La crónica cósmica. ¡MALDITA GUERRA! ¡MALDITA VIOLENCIA! ¡MALDITOS SEAN LOS QUE LAS PROVOCAN Y MALDITOS LOS QUE SE ENRIQUECEN CON ELLAS!

El Señor Tolstoi, el amigo ruso que vive en Nepal, con el que he mantenido una estrecha relación durante la última década y estaba metido en política antes de verse obligado a salir por piernas de su país para evitar que la mafia policial acabase con él, me contó muchas cosas acerca de Putin, al que denominaba un ser diabólico. Una de las grandes aficiones de ese puto líder ruso tiene que ver con la “arquitectura”, como las inmensas cárceles con capacidad para miles de prisioneros que estaba edificando o el extenso búnker subterráneo que ha construido en el que él podría permanecer aislado mucho tiempo.

Al hallarme yo ideológicamente en el extremo opuesto de ese tipo de violentas sanguijuelas, pues soy un pacifista acérrimo y deploro cualquier tipo de violencia, ya sea física o psicológica, también maldigo a los cazadores, a esos tarados (como el nazi Klaus Barbie) que, además de provocar temor, dolor y muerte a los animales, sienten un gran placer al hacer lo que denominan deporte; barbaridad que resta posibilidades de supervivencia a los depredadores al arrebatarles su fuente de alimento ya sean mamíferos, aves o reptiles. En España y Francia los cazadores tienen derecho a entrar en los terrenos de cualquier finca sin consentimiento del propietario, e incluso a usar armas militares, cuyos disparos pueden alcanzar a más de un kilómetro de distancia. Según un artículo al respecto publicado por eldiario.es, el 92% de las armas que hay en España se encuentran en manos de particulares y el 80% en las de los cazadores. Recientemente en la provincia de Córdoba y en el término municipal de Villaviciosa (me gusta ese nombre…) organizaron una cacería en la que durante un solo fin de semana abatieron a cuatrocientos cuarenta y siete ciervos. En el mismo sitio, y en 2019, el número de animales asesinados sumó cuatrocientos trece. ¡Malditos sean todos los gilipollas que, además de ser unos paranoicos, son aficionados a las armas!

Este es el único disparo que debería estar permitido hacia un animal, el del «Click» de tu cámara de fotos… 🌱🦊🐾📷🦊🐾🕊️💕❤️

PASO A PASO – Kerala, India, 1986. Ya anochecía cuando el amigo de Badalona y yo llegamos a Allepey después de navegar todo el día por las Backwaters. Nos hospedamos en una pensión tranquila, nueva y limpia llamada Shedda Lodge que quedaba a corta distancia del embarcadero: el precio de una habitación doble con baño era de veinticinco rupias. Acabábamos de instalarnos y ducharnos cuando alguien llamó a nuestra puerta. Era un joven malayali (o sea de Kerala), vestido con una kurta y un lungui, blancos e impecablemente limpios, que, por su educada forma de hablar, en otro país hubiese podido ser un vendedor de enciclopedias, y nos ofreció maría local de muy buena calidad. Como sucede en tales casos, mientras regateábamos el precio estuvimos probando la mercancía hasta que, al llevar ya un colocón mayúsculo, tuvimos la genial idea de comprarle toda la maría. La transacción se llevó a cabo a la perfección gracias las balanzas que nos prestó nuestro vecino de habitación francés, con las que pudimos comprobar que el vendedor nos estaba timando con el peso. Al despertar la mañana siguiente averiguamos que habíamos ligado tanta maría como para estar invitando a fumar a docenas de amigos durante varias semanas: ¡ja! 

Aunque en Allepey había unos jardines y unos canales espectaculares, solamente permanecimos allí un par de días porque ya estábamos descubriendo nuestra predilección por las poblaciones pequeñas. Partimos en una nueva embarcación con la que pasamos el día recorriendo otra parte de las Backwaters. Al anochecer, tras desembarcar en Kottayam, trepamos en autobús por las laderas de Las Montañas del Cardamomo, la frontera natural entre los estados de Kerala y Tamil Nadu, recorriendo una carretera estrecha y serpenteante cubierta por una lujuriosa jungla que la oscuridad no nos permitía apreciar.

