La crónica cósmica. Mi culo parecía un géiser

UNA EXCURSIÓN – Konark, Odisha, India. Ayer, como todas las tardes, salí por la parte trasera de mi pensión Labanya Lodge después de hacer la siesta y me adentré en las extensas llanuras del Balukhand-Konark Wildlife Sanctuary, un parque que mide ochenta y siete kilómetros cuadrados.

Como no hay senderos, ni es posible ver más allá que unos pocos metros, avancé por el suelo de arena serpenteando entre los árboles de anacardos. De todos modos, al tratarse de un bosque bajo, pude orientarme fijándome en la posición del sol.

Gracias a la cercanía de los ríos Nuanai, Prachi y Kadua, que desembocan en esta parte de la Bahía de Bengala, el subsuelo es rico en agua dulce y los agentes del Servicio Forestal facilitan la supervivencia de la fauna salvaje excavando pequeñas lagunas. Esa fauna sólo se deja ver muy de vez en cuando; prueba de ello es que a través de los años, y de muchas horas de solitarias excursiones como la de ayer, puedo contar mis avistamientos con los dedos de las manos.

Aquí van unos ejemplos: una preciosa pitón constrictor de varios metros de largo con la que estuve andando un rato sin que a ella le mosquease en absoluto por mi compañía, porque siempre he tenido muy buen rollo con los reptiles; un grandullón dragón monitor que salió por piernas, demostrándome que, a pesar de parecer patoso, podría atrapar fácilmente a alguna presa; y, como guinda del pastel, un precioso antílope sasin (blackbuck).

En una ocasión también creí alucinar al hallar un anacardo cubierto por miles de mariquitas y otro con un incontable número de libélulas, bichos que sólo se hallan en sitios libres de polución. En el parque de Balukhand-Konark Wildlife Sanctuary también hay hienas, ciervos pintos, monos langur y jabalíes, además de unas pequeñas panteras llamadas gatos de la jungla.

Ayer, más tarde, ya antes de llegar a una de las lagunas, oí de lejos el barullo que armaban una treintena de cuervos que tomaban un refrescante baño; sorprendidos, me observaron como si me preguntasen: “¿Qué hace un marcianito como tú en un sitio como este?”, pues son contadas las ocasiones en que, aparte de algún leñador furtivo, algún humano aparezca por allí. Les deseé las buenas tardes y continué adelante orientándome con mi brújula mental (a la mierda el GPS que anula otra de nuestras habilidades naturales).

Al poco me crucé con una docena de los simpáticos chacales que por la noche nos deleitan con sus aullidos parecidos a cantos; son corpulentos y lucen una preciosa pelambrera que se extiende hasta el final de su cola; me estuvieron observando tranquilamente mientras yo seguía mi camino.

Orientándome con el sol de atardecida descendiendo hacia poniente, me dirigí al sur hasta que, un rato después, empecé a percibir un ruido que, en estos parajes, a un novato le resultaría difícil identificar: eran las aguas bravuconas de la Bahía de Bengala rompiendo en la sagrada playa de Chandrabhaga, a la que llegué poco después y pude recobrar fuerzas bebiendo el néctar de un coco. Konark es tierra del cocoteros y hay vendedores de cocos por todos lados.

PASO A PASO – De Koh Phangan a Krabi, Tailandia, otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Tras despedirnos del norteamericano Spark, los holandeses Hans, Ulmo y yo nos dirigimos en una barca al puerto de Tong Sala, donde embarcamos en el transbordador que durante la noche nos llevaría a Surat Thani.

Era un barco de poca envergadura cuyo interior parecía una encantadora casa de muñecas tailandesa, pues era una sala alargada, limpia, delicada y de techo bajo, donde se instalaba a las pasajeros, sólo que, en vez de asientos, había cómodas colchonetas alineadas a cada lado para que pudiésemos dormir perfectamente durante el trayecto. A falta de un muelle, una barcaza se encargaba de llevar a los pasajeros hasta el buque.

Cuando aquélla hacía su último recorrido, descubrimos entre un grupo de tailandeses al maltés Robert, quien mostró gran alegría de ver caras conocidas. “¿Hacia dónde vais?”, nos preguntó sin saber todavía cuál sería su próximo destino.

“Sorpresa”, respondió el guía Hans; “pero si te juntas con nosotros estoy aseguro de que no te arrepentirás.

Por unos momentos Robert observó nuestras caras comprobando que, efectivamente, era bienvenido al grupo, y respondió afirmativamente antes de explicarnos: “He pasado la última semana en un hospital de Koh Samui recuperándome de una disentería que casi me mata. Mi culo parecía un géiser que disparaba inesperadamente montones de mierda líquida y maloliente sin darme tiempo a llegar a los cagaderos y provocándome tantos dolores como vergüenza”. Ulmo, Hans y yo, siempre dispuestos a bromear, nos apresuramos a apartar nuestras colchonetas de la suya.

Continuando con la perfecta organización del guía Hans, tras desembarcar de madrugada en Sura Thani pudimos partir inmediatamente en un autocar que se dirigía hacia el sur del país. Tres horas más tarde llegábamos a Krabi, donde Hans nos contó: “Krabi tiene tal cantidad de playas paradisíacas que resulta difícil escoger”.

Sin más comentarios, Hans nos metió en un taxi y fuimos hasta la playa de Ao Nang. Allí tomamos una barcaza de la que, poco después, desembarcábamos en la bahía de Railey. Hans había pasado anteriormente por tal experiencia y, en vez de mirar el paisaje que nos rodeaba, se dedicó a observarnos, pues teníamos los ojos desmesuradamente abiertos: ante nosotros se hallaba uno de los lugares más maravillosos, insólitos y sorprendentes de la Tierra. Docenas de inmensos muros rocosos caían hasta las plácidas aguas del mar y, entre ellos, nacían hermosas ensenadas que terminaban en preciosas playas de brillante arena blanca.

Algo todavía más extraordinario: a corta distancia mar adentro había unas rocas inmensas que sobresalían del agua y subían verticalmente hacia el cielo,. Cada una de ellas, como si llevase un sombrero verde, se encontraba cubierta de una pequeña pero tupida jungla.

«¡Increíble! ¡Parecen meteoritos llegados del espacio!”, dijo Ulmo. “¡Fantástico!”, exclamó Robert. “¡Rediós, es como una Meteora acuática!”, solté yo antes de mirar sonriendo a Hans y añadir: “Tío, mil gracias, pues valía la pena haber cruzado medio mundo solamente para llegar hasta aquí; definitivamente te has ganado una cerveza Singha”.

Y él añadió: “Además, a pesar de hallarnos en tierra firme, a este lugar solamente se puede venir en barca y tal aislamiento comporta que, como en Koh Phangan, no haya un solo policía para alterar su tranquilidad”. Continuará.

MIRA LO QUE LEO – Estoy teniendo una temporada de lectura genial: me lo pasé en grande con El pescador y su alma, de Osar Wilde; El último trayecto de Horacio Dos, de Eduardo Mendoza (cuánto me gusta el humor de Mendoza); La hoja roja, de Miguel Delibes, y con El hilo rojo, de Ann Hood.

Pero el colmo de la satisfacción lo alcancé al descubrir a la autora colombiana Laura Restrepo, señora que en sus novelas aporta a la literatura un tipo de redacción genial y unas tramas insólitas. Podréis comprobarlo leyendo Multitud errante, Leopardo al sol, La novia oscura, La isla de la pasión, Dulce compañía, Delirio.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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