Cierto día, hace no mucho, mi amigo Kensuke me hizo una proposición muy poco habitual. Me invitó a irnos de camping un fin de semana. Él, que no sale de casa más que para ir al bar o a la oficina, si no le queda más remedio.
Me dejó a cuadros. Jamás pensé que a un tipo como él le podría dar por ir al monte con una tienda de campaña. Pero, como a mí siempre me ha gustado la naturaleza, y hasta entonces nunca había ido a un camping en Japón, acepté de buen grado.
Para mi sorpresa, Kensuke lo tenía todo perfectamente preparado. Tienda de campaña, sacos de dormir, sillas y mesas plegables, candiles… Parecía un auténtico campista veterano. Hasta había aprendido a hacer fuego con dos pedernales, el tío. Aunque yo, que lo conozco bien, sé que lo de salir de excursión nunca ha sido lo suyo.
Total, que acabamos pasando un fin de semana campestre de lo más entretenido. Cuando estábamos ya recogiendo los bártulos, el bueno de Kensuke se me acercó y me dijo, muy ufano: “Mira, ¡hasta tengo la misma parrilla que Rin!”
Se lo veía tan contento como un niño la mañana de Nochebuena, mientras me enseñaba la dichosa parrilla. En aquel momento, yo no tenía ni la más remota idea de qué me estaba hablando. Ni de quién era esa Rin. Su hermana no, desde luego. Y su novia, mucho menos.
Al llegar a casa, no tardé en desvelar el misterio. Rin es uno de los personajes de la serie de anime “Yuru Camp” (algo así como “Camping de Tranqui”). La cosa va de unas chavalas quinceañeras que viven en el Japón profundo, al pie del monte Fuji, y su hobby es irse juntas de acampada. Un club de colegialas campistas, vamos.
Me picó la curiosidad y me vi un par de capítulos de la serie. Entonces comprobé que mi amigo no solo le había copiado el hornillo a la protagonista. También la tienda de campaña, ¡y hasta la sandwichera!, eran exactamente el mismo modelo que los que usa la dichosa Rin en pantalla.
Pero mi colega Kensuke no está solo en esto. Porque, en los últimos años, el anime de Yuru Camp es responsable de haber generado un auténtico boom de la acampada y las actividades outdoor en Japón. De haber hecho que centenares de otakus, fascinados por Rin y sus compañeras, se echen al monte con tiendas de campaña.
El encanto de la slow life: una vida tranquila y sin estrés
A simple vista, cuesta entender esta fiebre. Yuru Camp está en las antípodas de series como Dragon Ball o Naruto. Aquí nadie se da de tortas con nadie. Apenas hay acción, ni conflictos. Las mozas protagonistas hacen poco más que irse de acampada y cocinar a la brasa día sí, día también.
El mayor conflicto que puede surgir es que se les acabe la salsa barbacoa y tengan que improvisar algún condimento para el asado de ese fin de semana. Pero, precisamente, ahí está la gracia. En presentar un mundo idílico, donde todo es agradable y encantador.
En un entorno social tan estresante y frenético como es el Japón de hoy en día, ¿a quién no le gustaría tomarse un descanso, irse al campo y echar la tarde tranquilamente, asando chorizos al fuego, como hacen Rin y sus amigas? La llamada de la slow life, el anhelo de una vida sencilla y sosegada, está cada vez más presente en la mente de los japoneses.
Los creadores de Yuru Camp son bien conscientes de ello, y explotan ese filón con maestría. La serie está perfectamente diseñada para dar con las teclas adecuadas, y hacer que gente como mi amigo Kensuke, que normalmente no salen de casa ni a rastras, sientan el deseo de ver mundo y conectar con la naturaleza.
Por un lado, las localizaciones que se ven en la serie son todas reales. Las chicas siempre acampan en sitios bien reconocibles, recreados con sumo realismo y, para rematar, generalmente con unas vistas del monte Fuji espectaculares. Dan ganas apagar la tele e ir corriendo a verlos en persona.
Y lo bueno es que, precisamente, puedes hacerlo. De eso se trata: de que te pique el gusanillo y, el fin de semana, te acerques hasta el monte o el lago de turno. Donde sabes que, aunque sea en la ficción, las incansables campistas de Yuru Camp han estado solo unos días antes.
