¡VAMOS A LA PLAYA! Koh Phangan, Tailandia – De la misma forma que me resulta muy diferente pasear por las calles de una población o hacerlo por el bosque, también me lo resulta ducharme en un enclaustrado cuarto de baño al despertar por la mañana o bañarme en medio de la naturaleza, como hago en mi actual residencia, en esta isla de Koh Phangan, cuando salto de la cama al amanecer y, tras andar cincuenta metros desde mi cabaña entre los jardines del resort Dreamland, llego a la playa de Thong Nai Pan Yai y me adentró en sus plácidas y cristalinas aguas donde, después de bracear un rato, saludo al sol, “Namasté, Surya bhai”, y salmodio los nombres de mis queridos difuntos para que sepan que no los olvido.
¡Pedazo de párrafo, ¿verdad?! ¡Ja, ya imagino a mi corrector tirándose de los pelos!
Umm, a lo que iba: aquí van unos datos acerca de esta playa de arena blanca llamada Thong Nai Pan Yai, a la que dan sombra algunos de los grandes árboles de las tupidas colinas que la encierran formando una pequeña bahía.
Aunque, en realidad, esta definición también podría servir para otras playas de Koh Phangan, Thong Nai Pan Yai se diferencia de ellas porque la mayoría de turistas occidentales que se hospedan en sus resorts han venido acompañados de sus hijitos y parece un jardín de infancia como mi querida Sauraha del Nepal, pues hay críos por todas partes y también muchos bebés que todavía maman.
Sirva de prueba que los restaurantes disponen de tronas para ellos. A pesar de lo ruidosos que son los niños, que me gustan más si se encuentran a cierta distancia de mí, aquí reina más calma que en las playas donde se celebran, pongamos por caso, fiestas de luna llena a las que van los turistas en busca de sexo, drogas y rocanrol. ¡Qué vergüenza! ¡No sé cómo lo permiten! ¡Ja!
Por si os estáis preguntando qué hace un yayo como yo en un lugar como éste, aclararé que los responsables, como tantas otras veces, han sido los amigos valencianos de Conmochila, quienes me lo organizaron todo, como el tren que me trajo de Kanchanaburi a Surat Thani.
¡Cuánto me gusta contemplar de madrugada los paisajes tropicales que incluyen idílicas aldeas y, por supuesto, el verde constante de la jungla, las plantaciones de caucho y caña de azúcar, los cocoteros, el bambú, las palmeras de betel y el de los lotos y los nenúfares que cubren las lagunas y los ríos, junto a los que pastan felices vacas!
La meticulosa organización de los amigos valencianos también incluyó el ferri (viejo y herrumbroso, pero auténtico) con el que navegamos desde Surat Thani hasta Koh Phangan entre los espectaculares panoramas del Parque Marítimo de Mu Ko Ang Thong y frente a la costa de la isla de Koh Samui.
Los amigos valencianos, veteranos trotamundos que residieron varios años en el Sudeste Asiático, vienen de pasar tres semanas visitando Jordania y actualmente viajan con su hijito de nueve meses, al llegar a Thong Nai Pan Yai fueron los primeros sorprendidos al descubrir que no podrían haber elegido un mejor lugar, pues su hijito se siente de maravilla entre tantos coleguillas de su misma quinta.
Como hacen habitualmente los bebés, el niño se mete en la boca todo lo que tiene a mano y, así, se está vacunando paulatinamente de forma natural para ser, en el futuro, un trotamundos como sus padres sin pillar continuamente cagaleras.
En Koh Phangan estuve con anterioridad una sola vez. Fue en el año 1987 cuando todavía no había carreteras y la única forma para ir de un lado a otro de la isla era en barca o, como hice yo, montando a caballo a través de la jungla. En aquel tiempo tampoco había policía y todo el mundo fumaba maría en los bares y restaurantes, como de nuevo pasa ahora gracias a su reciente legalización.
El único inconveniente de esta isla son sus desorbitados precios, que superan de lejos a los que hay en el resto del país, y a mí me chocan más al venir de la barata Kanchanaburi.
NOTAS DE CAMPO – La mayoría de currantes de pensiones, bares y restaurantes tailandeses son birmanos (¿myanmarenses?) que emigraron de Myanmar huyendo de su sangrienta dictadura militar.
La Compañía de Ferrocarriles Estatales de Tailandia está construyendo nuevas estaciones (las viejas son pequeñas y parecen casas de muñecas porque están encantadoramente ajardinadas) y también nuevas líneas ferroviarias. La pregunta es si los trenes continuarán siendo de vía estrecha y seguirán teniendo sólo un amplio asiento a cada lado del corredor (que por la noche se convierte en una confortable litera).
FAUNÓPOLIS – En el último siglo, el ser humano ha sido responsable de la desaparición del 97% de la población de tigres del mundo y, aunque parezca increíble, actualmente hay más tigres en cautividad que en libertad. Mientras su población en estado salvaje no alcanza a 4.000 ejemplares, en el año 2019 se calculó en cerca de 14.000 los tigres que vivían enjaulados: 8.000 en Asia, más de 5.000 en EE.UU y 913 en Europa.
