas de ese tipo. El tercer efecto colateral ha sido positivo: la interrupción del transporte de mercancías ha provocado escasez de fertilizantes y pesticidas químicos para los arrozales. ¡Bien! ¡Cuántas veces habré advertido inútilmente a mis amigos locales que beber el agua subterránea de las mismas tierras que cubren con productos químicos, podría ser perjudicial para su salud!

Tras relajarse el confinamiento, el 12 de agosto hubo el primer infectado en Sauraha: era un empleado de un banco que cuatro días antes había llegado de otra parte del Nepal: aparte de que todo el personal del banco terminó en cuarentena, los pocos negocios de Sauraha que habían abierto sus puertas las cerraron de nuevo. Una semana antes de que sucediese esto, una amiga mía había ido a esa misma oficina bancaria y el guarda no la dejó entrar porque sudaba y creyó que tenía fiebre. ¡Ja, eran las doce del mediodía y las temperaturas rondarían los 40º a la sombra!

En lo personal, y tras expirar mi visado el pasado 29 de mayo, el Ministerio de Inmigración ha ido retrasando la fecha de reemprender los vuelos internacionales, hecho que me obligaría a mover el culo y abandonar el país. Si bien ayer soltaron la gran noticia: a partir del 15 de agosto y hasta el 15 de diciembre se permitirá permanecer en el Nepal a los extranjeros a los que el confinamiento nos cogió aquí. Pero desde ahora, y al contrario que en los meses anteriores, lo haremos pagando la abultada suma de cuatro dólares diarios que te cobran habitualmente al extender el visado (tras los tres meses iniciales que cuestan 125$). Me ha parecido de maravilla porque, por lo menos, me aclara cómo está el patio, y eso sin mencionar que no me molestaría permanecer unos cuantos meses más en mi actual domicilio.

Una confesión: estar en lo mejor (paz mental, alegría, creatividad), como me sucede actualmente en Sauraha, es atemorizante porque sabes que tienes muchas posibilidades de que vaya a peor; mientras que quienes están en una situación fatal que difícilmente podría empeorar, tienen la esperanza de que las cosas vayan a mejorar: “¡La esperanza no se pierde, todos gritan, ahí viene!”, Los Bravos.

FAUNÓPOLIS. El Señor Tolstoi me explicó que los animales a los que podríamos clasificar como de casta alta no eran jamás caníbales. Tras reflexionarlo un poco tuve que separar este aspecto del evolutivo, porque frecuentemente son las especies más evolucionadas como los chimpancés las que cojean por este lado. Los macacos, a los que he estado observando mucho más tiempo que a los demás animales (montones de horas: umm, vaya una parida lo de imaginar un montón de horas amontonadas), quizás no sean caníbales (comen insectos y moluscos), pero de todas maneras son tan bestias como los seres humanos, y los machos solteros sodomizarán o dejarán mancos de un mordisco a los jovenzuelos que caigan en sus manos. Gracias a que no peco de morboso, evito en lo posible ser testigo de esa faceta agresiva y centro mi atención en las insólitas muestras de su nivel evolutivo, como aquel macaco de Varanasi que había mangado un espejo e inspeccionaba el interior de su boca. ¡YO!

Aquí van un par de ejemplos que os asombrarán. Los macacos de la isla japonesa de Yakushima se trasladan habitualmente de un lado a otro montando a lomos de los ciervos de la raza “sika” que también habitan allí. Y los macacos adultos de otra isla asiática enseñan a los jóvenes a limpiarse los restos de comida que les queda entre los dientes usando pelo humano. En lo que más se parecen a nosotros, aparte de la agresividad (me refiero a los machos), es en las cuestiones sexuales, pues es evidente que dedican la mayor parte de sus energías físicas y mentales en conseguir echar un polvo, y en cuanto han eyaculado ya empiezan a pensar en el siguiente. Al mencionar antes que cabalgaban sobre los ciervos, he olvidado añadir que, no sé si en la misma isla, hay una tribu de macacos que mantienen relaciones sexuales con unas ciervitas muy apetitosas.

Vamos a continuar hablando de “gente” evolucionada. ¿Sabíais que los elefantes llevan a cabo una ceremonia de homenaje a sus difuntos acariciando las calaveras y los colmillos con la trompa, y que cuando pasan por un lugar en el que muriese alguno de ellos se detendrán para hacer un minuto de silencio, aunque hayan transcurrido un montón de años? ¿Recordáis que con su paso rápido alcanzan los setenta kilómetros por hora? Bien, ahora, para visualizar lo que os voy a contar, añadidle a ello que avanzarán como si fuesen auténticas excavadoras por una jungla llena de espinos en la que tú irás a paso de tortuga. Yo he visto esto, y también la palidez que cubrió la cara del guía que me llevaba por el parque, al escuchar, sin llegar a ver, a un elefante salvaje que se hallaba en nuestro camino.

Sucesos. Varios elefantes entraron de noche en el Nepal desde la India y fueron hasta una aldea vecina del Parque Nacional de Bardiya llamada Parsinepur en la que, de madrugada y cuando la gente despertaba, mataron a dos hombres y a una mujer y obligaron al resto de la población a buscar refugio en el único edificio de ladrillo: la escuela. Luego cruzaron de nuevo la frontera de la India antes de que hiciesen acto de presencia los guardas del Servicio Forestal.

Otro caso parecido: dos elefantes se metieron de noche en una aldea y destruyeron una casa en la que dormía un hombre de setenta años que se fue al otro barrio sin llegar a despertar. Es raro el día en que no ocurra un drama de estos.

El año pasado, a cuatro kilómetros de aquí, en un sitio llamado “Breeding Center” al que llevan a todas las mamás elefantes que acaban de parir (acompañadas por supuesto de sus “bebés”), una turista india de veintiún años que iba acompañada de su familia vio a un macho salvaje de largos colmillos que salía de la jungla y, en vez de huir, tuvo la genial idea de filmarlo. Fue una gilipollez parecida a la de aquellos papanatas que contemplaban hipnotizados la ola del tsunami que se les venía encima. Si se hiciese un estudio acerca de las especies de animales que destacan por su estupidez, el turista se hallaría en primer lugar. Esa mujer india no solamente logró morir aplastada, sino que también provocó un choque emocional de por vida a su marido y a sus hijos, que fueron testigos del drama.

Una vez aparecieron por aquí una turista argentina y una alemana a las que llevé a dar una vuelta por mis rincones predilecto. Al llegar al río dimos con un rinoceronte que estaba tomando un baño y que luego, cruzándolo, empezó a pastar por la pradera. Tal como parece obligado en los turistas, las dos mujeres no se atemorizaron de acercarse a él porque eran incapaces de imaginar la velocidad que podría alcanzar en un instante. Caso contrario al de un servidor, que de una parte me sentía responsable por ellas, y de otra me preocupaba hallarme en un lugar donde no había ningún árbol al que poder trepar.

Hay muchos nepaleses que se ven obligados a jugarse la vida diariamente, como una cincuentena de escolares que atravesaban varios kilómetros del Parque Nacional de Bardiya y sólo les consiguieron un autobús cuando les atacó un elefante que mató a uno de ellos. Según confesaron al “Kathmandu Post”, a pesar de ir ahora en un vehículo, hacen el recorrido totalmente aterrorizados. Cada vez que me cruzo con un elefante doméstico, clavo la mirada en sus extraños ojos preguntándome qué correrá por su mente. Supongo que la extremada agresividad que muestran hacia los seres humanos aquí en el Nepal será auspiciada por la inteligencia, el conocimiento y la memoria. Efectivamente, ellos saben y recuerdan.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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