La fiebre por el camping en Japón
Es el mismo fenómeno del que hablaba hace poco: el peregrinar por los “Seichi”, los “Lugares Sagrados“. O sea, visitar las localizaciones reales que sirven de escenario de fondo a tu serie de anime favorita. Algo que les encanta a los fans, y que está revolucionando la industria turística japonesa en los últimos años.
Solo que, en este caso, las localizaciones son un poco más agrestes que de costumbre. Pero, ¿quién dijo miedo? Últimamente, los otakus se echan al monte con sus mochilas como si fueran expertos en supervivencia. Todo sea por seguir los pasos de Rin y compañía.
Que esa es otra. El boom de Yuru Camp ha supuesto un espaldarazo estupendo para la industria del outdoor, como lo llaman aquí. A cuenta de esto, las marcas de tiendas de campaña y esas cosas están haciendo el agosto.
De hecho, los centros comerciales nipones suelen tener, en su sección de artículos de acampada, una estantería con los tomos del manga (cómic) original de Yuru Camp, en el que se basa la serie animada. Para que los fans puedan tomarlos como referencia y comprarse la misma sartén de teflón que Rin.
Pero, ¿cómo funciona el tema de irse de acampada aquí, en Japón? Para empezar, si quieres plantar una tienda de campaña, por regla general solo vas a poder hacerlo en un camping. Eso de la acampada libre no se lleva mucho.
En el País del Sol Naciente, donde el orden y el control son valores innegociables, es difícil que te vayan a dejar vivaquear en sitios que no hayan sido específicamente diseñados y mantenidos para tal efecto.
Pero no hay que preocuparse, las mentes pensantes de Yuru Camp también tienen eso previsto. Y es que todos y cada y uno de los campings a los que van las mozas protagonistas, sin excepción, existen en el mundo real. Puedes ir a cualquiera de ellos y plantar tu tienda de campaña allí. Puedes respirar el mismo aire que ellas.
Si logras hacer una reserva, claro. Porque, a raíz de salir en la serie, algunos se han hecho tan populares que cuesta encontrar una parcela libre hasta en lo más crudo del invierno.
Ahora, los campings de medio Japón se han convertido en Seichi. Lugares sagrados, donde los fans de la serie van a peregrinar. Y a asar unas salchichas al fuego, ya de paso. La jugada comercial es perfecta, y los campings y espacios de acampada han proliferado como setas por todo Japón.
Camping y glamping: acampadas para todos los gustos
Para rizar el rizo, hasta se ha puesto de moda habilitar azoteas de edificios y otros espacios urbanos para poder hacer pequeñas acampadas, rodeados por los neones de Tokio.
Tampoco es raro ver cafeterías de lo más chic que montan en su interior enormes yurtas, como las que se ven en las estepas mongolas, con hamacas, cojines de seda y alfombras persas. Para que los clientes, mientras se toman su café, puedan pasar un rato disfrutando del glamping. O sea, el camping con glamour.
Así que, si eso de ir al campo no te termina de convencer, con tanto mosquito y tanto bicho suelto, no pasa nada. Siempre habrá una manera de disfrutar del encanto de la tienda de campaña aun sin salir de la ciudad.
Aunque, claro, la manera canónica de emular a las mozas de Yuru Camp es liar el petate y buscar un buen camping, a poder ser con vistas pintorescas. Y, otra cosa no, pero de campings, Japón va bien servido. Al ser un país muy montañoso y campestre, no faltan terrenos adecuados para ello.
Los hay por todas partes. De todos los tamaños, para todo tipo de bolsillos, y con muy diversas prestaciones. Desde lujosos espacios de acampada donde, por un nada módico precio, puedes alquilar tiendas y bungalows de lo más chic; hasta terruños perdidos en medio del monte donde puedes plantar tu tienda completamente gratis. Hay de todo.
Lo más habitual suele ser encontrar parcelas entre los 1,000 y los 3,000 yens (entre 6 y 18 euros) por noche. Lo cual, sobre todo en época veraniega, puede ser una alternativa barata e interesante para ahorrarse alguna noche de hotel. A veces, a eso hay que sumarle algún pequeño extra, como por ejemplo comprar leña para hacerte una fogata, pero sigue quedando un precio bastante ajustado.
Aunque hay que andarse con ojo porque, fuera de los campings más glamurosos, las instalaciones pueden llegar a ser bastante precarias. Algunos campings no tienen ni siquiera agua corriente, y las duchas suelen ser un lujo poco habitual. Los retretes a veces no pasan de simples letrinas, y los accesos hasta el propio camping pueden ser complicados, sobre todo si no te mueves en coche o moto. Son cuestiones a tener en cuenta.