El Servicio Forestal de Karnataka, al sur de la India, ha instalado dieciséis jaulas trampa y veinte cámaras para tratar de apresar al leopardo que ha matado a dos personas. También buscan a cuatro leopardos más que rondan Bengaluru (Bangalore).
PASO A PASO – Cachemira, norte de la India, verano de 1987. Continúa de la crónica anterior. El día en que el trotamundos italiano Alfredo partió de Leh junto con su familia, nos dio al escocés Neil y a mí una buena recomendación: “Deberíais visitar el lugar al que nos dirigimos, porque es maravilloso y os ha de encantar. Se llama Manásbal y es el lago más limpio y sano de Asia gracias a que sus aguas no proceden de algún río que desemboque en él, sino que brotan en los diecisiete manantiales interiores que tiene. A su alrededor, aparte de dos pensiones y una aldea, no hay más que prados y árboles”.
Tal perla se hallaba a pocas horas de Srinagar, y con el punki escocés ya habíamos decidido que, cuando regresáramos a Cachemira, iríamos allí.
Después de descansar un par de días en la casa flotante de Gulam en Srinagar y de adquirir costo afgano, seguimos las indicaciones de Alfredo y nos dirigimos en autobús hasta el pueblo de Safapura. Desde allí, a patita y cruzando unos prados, recorrimos los dos kilómetros que nos separaban de Manásbal.
A pesar de saber adónde íbamos, nos quedamos atónitos ante el precioso paisaje que creaban las aguas verdosas y transparentes del lago, quizás de un kilómetro de diámetro, sobre las que flotaban auténticos jardines de lotos y nenúfares. Junto a sus orillas nacían verdes prados, cuya única actividad se limitaba a la de algunas vacas pastando.
Hacia oriente, a unos trescientos metros y bajo un grupo de grandes árboles, había una aldea, y por poniente, partía un riachuelo al que desembocaban las aguas sobrantes del lago.
En una loma se hallaban, la una junto a la otra, las pensiones de dos primos enemistados, la Abdulláh Guest House y la Zahoor Guest House. La casa de Abdulláh y su mujer Lola, quienes, aparte de ser viejos, tenían un aspecto desaliñado, era bastante nueva, espaciosa y con grandes ventanas; pero los tabiques que deberían formar las habitaciones se limitaban a ser, por el momento, de tela blanca colgada de unos cables; un hecho que, a pesar de lograr una atmósfera luminosa y agradable, reducía la intimidad casi a cero, algo que no parecía afectar a la docena de jóvenes extranjeros que residían allí.
Zahoor y su esposa Salima eran, por el contrario, una pareja de menos de treinta años y, por su simpatía, cultura, elegancia y atractivo físico, difícilmente podrían haber sido más diferentes de sus parientes. La casa era antigua y disponía de cuatro habitaciones de distintos tamaños en los bajos y cuatro más en la planta superior. De nuevo, allí residían una docena de felices extranjeros, invariablemente aficionados al costo, que pasaban sus días tomando el sol, jugando a backgammon, fumando y dando paseos en las barcas que incluía el precio de la pensión completa.
Alfredo y su familia estaban instalados en los bajos de la casa de Zahoor y, aconsejados por él, nosotros también nos alojamos allí. Aunque hasta para el más obtuso habría estado clara la calidad de Manásbal, de todas maneras ésta se hacía patente por el simple hecho de que todos los residentes habían permanecido allí no solamente semanas, sino hasta meses.
Además, entre ellos no había turistas de veintiún días ni excursionistas, pues casi todos llevaban años recorriendo o viviendo en la India y otros países limítrofes.
A pesar de que en el primer momento pensé que el precio de cuarenta rupias diarias por la pensión completa era una barbaridad, pronto descubrí que, al encontrarse en un lugar tan aislado, no gastaba nada más, exceptuando la pequeña despensa particular que cada uno tenía en su habitación para solventar los ataques de hipoglucemia.
Así que di por bueno el presupuesto y, como los demás, me dejé llevar por el suave transcurrir del tiempo que la tranquilidad de Manásbal auspiciaba. Y un día, cuando un recién llegado me preguntó cuánto tiempo llevaba allí, respondí: “Seis días”. Entonces, Zahoor, riendo a carcajadas, me sacó de mi error aclarándome: “Hoy hace exactamente tres semanas que llegaste a Manásbal”.
MIRA LO QUE PIENSO
- Érase una vez una gente que desconocía las palabras libertad, salud y compasión porque nunca les había faltado la libertad, la salud y la compasión; pero tampoco conocían el significado de las palabras obligación, jefe ni castigo, y aún no habían inventado a Dios.
- Altera tus costumbres antes de que se conviertan en tradición.
- Los primeros superhéroes fueron los mitológicos, ¿verdad?
- Ya fuese debido a su falta de tacto o a su lengua viperina, no dudó en exclamar: “¡Cómo has cambiado…, con lo guapa que eras antes!”.
- ¿Sudaré más si ando despacio que deprisa bajo el sol, aunque deprisa permanezca menos rato bajo los rayos solares? Asimismo, ¿me mojaré más bajo la lluvia de una u otra forma?
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
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