La crónica cósmica. Haciendo el indio por las carreteras de la India y el Nepal

¡PERO, QUÉ LOCURA! (segunda parte) – Sonauli, puesto fronterizo entre la India y el Nepal. Siempre he sido especialista en llevar los papeles mojados (expresión castellana que significa ir un poco perdido), y cuando me dirigía en autobús desde Gorakhpur a Sonauli, de pronto advertí que no había pensado en las restricciones del puto COVID y que, para entrar en el Nepal, me exigirían un test negativo de PCR.

También, quizás debido a mi plácida existencia, soy especialista en improvisar sobre la marcha y decidí que me haría el test en la parte india de Sonauli, y ya entraría en el Nepal al día siguiente. Pero en cuanto descendí del autobús vino a por mi un hombre que, tras poner a mi disposición su ricchó ciclo taxi, se ofreció para resolver todas mis necesidades. Cuando le mencioné el tema del PCR, dijo que en las aduanas nepalesas me lo solucionarían todo.

Nuestra primera parada fue en las oficinas de un cambiante de dinero, donde conseguí los imprescindibles ciento veinticinco dólares en billetes nuevos que me cobrarían por tres meses de visado nepalés. Valga aclarar que tenían que ser nuevos dado que por el país corrían montones de billetes de cien dólares falsos, y que no aceptaban euros ni ningún otro tipo de moneda.

A continuación nos dirigimos a las aduanas de la India, donde un amable oficial me selló el pasaporte sin tener que hacer cola ni esperar un solo minuto.

Mostrándole mi visado indio de cinco años le pregunté si tendría que hacerme un PCR cada vez que regresase a la India; me alegró al responder que pocos días antes su gobierno había terminado con las limitaciones o controles relacionados con COVID.

Luego, siempre por la misma calle y en el ricchó de mi guía improvisado, cruzamos bajo el arco que señala la entrada del Nepal, donde Sonauli cambia su faceta bulliciosa por una más tranquila, y fuimos al pequeño y solitario edificio en que se halla el centro de salud nepalés. Allí me hicieron gratuitamente un test de antígenos, del que me dieron el resultado negativo en pocos minutos.

Montado de nuevo en el ricchó, nos dirigimos a las aduanas nepalesas, que se hallan a corta distancia, y allí empezaron los líos: al no estar vacunado contra el COVID, el test de antígenos no era suficiente y me exigían uno de PCR, que sólo podrían hacerme en la parte india de Sonauli. Los nepaleses, que son la hostia de amables, me dieron esta información completamente compungidos como si mis problemas fueran culpa suya.

Mis temores se multiplicaron al recordar que mi visado indio, además de obligarme a salir del país cada noventa días, precisaba que no se me permitiría regresar a éste por tierra y que en avión sólo podría hacerlo por determinados aeropuertos. ¡Joder, si no me dejaban volver a la India ni entrar en el Nepal, correría el riesgo de permanecer eternamente en tierra de nadie como el personaje de la película Tránsito!

Afortunadamente, mientras el ricchó me llevaba de vuelta a la aduana india reapareció la amabilidad nepalesa. Fue así cuando los funcionarios del centro de salud nepaleses nos vieron, de lejos, pasar por la poco transitada calle rodeada de descampados, y quisieron saber qué sucedía.

Y dieron con la solución: aunque ellos no disponían del material necesario para analizar un test de PCR, sí lo tenían en la delegación local del Colegio de Médicos, adonde el eficiente tipo de mi ricchó se encargaría de llevarlo y recoger más tarde el resultado. Al poco ya me estaban introduciendo un nuevo palillo en la nariz y yo le rezaba al dios de los virus (que en la India tiene su pertinente templo y muchos devotos) pidiéndole que el resultado del test fuese negativo, a pesar de haber estado los últimos días en abarrotados autobuses.

Sabiendo que no podría reemprender mi viaje hasta el día siguiente, me hospedé como único cliente en un hotel de nueva construcción llamado New Muktinath, en el que la habitación doble con baño costaba seiscientas rupias (euro: 140 rupias nepalesas). No me relajé hasta el anochecer cuando mi ricchó me trajo el resultado negativo del PCR.

Al presentarme en las aduanas tuve una nueva muestra de la amabilidad nepalesa, pues sus funcionarios se alegraron mucho por mí y me felicitaron de que todo hubiese terminado bien. Celebré mis tres meses de visado nepalés tomando unas cervezas con el tipo del ricchó. Entonces recordé que justo hacía un mes desde la última vez que había bebido algún tipo de alcohol.

A quienes os halléis en una situación parecida os informo que el pasaporte se llena rápidamente de sellos, pero que el gobierno nepalés ha cambiado por fin los grandes adhesivos del visado que ocupaban prácticamente una página por otros mucho más pequeños.

Me gustó pasar la noche en la plácida parte nepalesa de Sonauli. Después de cenar unos sabrosos momos de pollo estuve un rato contemplando las llamas de una hoguera en medio de un campo y le di las gracias a quien correspondiese simplemente por estar allí, a solas y en un sitio en el que nadie me conocía.

Igual que los días anteriores, por la mañana mi autobús se puso en marcha en cuanto hube tomado asiento. Este nuevo recorrido sería de ciento catorce kilómetros y me llevaría a la ciudad de Narayanghat. Al ver que al principio circulábamos por una amplia carretera perfectamente asfaltada, calculé cándidamente que llegaría a mi destino en un par de horas. ¡Ja!