Una guía turística animada del Japón rural
Antes de irse de camping en Japón, conviene investigar un poco para saber dónde te vas a meter. Pero no te preocupes, para eso también sirve Yuru Camp.
En la serie te muestran con todo lujo de detalles lo que cabe esperar de cada sitio que visitan: las vistas, las especialidades gastronómicas, los baños termales que haya por la zona… Y también si hay papel higiénico o no en el WC, un asunto que siempre tiene su importancia.
Y es que el nivel de detalle de la serie es tal, que puede tomarse perfectamente como guía de viaje por el Japón rural. Y la industria turística nipona, evidentemente, se aprovecha de ello sin ninguna vergüenza. Más de una vez, viajando por el Japón más profundo, me he topado con un póster de Rin y sus amigas en los lugares más insospechados.
Sin ir más lejos, este invierno, me encontré una hamburguesería de Shimoda, en la punta más remota al Sur de la península de Izu, cuyo reclamo publicitario era que las chicas de Yuru Camp la habían visitado en no sé qué episodio. Hasta tenían colgado en la pared un dibujo firmado por el creador de la serie.
Pero, si hay un lugar que ha abrazado el credo de Yuru Camp con verdadero fervor, ese es Yamanashi. La prefectura donde, en la ficción, estas chicas viven y van al instituto. Ellas son las verdaderas embajadoras del lugar, y su principal reclamo turístico.
Y mira que Yamanashi tiene encantos de sobra por sí sola: el monte Fuji, los Alpes Japoneses, rutas de naturaleza, aguas termales, castillos, templos, gastronomía… pero, de todas esas cosas, la que más tirón parece tener (y con diferencia), es ser la patria de Yuru Camp.
Concretamente el pueblo de Minobu, donde viven las protagonistas, es una de tantas pequeñas localidades montañesas que puede uno encontrar por todo Japón.
Cerca de las faldas del Fuji, y rodeada de riachuelos y fuentes de aguas termales, Minobu tiene su encanto, sí… pero no es un lugar idílico de los que aparecen en las guías turísticas. Al menos, hasta ahora.
Porque, a raíz del éxito de Yuru Camp, Minobu es asediado cada fin de semana por hordas de turistas. Otakus que toman al asalto las tiendas de souvenirs, repletas de merchandising de la serie, y arrasan con las existencias de dulces y golosinas en las pastelerías del lugar.
La pieza más buscada, que se agota en cuestión de horas, es el codiciado minobu manju. Unos bollitos tradicionales típicos del lugar, que deben de tener varios siglos de existencia… y que son los favoritos de Rin y su tropa.
La gracia está en ir a comprarlos a la misma tienda que aparece en la serie, que puede encontrarse en mitad de la calle principal de Minobu.
Yo, lo reconozco, he estado allí. He visitado el pueblo, y he ido a la dichosa tienda de los minobu manju. Con mi amigo Kensuke, por supuesto, que era quien llevaba el coche.
Y, como cabía esperar, para cuando llegamos ya no quedaba ni uno. Los turistas domingueros habían acabado con todas las existencias. La dueña de la tienda, encantadora, estuvo charlando un rato con nosotros… Y el tema de conversación fue, como no podía ser de otra manera, Yuru Camp.
La buena señora se sabía los nombres de todas las chicas de la serie, e incluso tenía su favorita, cuya figura troquelada (a tamaño natural) presidía el escaparate de su local. Total, que nos volvimos a casa sin minobu manju, pero convencidos de que el poder del manganime no es cosa de broma.
Para lugares como Minobu, pequeñas localidades perdidas en las montañas del Japón profundo, contar con un reclamo turístico de semejante magnitud es como maná caído del cielo.
La serie les ha puesto en el mapa, y el flujo de turistas les reporta unos ingresos más que considerables. Y todo porque a un dibujante se le ocurrió ambientar allí la historia de unas colegialas amantes de la acampada y las barbacoas. Gracias a eso, la señora de la pastelería de Minobu lo tiene un poco más fácil para llegar a fin de mes. Y mi amigo Kensuke tiene una excusa para salir de casa, pasear por la naturaleza… y, ya puestos, dejarse unos buenos dineros en sacos de dormir alpinos.
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