Nuestro destino era el Parque Nacional de Periyar. Después de comprobar que las cabañas que alquilaban allí eran demasiado caras para nuestros bolsillos, terminamos hospedándonos en una solitaria casa rodeada por la jungla que pertenecía a una encantadora familia musulmana, donde nos alquilaron una habitación con entrada independiente por el simpático precio de diez rupias. Lo que ya no era tan positivo fue el mobiliario, pues solamente tenía una cama (por cierto, sin colchón) que le cedí al amigo de Badalona, y yo instalé mi colchoneta de espuma sobre el suelo. Tras el bochorno constante que habíamos hallado en Maharashtra y en la parte costera de Kerala, apreciamos las suaves y frescas temperaturas de aquellas montañas. En armonía con la plácida tranquilidad que había en nuestro nuevo domicilio y el amable trato de nuestros anfitriones, cuyas mujeres, ya fuesen las hijas o la madre, se relacionaban con nosotros con total naturalidad, yo también valoraba el inmutable comportamiento del amigo de Badalona, que pocas veces se quejaba de algo y, por el contrario, agradecía cuanto recibía. Después de viajar varios días y estar continuamente juntos, tras instalarnos en aquella pequeña casa familiar empezamos de nuevo a vivir con más independencia sin permanecer pegados el uno al otro. En cuanto al parque, nos quedamos literalmente boquiabiertos y maravillados al ver el altísimo muro verde formado por los árboles que se hallaban junto al lago. ¡Era el poder de la naturaleza en todo su apogeo y tuvimos la sensación de ser unas pobres hormigas!

Como buenos turistas, y demostrando nuestra cándida ingenuidad, cuando ya llevábamos varios días en Periyar decidimos salir en busca de aventuras. A medianoche, bajo un firmamento cubierto de estrellas, abandonamos silenciosamente nuestra vivienda y nos dirigimos hacia el parque acompañados por el concierto de ruidos, cantos y rugidos de la jungla. Mi amigo llevaba una manta y yo, mi saco de dormir. Nos manteníamos en silencio para evitar alertar a los guardas, pues lo que nos disponíamos a hacer, dormir junto a la orilla del lago, estaba totalmente prohibido, ya que entre el ocaso y el alba aquel territorio pertenecía exclusivamente a los animales. Nos instalamos sobre la hierba y, después del obligado porrito de maría, nos tumbamos para dormir. Pero solamente lo logramos a ratos porque, aun sin verlos, podíamos oír el ruido que hacían algunos animales de gran tamaño al meterse en el lago para abrevar y refrescarse. Este hecho nos llevó a reflexionar acerca de los peligros que corríamos, pues, aunque no fuesen depredadores, lo tendríamos fatal si, pongamos por caso, nos pisoteara un búfalo. Al fin nos retiramos hasta un chiringuito de bambú que durante el día hacía las veces de cafetería. Tuvimos que esperar al alba para descubrir, atónitos, el cadáver de una gacela a medio devorar que se encontraba a pocos metros del sitio en que habíamos estado acostados antes, cuyos restos sanguinolentos ya habían sido descubiertos por los chacales y los cuervos. “Parece que estamos bajo la protección del dios de la jungla”, comenté yo, y mi amigo replicó acertadamente, “O del dios de los imbéciles”.

Pero no creáis que esa experiencia nos sirviera de lección, muy al contrario. Después de beber chai y fumar unos bidis caímos en la seducción del muro verde y decidimos adentrarnos en él. Al dar los primeros pasos dentro de aquel mundo insólito y desconocido tuvimos claro que ni las mejores fotografías o reportajes nos habían aportado lo que encontramos allí. El canto de docenas de aves y el barullo de los insectos y los animales resultaban ensordecedores. Los pocos rayos de sol que cruzaban entre las altas ramas nos hicieron pensar en los focos de un teatro gigantesco que, en ese caso, se encargaban de resaltar diferentes rincones de aquel increíble escenario por el que volaban miles de distintos insectos, mariposas y pájaros exóticos de largas colas, cuyos colores eléctricos, amarillos, rojos, azules y blancos competían con la belleza de las flores. Unos monos langur de largas patas y colas volaban más que saltaban desde unas ramas a otras, mientras otros animales, usándolas como caminos, galopaban por ellas. Actualmente, ya convertido en un viejo más sensato, creo que en aquellos mágicos momentos fuimos afortunados al cruzarnos con unos guardas del Servicio Forestal, que nos ordenaron regresar inmediatamente por donde habíamos venido si no queríamos terminar machacados por una manada de elefantes que se dirigía hacia nosotros de camino hacia el lago.

MIRA LO QUE PIENSO – Los caballos no son buenos actores de películas porque, al ver las cámaras y toda la parafernalia, demuestran su nerviosismo doblando las orejas hacia atrás. Más información equina: los caballos son parcos en relinchos, pero en las películas se creería todo lo contrario porque parece inevitable que, en cuanto aparecen algunos en la pantalla, relinchen del mismo modo que si aparece un automóvil lo hará acompañado del rechinar de los neumáticos, a pesar que esté circulando por una pista de tierra.

Distintas culturas y diferentes costumbres: en Estados Unidos de América hay más armas que personas, mientras que en Holanda hay más bicicletas que personas.

Los gordos casi siempre comen ansiosamente como si estuviesen famélicos. España arroja diariamente al mar ciento veintiséis toneladas de basura sintética.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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