La crónica cósmica. La presencia de esa gente luminosa

LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA. El título de la película podría ser “La Isla de los Fantasmas”, y empezaría mostrando la portada de un libro antiguo que se abriría (¿los libros se abren como una puerta, una boca, o el colmado de la esquina?) mientras una voz pronunciaría las palabras mágicas en el orden adecuado para hechizar los espectadores: “Érase una vez…”.

Umm, érase una vez una mujer sueca (“¡Una sueca!”) a la que su mamá había parido treinta y un años antes con el incómodo don de ver a los fantasmas, los espíritus, los espectros, o cómo quiera que se llame a esos seres que, según afirman “los entendidos”, residen en una especie de dimensión paralela que se halla superpuesta a la nuestra (¿porque el constructor del Universo iba corto de espacio?). Al haberse acostumbrado desde pequeña a la presencia de esa “gente luminosa” que siempre aparentaba estar atareada y cruzaba a través de ella sin tocarla, dejó de mostrar reacción alguna ante sus esporádicas apariciones tras haber comprobado que el resto de la familia y el vecindario no parecían verla, y guardó un absoluto secreto acerca de ello con el fin de evitarse complicaciones. O sea que disimuló para sobrevivir, como está mandado. Logró su propósito mientras la niña se convertía en chica, y la chica, en mujer, pero llegó un día en que no pudo evitar proclamar sus poderes a los cuatro vientos.

Todo empezó cuando se ligó a un hombre de su edad que a las pocas semanas le propuso ir de vacaciones al Sudeste Asiático, concretamente a Malasia, país que él había visitado varias veces y conocía de maravilla. Estaban tomando una cerveza en un bar, y ella se lo pensó por unos momentos mientras contemplaba el espíritu de un viejo camarero que pulía y repulía frenéticamente la barra; al fin aceptó sin que le importase mucho el destino porque lo que le apetecía era estar con su novio. Cuanto sucedió durante las primeras semanas del viaje fue de maravilla, pero no tuvo más historia. Él la llevó de la mano permitiendo que contemplase relajadamente los lugares que visitaban. Ella encontró por supuesto a diferentes espíritus asiáticos que llegaban por aquí y se iban por allá sin ver a “los vivos” y sin que éstos los viesen a ellos. No había relación o comunicación alguna entre ambos grupos, pero le pareció notar una sutil reacción por parte de los fantasmas cuando su novio y guía le dijo: “Mañana iremos a una isla diminuta llamada Kapas”.

La placidez del viaje continuó al llegar a Marang, y también al embarcarse y partir en una lancha; e incluso siguió inmutable en el momento en que ella vio de lejos aquella islita parecida a un huevo verde que sobresalía del mar. Después se distrajo jugando con un niño malayo que iba en la misma barca, y en realidad no puso los ojos sobre Kapas hasta que llegó el momento de desembarcar. La embarcación había encallado sobre la arena y su novio le ofrecía la mano para ayudarla a saltar. Ella todavía paliqueaba con el crío, y llevaba una sonrisa en los labios que se congeló instantáneamente al levantar la mirada. Se quedó boquiabierta, y también bloqueada, y luego le dijo a su novio: “No voy a poner los pies en la isla y volveré a Marang en esta lancha. Durante mi vida he visto un incontable número de espíritus, pero jamás había estado en un sitio donde hubiese tantos como para que parezcan competir por el mínimo espacio, aunque en realidad no ocupen ninguno. Además hay algunos que no parecen humanos y son terroríficos”. El novio se mostró comprensivo, pero también persuasivo, y tras conseguir que desembarcase y se enfrentase literalmente a sus fantasmas, ella descubrió que no mordían y sería capaz de lidiar con su abarrotada presencia a pesar de verse obligada compartir el baño y la cama con docenas de ellos.

La pura realidad es que el novio sospechaba que ella era una especie de John Nash y veía unas criaturas que eran fruto de su mente; o por lo menos fue así hasta que se cruzaron con el malayo adecuado, quien les explicó: “A Kapas no la llaman la isla de algodón debido a la blancura de sus playas como asegura la Oficina de Turismo, sino por la tela de este color con la que envuelven a sus muertos, y a que durante muchos siglos venían a enterrarlos tradicionalmente aquí. De ahí que sea un sitio de muerte y espíritus. Kapas es mencionada en diferentes libros muy antiguos porque formaba parte de la ruta comercial entre la China y la India, y cuando moría alguien en las embarcaciones que se hallaban por estos alrededores aprovecharían para enterrar el cadáver en la isla en vez de arrojarlo al mar.