Esto fue antes de que la carretera cambiase de aspecto porque, como pasa siempre en el Nepal, la estaban reparando. Desde entonces tomó la forma de una pista, en la que sólo muy de vez en cuando había algunas partes asfaltadas. Mientras pegábamos saltos y nos cubríamos de polvo, sonreí al recordar a mi difunto amigo Don Enrique Díaz de Bethancourt y Díaz de Aguilar que, cuando circulábamos por una pista de Lanzarote, exclamó: “Esto es el país d’acá”, refiriéndose al Rally París-Dakar.

Para que veáis que no exagero os diré que tardamos seis horas en recorrer aquellos infernales ciento catorce kilómetros. Al llegar a Narayanghat decidí que ya había cumplido con mi cuota de autobuses e hice los últimos dieciocho kilómetros hasta Sauraha en un triciclo auto-ricchó.

Los tres días anteriores habían sido realmente agotadores, pero ahora me sentía en la gloría porque en realidad me lo había pasado de coña haciendo el indio por las carreteras de la India y el Nepal.

PASO A PASO – Continúa de la crónica anterior. Primavera-verano de 1987. Los siguientes meses después de regresar de Gambia estuve moviéndome mucho. A Tenerife la siguieron La Gomera y Lanzarote. Luego recorrí parte de la Península Ibérica haciendo autostop. Fui a Sevilla, Ronda, Almería, Peñíscola, Sitges, Barcelona y a mi pueblo. Fue allí, durante la verbena de Sant Joan y con una buena melopea, donde se fraguó mi siguiente viaje. Pero dejad que os lo cuente de la forma adecuada y empiece con el obligado “érase una vez”.

Érase una vez en que yo había llegado a Srinagar cuando pretendía ir hacia Darjeeling. Atraído siempre por lo ilegal, había volado en un avión de las Líneas Aéreas de Kuwait llevando en mi bolsa una petaca de ron caribeño, con la que logré emborracharme en un país donde el alcohol estaba prohibido.

De no ser por la fiesta particular que me monté en mi habitación, las veinticuatro horas de estancia en Kuwait mientras esperaba mi siguiente conexión aérea habrían resultado claustrofóbicas, pues no se me permitía salir del hotel.

Sin más distracción que las películas de los cinco canales de vídeo o el futbolín que había en la sala de juegos, entablé relación con otros seis catalanes que también iban hacia Delhi.

Uno de ellos ejercía de psicólogo en una escuela para críos retrasados, pero también hacía de guía de los demás en aquel viaje del que parecía estar bien informado. Cuando le comenté mis planes de ir hasta Darjeeling, me explicó que en aquella época, la de los monzones, Darjeeling era uno de los lugares más húmedos del planeta.

Le pregunté tímidamente adónde se dirigían ellos: “Vamos a Cachemira —me respondió—, porque allí llueve poco. Después iremos al desierto del Ladakh para hacer senderismo hasta Himachal. Desde Cataluña escribí a cierta dirección de Srinagar reservando habitación en una de las barcas-vivienda que hay en el lago Dal, y en cuanto aterricemos en el Aeropuerto Internacional de Nueva Delhi tomaremos un taxi hasta el aeropuerto nacional para conectar con el vuelo hacia allí”.

Tan detallada explicación impresionó a un papanatas desorganizado como yo y decidí ir con ellos.

Efectivamente, al desembarcar en Delhi encontramos a un cachemir que nos esperaba junto a un taxi, y se alegró sobremanera al ver ampliado el grupo de turistas. “No habrá ningún problema, pues en nuestras barcas hay espacio de sobra y mi hermano os recogerá en el aeropuerto de Srinagar”, nos explicó encantado antes de cobrarnos la estancia por adelantado.

Al contrario que mis nuevos amigos, opiné que el precio por la pensión completa en aquellas viviendas flotantes de Cachemira era desorbitado, por lo que me limité a pagar por un par de días, dando por sentado que en cuanto me encontrara sobre el terreno conseguiría fácilmente algo más barato.

En el aeropuerto nacional tuvimos que enfrentarnos a uno de los habituales absurdos kafkianos de la burocracia indostana: debido a cuestiones de seguridad, los guardias armados que se hallaban en las puertas sólo permitían la entrada a quienes tuviesen el tique en la mano; un salvoconducto que nosotros no podíamos presentar porque íbamos a adquirirlo en el interior.

Al fin, después de mucho discutir, solucionamos la papeleta al conseguir que el oficial que estaba al mando permitiese pasar a uno de nosotros que se encargaría de comprar los tiques de todos los demás. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – En memoria de mi viejo amigo Pikú, con quien compartí muchas juergas y varias viviendas en Lanzarote y Tenerife. Descanse en paz. «Para vivir de verdad has de estar siempre dispuesto a morir. Esencial: procura vivir y dejar vivir. No tengo hijos (afortunadamente), pero pienso que debe de ser distinto dar la vida por tu hijo si tienes sólo uno o tienes una docena de ellos».

Érase la época de los dictadores disfrazados de demócratas.

Desde el momento en que te sale la vena patriótica, tus opiniones no son tan creíbles.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 934 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario

Dejar una Respuesta

Start Typing

Preferencias de privacidad

Cuando visitas nuestro sitio web, éste puede almacenar información a través de tu navegador de servicios específicos, generalmente en forma de cookies. Aquí puedes cambiar tus preferencias de privacidad. Vale la pena señalar que el bloqueo de algunos tipos de cookies puede afectar tu experiencia en nuestro sitio web y los servicios que podemos ofrecer.

Por razones de rendimiento y seguridad usamos Cloudflare.
required





Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias mediante el análisis de tus hábitos de navegación. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración u obtener más información aquí