La crónica cósmica. Uno de mis sitios predilectos de la India

¡AY, QUÉ LÍO! – Odisha (antes Orissa), Bahía de Bengala, India. Cuando contratas los servicios de una empresa o empleas a alguien sin pedir referencias, si te sale rana (expresión castellana para definir algo que no ha funcionado bien) sólo podrás culpar a tu propia estupidez por pecar de cándido, ¿verdad?

En los periódicos indios aparecen frecuentemente sucesos en los que un matrimonio solvente ha contratado a un sirviente, desconocido, que ha desaparecido a la primera de cambio llevándose las joyas de la familia (los indios siempre invierten los ahorros en joyas de oro), o incluso que los ha asesinado.

Yo tenía un amigo indio que vendió varias veces un terreno que, además, ni tan siquiera le pertenecía. Cuando estuve en Kenya comprobé que este tipo de estafa sucedía con frecuencia, por eso en muchas fincas había grandes letreros comunicando que pertenecían a tal o cual propietario y que no estaban en venta.

Un caso de esa índole, pero no de manera dramática, ocurrió en la pensión donde siempre me hospedo en Sauraha: compraron unas placas solares para calentar el agua, que nunca llegaron a funcionar debidamente, pues quienes las instalaron no tenían la menor idea de lo que se traían entre manos. En este caso fui testigo del desaguisado.

Con las compañías aéreas sucede otro tanto y, aunque aparentemente todas te ofrezcan una calidad y unos servicios parecidos, si quieres evitarte retrasos o cancelaciones que alteren tus planes de viaje, será mejor que te informes acerca de ellas antes de adquirir un tique atraído por sus asequibles precios o por una engañosa campaña publicitaria.

Hace un par de años, en el aeropuerto de Lanzarote, estuve esperando mi vuelo durante siete horas sin que ningún representante de la línea aérea con la que yo volaba hiciese acto de presencia.

Imagina que, tras desembarcar en un aeropuerto en el fin del mundo, descubres que tu equipaje no ha llegado y que, como en el caso anterior, no hay ningún delegado de tu línea aérea que se encargue de solventarte el problema tomando nota de la dirección del hotel en que te hospedes para traerte el equipaje al día siguiente, e incluso indemnizarte por las compras de emergencia que tengas que hacer como, por ejemplo, ropa interior o efectos de baño.

También hay algunas compañías de bajo coste que son famosas por el pésimo trato que dan a los pasajeros o por sus fastidiosos horarios. ¡Muchas veces lo barato resulta caro y sale a cuenta pagar un poco más!

Yo soy especialista en ir con los papeles mojados, (otra expresión castellana que, en este caso, se refiere a viajar sin saber dónde te metes). Afortunadamente, cuando la semana pasada volé desde Katmandú a Delhi, quien se encargó de adquirirme el tique fue mi eficiente agente de viajes, el amigo valenciano.

Entre las diferentes líneas aéreas que hacían el mismo trayecto escogió VISTARA; compañía que yo desconocía y que me dejó maravillado en todos los aspectos: AIRBUS nuevecito, más azafatas de lo habitual que me dispensaron un trato eficiente y amable, y un sabroso tentempié con cubiertos de bambú (a la mierda con el puto plástico), regado con Tiger, mi cerveza asiática favorita.

Mi eficiente amigo valenciano también se preocupó de reservarme un asiento de ventanilla que me permitiría gozar de los maravillosos paisajes del Himalaya durante la hora y cuarto que duró el vuelo.

Pero lo mejor y más importante de VISTARA fue su puntualidad, pues en Nueva Delhi tenía que conectar con otro vuelo. Al entrar en el aeropuerto de Katmandú, me alivió ver a través de los ventanales que mi avión ya se encontraba aparcado en la pista con mucha antelación.

¡Cuántas veces he estado en la puerta de embarque aguardando a que aterrizara el avión que iba a tomar y desembarcasen los pasajeros que venían en él, dejándome claro que iría con retraso!

Los responsables de VISTARA, pensando en los habituales atascos de tráfico de los aeropuertos, nos hicieron embarcar con mucha antelación y, gracias a que logramos despegar a la hora prevista, aterricé en Nueva Delhi con tiempo suficiente para trasladarme a la terminal doméstica y tomar mi siguiente vuelo hacia Bhubaneswar, en el estado indio de Odisha, y llegar al anochecer a uno de mis sitios predilectos de la India, Konark (pronunciado Konarak), donde se halla el antiguo y famoso Templo del Sol.

PASO A PASO – Koh Phangan, Tailandia, otoño de 1987. Continúa de la crónica anterior. Cuando los holandeses Hans y Ulmo partieron unas semanas más tarde, yo había decidido no seguir junto a ellos; pero, en el último momento, cambié de opinión al ver que embarcaban en la lancha que los llevaría hacia otra parte de la isla y, en un tris tras, amontoné mis pocas posesiones en la bolsa de viaje, salí por piernas y logré subir a bordo cuando la embarcación ya estaba a algunos metros de la playa.

Después de recorrer la costa durante unos cuantos kilómetros llegamos frente a unas cabañas en las que un cartel anunciaba, “Horse Camp”. En la playa nos esperaba un joven norteamericano de astuta pero pacífica mirada, pelo castaño y corto, y un gran bigote cruzando su delgado rostro. Hans nos lo presentó diciendo que se llamaba Spark y que era propietario de los cuatro caballos pequeños y nerviosos que nos observaban desde el establo.

Poco después, cargando sólo el equipaje imprescindible para unos pocos días, montamos en ellos y, adentrándonos en la jungla, nos dirigimos hacia el nordeste de Koh Phangan. Al comprobar que las monturas conocían al dedillo los senderos, por los que se movían como Pedro por su casa, nos relajamos para gozar de los paisajes que recorríamos, sin dejar de reír a carcajadas debido a las constantes payasadas de Hans.

Trepábamos y descendíamos una colina tras otra. A veces descabalgábamos para cruzar senderos peligrosos, siempre acompañados del ensordecedor barullo de la naturaleza que, a veces, nos hacía creer que estuviésemos cerca de un taller metalúrgico.

Descubrimos que los caballos no estaban castrados, primero porque marcaban el territorio, como haría un perro con la orina, sólo que cagando uno detrás de otro sobre cualquier boñiga que hubiese en su camino; y segundo porque en cuanto los dejábamos libres empezaban inmediatamente a pelarse intentando demostrar su superioridad.

Al atardecer llegamos a la playa de Than Sadot y ante una aldea que parecía abandonada, pues la mayoría de sus pocas cabañas de bambú se encontraban en ruinas y la jungla estaba recuperando su espacio por doquier. Nos hallábamos en la costa septentrional de la isla, donde el mar tenía un aspecto agresivo que no invitaba a penetrar en él.

Mientras desmontábamos apareció un hombre de pelo canoso, vestido solamente con un sarong, que nos dio la bienvenida anunciando que teníamos nuestras cabañas limpias y listas. “Mi mujer os está preparando una suculenta cena tailandesa con cangrejos, arroz y ensalada de papaya verde”.

Spark se encargó de desensillar, abrevar y alimentar los caballos. Ulmo, intrigado, le preguntó a Hans: “¿Cómo podía estar enterado de nuestra llegada cuando esto es el culo del mundo y, evidentemente, aquí no hay electricidad ni teléfono?”. “Quizás usan palomas mensajeras”, bromeé yo. “O telepatía oriental”, añadió Hans. Continuará.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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