Pero todavía hay algo más en la fascinante historia de Kapas. Durante mucho tiempo (e incluso hasta hoy mismo) la gente de estas tierras creyó en la existencia de unos espíritus malignos que eran capaces de provocar la ruina familiar, la pérdida de la cosecha, o cualquier otro desastre; y se libraban de ellos con la ayuda de unos chamanes especializados, parecidos a los exorcistas, que lograban introducir y encerrar al espíritu en un pote como la Lámpara Maravillosa de Aladino. ¿Y qué hacían con esos potes para evitar la mínima posibilidad de que Aladino se metiese de por medio y liberase a los genios malignos? Los traían a Kapas y los enterraban. Hay muchísimas personas de estas comarcas que se negarían rotundamente a venir a la isla porque están convencidas de que morirían instantáneamente. También hay algunos que pueden ver a los espíritus igual que lo haces tú. Curiosamente creen asimismo que la maldición no os afecta a los extranjeros o a quienes provenimos de otras partes del país”. La mujer sueca lo definió perfectamente al opinar: “Kapas es un mausoleo inmenso, maravilloso y placentero, pero mausoleo al fin y al cabo”.

DOS PROTAGONISTAS. Tras ver “La Isla de los Fantasmas” es imprescindible presentar a su guionista y director, hombre de cuarenta y un años que tiene el aspecto de un latino que trabajase en verano en una playa y estuviese muy moreno. Antes de contarnos un poco su vida nos confirma que “la película” ha estado basada exclusivamente en hechos reales. “Mi padre es un tamil de Sri Lanka que emigró a Malasia, y mi madre una trotamundos sueca (que nunca ha visto un espíritu) a la que conoció en Georgetown. Como podéis comprobar, no tengo nada de escandinavo y me parezco totalmente a mi padre. Debido a los empleos de mis padres, yo crecí y pasé mi juventud en Australia.

A los catorce años me metieron en un internado y creí que me odiaban. Además aquel lugar se hallaba en el fin del mundo y la población tenía una mentalidad muy pueblerina. La escuela estaba en una pequeña ciudad, pero la mayoría de la gente vivía en granjas aisladas o en aldeas de cuatro casas en las que todos eran parientes. Pecaban de incultos y racistas. Los apodos despectivos con que nombraban a los aborígenes eran “abo” o “cum” (coom), y a uno de los alumnos lo llamaban así, aunque era rubio y tenía lo ojos azules, porque su tatarabuelo había sido un aborigen. También estudiaba con nosotros un chico de Papua, y algunos de los “blancos” siempre decían que lo iban a matar a pesar de que él no se metía con nadie y trataba de pasar desapercibido. Un día en que me hice un corte en la mano se sorprendieron al ver que mi sangre era roja como la suya.

Aunque había pasado la mayor parte de mi vida en Australia y mis padres seguían viviendo allí, me trasladé a Malasia en cuanto terminé los estudios de ciencias políticas en la universidad. Me gusta viajar porque al cruzar una frontera geográfica también lo haces con la cultural; una de las más absurdas y sorprendentes se da entre Malasia y Holanda, pues en mi país se permite fumar cigarrillos prácticamente en todos lados pero se persigue enfermizamente a la maría, y en Ámsterdam me prohibieron encender un porro en una cafetería porque contenía tabaco. ¡Ja!”.

Otro personaje interesante de esta isla tiene uno de los oficios más insólitos del mundo (sólo hay cuatro personas más que se dediquen a…): plantador de coral. Un día iré con él para ver cómo lo hace. De momento me ha mostrado el jardín-vivero que tiene a pocos metros de la playa. Está encantado de la vida porque ha recibido una oferta para crear un jardín submarino frente a una lujosa islita que han construido en Dubai. Me contó que en las costas de Kuwait había mucho coral, pero que murió a causa del petróleo que derramó Sadam Hussein tras invadir ese país. También me explicó que al trabajar sumergido tres horas se cansa como si lo hubiese hecho durante cinco en el exterior. Me aclaró en cuanto a los tiburones que los de estas aguas calientes no atacan nunca a las personas porque, entre otras razones, van sobrados de comida; caso contrario a los que viven en agua fría o a los de otros mares que se acercan más a tierra desde que la pesca excesiva les ha ido dejando sin alimento.

TALIBANIA

  • A pesar de que Talibania se halle en todos los confines de la Tierra, casi siempre es en el subcontinente indio donde tengo más constancia de su existencia. ¿Unos ejemplos? In la India lincharon a cinco supuestas brujas apaleándolas, y el número de las que han sido asesinadas desde el año 2001 es superior a dos mil.
  • Cerca de Delhi el “khap panchayat” (tribunal local) condenó a dos chicas “dalit” (intocables) de 23 y 15 años a ser violadas porque su hermano se fugó con una mujer de una casta superior.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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